jueves, marzo 01, 2007

LA BIBLIOTECA FORRADA

Tomado de Cuba Encuentro.com

La biblioteca forrada
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Censura y simulación: ¿Ni un libro escondido más, ni una palabra silenciada más?
miércoles 28 de febrero de 2007 6:00:00
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Por Wendy Guerra, Ciudad de La Habana

La casa de mi infancia medía menos de 40 metros cuadrados, pero a pesar de todo conviví con dos bibliotecas al mismo tiempo.

Una aparente línea frontal de estantes básicos con biografías, diarios de campaña, novelas, poemarios aprobados por unanimidad, pero luego, detrás de esa trinchera camuflada, se encontraban las catacumbas: la biblioteca secreta, la biblioteca de los libros forrados. El laberinto preferido de mis amigos lectores.

Cuando se hablaba en pasado de alguien que una vez nos había visitado y tomó el café por las mañanas, ese alguien ya no estaba entre nosotros, aparecía un libro forrado.

Cuando se citaba en voz baja con cuidado, diciendo apodos o apellidos transformados sin mencionar "al innombrable", aparecía un libro reencuadernado.

Cuando sólo se extendía el ejemplar ante los ojos de un amigo, allí estaba el libro "iluminado a mano" con un rebautizado título falso, parecido a este: Manualidades. Colegio de Los Amigos ¿Cómo aprender sin sufrir? J. J. Almirall. Al fondo, dilatada en la oscuridad, en medio de una arquitectura invisible y laberíntica, esperaban los libros más deseados; húmedos como tesoros de El Conde de Montecristo.

Allí se acumulaban poco a poco, apiñados, atentos y prestos a una fuga. Cada uno de ellos llegaba a mi casa de un modo tan complicado como complejo era su contenido en nuestro contexto. Eran los "años duros" y ahí los textos duros, ocultos.

La información de esta lista de títulos no se le daba a todos, no se le prestaba a casi nadie ese tipo de lecturas, de hecho, los ejemplares no salían de casa. Se leían allí, de pie o tumbados entre los que entraban y salían. Entre comidas inventadas y café colado una y mil veces.

La lista de 'mami'

Mi madre fue una poeta conocida en el pequeño círculo de intelectuales cubanos, murió siendo inédita, disfrutaba y sufría el halo que le confería el hecho de no poder o no lograr editar sus versos. No creo que en su caso se tratara de censura. Mi madre no hubiese podido publicar en ninguna parte. Ella fue un brillante corredor de fondo.

Albis Torres (mami) aglutinó a un grupo de artistas que hoy forman buena parte de la activa intelectualidad cubana fuera y dentro de Cuba. Ella no gustaba de sacar a la luz sus versos. Entregó en los setenta un original de sus poemas a una de las pocas casas editoriales cubanas, pero nunca le fue regresada una breve contesta sobre el tema.

Mi casa, sin ser la casa de alguien famoso, era el centro de muchos poetas, el eje de muchos debates, dolores de cabeza, fiestas, discusiones, llantos, despedidas y disgustos para quienes no gustaban de la diversidad de opinión en los años setenta y ochenta en Cuba.

Amigo que caía en desgracia, amigo que mi madre rescataba y amparaba. Sus libros iban a parar al laberinto de "los forrados". Ese amigo le pedía a mi madre que le guardara los libros que le comprometían y de ese modo llegamos a tener como 300 volúmenes de "aquellos". El final de ese amigo era casi siempre emigrar, así que los libros seguían a buen recaudo entre nosotras.

Ejemplo de libros atesorados:

-Lezama Lima. Paradiso. Autografiado por él a cierto amigo de mi madre ya difunto.

-Gastón Baquero. Poemario editado en España, enviado por el autor dedicado a mi madre por haber sido habitantes de Banes, pequeño pueblo de la costa norte de Oriente. Cuba.

-Heberto Padilla: Fuera del Juego.

-Edmundo Desnoes. Memorias del Subdesarrollo.

-Un original de Piñera, que entregó a su dueño en su momento. No era de la casa.

-Los clásicos de Cabrera Infante.

-Los que editaba Reinaldo Arenas.

-Severo Sarduy: De donde son los cantantes.

Alguien los traía del extranjero como gran regalo.

-Poemario original de María Elena Cruz Varela (Mariela), préstamo de su autora.

-La colección íntegra de la revista Orígenes.

En fin, esto es para catar la temperatura de la biblioteca.

