viernes, octubre 20, 2006

EL COMIENZO DE UN FIN

Nota del blogguista:


El destacado académico Jorge Ignacio Domínguez durante años mantuvo una posición de centro acorde con su nivel académico. Hoy con este desastrozo artículo me hace hasta cuestionar su academicidad, pues su posición política está bien y tristemente claramente definida.

Ya en su participación en la conferencia celebrada en La Habana sobre el Aniversario 40 de la Crisis de Octubre o Crisis de los Misiles había mostrado en general ( salvo en una pregunta a Fidel sobre su inmediata acusación a la CIA del sabotaje al vapor francés La Cobre el 4 de marzo de 1960 en el Puerto de La Habana) una cortés condescendencia académica hacia la tiranía y el tirano. Hoy con este artículo sabemos que realmente había mucho más que eso.

Su brillante curriculum se puede leer en:

http://www.gov.harvard.edu/faculty/jdominguez/jid_cvlong.pdf

*****************
Resumen: A pocos días de cumplir 80 años comenzó el ocaso de la vida del presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz.
Tras una hemorragia intestinal delega sus poderes políticos y militares.
Así, resulta factible considerar que Raúl Castro pueda llegar a ser presidente, no por encargo de su hermano sino por sus propias capacidades.
Al promover la transición económica, aumentará las probabilidades de una eventual apertura política.
****************

Tomado de La Nueva Cuba

http://www.lanuevacuba.com/archivo/jorge-i-dominguez-11.htm



EL COMIENZO DE UN FIN


Jorge I. Domínguez *
Foreigns Affairs Magazine
Infosearch:
Máximo Tomás
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Octubre 11, 2006

***************

Pocos días después de la celebración pública del 53 aniversario de su entrada en el panteón histórico de Cuba, mediante el ataque que encabezó contra el cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, y a pocos días de cumplir 80 años, comenzó el ocaso de la vida del presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz. Tras una hemorragia intestinal delega sus poderes políticos y militares.

En el momento en que escribo, no sé cuál es su estado de salud. Según los partes oficiales, se recupera. Su educación en colegio de jesuitas quizás le permita pensar en su resurrección una y otra vez: después del Moncada, después del naufragio del barco Granma (que inició por accidente la guerra revolucionaria), después de la victoria asombrosa en Playa Girón, después de la crisis de octubre de 1962, después de...

Fidel Castro hace rato dejó de ser meramente parte de la historia, y se convirtió en un mito mundialmente compartido de la segunda mitad del siglo XX. ¿Quién no reconoce su foto? ¿Quién no le reconoce como un descendiente lineal de Don Quijote que se enfrenta a gigantes? ¿Y, quién, aún, en su Buró Político, en su Consejo de Ministros, en su equipo personal, no sabe que esos gigantes fueron a veces imaginarios, a veces molinos de viento?

Honrar honra: frase noble de José Martí que ingresó al vocabulario cultural cubano hace más de un siglo. Honremos, pues, a Fidel Castro mientras observamos el sol poniente de su vida, no sólo quienes lo apoyaron, sino también quien, como yo, no lo hicimos. Él fue el transformador de un pueblo en una nación; quien modernizó decisivamente esa sociedad; quien mejor entendió que los cubanos querían "ser gente," no sólo apéndices de Estados Unidos. Fue él quien comprendió que ese pueblo hipocondríaco requería más médicos y enfermeros por centímetro cuadrado que cualquier otro en la faz de la tierra. Fue él el arquitecto de una política de inversión en capital humano, que convierte a los niños cubanos en los campeones olímpicos de la educación latinoamericana y que, por tanto, permite vislumbrar un mejor futuro para Cuba. Fue el diseñador de una política que permite a los cubanos de todas las características raciales tener acceso a la salud pública, a la educación, a la dignidad que le corresponde a todo ser humano, al derecho a pensar que yo, mis hijos, y mis nietos, cualquiera que sea el color de la tez, merecemos el respeto y las mismas oportunidades que los demás. No fue él quien inventó que las mujeres tenían derechos igualitarios en la sociedad, pero sí un promotor de la igualdad de género en el desempeño ciudadano.

Fue el responsable de un gesto que la humanidad agradece: poner en riesgo la sangre de sus soldados por la causa noble de contribuir poderosamente a impedir que el régimen racista del apartheid sudafricano se expandiera sobre Angola. Fue él, igualmente, quien se merece el reconocimiento por contribuir al fin del apartheid en Sudáfrica, a la independencia de Namibia y a defender la independencia de Angola. El día que Fidel muera, las banderas de esos países africanos deberán reflejar duelo nacional.

