DE MANERA CIVILIZADA
De manera civilizada
PorAndrés Reynaldo
Supongo que la cancillería española prestará algún interés a los informes de su consulado en Miami. En particular, aquellos relacionados con el tema cubano. Claro, puede que una vez más incurra en el error de creer que a los socialistas españoles les importa que haya un retorno a la democracia en Cuba, a través de un proceso gradual y pacífico, libre de injerencias externas.
Conste que, si yo fuera español, votaría socialista. Conste que me opongo al embargo norteamericano a la isla y que la sola presencia del presidente George W. Bush en el noticiero de la tarde me quita el apetito. Conste que me gustan las canciones de Joan Manuel Serrat y ni qué decir las de Sabina. Apelo a estas triviales credenciales para escapar a las fáciles descalificaciones de buena parte de la izquierda democrática española respecto a los opositores anticastristas. Sobre todo, si esta oposición se expresa desde Miami.
El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha implementado respecto a Cuba una política similar a la de su antecesor socialista Felipe González. Es decir, con La Habana se habla de derechos humanos, libertades y otros tópicos de la democracia moderna en voz baja, a puerta cerrada y tan sólo unos minutos, con los mutuos ceños frunciditos hacia Washington y las manos cogidas por debajo de la mesa en la rumbosa penumbra de Tropicana. Las denuncias en los organismos internacionales, las manifestaciones de solidaridad con los presos políticos y las presiones contantes y sonantes aplican solamente a las dictaduras de derecha. ¿Por qué? Vaya usted a saber.
Sería superficial, y hasta vulgar, creer que a la izquierda democrática española le complazca ver en el castrismo aquello que no soportaba del franquismo. Igualmente, me resisto a la tesis de que el ramplón y circense antinorteamericanismo castrista toca una profunda fibra purgativa en la memoria histórica española. A su vez, es evidente que los socialistas españoles, de firme vocación europeísta y comprometidos con la modernización, el bienestar y el desarrollo de su nación, no guardan ninguna deuda material o ideológica con la dictadura más larga, retardataria y destructiva que haya visto el ámbito iberoamericano.
Entonces, ¿de qué se trata? ¿Racismo? ¿Frivolidad? ¿Ignorancia de la historia cubana? ¿O de todo un poco? A la izquierda europea en general, y la española en particular, le cuesta trabajo hacer abstracción del diferendo cubano-norteamericano a la hora de criticar a La Habana. Torciéndole el brazo a la más simple lógica, no pueden discernir entre los supuestos y reales descalabros de la política exterior de la Casa Blanca y la inapelable opresión, la galopante miseria y la sórdida desesperación de un pueblo sometido por medio siglo a la disparatada y sangrienta voluntad de un déspota.
Como ya se ha repetido, la reciente visita a Cuba del canciller Miguel Angel Moratinos enajenó de un golpe a la oposición anticastrista. Hablar de diálogo con el castrismo sin tomar en cuenta a la disidencia interna es una afrenta de proporciones históricas, cuyas consecuencias pueden ser aún palpables en el futuro de las relaciones políticas y económicas entre la isla y España. Cuando todavía Moratinos chupaba caramelos en la escuela ya algunos de esos disidentes habían sufrido prisión por proponer puentes de reconciliación en la sociedad cubana. Para colmo, se ha permitido la nada diplomática arrogancia de responder a las críticas de manera hiriente y tajante. El tono que se ahorró con los verdugos ha venido a gastárselo con las víctimas.
Por último, tenemos el rechazó del martes de la mayoría parlamentaria socialista a una moción del Partido Popular sobre los presos políticos cubanos, argumentando que es una iniciativa que sigue el dictado de la política exterior de Estados Unidos. Así las cosas, la disidencia cubana (con un fuerte componente socialdemócrata) tendrá que poner la otra mejilla y esperar a que Washington cuadre la caja con el castrismo para que su causa sea meritoria a los ojos de los socialistas españoles.
Miami es la segunda ciudad cubana de importancia después de La Habana, guste o no guste. En estas calles se grita a voz en cuello aquello que es menester callar en la isla. El volumen de productos españoles consumidos por la comunidad exiliada equivale a cientos (si no miles) de millones de dólares anuales. Por mencionar únicamente los vínculos económicos. Que le vaya bien a Zapatero bailando su rumba con el castrismo. Que disfrute mi admirado Rey Juan Carlos I, un auténtico campeón de la democracia, los regalos que le envía Fidel desde su decrépito lecho de dictador perpetuo. Pero, ojo al Cristo, que aquí se sufre a Cuba hasta la médula. Aquí, tal como allá, también estamos cansados de confiar en España. Aquí sí que podemos responder (de manera civilizada, por supuesto) ofensa por ofensa.
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