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jueves, febrero 01, 2007

PREGUNTA SIN RESPUESTAS

Nota del Blogguista
Cualquier nueva mentira se crería por aquellos que afirman, LO CREAN O NO, que en Cuba no hay comida por culpa del embargo norteamericano, como si la malanga, el boniato, el ñame, la yuca, el arroz, la calabaza, el tomate, las verduras, la hierba para el ganado vacuno productor de leche y carne, la papa, el café, el azúcar, el ganado porcino y aviar, etc., no tuvieran antecedentes altamente productivos en el país aunque se diera el caso que, como en el caso de los frijoles, era más barato comprarlos que producirlos en el país.
Las personas ciegas por la ideología izquierdista y el antinorteamericanismo, las ignorantes y las extremadamente temerosas por la represión siempre repetirán las mentiras de la tiranía cubana sean cuales sean: no necesitan ninguna coartada o sustento para ello.
La expresión de Andrés Reynaldo : ¨..estúpida y corrupta era de George W. Bush..¨ lleva tantas implicaciones para el pueblo norteamericano que lo eligió a un segundo mandato y para Andrés Reynaldo que la voy a creer dicha por la Mesa Redonda de Cuba y no por Andrés Reynaldo.
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Pregunta sin respuesta

Por Andrés Reynaldo

Con Fidel Castro en la sala de cuidados intensivos y la estúpida y corrupta era de George W. Bush arrastrando hacia el abismo las posibilidades presidenciales del Partido Republicano para el 2008, es pertinente preguntarse: ¿habrá una política demócrata hacia Cuba capaz de romper la inercia de esta última década y, a su vez, atraer el voto de los exiliados?

Lo dudo. Para empezar, la ruptura del status quo sólo ofrece dos alternativas: aumentar la presión sobre La Habana o iniciar un acercamiento cuya pieza clave sería el incondicional levantamiento del embargo. Al explorar la primera de éstas, la historia confirma que el castrismo supera las presiones internacionales de todo género (excepto quizás una guerra) dado su control del país. No cabe esperar tampoco de ninguna administración republicana o demócrata el retorno a una política de confrontación al estilo de la década de 1960. Ni siquiera se avizora un mayor apoyo a la disidencia. Fiel a sus legítimos intereses (que es la máxima razón de ser de un estado), Washington hará todo lo posible para que una quiebra del orden en Cuba no arroje una ola de refugiados contra la Florida. Nunca como ahora ha sido tan evidente.

Entonces, ¿un Congreso y una Casa Blanca en manos demócratas levantarían el embargo? Sería un gesto audaz. Cierto que el castrismo ganaría una batalla política. Pero en la misma borrachera de las celebraciones tendría que decirle adiós a una perfecta coartada. De seguro que se buscaría otras; no puedo imaginarme cuáles. Medio siglo de antinorteamericanismo decimonónico y abrasivo sirvió de columna maestra a la dictadura. Prisionera de su trampa, no puede negociar en ese punto sin perder el equilibrio. Inútil convocarla a trascender ese error. Porque en el error le va la supervivencia.

Para el exilio, el embargo tiene un profundo valor emocional. Es la única arma que Estados Unidos ha dejado a su alcance. Poco importa que sólo sea al alcance de la imaginación. Existe, pero sin una finalidad. Funciona, pero no contra la elite gobernante. Cada presidente norteamericano lo ha administrado (volvemos a lo mismo) de acuerdo a los intereses del momento. Para conseguir votos, hablan de apretar el embargo. Para vender en la isla las vacas de los granjeros floridanos, no se habla del embargo. Eso sí, ese valor emocional está legitimado por una onerosa carga de dolor y frustración; algo que los demócratas locales suelen abordar con banal arrogancia, sin meditar en su compleja y antigua raíz. A veces sorprende escuchar a algunos activistas liberales predicar la reconciliación con nuestros hermanos en la isla sin reparar en tintes ideológicos, al tiempo que se empeñan en ignorar y etiquetar con saña y sarcasmo a ''la caverna''. Una actitud, además de injusta, políticamente cretina.

Por último, tenemos el problema de identidad. Fuera del senador Bob Menéndez, en Nueva Jersey, y del ex alcalde de Hialeah, Raúl Martínez, cíteme a un líder demócrata cubanoamericano con un nivel de reconocimiento local comparable al de los representantes republicanos Ileana Ros-Lehtinen y los hermanos Lincoln y Mario Díaz-Balart. Para colmo, muchos exiliados identifican con el Partido Demócrata a figuras que operan como meros instrumentos de la inteligencia cubana o que, en su descocada vanidad, sueñan con atraer la atención de los dirigentes insulares como mediadores de una transición. Vamos a ser realistas, los ejecutores de un cambio (en caso de que quieran cambiar) están alrededor de la cama de Fidel.

Un liderazgo demócrata que anhele ensanchar su espacio en Miami debe comenzar por separar el grano de la paja. Es posible abogar a un mismo tiempo por el fin del embargo y el fin de la dictadura. No hay contradicción en escuchar a Silvio y admirar a los disidentes. Nadie va a perder su preciosa congruencia civil por defender a Radio y TV Martí como recursos para romper el monopolio informativo (más bien desinformativo) del castrismo. Los mismos tenis rosados, con cascabelitos en las puntas de los cordones blancos, calzan de lo mejor para una manifestación contra la guerra en Irak o una conga por la muerte (presunta o confirmada) del comandante en jefe.

A lo largo del bushismo, el Partido Republicano nos ha tomado el pelo. Sin embargo, el Partido Demócrata ha sido incapaz de tomarnos el pulso. Pobre Miami. Pobre Cuba.

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