LA ADOPCION DE LA VERDAD
La niña está protegida y arropada la por justicia norteamericana dada su condición de residente; no hace falta simbología alguna de esa protección.
La adopción de la verdad
Por Andrés Reynaldo
Puesto que voy a hablar de la disputa legal por la custodia de la niña de Cuba, no podría obviar la referencia al caso de Elián González. Entonces, comienzo por aclarar que aquel fue uno de esos episodios cubanos que me impiden simpatizar con cualquiera de sus protagonistas, incluido el niño. Dicho esto, sigamos adelante.
Era imposible que la batalla por la niña no se convirtiera en un circo mediático y político. Por suerte, esta vez los líderes del exilio no han saltado a envolver a la pequeña de cuatro años en la bandera norteamericana. En ese distanciamiento pudiéramos apreciar un signo de madurez, al menos en lo tocante a las relaciones públicas. No bajen la guardia: desde Cuba un experto equipo le da seguimiento a la noticia, dispuesto a capitalizar el mínimo de nuestros disparates ante la opinión nacional e internacional. En esas lides de la manipulación, ellos son profesionales y nosotros aficionados.
Como ya se ha repetido, la niña y su hermano de 13 años fueron adoptados por Joe y María Cubas, de Coral Gables, después que la madre, Elena Pérez, intentara suicidarse. Ante la circunstancia, el padre de la niña, Rafael Izquierdo, aterrizó en Miami a reclamarla. Si la justicia lo encuentra apto para hacerse cargo de ella, los veremos volver a La Habana. A mi juicio, Rafael lleva las de ganar. Sobre todo, por la dificultad de probar desde aquí su desempeño como padre, sin la colaboración imparcial de las autoridades castristas.
( Rafael Izquierdo y Joe Cubas )
Ahora bien, la prensa local y nacional no debiera perder esta vez la oportunidad de hacerse las preguntas pertinentes. De inicio, es obvio que para Elena sus hijos han sido un descomunal estorbo, diciéndolo con un giro benévolo. No es necesario tener un doctorado en sicología para comprobarlo. Según relató el varón de 13 años ante una corte de Miami, las palizas eran habituales y, en ocasiones, viciosas. Abandonada por su esposo apenas llegar al aeropuerto, sin familiares que la apoyaran, Elena tiró la toalla. Tras una discusión telefónica con el hombre, trató de suicidarse con un cuchillo de cocina delante de los chicos. Con ese acto, frente a esos testigos, dio fe de una insondable desesperación, así como de su absoluta falta de caridad materna. Ni siquiera al castigarse pudo evitar castigarlos.
Puede que Rafael sea un buen hombre. Sin embargo, no tuvo reparos en dejar a la niña bajo el fuero de Elena, en caso de que hubiera estado al tanto de los abusos. Aparentemente, en la medida de sus posibilidades, trató de sostener en la distancia unos vínculos filiales más o menos estables. A nadie escapa que sus gastos van por cuenta del gobierno cubano, o de sus clientes, simpatizantes o servidores en Estados Unidos. Un mediocre conocimiento de los procedimientos del castrismo permite asegurar que se halla bajo estricta supervisión de la Seguridad del Estado en Miami o desde La Habana, o ambas. Cualquiera que fuera su previa relación con el régimen, en esta jornada le toca avanzar en la primera línea de combate. Nada de esto disminuye su amor de padre ni sus sagrados derechos. Pero sorprende que ciertos sectores de la prensa, generalmente agudos, hayan pasado por alto la exposición de esa trama. Aunque sea para explorar las vicisitudes de un hombre triturado por la triple tensión de recobrar a su hija, no defraudar a sus carceleros y proteger su futuro y el de sus seres queridos. Porque si Rafael regresa con las manos vacías su vida será una no-vida, un limbo social certificado por el desprecio omnipresente de un estado totalitario.
Por último, tenemos a Joe y María Cubas. La adopción es un gesto de solidaridad que pocos son capaces de concebir. Implica enormes riesgos y sacrificios no siempre recompensados con un final feliz. Tanto más cuando se adopta a niños ya crecidos. Quien tenga hijos sabe de lo que hablo. Amar, disciplinar y (seamos sinceros) soportar a nuestras criaturas exige una particular disposición, no exenta de matices titánicos. Pienso que las dificultades de lidiar con los propios han de multiplicarse con los ajenos. Si en cada padre amante y responsable hay un héroe, cada padre adoptivo manifiesta una calidad superior. Además, en medio del aquelarre, los Cubas han mantenido una elegante y discreta entereza, avenida con esa noción hemingwayana de que el coraje consiste en mantener la gracia ante la adversidad.
Por eso, me parece frívolo que algunos periodistas arremetan contra Joe Cubas, en particular, como si fuera el malo de la película. En ciertas firmas, para mí está clara la raíz del encarnizamiento: les molesta tropezar con un pudiente empresario, vestido con trajes bien cortados y de maneras educadas, en vez de un chulampín con una camiseta sin mangas y un medallón de la Caridad del Cobre ahogándose en un charquito de sudor entre los pectorales de ayer y la barriga de hoy. Otros comentadores, demasiado jóvenes o con demasiada sangre hispana en el clóset como para ser racistas, se dejan seducir por el efímero oropel liberal de practicar un pasatiempo políticamente correcto en Miami: el tiro al exiliado anticastrista.
En el tumulto de los pasiones humanas, las disquisiciones legales y unos medios con frecuencia dispuestos a concederle al exilio anticastrista tan sólo las folclóricas virtudes de su música y su cocina, el futuro de una niña se juega a cara o cruz. Como quiera que caiga la moneda, nunca sabremos cuánto habrá perdido en la apuesta.
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