¿Fue cruel? Sí. ¿Fue dictador? Sí. ¿Atropelló el poder público? Sí. ¿Cometió crímenes en nombre de la revolución, la patria, la soberanía nacional y el socialismo? Sí. ¿Fue un obstáculo para la prosperidad de los cubanos, el ejercicio de los derechos humanos de ese pueblo, y la realización de una democracia plena? Sí. Y, la historia, ¿lo absolverá, como dijo en 1953 que así sería? No. Pero no entremos en más detalles. Honrar honra, y es preciso que en este artículo más renglones se dediquen a honrar a la figura más importante de la historia de Cuba, a la única persona en la historia de ese país con trascendencia mundial. Ámesele, u ódiesele, merece respeto.

¿Qué pasó, entonces, el 31 de julio de 2006 cuando, por primera vez, se comprendió que, en algún momento, habrá una Cuba sin Fidel? El gobierno de Estados Unidos confesó públicamente su desconocimiento de lo que estaba ocurriendo en Cuba. Jorge Más Santos, figura clave de la Fundación Nacional Cubano Americana, una de las más políticas y económicamente poderosas organizaciones de la diáspora cubana, instó a la población en Cuba a sublevarse con las armas en la mano. Raúl Castro fracasó en su primera prueba de fuego como el sucesor de su hermano. En vez de comparecer en televisión, escoltado por la bandera nacional, una palma real y la foto de su hermano, para garantizar a sus conciudadanos que la patria se salvaría, brilló por su ausencia.
Hubo un solo héroe en ese interludio del verano de 2006: un pueblo que ponderaba su futuro, honraba, inclusive quienes no lo querían, a su presidente, y demostraba su preferencia por la paz y una Cuba para los cubanos, no para Miami ni Washington.

Con Fidel en el hospital, los sucesos no permiten atisbar la realidad futura de Cuba sino uno de sus futuros posibles. Fidel designa a quien quiere que gobierne Cuba: no es George W. Bush, ni tampoco algún cubano que no viva en Cuba; es su hermano, pero no sólo su hermano, quien ya tiene 75 años, sino una dirección colegiada que incluye a dos grupos de personas. En el primero, con responsabilidad ejecutiva, se encuentran los siguientes miembros del Buró Político del Partido Comunista de Cuba (PCC): José Ramón Balaguer, Carlos Lage, Esteban Lazo y José Ramón Machado. En el segundo grupo, con responsabilidades financieras, encontramos de nuevo a Lage y a Francisco Soberón, y a Felipe Pérez Roque. Con la excepción de Soberón, presidente del Banco Central, quien asume responsabilidades financieras importantes en este escenario de sucesión, todos los demás son designados por sus características políticas, no por sus destrezas profesionales.

Si bien es cierto que se transfiere a Balaguer, actual ministro de Salud Pública, la responsabilidad principal sobre ese tema, no es menos cierto que Balaguer ha sido principalmente un político y que su especialidad es la ortodoxia ideológica y el entorno internacional de Cuba. Machado y Lazo puede que sepan de educación, pero son especialistas, respectivamente, en la organización interna del partido y el gobierno de las provincias. Lage, médico por entrenamiento al igual que Balaguer y Machado, es responsable de los asuntos económicos desde hace 15 años y ahora se encarga de los temas energéticos. Pérez Roque, líder juvenil del partido en su juventud, ha sido el canciller. Es decir, a todos, menos a Soberón, se les ha seleccionado por razones políticas, no por su conocimiento profesional del asunto que ahora se les asigna.

Ese gobierno colegiado, sin embargo, lo encabeza Raúl Castro. ¿Quién es este hombre poco conocido? En cualquier otro país del mundo, si no hubiera vivido bajo la sombra de su hermano mayor, reconoceríamos que es una figura de grandes logros profesionales. Es Raúl Castro el arquitecto de la institución más eficaz en la historia de Cuba, es decir, las Fuerzas Armadas Revolucionarios (FAR). Fue Raúl Castro quien transformó a un puñado de semianalfabetos en una fuerza profesional, disciplinada, muy bien entrenada, fiel y eficaz, capaz de lograr tres veces en África lo que Estados Unidos no logró en Vietnam, lo que la Unión Soviética no logró en Afganistán: las FAR de Raúl Castro ganaron las tres guerras que pelearon en el continente africano. No hubo ningún otro ejército de país comunista, durante la Guerra Fría, que lograra desplegarse, con éxito, a miles de kilómetros de su patria.

Sin embargo, Raúl Castro no ha sido un mero "militarote". Fue Raúl, y no Fidel, quien se dedicó a la cuidadosa y pertinente construcción, núcleo por núcleo, del PCC, institución civil hermana de las FAR, cuyo buen funcionamiento se requerirá para gobernar Cuba. Fue Raúl, y no Fidel, quien intentó con esmero mejorar el mediocre funcionamiento de los ministerios del gobierno. Fue Raúl, en medio de la grave y desesperante crisis de 1994, quien rompió públicamente con Fidel y abogó por la liberalización de los mercados agrícolas porque, como claramente indicó en aquel momento en su calidad de ministro de las FAR, la principal amenaza a la seguridad nacional de Cuba era la incapacidad en aquella coyuntura de alimentar al pueblo.

