Editorial. Revista "Vitral". No. 77. Enero - Febrero de 2007
Tender puentes es, quizás, una de las actitudes ciudadanas y políticas más apreciadas y necesarias, una de las más mencionadas y manipuladas.
Tender puentes es, sin duda, la actitud que nos permitiría salir de la trampa de nuestros egoísmos y sectarismos, al trascender nuestras individualidades enquistadas, nuestras opiniones encasilladas y nuestras posiciones atrincheradas.
Los puentes siempre nos hablan de orillas que hay que unir, de espacios que hay que recorrer hacia el otro, hacia lo de los demás. Es una actitud propia de los que vivimos en islas y también de los que viven en sociedades divididas y parceladas, en fincas ideológicas, o religiosas, o políticas, étnicas o culturales.
En cualquier lugar del mundo hay necesidad de puentes y en Cuba también. Es necesario construir puentes internos y puentes al exterior. Así nos invitaba el Papa Juan Pablo II hace ya 9 años: "Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba".
Parece que todos quisieran tender puentes. Las últimas declaraciones de los gobernantes cubanos se refieren a uno de estos puentes: la mesa de negociaciones con los que se consideran adversarios políticos. Cada vez que se envía una señal de diálogo o la recibimos de otra parte, los cubanos y cubanas nos alegramos de que ese sea el lenguaje y la intención. Y deberíamos disponernos a reflexionar sobre la urgente necesidad de asumir, como propia y cotidiana, la intención, el lenguaje, la actitud y los hechos del diálogo y la negociación como única salida ética a los conflictos propios de la vida económica, social y política.
La conflictividad es una dinámica propia y natural de la vida. La vida y el mundo son diversos, plurales, y cada persona, cada cultura, cada religión y cada país tienen sus propias características irrepetibles que deben ser respetadas por los demás y deben abrirse a sí mismas, por lo menos, hacia puentes de tolerancia y convivencia pacífica. Y, por lo más, abrirse a puentes de solidaridad, reciprocidad y búsqueda articulada del bien común de la humanidad.
A la altura de nuestra época histórica, la humanidad ha avanzado a tales grados de civilidad y cooperación internacional, que rechaza, al tiempo que todavía sufre, todo intento agresivo, conato de guerra o actitud violenta para salir de la conflictividad.
Las guerras entre los pueblos y las actitudes hostiles entre los miembros de una misma nación por razones políticas, litigios económicos o reivindicaciones sociales pertenecen al pasado de la conciencia de la humanidad, aún cuando de hecho estén muy presentes en cualquier parte del mundo. Pero ya no pueden aceptarse como «normales» las guerras, la violencia, la segregación social, la violación de los derechos de las personas y de los pueblos, como «medios útiles» para alcanzar un fin noble y bueno. Ningún fin justifica los medios; ninguno, ni la lucha contra el terrorismo, ni la salvaguarda de un sistema, ni la defensa de una ideología, ni siquiera la preservación de los más grandes logros sociales y económicos, nada puede justificar que se utilicen medios que hagan violencia a las personas y a los pueblos, que declaren la guerra, que persigan a los ciudadanos por sus ideas o sus actitudes pacíficas.
Por eso nos alegramos cada vez que se adopta, en cualquier lugar del mundo o en nuestra sociedad, por lo menos para empezar, un lenguaje de diálogo y se deja atrás el lenguaje de la confrontación y la inmolación apocalíptica.
Todos los cubanos y cubanas debemos cultivar el lenguaje del diálogo, que no es lenguaje ladino, ni palabra hueca, ni disimulo de la mentira, ni complicidad con la injusticia; pero que tampoco es saltar a trancos todo proceso de acercamiento, ni descalificar el primer paso, porque se supone que no existirá el segundo; ni esperar en las estaciones del inicio los frutos del final del camino.
