Tomado de Cuba Encuentro.com
A la espera del genocida
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El ex dictador Mengistu Haile Mariam, uno de los hombres de Moscú y La Habana en África, ha sido condenado a cadena perpetua.
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Por Miguel Rivero, Lisboa
jueves 1 de febrero de 2007 6:00:00
El ex dictador etíope Mengistu Haile Mariam ha sido sentenciado por un tribunal etíope a cadena perpetua por genocidio, debido a las atrocidades cometidas durante su régimen militar-marxista (1977-1991), conocido como el "Terror Rojo".
Mengistu fue un destacado aliado y amigo de Fidel Castro, y en gran medida se mantuvo en el poder gracias al apoyo de millares de soldados cubanos. El régimen de La Habana fue cómplice directo de ese genocidio, por lo que no resulta raro que la prensa oficial cubana haya ignorado estos acontecimientos.
El veredicto llega después de que Mengistu y otros 11 encausados, miembros del organismo ejecutivo de la dictadura conocido como Dergue, fueran hallados culpables de genocidio, homicidio, encarcelamiento ilegal y confiscación de propiedad privada por el Tribunal Federal Superior de Etiopía el pasado 12 de diciembre.
Un juicio largo
El proceso judicial ha durado doce años. Se inició el 13 de diciembre de 1994. En este período las vistas fueron aplazadas en numerosas ocasiones, a petición tanto de la defensa como de la fiscalía. Haile Mariam ha sido juzgado en ausencia (se encuentra exiliado en Zimbabwe, protegido por otro dictador, Robert Mugabe) junto a 73 inculpados, de los cuales 14 han muerto desde que comenzó el juicio y sólo 34 estuvieron presentes en la sala.
El periodista Alcibíades Hidalgo, ex jefe de despacho de Raúl Castro y corresponsal de la agencia oficialista Prensa Latina en Addis Abeba, la capital de Etiopía, dijo a Encuentro en la Red:
"A diferencia de José Eduardo Dos Santos, convertido en virtual presidente vitalicio de Angola y en el hombre más rico del país, el otro más importante aliado de Fidel Castro en África, Mengistu Haile Mariam, huyó al exilio en Zimbabwe, y allí se encuentra desde 1991, después de prolongar lo más posible la presencia en Etiopía de una pequeña fuerza militar cubana, remanente del ejército de tanques y artilleros, comandado por el general Arnaldo Ochoa, que lo apoyaron decisivamente frente a las fuerzas invasoras somalíes, en la segunda guerra africana de gran envergadura con participación cubana".
Según el ex diplomático, en Etiopía, "más claramente aun que en el caso angoleño, los ejércitos de la Isla acudieron en estrecha coordinación con la Unión Soviética, que proveyó el armamento necesario para ambas aventuras".
No obstante, agrega Hildalgo, para desmayo de sus cercanos consejeros cubanos, Mengistu aplastó con igual saña que a otros enemigos internos de muy diversa índole, a los intelectuales y grupos de izquierda que le proporcionaron una plataforma ideológica inicial para su insurrección militar.
"En Etiopía fue también más evidente que en Angola el frugal conocimiento de la realidad africana, que no impidió a Fidel Castro enviar decenas de miles de hombres a un destino lejano e incierto y, sobre todo, absolutamente ajeno a los intereses de Cuba como nación", reconoció el experto.
El Terror Rojo
Nada mejor para conocer la calaña del otrora aliado de Fidel Castro que repasar algunos aspectos del período del Terror Rojo, que permitió a Mengistu consolidar su poder.
Como casi cualquier país africano de la época, Etiopía poseía una escasa pero muy politizada minoría intelectual. Antiguos estudiantes de las universidades europeas, que habían degustado en primera persona las bondades de Mayo del 68 en París, retornaban a su patria con la idea fija de convertir las recién independizadas naciones africanas en modelos a imitar, en probetas del nuevo socialismo tercermundista que hacía las delicias de los dirigentes del Kremlin.