Raúl Castro conoce, por lo tanto, personalmente y de cara a cara, a toda la plana mayor de las fuerzas armadas, del Comité Central del partido y de la burocracia gubernamental; es decir, las mil personas, más o menos, que son miembros de la élite cubana con poder de influir en esta primera transferencia de mando después de Fidel. Es la suma de sus logros profesionales, su capacidad de trazar y ejecutar una estrategia, su reputación de ser alguien que logra lo que se propone y su participación en las redes de poder en Cuba, lo que constituye las bases políticas para encabezar esta sucesión presidencial.

Raúl Castro también ha sido innovador. A principios de la década de 1990 supo hacer frente a la crisis que golpeó a la Cuba comunista por el derrumbe de la Unión Soviética: redujo el personal de las fuerzas armadas, reorganizó su forma de actuar y redujo su presupuesto. La reducción del peso de las fuerzas armadas sobre la economía y la sociedad cubana no es un tema importante de la agenda del futuro, es ya un logro de Raúl Castro. En ese tiempo, también desarrolló las empresas militares para lograr que las fuerzas armadas fueran económica y productivamente autosuficientes. Y desarrolló empresas para promover y servir al turismo que emplean a los jubilados de las fuerzas armadas y generan fondos para su dueño, es decir, el Estado cubano.
Raúl Castro es, sin embargo, un pésimo político en la palestra pública. No sabe siquiera cómo leer un discurso. Su estilo es aburrido o chillón, pero nunca convincente. Reconoce no ser una figura pública, sino el engendro de un régimen. Quizás por eso evitó comparecer en público durante tanto tiempo después de recibir la delegación de poderes de su hermano el 31 de julio pasado.

¿Cómo gobernar a una Cuba que no le conoce, a una Cuba que nunca le otorgará el galardón de líder carismático? Prosperidad. Cuando Raúl Castro ha visitado China, ha dedicado gran tiempo a intentar comprender cómo se explica y se produce el auge de esa economía. Crecimiento, crecimiento y crecimiento de la economía, son sus tres principales conclusiones para diseñar la estrategia para su posible futura presidencia, por derecho propio y, por supuesto, para retener, como en China y Vietnam, un sistema unipartidista bajo la égida de un partido comunista. En esta hipótesis, un Raúl Castro presidente cambiará los elementos fundamentales de la política macroeconómica en Cuba, rumbo a una rápida aproximación a una economía de mercado, pero retendrá las estructuras políticas que impidan un tránsito del régimen político a una democracia pluralista y representativa en que se respeten los derechos humanos.
Sus "aliados" incluirán aquellos en la diáspora cubana quienes, al exigir la lucha armada, alentarán a la gran mayoría cubana a rechazar una opción sangrienta. Un gobierno estadounidense, tan torpe como el actual, será también su aliado. Señalemos algunos ejemplos de esa torpeza. En el informe de gobierno de Estados Unidos publicado, precisamente, en julio de 2006, días antes de la delegación de mando de Fidel a Raúl, que prevé la asistencia que el gobierno brindaría a Cuba en el futuro, se menciona una asistencia para impedir las enfermedades infecciosas, sin darse cuenta de que el sistema de salud cubano puede brindar mejor tales lecciones al estadounidense. Más asombroso es que Estados Unidos propone asistir a Cuba para hacer frente a los desastres naturales, sin tener en cuenta que Cuba es el país más eficaz del Caribe y del Golfo de México para enfrentarse con las depredaciones de los huracanes -- a diferencia del comportamiento de la administración Bush cuando el huracán Katrina destruyó Nueva Orleáns en 2005 -- . La diáspora cubana y el gobierno de Estados Unidos podrán desempeñar, en un futuro democrático de Cuba, un papel útil e importante, pero por el momento, entre el extremismo y la torpeza, contribuyen a postergar el momento de esa transición, generando más miedo de Estados Unidos que esperanza en la población cubana.

Así pues, resulta factible considerar que Raúl Castro puede llegar a ser presidente, no por encargo de su hermano sino por sus propias capacidades. Será una presidencia que evite la transición política pero, al promover la transición económica, aumentará las probabilidades de una eventual apertura política.


***************
* Jorge I. Domínguez es profesor de la cátedra Antonio Madero Professor of Mexican Politics and Economics, y vicerrector para los asuntos nternacionales, en Harvard University. Ha sido presidente de Latin American Studies Association (LASA). Entre otras publicaciones, es autor de Cuba: Order and Revolution y To Make a World Safe for Revolution, ambos editados por Harvard University Press.