domingo, mayo 07, 2006

EXPERIENCIAS DE UN SACERDOTE CONFESOR DE CONDENADOS A MUERTE EN CUBA

Nota del Blogguista.


" Y quiero decirle al pueblo y a las madres de Cuba, que resolveré todos los problemas sin derramar una gota de sangre.
Le digo a las madres, que nunca a causa de nosotros tendrán que llorar ".
Fidel Castro Ruz.
9 de enero de de 1959; Campamento Militar de Columbia

Evidentemente, Fidel se refería en el primer párrafo a una gota de su sangre, la de Fidel Castro, pues para no derramarla: no se afeita para no cortarse, mueve a miles de hombres para que velen por su seguridad personal y siempre ha estado realmente bien lejos del peligro inmediato.
En el segundo párrafo Fidel se refería probablemente a que las madres cubanas no tendrían que llorar ante una tumba que verdaderamente contenga a los cadáveres de sus hijos, porque en el caso de las madres cuyos hijos fueron fusilados o asesinados en el mar, nunca sabrán donde fueron enterrados; y en el caso de las madres cuyos hijos combatientes internacionalistas murieron en otras tierras, no les traerían sus supuestas osamentas hasta muchos años después cuando ellas hubieran muerto, o sus ojos secos de tanto llorar y sufrir, se resistieran a verter una lágrima ante unos osarios que sabe Dios qué o a quíenes encerraban.
La madre de Virgilio Campanería Angel, un ferviente católico que fusilado en abril del 1961, estuvo años llorando ante la supuesta tumba de su hijo hasta que años después, por determinadas circunstancias familiares, abrieron el féretro y encontraron que lo único que contenía ese féretro eran piedras, pues cuando Campanería fue fusilado y debido a muchas insistencias y relaciones que se movieron, un soldado rebelde les llevó el féretro con las órdenes de que no podían abrirlo y que solamente los familiares podían estar presente en el velorio y sin hacer comentarios antigubernamentales; los familiares cumplieron su parte pero el régimen .... .
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EXPERIENCIAS DE UN SACERDOTE CONFESOR DE CONDENADOS A MUERTE EN CUBA


Por Jaime Leygonier * La Habana
Distribuye:Dr. Eloy A. González
La Nueva CubaMayo 6, 2006



El sacerdote católico Gérard Campagna, misionero canadiense, se refiere, en su obra autobiográfica "Mis campos de concentración. Experiencias vividas en las Filipinas y en Cuba", a la que probablemente fue la última confesión a un condenado a muerte tolerada por las autoridades cubanas.
Durante la ocupación japonesa de las Filipinas, el padre Campagna sufrió prisión en varios campos de concentración. Llegó a Cuba unos meses antes del triunfo de Fidel Castro, y afirma que toda Cuba es un campo de concentración, de ahí el título de su libro.

El padre Campagna fue párroco de la parroquia de San Pedro, en Matanzas, y uno de los curas expulsados de Cuba en el vapor Covadonga en 1961. Nunca más regresó a Cuba.Relata el padre Campagna que unos días después de su nombramiento como párroco en San Pedro recibió una noche la visita de un abogado que le pidió ir a las oficinas de la Seguridad del Estado para asistir a un condenado a muerte.

El abogado le dijo que se trataba de Antonino Pou, un joven de 25 años que había sido condenado esa tarde, sin posibilidad de apelación, y que sería fusilado esa misma noche. Un capitán del G2 había autorizado que un sacerdote lo visitara 20 minutos.

Sigue contando el padre Campagna que cuando llegó a la celda el joven condenado le había parecido muy fatigado y excitado, y que se quejó de que su mamá y su familia parecían haberlo olvidado. Aunque el joven parecía no escucharlo, el padre le dijo que tenían poco tiempo y comenzó a recitar el Padrenuestro. Al segundo, el joven se le unió.

Después de la confesión y la comunión, el joven le dijo que se sentía más fuerte y que incluso estaba listo para perdonar a quienes le iban a quitar la vida. Le entregó entonces su reloj y su sortija del colegio de los jesuitas y le pidió que permaneciera junto a él hasta el último momento.
El padre relata que cuando fue a pedir autorización para cumplir el deseo del condenado, el oficial lo apostrofó duramente: "! Tú, fuera!", cuenta que le gritó.

Según el padre Campagna, cuando los familiares de Antonino fueron al cementerio de Matanzas los sepultureros les dijeron que el día anterior habían enterrado al muchacho. Se encontraban preparando otra fosa, y cuando les preguntaron para quién era, los trabajadores les dijeron que era para otro alzado que sería juzgado esa tarde.

El padre Campagna cree que su visita a Antonino fue la última confesión católica permitida a un condenado a muerte, costumbre que se mantuvo al principio de la revolución.