En Etiopía, antes de la ascensión al poder del Dergue y de su más conspicuo hijo (Mengistu), ya se habían formado dos partidos de corte marxista: el PRPE (Partido Revolucionario del Pueblo Etíope) y el MEISON (Movimiento Socialista Pan-etíope). Ambos comulgaban de pleno con el ideario moscovita, pero les separaba su visión de lo que habría de ser la Etiopía liberada del "yugo capitalista".
El PRPE optaba por la federación con Eritrea, donde luchaban por la independencia sus hermanos del Frente de Liberación, cuyos gastos eran gustosamente sufragados por la URSS y China. El MEISON, por su parte, se caracterizaba por un talante más centralizador. Etiopía era una y debía seguir siéndolo. Los del Frente de Liberación de Eritrea ya podían ir preparándose y abjurando de su secesionismo, porque de hacerse la revolución, vendría de Addis Abeba y sería administrada por el poder central.
Mengistu, el nuevo hombre fuerte de la comisión gubernamental, no podía consentir que unos advenedizos que además reñían entre sí le hiciesen sombra, de modo que sin despeinarse liquidó ambos partidos por la vía más directa y expeditiva: asesinando a sus afiliados y simpatizantes.
Primero le tocó el turno al PRPE. Mengistu clamó públicamente contra los enemigos de la revolución y dio paso a una purga salvaje. Con la colaboración del MEISON, que organizó milicias armadas por el Dergue, se clausuraron las universidades y se dio caza, captura, tortura y muerte a todo disidente catalogado como tal por el gobierno o por el Movimiento Pan-etíope.
Pero como los revolucionarios rara vez aprenden Historia y desconocen, por tanto, que al modo de Robespierre o Trotski la revolución devora a sus propios hijos, fue el MEISON el siguiente objetivo de la ira de Mengistu. Comenzó ajusticiando a Atnafú Abate, antiguo correligionario suyo y participante entusiasta en la limpieza del PRPE, para continuar con la persecución sistemática y asesinato de los partidarios y adictos al MEISON.
Esta vez, a falta de las voluntariosas milicias pan-etíopes, Mengistu se valió de unos escuadrones de la muerte creados al efecto y que dependían directamente de la Seguridad del Estado, es decir, de él. En ambas purgas nadie estuvo a salvo. La arbitrariedad con que el poder levantó el dedo acusador se extendió a todas las capas sociales y sensibilidades políticas.
En nombre de la revolución
Como en todas las "revoluciones liberadoras", el simple calificativo de reaccionario, contrarrevolucionario, o simplemente antipueblo (sic), bastaba para que la cabeza del acusado rodase irremisiblemente por el suelo ensangrentado por anteriores ejecuciones sumarias.
En muchos casos, los cuerpos de los asesinados fueron diseminados por las calles de la capital y otras ciudades. Escarmiento y terror creaban las bases del poder totalitario de Mengistu. En muchos casos, se trató de aniquilar a toda la familia del opositor.
A mediados de 1977, el secretario mundial de Save the Children clamaba en vano desde Addis Abeba: "…han sido asesinados un millar de niños y sus cuerpos yacen en las calles presa de las hienas errantes […] Pueden verse los cuerpos amontonados de niños asesinados […] en el arcén de la carretera de salida de Addis Abeba…" (El Libro Negro del Comunismo, Espasa Calpe – Ed. Planeta, 1998 Madrid-Barcelona pp. 771).
Durante el juicio fueron documentados los asesinatos de más de 2.000 personas, 200 de las cuales desaparecieron y nunca fueron encontradas. Sesenta funcionarios, ministros y miembros de la familia real etíope fueron, a su vez, fusilados públicamente.
Mengistu se mantuvo en el poder gracias al apoyo económico y militar de la Unión Soviética; pero en 1991, tras la caída del régimen del Kremlin y ante el avance de grupos rebeldes liderados por el hoy primer ministro etíope, Meles Zenawi, huyó a Zimbabwe, donde el gobierno de Robert Mugabe le concedió asilo político.
Sin embargo, como la situación política en Zimbabwe no es muy estable, debido a la hambruna y a la represión lanzada por Mugabe contra sus opositores, Mengistu disfruta de un confortable exilio en la zona diplomática de Harare. Sin embargo, aquel no parece un santuario seguro.
Si algún día pudiera ser extraditado, la sentencia ya está dictada y pagaría sus crímenes en la prisión.
