COMO UNA PIEDRA RODANTE
Como una piedra rodante
Por Alejandro Rios
Entre las circunstancias provocadas por los desafueros de la dictadura de Castro habría que estudiar, en la historia de la cultura contemporánea cubana, el por qué de la manifiesta obsesión por el grupo británico los Beatles, sobre todo entre los escritores de la isla.
Una primera aproximación pudiera derivar del hecho de haber sido prohibidos en los medios de comunicación cuando estaban en el pináculo de su carrera y, como es sabido, lo vedado siempre resulta sumamente atractivo, sobre todo cuando responde a una medida sin fundamento, otro disparate del ``censor en jefe''.
Con un poco más de astucia y menos arrogancia, los Beatles y no los epítomes que debimos sufrir en Cuba por esa época: grupos españoles y mexicanos que trataban desesperadamente de emularlos, hubieran servido los despropósitos ideológicos de la dictadura. Siendo los niños buenos del rock, en contraposición a los malos Rolling Stones, coincidieron, en no pocas ocasiones, con el anticapitalismo del discurso oficial cubano.
Cierta vez pidieron a los ricos que asistían a uno de sus conciertos que se limitaran a tintinear sus joyas en vez de aplaudir y se mofaron de Jesucristo afirmando que eran más famosos que el Mesías. Ni decir que el más político y majadero de los talentosos cuatro de Liverpool, John Lennon, se hizo de una sólida carrera política en la arena pacifista y sus pasos fueron rigurosamente vigilados por el FBI, como se supo años después.
Los Beatles pudieron haber sido aliados del gobierno castrista si no hubiera sido por el rock, música siempre sospechosa de infidencia para el comunismo; algún que otro consumo de droga, ingenuas e impecables melenitas a lo ''príncipe valiente'' y pantalones ajustados como patas de grullas, conceptos que nunca fueron del agrado del severo dictador.
El sistema no supo sobreponerse a esas limitaciones y correspondió a algunos escritores y artistas cubanos alimentar el mito del conjunto británico aún sin comprender el idioma inglés y muchos de los guiños culturales escondidos en sus poéticos textos.
Es una tarea pendiente revelar el menoscabo que la fascinación por los Beatles ha provocado en alguna zona de la literatura cubana, por simular una artimaña de vanguardia cuando en realidad se alude a un legado pop, libre de riesgos, decorativo, casi pequeño burgués, al decir de los agobiantes preceptos marxistas.
Los Beatles acabaron vaciados de contenido en una operación mojigata: el desafío nudista y ''empericado'' de Lennon fue vestido, sentado en un parque habanero en forma de estatua y encomiado por su propio inquisidor tropical en ceremonia pública; los intelectuales les dispensan un extemporáneo evento teórico anual como en ningún otro lugar del mundo y Paul McCartney terminó haciendo un viaje discreto a la calle Heredia en Santiago de Cuba para elogiar a los viejos soneros de la Casa de la Trova.
Todo esto pensaba, deslumbrado, durante dos horas ante el reciente estreno del documental Shine a Light, concierto de los Rolling Stones en el teatro Beacon de Nueva York, registrado por 18 cámaras, operadas por los más famosos directores de fotografía, bajo la dirección del genio Martin Scorsese.
Sentado junto a mi hijo de once años, quien, sumamente concentrado en la experiencia, sólo movía una de sus piernas marcando el ritmo contagioso de la banda de rock más famosa de todos los tiempos, integrada por sexagenarios que son el compendio de la libertad, me di cuenta, tal vez con algún retraso en mi cronología de afectos, que la sola presencia desafiante de los Stones resulta suficiente para desacreditar todos los eufemismos esgrimidos por la naturaleza totalitaria.
Tal vez sin proponérselo, Scorsese ha logrado filmar el libre albedrío en su forma menos contaminada y en el intento nos ha proporcionado el deseo secreto de ser músicos de rock por un día, tanta es la cercanía y la identificación que logra con sus protagonistas mediante los artilugios del cine.
Hoy me parece que mejor le hubiera ido a ciertos creadores cubanos patrocinando el desparpajo y los principios de los Rolling Stones, que nunca se han dejado manipular por tendencias políticas al uso y mucho menos por castraciones a su libertad de expresión y comportamiento.
Los apergaminados músicos proporcionan diversión a granel y han hecho lo que les ha venido en gana durante las últimas cuatro décadas de su reino, sin jubilación anunciada en el horizonte, algo que echan mucho de menos los intelectuales cubanos durante el mismo período de tiempo atrapados en un mundo de imposiciones, temor y sobrevivencia.
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