La generación forrada

Cuando leí los libros, poco a poco venía deshaciendo estas preguntas: ¿Eran todos tan buenos como para haber fundado ese mito? Si eran tan buenos, ¿qué podía justificar su censura? ¿La persona o sus contenidos? ¿Se puede prescindir de esos autores y esos títulos en Cuba toda la vida?

Las cosas han cambiado. Mi madre, antes de perder la memoria (murió de Alzheimer), me contó que varios de los alumnos que se graduaban en la Universidad hacían sus tesis sobre esos libros prohibidos. Me comentó además que algunas de las personas que dirigían la política cultural en Cuba gustaban de las obras de autores como Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, entre otros. Mi cabeza cada vez entendía menos el porqué de este escondite eterno dentro de "El nido" de mi madre. Es el miedo, el miedo que lo confunde y lo enrarece todo.

La mañana en que conocí a Eliseo Diego tenía ocho años y le pregunté a mi madre: "Mami, ¿él escribe libros 'forrados'?". Mi madre me contestó: "No, él escribe poemas para recitar de memoria, aunque perteneció, lo sé, a una generación forrada".

Su hijo, Eliseo Alberto Diego, descendiente del linaje Orígenes, ha escrito y editado varios libros "forrados".

Estamos en el minuto de desnudar los libros. Es el momento de hacerlo. Nuestras peticiones, nuestras plegarias, nuestras cartas, nuestros propios libros escritos desde la Isla los van desvistiendo. El hecho de que yo misma escriba esta reflexión viviendo en Cuba ayudará, gota a gota, a desnudar los libros. A dejarlos sobrevivir en las aduanas, a ser editados en Cuba.

Los nombres marcados, espero sigan diciéndose en alta voz como en la pasada Feria del Libro de La Habana. Porque los trapos sucios se lavan en casa, he dicho siempre a mis amigos, a mi madre, a quien me ha preguntado en mi país: ni un libro escondido más, ni una palabra silenciada más. Ese es mi mayor deseo como ciudadana.

'Desde la nada no temo a nada'

Hace un año advertí con pánico en Barcelona el profundo rastro que nos ha dejado la prohibición a los más jóvenes. En la exposición del artista visual cubano residente en la Isla Wilfredo Prieto (Sancti Spíritus, 1978), el artista se hizo construir una biblioteca blanca, una biblioteca donde libros, papeles, documentos, lomos, solapas; todo estaba completa y absolutamente en blanco.

El mobiliario listo para leer, listo para informar, en cambio, nada aparecía en su interior. Sobre este ejercicio de silencio literario ha dicho el critico catalán Martí Perán: "¿Nada está verdaderamente escrito o por el contrario o es una escenificación de la escritura de la Nada?; la existencia de tipologías —una biblioteca—, ¿garantiza por sí misma el acceso a contenidos? O, por el contrario, ¿toda estructura predeterminada censura la posibilidad de generar una experiencia libre y subjetiva?".

Enmudecí al ver aquel "borrón y cuenta nueva" de Wilfredo Prieto, repito que es nacido en 1978, que incluía en su trabajo la aguda aniquilación conceptual de culpas por lectura. Muertos los antecedentes diabólicos con textos listos para no ser leídos, acabó con la sospecha. Desde la nada no temo a nada.

Abriendo cajones de tal biblioteca, donde nadie nos dice una palabra, hojeando libros donde alguien nacido en Cuba a finales de los setenta y hace "silencio" te entrena en estado de mutismo, entras en estado de horror.

No podemos dejar la mente en blanco. Antes era prohibido, ahora debe ser natural encontrarnos un libro de los autores que mencioné.

Mi biblioteca ya está desnuda. Mi madre, antes de perder la memoria, me permitió develar las carátulas originales. ¡Qué maravilla poder mirarlas! Leo a los clásicos del exilio, como leo a los clásicos que viven y mueren en la Isla.

No hay dudas. Un buen libro nació para ser editado en su mercado natural, la patria de origen, el sabor de origen, el olor y el tacto para el que fue pensado. Un libro nació para ser leído dondequiera que se encuentre.

Los libros camuflados pasen ya de una buena vez a la línea frontal. Pasar el dedo por el desnudo lomo y elegir, elegir, que es el mandamiento fundamental para alguien que desea escuchar y ser escuchado libremente. Y para finalizar… al estilo nacional: ¡Abajo los libros forrados!