UN MONUMENTO HABANERO AL AMOR
Un monumento habanero al amor
El Nuevo Herald
Ni anillos, ni cartas, ni fotos. Estos símbolos tradicionales de los enamorados no son los testimonios de una legendaria historia de amor que muchas décadas después aún emociona. Es una casa.
Situada en una de las más importantes vías de La Habana, en el 406 de la calle Paseo, entre las avenidas 17 y 19, en el Vedado, la mansión de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, es un monumento que él levantó para expresar un amor que desafió las convenciones y las leyes de la época.
La joven belleza de la sociedad habanera, casada con el hijo del vicepresidente de la República Luis Estévez Romero, conoció en una fiesta a Juan Pedro Baró, uno de los más ricos hacendados de la isla, quien se transformó a primera vista en el amor de su vida.
Ante la negativa de su esposo a concederle el divorcio, la joven asumió su compromiso de amor y rompió de hecho la relación matrimonial. Perseguidos por el odio familiar, ambos se refugiaron en París. Luego, lograron que el Papa deshiciera el lazo matrimonial y él le juró fidelidad en la vida y en la muerte.
Legalizada su unión regresaron a La Habana para instalarse en una casa que sería el símbolo de su gran pasión.
La creación de la casa contó con el más exquisito talento de la era, sin reparar en gastos, como los arquitectos de la isla Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, que gozaban de un enorme y merecido prestigio entre la clase acaudalada cubana; la firma francesa Dominique, que envió empleados a Cuba para participar en el proyecto, sobre todo en los estucos y los mármoles del piso, que eran todos de Carrara; la firma francesa Lalique, la cual realizó la cristalería decorativa de la mansión.
''La construcción de la casa debe haber costado unos $250,000'', estimó libremente el arquitecto Nicolás Quintana. Esa cifra, enorme para la época, significa hoy día más de $3 millones.
''Govantes y Cabarrocas eran una maravilla'', dijo Quintana. ''Su firma era de las más importantes en La Habana, si es que no era la más importante'', añadió.
Además, el arquitecto paisajista J.C.N. Forestier, el encargado del mantenimiento del Bosque de Boloña, en París, ideó los jardines que la compañía habanera de Lemón Legriñá, entonces la mejor de Cuba, llevó a la realidad. Entre otros elementos exóticos hasta se ha especulado que importaron arena roja del Nilo para el estuco exterior de la casa.
El palacete, que desde el punto de vista estético tiene pocos rivales en la capital cubana, ostenta un diseño ecléctico, pues el estilo del exterior no corresponde al que impera en su interior. Es decir, los arquitectos crearon un casco inspirado en una villa florentina del Renacimiento, mientras que adentro el diseño es de actualidad para la época, primordialmente Art Deco con detalles a la egipcia.
''La casa es un hito histórico en la arquitectura cubana'', destacó Quintana.
Se entra a la casa por un atrio techado, porque encima se encuentra el balcón del piso superior. Dos columnas de terracotta coronadas con sendos capiteles dóricos guardan la puerta, y ya con un pie adentro lo primero que impacta es un ventanal con medios puntos cerrado con una hermosa herrería de inspiración florentina. Luego viene el lujo espacial que constituye el amplísimo recibidor, donde puertas de rica caoba conectan el recibidor con la bilblioteca, la sala y el comedor. Un vestíbulo conduce a la escalera que lleva al segundo piso.
La sala vibra de color con su piso de losas de mármol naranja y gris enmarcado con mármol blanco; el estuco entre las puertas es de un tono naranja igual que el del piso. Esta habitación tiene seis puertas: sólo cuatro con espejos, pero todas cuentan con trabajos de herrería en la parte superior.
Un toque único en esta casa tan especial lo ponen dos lámparas Art Deco en el recibidor y la sala. Confeccionadas en Francia, estas magníficas piezas se abren cuando se encienden y se cierran cuando se apagan.
El comedor es punto y aparte. Lo preside una mesa para 14 personas, de mármol blanco orlada con mármol amarillo jaspeado en negro; de hecho, por el peso del mármol se vuelve prácticamente inamovible, por lo que fue construida en el lugar. Buscando el juego de luces y reflejos en la habitación, la mesa tiene insertado en su centro un espejo rectangular. El estuco de las paredes es también amarillo para armonizar con la mesa.
Continuando el recorrido visual, las esquinas del comedor presentan vitrinas empotradas con tienen espejos trabajados al ácido para dibujar un ánfora y motivos botánicos en cada uno. Junto a las vitrinas, apliqués de bronce laminado dan luz.
El hijo del primer matrimonio de Lasa, Pedro Luis Estévez Lasa, diseñó las sillas Art Deco del comedor. El vino de Nueva York, donde residía, especialmente para eso, según informaciones de la época. Distintas fuentes le atribuyen también toda la decoración de la casa.
Otro lugar importante en la planta baja es el sun porch, un espacio rodeado de vegetación cuyas paredes están cubiertas con un emparrillado de tabloncillos que llegan al techo abovedado. Una fuente, al centro, replica su forma en la lámpara, que también sirve de jardinera.
La biblioteca, masculina y contenida, tiene las paredes cubiertas con maderas preciosas.
Un punto focal en la mansión es la escalera helicoidal que conduce al segundo piso: adosada a la pared, exhibe un pasamanos de plata laminada. Debajo de la escalera, una simple escultura de mármol adorna el vano, y un inmenso vitral diseñado por Gaetan Leannin, de la casa parisina Billancourt, llena el fondo de ese espacio. La iluminación viene de una lámpara de Murano que, mediante un mecanismo eléctrico, se puede regular su altura según sea necesario.
En la segunda planta están las habitaciones de Lasa y Baró. La de ella incluye su vestidor, su baño y un pequeño vestíbulo que unía los dos dormitorios.
Relacionada estéticamente, pero diferente, es la sala de estar de los altos, ya que su estilo neoclásico se funde en el Art Deco del resto del piso. Lo más atractivo es el piso, de losas de mármol rojo jaspeado en gris que alternan con losas de mármol blanco. En el cielo raso en forma de bóveda, ilumina la estancia una gran lámpara de hierro laminada en plata.X
(Tumba de Juan Pedro Baró y Catalina Lasa)
''Es una casa fastuosa'', recordó Zoraida Rodríguez, que vivió 24 años en un edificio situado en Paseo y Línea, en los altos del restaurante Potin. ''Yo era niña cuando pasaba frente a ella, miraba hacia adentro y me impresionaba mucho'', añadió la ex bailarina de ballet.
El palacete, como el romance de sus dueños, parece extraído de unas Mil y Una Noches cubanas.
jcabaleiro@elnuevoherald.com
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