Los cubanos y cubanas, todos, debemos cultivar no solo el lenguaje del diálogo sino las actitudes de diálogo que no es hacer dejación de todo lo propio, dejar de ser lo esencial de uno mismo para mimetizar al otro. Eso no es diálogo es aculturación y pérdida de identidad. Actitud de diálogo es dejar algo de lo nuestro para dar cabida a algo de lo otro. Siempre es dar y recibir, es ceder y aceptar. Pero jamás a costa de lo mejor del ser, de la propia eticidad. Pero no una eticidad fundamentalista y cerrada sino abierta a la interpelación de todo lo bueno que pueda venir de los demás.
El diálogo se alimenta de la confianza que se basa en hechos, no en prejuicios, pero el diálogo pierde su riqueza y dinamismo cuando se enfrenta con la lógica del poder. Entre súbditos y soberanos no puede haber un verdadero diálogo pontifical, es decir, diálogo entre orillas, más o menos diferentes, con distintos cometidos, pero que se enrasan, se remiten, al único nivel que da la condición de seres humanos que todos debemos asumir y compartir como condición de una ética de mínimos y para poder tender puentes.
Esa ética de mínimos es condición indispensable para emprender los proyectos de construcción de puentes entre los diferentes sectores de la sociedad y entre diferentes naciones. Si una de las partes se quiere parapetar en una ética de máximos, es decir, en la aspiración de una sociedad perfecta, de una convivencia ideal, o de un hombre o mujer nuevos y perfectos, entonces no podrán tender puentes hacia ningún sitio en esta tierra porque toda sociedad está manchada, imperfecta, formada por hombres y mujeres limitados, embarrados en el barro de las injusticias y todo tipo de egoísmos.
Al hablar de tender puentes es necesario reflexionar, por lo menos, en dos componentes fundamentales de esa actitud: hacia dónde queremos tender puentes y hacia quiénes queremos tenderlos.
Cada puente necesita por lo menos dos pontones o cabezas de puentes, materiales e instrumentos para construirlos, es decir que, para toda negociación o diálogo, es necesario que existan por lo menos dos interlocutores que tengan la intención y la voluntad de dialogar, espacios respetuosos, metodología aceptada previamente por todos los implicados en la construcción del puente, protagonistas y garantes, mediadores, que supervisen la calidad del puente que se está construyendo para que dure mucho y no se derrumbe con ningún conflicto. Si alguna de las partes no tiene estas intenciones, o no sabe cómo hacerlo, o se cierra en su posición, o exige del otro lo que es inexigible, entonces no hay puente posible. Hay monólogo y frustración.
En el proceso de tender puentes son imprescindibles, por lo menos, tres cosas: saber a dónde se quiere llegar, por dónde se quiere caminar y a qué paso o ritmo se quiere avanzar.
En Cuba queremos seguir siendo cubanos, salvaguardar nuestra soberanía, pero cambiar lo que sea necesario cambiar para llegar a construir nuevos puentes de fraternidad y prosperidad. En nuestra opinión queremos llegar a ser mejores, a la búsqueda del bien común, a una nación en la que quepamos todos y todas con iguales derechos y deberes; queremos escoger el camino del diálogo, de la reconciliación, del consenso, del cambio pacífico, con la participación de todos sin exclusiones por razones ideológicas, económicas o sociales. Y en nuestra opinión quisiéramos tender esos puentes y alcanzar esos logros al ritmo de la gradualidad, del paso a paso, sin estridencias pero sin estancamientos. Sin violencia y sin inmovilismos.
Creemos que no se trata de tender puentes hacia el pasado reciente o remoto, ni tender puentes hacia más de lo mismo, de lo presente hoy. Se trata de un puente hecho de las mismas bases fundacionales, como Varela y Martí, pero con piedras y concreto nuevos, propios de la pluralidad de nuestra cultura, del avance de la humanidad y de la participación democrática de todos.
Otro de los elementos para avanzar es hacia quiénes debemos tender puentes. Y aquí nos encontramos con las mayores dificultades aquí y ahora.
En efecto, veamos algunos casos:
- Algunos consideran que tender puentes se refiere, exclusivamente, a buscar el diálogo con el Gobierno, con sus organismos oficiales, con las personas que están dentro de sus estructuras, con aquellos que se identifican con él. Esto es algo bueno pero insuficiente, porque la nación no está compuesta solamente con esas personas, organizaciones y estructuras. La nación somos todos, incluso los que piensan diferente.