A la espera del genocida
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El ex dictador Mengistu Haile Mariam, uno de los hombres de Moscú y La Habana en África, ha sido condenado a cadena perpetua.
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Por Miguel Rivero, Lisboa
jueves 1 de febrero de 2007 6:00:00
El ex dictador etíope Mengistu Haile Mariam ha sido sentenciado por un tribunal etíope a cadena perpetua por genocidio, debido a las atrocidades cometidas durante su régimen militar-marxista (1977-1991), conocido como el "Terror Rojo".
Mengistu fue un destacado aliado y amigo de Fidel Castro, y en gran medida se mantuvo en el poder gracias al apoyo de millares de soldados cubanos. El régimen de La Habana fue cómplice directo de ese genocidio, por lo que no resulta raro que la prensa oficial cubana haya ignorado estos acontecimientos.
El veredicto llega después de que Mengistu y otros 11 encausados, miembros del organismo ejecutivo de la dictadura conocido como Dergue, fueran hallados culpables de genocidio, homicidio, encarcelamiento ilegal y confiscación de propiedad privada por el Tribunal Federal Superior de Etiopía el pasado 12 de diciembre.
Un juicio largo
El proceso judicial ha durado doce años. Se inició el 13 de diciembre de 1994. En este período las vistas fueron aplazadas en numerosas ocasiones, a petición tanto de la defensa como de la fiscalía. Haile Mariam ha sido juzgado en ausencia (se encuentra exiliado en Zimbabwe, protegido por otro dictador, Robert Mugabe) junto a 73 inculpados, de los cuales 14 han muerto desde que comenzó el juicio y sólo 34 estuvieron presentes en la sala.
El periodista Alcibíades Hidalgo, ex jefe de despacho de Raúl Castro y corresponsal de la agencia oficialista Prensa Latina en Addis Abeba, la capital de Etiopía, dijo a Encuentro en la Red:
"A diferencia de José Eduardo Dos Santos, convertido en virtual presidente vitalicio de Angola y en el hombre más rico del país, el otro más importante aliado de Fidel Castro en África, Mengistu Haile Mariam, huyó al exilio en Zimbabwe, y allí se encuentra desde 1991, después de prolongar lo más posible la presencia en Etiopía de una pequeña fuerza militar cubana, remanente del ejército de tanques y artilleros, comandado por el general Arnaldo Ochoa, que lo apoyaron decisivamente frente a las fuerzas invasoras somalíes, en la segunda guerra africana de gran envergadura con participación cubana".
Según el ex diplomático, en Etiopía, "más claramente aun que en el caso angoleño, los ejércitos de la Isla acudieron en estrecha coordinación con la Unión Soviética, que proveyó el armamento necesario para ambas aventuras".
No obstante, agrega Hildalgo, para desmayo de sus cercanos consejeros cubanos, Mengistu aplastó con igual saña que a otros enemigos internos de muy diversa índole, a los intelectuales y grupos de izquierda que le proporcionaron una plataforma ideológica inicial para su insurrección militar.
"En Etiopía fue también más evidente que en Angola el frugal conocimiento de la realidad africana, que no impidió a Fidel Castro enviar decenas de miles de hombres a un destino lejano e incierto y, sobre todo, absolutamente ajeno a los intereses de Cuba como nación", reconoció el experto.
El Terror Rojo
Nada mejor para conocer la calaña del otrora aliado de Fidel Castro que repasar algunos aspectos del período del Terror Rojo, que permitió a Mengistu consolidar su poder.
Como casi cualquier país africano de la época, Etiopía poseía una escasa pero muy politizada minoría intelectual. Antiguos estudiantes de las universidades europeas, que habían degustado en primera persona las bondades de Mayo del 68 en París, retornaban a su patria con la idea fija de convertir las recién independizadas naciones africanas en modelos a imitar, en probetas del nuevo socialismo tercermundista que hacía las delicias de los dirigentes del Kremlin.
En Etiopía, antes de la ascensión al poder del Dergue y de su más conspicuo hijo (Mengistu), ya se habían formado dos partidos de corte marxista: el PRPE (Partido Revolucionario del Pueblo Etíope) y el MEISON (Movimiento Socialista Pan-etíope). Ambos comulgaban de pleno con el ideario moscovita, pero les separaba su visión de lo que habría de ser la Etiopía liberada del "yugo capitalista".
