HAY QUE DECIRLO
HAY QUE DECIRLO
Por José Ignacio Rivero
La indiferencia, la envidia, el egoísmo son actitudes que están, desgraciadamente, de moda siempre. Es la condición humana que se manifiesta así cuando el hombre se olvida del espíritu y se abraza a la materia. Y la humanidad, porque se olvida de Cristo y de su divina prédica, vive de espaldas a los valores espirituales. Entonces la envidia, la indiferencia y el egoísmo cubren todas las latitudes de nuestro planeta.
Hace ya mucho tiempo en nuestra patria, al principio de la funesta revolución, la confiscación y la persecución iban acompañadas de la carcajada y del “me alegro” de los que se creían intocables ante el castrismo. Desde que el mundo es mundo a una parte de él le ha gustado reírse de las desgracias de la otra parte. “Mientras no me toquen a mi…”
En el destierro se repite la misma historia. Son muchos los que se alegran de los reveses del prójimo y muy pocos los que gozan de los éxitos ajenos. Hoy, además de la envidia y del odio, más ácidos y más concentrados que el jugo de limón embotellado de los mercados, reina la infame hipocresía, igualmente ácida y concentrada. “Que te vaya bien”, por delante y “que te parta un rayo” por detrás.
Hace tiempo leí un libro lleno de sicología y de nobles sentimientos cristianos que a medida que me iba internando en él hacía en mi mente una especie de parangón con el caso de la Cuba actual. Así como Cristo sólo y triste irradiaba una desolación conmovedora en aquella colina que domina a Jerusalén --salvando la infinita diferencia entre la divinidad de Dios y la del humano Apóstol de nuestra patria—me imaginaba a Martí solitario y extremadamente apenado en la colina del exilio.
¿Por qué? Muy sencillo. Allá abajo, desde esa colina imaginaria, Martí estaría observando nuestro mar repleto de pasiones, de indiferencias, de intrigas. Allá arriba se sentiría totalmente ignorado, y en medio, un gran abismo inundado de arrogancias, de simulaciones, de mentiras. Sentiría el fracaso de su sacrificio en “Dos Ríos”.
Gastón Baquero una vez escribió en Madrid un gran artículo en el que decía que había que tender puentes entre los cubanos de Cuba y los cubanos del exilio. “Por tender puentes, decía Baquero, no quiere decir acercarse al régimen, pactar con él, darle al tirano balones de oxigeno. No. Para mi tender puentes --seguía diciendo Baquero-- es comprender que no podemos seguir ignorando el hecho de que una cosa es el régimen y otra cosa es el pueblo. El pueblo del cual formamos parte, del cual somos simplemente los que viven fuera, los que están aquí.”
Y también, creo yo, hay que tender puentes entre los cubanos del exilio de buena fe que son la inmensa mayoría. Los otros, es decir, la minoría, son los que odiaban en Cuba y siguen odiando fuera de Cuba, son los resentidos de ayer que siguen siéndolo hoy. Alguien dijo una vez que la cercanía material es tanto más cruel cuanto es mayor la distancia de los espíritus.
Si Martí viviera entre nosotros hoy el gran dolor de su alma sería ver como, rodeado de compatriotas que tanto cacarean el patriotismo, él sería el gran ausente y el gran ignorado. Martí vería con claridad y con intensa pena el sacrificio simulado de algunos y el falso desprendimiento de otros. ¡El egoísmo! Casi todo gira en nuestro mundo alrededor del egoísmo y de la indiferencia. Empapados de sus propios enfoques; metidos en sus castillos en el aire son muchos los que no ven lo que nuestra causa necesita. No entienden la prédica de Martí. Mejor dicho, sí la entienden, pero en razón de sus propias conveniencias, de sus propios planes.
Por eso, por la irresponsabilidad de ayer y por la indiferencia y el egoísmo de hoy –también como los de ayer-- Cuba sigue dominada por el feroz comunismo y el destierro invadido en gran parte por desvergonzados que quieren hacer las paces o que quieren llegar a acuerdos con el régimen oprobioso del castrismo. Cosa muy distinta esta a tender puentes, como bien decía Baquero, entre nuestros hermanos esclavizados en la isla.
Jesucristo llamó a los fariseos sepulcros blanqueados. Martí si mirara hacia abajo, hacia las hipocresías de infinidad de compatriotas, tendría que decir lo mismo. Sepulcros blanqueados. Luminosos por fuera y vacíos, oscuros y sucios por dentro, ardiendo en pasiones ocultas con el antifaz del patriotismo.
Es duro, lo sé, pero hay que decirlo. (JIRiveo@aol.com)
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