- Otros consideran que tender puentes se refiere, exclusivamente, a buscar el diálogo con la oposición, o la disidencia o algunos otros interlocutores de la sociedad civil que no son propiamente opositores políticos, sino personas o instituciones independientes. Esto es algo bueno pero insuficiente, porque la nación no está compuesta solamente por esas personas y organizaciones no gubernamentales. La nación somos todos, incluso los que pertenecen a la esfera estatal.
- Otros no solo reducen los puentes hacia la oficialidad, sino que consideran que los que intentan hacer puentes con el resto de la sociedad son infieles al Estado, ofenden su existencia y hacen peligrar la parte de los puentes que se tienden hacia las estructuras gubernamentales. Aquí podemos tener una visión fundamentalista que excluye la legítima pluralidad de la nación.
- Otros no solo reducen los puentes hacia la oposición o la sociedad civil, sino que consideran que todos los que intentan un diálogo con el gobierno traicionan a los que disienten y se entregan al poder. Aquí tenemos la otra cara del fundamentalismo que desconoce a los que ostentan el poder, lo consideren legítimamente ejercido o no.
- Y queda aún aquella posición que exige que todo puente y todo contacto del mundo hacia el país, sea establecido sólo y exclusivamente con la esfera oficial mientras que el país establece puentes de apoyo, colaboración y solidaridad tanto con los gobiernos como con sus opositores, con los que disienten o con los que pertenecen a la sociedad civil en el mundo entero. Aquí podemos estar en presencia de un doble rasero.
- Pero también están los que creen que el diálogo debe hacerse de forma gradual y progresiva, manteniendo los logros que existen y eliminando las deficiencias, que todas las partes de la nación estén representadas legítimamente porque es una tarea de todos los cubanos, sin exclusión de ningún tipo; creen además que deben existir observadores imparciales que sean capaces de cuidar los límites y calidad de la construcción de los puentes múltiples y a todos los niveles que deben comenzar, o mejor dicho, continuar construyéndose en la sociedad cubana.
Cuba, isla en lo geográfico, archipiélago abierto a los mares y llave del Golfo, tiene y debe tener siempre más, una vocación universal.
Esa vocación internacional debe expresarse con la convicción de que la apertura jamás daña la identidad, que los puentes no lesionan la soberanía, que Cuba puede y debe establecer puentes con todos los actores sociales, económicos y políticos de todos los pueblos y debe ver con buenos ojos y aceptar como normal y beneficioso que los que nos visitan puedan encontrarse con todos los sectores sociales, económicos y políticos de nuestra sociedad, que no es ni más ni menos que los demás, signo igual en dignidad y en diversidad, igual en virtudes y defectos, igual en tener gobierno y oposición, Estado y sociedad civil, pluralidad de pensamientos y acciones disidentes u oficiales. Esa es la vida real, la que precisamente desean encontrar, ver y dialogar los que desean, con las mejores intenciones y proyectos, conocer la Cuba real y tender puentes hacia todos sus hijos e hijas.
Pero esto no basta, es necesario que esa vocación de universalidad y respeto a la diversidad que se pone de manifiesto, por citar solo dos ejemplos, en la celebración de la Cumbre de los No Alineados en nuestro país, o en los organismos de las Naciones Unidas, en los que se tienden puentes de solidaridad entre países y culturas tan contrapuestas, se aplique con el mismo rasero y respeto entre los hijos e hijas de cada nación. ¿Por qué aceptar como amigos a africanos, colombianos o japoneses que no piensan como su Estado o difieren del Estado cubano y no aceptar a otros cubanos como nosotros que viven aquí mismo y que no piensan ni sienten como el Estado? ¿Cómo desear un diálogo y una negociación con otras naciones, aún con aquellas consideradas como adversarias, y al mismo tiempo, no favorecer ese entendimiento y diálogo entre los hijos de un mismo pueblo aún cuando piensen o actúen de manera opuesta?
Tender puentes debería ser la actitud fundamental entre todos los cubanos, pero sin exclusiones ni sectarismos.
