EL MIEDO DEL PODER EN LA HORA DEL CAMBIO
El miedo del poder en la hora del cambio
Por Pablo Alfonso
La dictadura castrista está aterrada. En las más altas esferas del poder hay miedo.
Es esa clase de miedo que produce la incertidumbre sobre el futuro, la incógnita del presente y la carga –individual y colectiva-, del pasado. Esa mezcla de terror recorre las filas de la policía política, de las estructuras del Partido Comunista y las del Gobierno; así, en ese orden.
No es una afirmación gratuita. Llega desde La Habana a través de muy diversos canales. En las ciudades del interior del país se respira el mismo clima, aunque a otros niveles. Todo parece indicar que en toda Cuba la palabra de orden, y quizás de desorden, es sólo una incertidumbre. Temor ante lo que ahora es incierto, pero que en definitiva será inevitable.
Cuba se aboca a un cambio. Un giro histórico que se vive y se comparte en la intimidad; y que pugna por convertirse en sentimiento colectivo. La dictadura lo sabe, porque lo mide, pero no lo puede remediar. Por eso hay miedo en la cúpula gobernante.
Si usted lo duda, no tiene más que pasar revista a las más recientes medidas represivas ejecutadas por el régimen contra el puñado de opositores pacíficos que en las últimas semanas han intentado manifestar públicamente su descontento y pedir cambios democráticos en el país. Ahí están, como ejemplo, las llamadas brigadas de respuesta rápida que acosaron a media docena de opositores en las instalaciones de la Parroquia Santa Teresita de Santiago de Cuba.
Lo mismo puede decirse de la intimidación y la violencia verbal empleadas contra las Damas de Blanco, que en vísperas del Día Internacional de los Derechos Humanos, marcharon hasta la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular; una veintena de mujeres que fueron allí para pedir la libertad de sus familiares encarcelados; presos políticos y de conciencia.
Ese mismo día, unos diez opositores que marchaban en silencio, en un céntrico parque de la barriada habanera del Vedado, fueron agredidos físicamente por casi un centenar de partidarios del régimen, dirigidos por la policía política.
Las imágenes difundidas en la prensa internacional por los corresponsales extranjeros, que ese día fueron testigos de la violencia organizada de la dictadura castrista, son harto elocuentes.
Ni siquiera el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba pudo darse el lujo de ocultar esta vez lo sucedido. Granma, claro, ofreció su propia versión, escrita por un pobre hombre en función de periodista.
“En ambas ocasiones, trabajadores, estudiantes, vecinos, gente de pueblo, dieron una contundente respuesta verbal a estos elementos, sobre la base de los principios humanistas y éticos que fundamentan la unidad de la familia revolucionaria”, afirmó Granma. Por supuesto que eso de “la unidad de la familia revolucionaria” y de “los principios éticos y humanistas” que la fundamentan no es más retórica vacía. Ese comentario, escrito como “noticia’’, no evoca el eco heroico de las trompetas de Jericó; más bien estimula a una criolla y sonora trompetilla.
Lo que de verdad “fundamenta” la respuesta “contundente” de la policía política, es el conocimiento de la explosiva pasión de libertad, sumergida en la conciencia popular. Por eso la dictadura no tolera la más mínima crítica genuina. Le tiene pánico a la espontaneidad. Por eso, encorrala “el debate” y lo “organiza en el lugar adecuado”. Vale decir, dentro del claustro ideológico y coercitivo que impone el Partido Comunista de Cuba.
La arremetida contra los opositores que salgan a la calle, por muy pequeño e insignificante que sea su número, se fundamenta en la lógica del miedo y no del poder consolidado. En eso de las cifras y los números, en política suele suceder también lo que es regla científica en las matemáticas. La progresión aritmética de los reclamos por la libertad, comienza con número pequeños.
La dictadura lo sabe.
pabloalfonso@comcast.net
Fonte: Identificada en el texto
http://www.cubalibredigital.com
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