EL PREMIO DE LA JUSTICIA
El premio de la justicia
Por Manuel Vazquez Portal
La mañana en que Laura Pollán y Bertha Soler, Julia Núñez y Dolia Leal, Nancy Alfaya y Loida Valdés, Gisela Sánchez y Yolanda Huerga caminaron la primera vez por la Quinta Avenida de Miramar, en La Habana, encarando el peligro de una dictadura despiadada que acababa de encarcelar a sus esposos, no pensaban en ningún reconocimiento como no fuera el premio de la justicia: la libertad de sus maridos injustamente apresados.
Habían nacido las Damas de Blanco. Llevarían como escudo sólo el amor, como peto y espaldar la nívea vestidura. Blandirían gladiolos. Dulcineas de adoradores Quijotes que había que salvar. La historia al revés. Cabalgarían el sol. Serían la luz de la negra, absurda primavera del 2003.
Tranquilas mujeres hogareñas devendrían heroínas. Cargadas de escasos bastimentos, viajando en trenes lúgubres y ómnibus destartalados, llegarían a las cárceles de toda la nación con un gesto de amor para sus esposos. Altivas, indomables, harían saber a jerarcas y carceleros que aquellos hombres no estaban solos.
Fueron noticia para el mundo, escándalo vergonzoso para una dictadura roída. Ni una sola ha traicionado. Y una sola ha desfallecido a pesar de la larga fatiga. Tres años y seis meses de constancia, de perseverancia, de banderas de amor tremolando.
Cuán orgullosos deben estar Héctor Maseda y Angel Moya, Adolfo Fernández Saíz y Nelson Aguiar, Alfredo Felipe y Tony Díaz. Ellas han convertido sus sórdidas celdas en emporios de sueños. Ellas han sido su voz y su estandarte, sus pies y sus caminos. El tirano se muere y ellos renacen. La primavera volverá a eclosionar de libertades para los 75.
Quizás no sea la hora del recuento final. Pero es bueno una ojeada al sendero andado. Las he visto, en ausencia, subir a un podio de Bruselas a recibir el premio Sajarov, y las he visto, otra vez en ausencia, porque los dinosaurios del terror no escarmientan, ascender a otro podio en Nueva York para recibir el premio de Human Rights First, y las he visto sobre todo, y en su mejor dimensión, ya guardadas para siempre en la historia, en el libro de la periodista chilena Erika Lüters Gamboa, publicado en Argentina bajo el auspicio del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina y la Fundación Konrad Adenauer.
Erika las pinta en la voz de ellas mismas. Son ellas las que cuentan quiénes son, dónde viven, cuánto sufren. Oigo en el libro la dulce voz de Laura contando de Héctor Maseda, escucho la quebrada voz de Julita diciendo sobre Adolfo, siento la tronante voz de Bertha clamando por Moyita, me timbra en el alma la tímida voz de Silvia explicando sobre Antonio Villarreal.
Erika las tuvo que entrevistar por teléfono. Ruidos, interferencias, llamadas caídas. Quizás algún insulto por las líneas ''pinchadas''. No dejaron a la periodista ir a conocerlas personalmente. En Cuba a quien no va a hablar a favor del gobierno quieren tornarlo mudo. Esa es la libertad de que hablan sus periódicos y sus voceros. Por esa libertad es que los 75 fueron encarcelados. Pero Erika es también de la estirpe de las Damas de Blanco y no pudieron impedirle que escribiera su libro, como no han podido detener la marcha de las dignas mujeres. Un día habrá que darle a Erika un gladiolo rosado y un traje blanco.
Un día se creará el premio Damas de Blanco para otorgarlo a mujeres que luchen en otras partes del mundo por los derechos humanos y el acto de entrega se hará en La Habana. Una Habana abierta a la prensa, una Habana sin presos políticos, una Habana donde Laura o Bertha o Loida o Yolanda, ya ancianitas venerables y satisfechas con la obra de sus vidas, irán a contar que el mejor premio que obtuvieron fue el premio de la justicia: la libertad de sus esposos encarcelados por soñar que La Habana fuera como será entonces.
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