Si queremos que Cuba sea un país normal, es decir, que no esconda la diversidad que le es esencial, ni ignore la pluralidad de opciones políticas o religiosas que le es lógica; ni quiera descalificar a los opositores que tiene todo el mundo, entonces debemos aprender todos que tan legítimo es tender puentes de diálogo y comprensión hacia los organismos del Estado y las personas que le simpatizan, como tender puentes de diálogo y comprensión hacia los que disienten o se oponen políticamente siempre que se haga de forma pacífica.
Debemos aprender todos que no es aceptable que se condicione más allá de los métodos pacíficos, ningún puente de diálogo en medio de nuestra sociedad. Como tampoco debería ser aceptable que se rompa un puente por tender el otro. El resto del mundo debe tender puentes a la entera nación cubana, y no solo a la parte oficial de la nación, como Cuba tiene derecho a tender puentes de solidaridad con todas las partes de la sociedad de las naciones con las que se relaciona. La Iglesia debe tender puentes hacia todos los actores sociales de nuestro pueblo, oficiales o no, y no descalificar ningún interlocutor legítimo, por temor a perder otros puentes. Los puentes son actitudes de diálogo y fraternidad universal y estas actitudes no pueden discriminar ningún sector social por ganar a otros. No sería evangélico ni cívico.
En el mundo de hoy ningún puente de diálogo es enemigo de otro puente de diálogo. Considerarlo así es considerar el mundo dividido en buenos y malos, en trigo y cizaña, y ni el mismo Cristo quiso separar este mundo con tal dicotomía absurda.
Cuba, todos los cubanos, necesitamos un clima de serenidad, responsabilidad y madurez cívica para poder tender puentes de diálogo en busca de consensos y de unidad que respete e incluya la diversidad.
Tendamos puentes hacia el futuro y hacia todos y cada uno de los hijos de esta nación que deseen amarla y servirla, sin tener que pagar el alto costo de quebrar otros puentes con otros hijos e hijas que quieran amar y servir, aun de diversas maneras, a la misma tierra cubana, Patria y Madre de todos.
Pinar del Río, 25 de diciembre de 2006.
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo
Tender puentes es, quizás, una de las actitudes ciudadanas y políticas más apreciadas y necesarias, una de las más mencionadas y manipuladas.
Tender puentes es, sin duda, la actitud que nos permitiría salir de la trampa de nuestros egoísmos y sectarismos, al trascender nuestras individualidades enquistadas, nuestras opiniones encasilladas y nuestras posiciones atrincheradas.
Los puentes siempre nos hablan de orillas que hay que unir, de espacios que hay que recorrer hacia el otro, hacia lo de los demás. Es una actitud propia de los que vivimos en islas y también de los que viven en sociedades divididas y parceladas, en fincas ideológicas, o religiosas, o políticas, étnicas o culturales.
En cualquier lugar del mundo hay necesidad de puentes y en Cuba también. Es necesario construir puentes internos y puentes al exterior. Así nos invitaba el Papa Juan Pablo II hace ya 9 años: "Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba".
Parece que todos quisieran tender puentes. Las últimas declaraciones de los gobernantes cubanos se refieren a uno de estos puentes: la mesa de negociaciones con los que se consideran adversarios políticos. Cada vez que se envía una señal de diálogo o la recibimos de otra parte, los cubanos y cubanas nos alegramos de que ese sea el lenguaje y la intención. Y deberíamos disponernos a reflexionar sobre la urgente necesidad de asumir, como propia y cotidiana, la intención, el lenguaje, la actitud y los hechos del diálogo y la negociación como única salida ética a los conflictos propios de la vida económica, social y política.
La conflictividad es una dinámica propia y natural de la vida. La vida y el mundo son diversos, plurales, y cada persona, cada cultura, cada religión y cada país tienen sus propias características irrepetibles que deben ser respetadas por los demás y deben abrirse a sí mismas, por lo menos, hacia puentes de tolerancia y convivencia pacífica. Y, por lo más, abrirse a puentes de solidaridad, reciprocidad y búsqueda articulada del bien común de la humanidad.