El PRPE optaba por la federación con Eritrea, donde luchaban por la independencia sus hermanos del Frente de Liberación, cuyos gastos eran gustosamente sufragados por la URSS y China. El MEISON, por su parte, se caracterizaba por un talante más centralizador. Etiopía era una y debía seguir siéndolo. Los del Frente de Liberación de Eritrea ya podían ir preparándose y abjurando de su secesionismo, porque de hacerse la revolución, vendría de Addis Abeba y sería administrada por el poder central.
Mengistu, el nuevo hombre fuerte de la comisión gubernamental, no podía consentir que unos advenedizos que además reñían entre sí le hiciesen sombra, de modo que sin despeinarse liquidó ambos partidos por la vía más directa y expeditiva: asesinando a sus afiliados y simpatizantes.
Primero le tocó el turno al PRPE. Mengistu clamó públicamente contra los enemigos de la revolución y dio paso a una purga salvaje. Con la colaboración del MEISON, que organizó milicias armadas por el Dergue, se clausuraron las universidades y se dio caza, captura, tortura y muerte a todo disidente catalogado como tal por el gobierno o por el Movimiento Pan-etíope.
Pero como los revolucionarios rara vez aprenden Historia y desconocen, por tanto, que al modo de Robespierre o Trotski la revolución devora a sus propios hijos, fue el MEISON el siguiente objetivo de la ira de Mengistu. Comenzó ajusticiando a Atnafú Abate, antiguo correligionario suyo y participante entusiasta en la limpieza del PRPE, para continuar con la persecución sistemática y asesinato de los partidarios y adictos al MEISON.
Esta vez, a falta de las voluntariosas milicias pan-etíopes, Mengistu se valió de unos escuadrones de la muerte creados al efecto y que dependían directamente de la Seguridad del Estado, es decir, de él. En ambas purgas nadie estuvo a salvo. La arbitrariedad con que el poder levantó el dedo acusador se extendió a todas las capas sociales y sensibilidades políticas.
En nombre de la revolución
Como en todas las "revoluciones liberadoras", el simple calificativo de reaccionario, contrarrevolucionario, o simplemente antipueblo (sic), bastaba para que la cabeza del acusado rodase irremisiblemente por el suelo ensangrentado por anteriores ejecuciones sumarias.
En muchos casos, los cuerpos de los asesinados fueron diseminados por las calles de la capital y otras ciudades. Escarmiento y terror creaban las bases del poder totalitario de Mengistu. En muchos casos, se trató de aniquilar a toda la familia del opositor.
A mediados de 1977, el secretario mundial de Save the Children clamaba en vano desde Addis Abeba: "…han sido asesinados un millar de niños y sus cuerpos yacen en las calles presa de las hienas errantes […] Pueden verse los cuerpos amontonados de niños asesinados […] en el arcén de la carretera de salida de Addis Abeba…" (El Libro Negro del Comunismo, Espasa Calpe – Ed. Planeta, 1998 Madrid-Barcelona pp. 771).
Durante el juicio fueron documentados los asesinatos de más de 2.000 personas, 200 de las cuales desaparecieron y nunca fueron encontradas. Sesenta funcionarios, ministros y miembros de la familia real etíope fueron, a su vez, fusilados públicamente.
Mengistu se mantuvo en el poder gracias al apoyo económico y militar de la Unión Soviética; pero en 1991, tras la caída del régimen del Kremlin y ante el avance de grupos rebeldes liderados por el hoy primer ministro etíope, Meles Zenawi, huyó a Zimbabwe, donde el gobierno de Robert Mugabe le concedió asilo político.
Sin embargo, como la situación política en Zimbabwe no es muy estable, debido a la hambruna y a la represión lanzada por Mugabe contra sus opositores, Mengistu disfruta de un confortable exilio en la zona diplomática de Harare. Sin embargo, aquel no parece un santuario seguro.
Si algún día pudiera ser extraditado, la sentencia ya está dictada y pagaría sus crímenes en la prisión.
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