A la altura de nuestra época histórica, la humanidad ha avanzado a tales grados de civilidad y cooperación internacional, que rechaza, al tiempo que todavía sufre, todo intento agresivo, conato de guerra o actitud violenta para salir de la conflictividad.
Las guerras entre los pueblos y las actitudes hostiles entre los miembros de una misma nación por razones políticas, litigios económicos o reivindicaciones sociales pertenecen al pasado de la conciencia de la humanidad, aún cuando de hecho estén muy presentes en cualquier parte del mundo. Pero ya no pueden aceptarse como «normales» las guerras, la violencia, la segregación social, la violación de los derechos de las personas y de los pueblos, como «medios útiles» para alcanzar un fin noble y bueno. Ningún fin justifica los medios; ninguno, ni la lucha contra el terrorismo, ni la salvaguarda de un sistema, ni la defensa de una ideología, ni siquiera la preservación de los más grandes logros sociales y económicos, nada puede justificar que se utilicen medios que hagan violencia a las personas y a los pueblos, que declaren la guerra, que persigan a los ciudadanos por sus ideas o sus actitudes pacíficas.
Por eso nos alegramos cada vez que se adopta, en cualquier lugar del mundo o en nuestra sociedad, por lo menos para empezar, un lenguaje de diálogo y se deja atrás el lenguaje de la confrontación y la inmolación apocalíptica.
Todos los cubanos y cubanas debemos cultivar el lenguaje del diálogo, que no es lenguaje ladino, ni palabra hueca, ni disimulo de la mentira, ni complicidad con la injusticia; pero que tampoco es saltar a trancos todo proceso de acercamiento, ni descalificar el primer paso, porque se supone que no existirá el segundo; ni esperar en las estaciones del inicio los frutos del final del camino.
Los cubanos y cubanas, todos, debemos cultivar no solo el lenguaje del diálogo sino las actitudes de diálogo que no es hacer dejación de todo lo propio, dejar de ser lo esencial de uno mismo para mimetizar al otro. Eso no es diálogo es aculturación y pérdida de identidad. Actitud de diálogo es dejar algo de lo nuestro para dar cabida a algo de lo otro. Siempre es dar y recibir, es ceder y aceptar. Pero jamás a costa de lo mejor del ser, de la propia eticidad. Pero no una eticidad fundamentalista y cerrada sino abierta a la interpelación de todo lo bueno que pueda venir de los demás.
El diálogo se alimenta de la confianza que se basa en hechos, no en prejuicios, pero el diálogo pierde su riqueza y dinamismo cuando se enfrenta con la lógica del poder. Entre súbditos y soberanos no puede haber un verdadero diálogo pontifical, es decir, diálogo entre orillas, más o menos diferentes, con distintos cometidos, pero que se enrasan, se remiten, al único nivel que da la condición de seres humanos que todos debemos asumir y compartir como condición de una ética de mínimos y para poder tender puentes.
Esa ética de mínimos es condición indispensable para emprender los proyectos de construcción de puentes entre los diferentes sectores de la sociedad y entre diferentes naciones. Si una de las partes se quiere parapetar en una ética de máximos, es decir, en la aspiración de una sociedad perfecta, de una convivencia ideal, o de un hombre o mujer nuevos y perfectos, entonces no podrán tender puentes hacia ningún sitio en esta tierra porque toda sociedad está manchada, imperfecta, formada por hombres y mujeres limitados, embarrados en el barro de las injusticias y todo tipo de egoísmos.
Al hablar de tender puentes es necesario reflexionar, por lo menos, en dos componentes fundamentales de esa actitud: hacia dónde queremos tender puentes y hacia quiénes queremos tenderlos.
Cada puente necesita por lo menos dos pontones o cabezas de puentes, materiales e instrumentos para construirlos, es decir que, para toda negociación o diálogo, es necesario que existan por lo menos dos interlocutores que tengan la intención y la voluntad de dialogar, espacios respetuosos, metodología aceptada previamente por todos los implicados en la construcción del puente, protagonistas y garantes, mediadores, que supervisen la calidad del puente que se está construyendo para que dure mucho y no se derrumbe con ningún conflicto. Si alguna de las partes no tiene estas intenciones, o no sabe cómo hacerlo, o se cierra en su posición, o exige del otro lo que es inexigible, entonces no hay puente posible. Hay monólogo y frustración.
En el proceso de tender puentes son imprescindibles, por lo menos, tres cosas: saber a dónde se quiere llegar, por dónde se quiere caminar y a qué paso o ritmo se quiere avanzar.
En Cuba queremos seguir siendo cubanos, salvaguardar nuestra soberanía, pero cambiar lo que sea necesario cambiar para llegar a construir nuevos puentes de fraternidad y prosperidad. En nuestra opinión queremos llegar a ser mejores, a la búsqueda del bien común, a una nación en la que quepamos todos y todas con iguales derechos y deberes; queremos escoger el camino del diálogo, de la reconciliación, del consenso, del cambio pacífico, con la participación de todos sin exclusiones por razones ideológicas, económicas o sociales. Y en nuestra opinión quisiéramos tender esos puentes y alcanzar esos logros al ritmo de la gradualidad, del paso a paso, sin estridencias pero sin estancamientos. Sin violencia y sin inmovilismos.
Creemos que no se trata de tender puentes hacia el pasado reciente o remoto, ni tender puentes hacia más de lo mismo, de lo presente hoy. Se trata de un puente hecho de las mismas bases fundacionales, como Varela y Martí, pero con piedras y concreto nuevos, propios de la pluralidad de nuestra cultura, del avance de la humanidad y de la participación democrática de todos.
Otro de los elementos para avanzar es hacia quiénes debemos tender puentes. Y aquí nos encontramos con las mayores dificultades aquí y ahora.
En efecto, veamos algunos casos:
- Algunos consideran que tender puentes se refiere, exclusivamente, a buscar el diálogo con el Gobierno, con sus organismos oficiales, con las personas que están dentro de sus estructuras, con aquellos que se identifican con él. Esto es algo bueno pero insuficiente, porque la nación no está compuesta solamente con esas personas, organizaciones y estructuras. La nación somos todos, incluso los que piensan diferente.
- Otros consideran que tender puentes se refiere, exclusivamente, a buscar el diálogo con la oposición, o la disidencia o algunos otros interlocutores de la sociedad civil que no son propiamente opositores políticos, sino personas o instituciones independientes. Esto es algo bueno pero insuficiente, porque la nación no está compuesta solamente por esas personas y organizaciones no gubernamentales. La nación somos todos, incluso los que pertenecen a la esfera estatal.
- Otros no solo reducen los puentes hacia la oficialidad, sino que consideran que los que intentan hacer puentes con el resto de la sociedad son infieles al Estado, ofenden su existencia y hacen peligrar la parte de los puentes que se tienden hacia las estructuras gubernamentales. Aquí podemos tener una visión fundamentalista que excluye la legítima pluralidad de la nación.
- Otros no solo reducen los puentes hacia la oposición o la sociedad civil, sino que consideran que todos los que intentan un diálogo con el gobierno traicionan a los que disienten y se entregan al poder. Aquí tenemos la otra cara del fundamentalismo que desconoce a los que ostentan el poder, lo consideren legítimamente ejercido o no.
- Y queda aún aquella posición que exige que todo puente y todo contacto del mundo hacia el país, sea establecido sólo y exclusivamente con la esfera oficial mientras que el país establece puentes de apoyo, colaboración y solidaridad tanto con los gobiernos como con sus opositores, con los que disienten o con los que pertenecen a la sociedad civil en el mundo entero. Aquí podemos estar en presencia de un doble rasero.
- Pero también están los que creen que el diálogo debe hacerse de forma gradual y progresiva, manteniendo los logros que existen y eliminando las deficiencias, que todas las partes de la nación estén representadas legítimamente porque es una tarea de todos los cubanos, sin exclusión de ningún tipo; creen además que deben existir observadores imparciales que sean capaces de cuidar los límites y calidad de la construcción de los puentes múltiples y a todos los niveles que deben comenzar, o mejor dicho, continuar construyéndose en la sociedad cubana.
Cuba, isla en lo geográfico, archipiélago abierto a los mares y llave del Golfo, tiene y debe tener siempre más, una vocación universal.
Esa vocación internacional debe expresarse con la convicción de que la apertura jamás daña la identidad, que los puentes no lesionan la soberanía, que Cuba puede y debe establecer puentes con todos los actores sociales, económicos y políticos de todos los pueblos y debe ver con buenos ojos y aceptar como normal y beneficioso que los que nos visitan puedan encontrarse con todos los sectores sociales, económicos y políticos de nuestra sociedad, que no es ni más ni menos que los demás, signo igual en dignidad y en diversidad, igual en virtudes y defectos, igual en tener gobierno y oposición, Estado y sociedad civil, pluralidad de pensamientos y acciones disidentes u oficiales. Esa es la vida real, la que precisamente desean encontrar, ver y dialogar los que desean, con las mejores intenciones y proyectos, conocer la Cuba real y tender puentes hacia todos sus hijos e hijas.
Pero esto no basta, es necesario que esa vocación de universalidad y respeto a la diversidad que se pone de manifiesto, por citar solo dos ejemplos, en la celebración de la Cumbre de los No Alineados en nuestro país, o en los organismos de las Naciones Unidas, en los que se tienden puentes de solidaridad entre países y culturas tan contrapuestas, se aplique con el mismo rasero y respeto entre los hijos e hijas de cada nación. ¿Por qué aceptar como amigos a africanos, colombianos o japoneses que no piensan como su Estado o difieren del Estado cubano y no aceptar a otros cubanos como nosotros que viven aquí mismo y que no piensan ni sienten como el Estado? ¿Cómo desear un diálogo y una negociación con otras naciones, aún con aquellas consideradas como adversarias, y al mismo tiempo, no favorecer ese entendimiento y diálogo entre los hijos de un mismo pueblo aún cuando piensen o actúen de manera opuesta?
Tender puentes debería ser la actitud fundamental entre todos los cubanos, pero sin exclusiones ni sectarismos.
Si queremos que Cuba sea un país normal, es decir, que no esconda la diversidad que le es esencial, ni ignore la pluralidad de opciones políticas o religiosas que le es lógica; ni quiera descalificar a los opositores que tiene todo el mundo, entonces debemos aprender todos que tan legítimo es tender puentes de diálogo y comprensión hacia los organismos del Estado y las personas que le simpatizan, como tender puentes de diálogo y comprensión hacia los que disienten o se oponen políticamente siempre que se haga de forma pacífica.
Debemos aprender todos que no es aceptable que se condicione más allá de los métodos pacíficos, ningún puente de diálogo en medio de nuestra sociedad. Como tampoco debería ser aceptable que se rompa un puente por tender el otro. El resto del mundo debe tender puentes a la entera nación cubana, y no solo a la parte oficial de la nación, como Cuba tiene derecho a tender puentes de solidaridad con todas las partes de la sociedad de las naciones con las que se relaciona. La Iglesia debe tender puentes hacia todos los actores sociales de nuestro pueblo, oficiales o no, y no descalificar ningún interlocutor legítimo, por temor a perder otros puentes. Los puentes son actitudes de diálogo y fraternidad universal y estas actitudes no pueden discriminar ningún sector social por ganar a otros. No sería evangélico ni cívico.
En el mundo de hoy ningún puente de diálogo es enemigo de otro puente de diálogo. Considerarlo así es considerar el mundo dividido en buenos y malos, en trigo y cizaña, y ni el mismo Cristo quiso separar este mundo con tal dicotomía absurda.
Cuba, todos los cubanos, necesitamos un clima de serenidad, responsabilidad y madurez cívica para poder tender puentes de diálogo en busca de consensos y de unidad que respete e incluya la diversidad.
Tendamos puentes hacia el futuro y hacia todos y cada uno de los hijos de esta nación que deseen amarla y servirla, sin tener que pagar el alto costo de quebrar otros puentes con otros hijos e hijas que quieran amar y servir, aun de diversas maneras, a la misma tierra cubana, Patria y Madre de todos.
Pinar del Río, 25 de diciembre de 2006.
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo
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