EL LARGO VIAJE DE HILDA MOREJON
Editorial II
El largo viaje de Hilda Morejón
Por cuenta y riesgo de Raúl Castro, Hilda Morejón recibió el pasaporte cubano y, de inmediato, pudo viajar a Buenos Aires. Era ahora o nunca, según fuentes vinculadas con el patético caso de Hilda Molina, la neurocirujana cubana que reclama desde 2004 el permiso para conocer a sus nietos en la Argentina. La edad avanzada de su madre, 89 años, así como su precario estado de salud, pesaron en la decisión adoptada por el régimen.
Hilda Morejón pudo conocer a sus bisnietos y, después de 15 años, reunirse con su nieto, el médico Roberto Quiñones, en Buenos Aires. Puede decirse que, hasta su llegada al país, estuvo virtualmente secuestrada en la isla caribeña, como hoy sigue estándolo su hija, a quien el régimen cubano aún no ha autorizado a salir del país.
Con discreción, el gobierno argentino dejó dicho que Fidel Castro no había tenido nada que ver en la decisión de su hermano Raúl. Ese dato, acaso obvio, tiene gran peso en momentos en que no está claro quién ejerce el poder real en Cuba después del retiro del comandante.
Los agradecimientos estuvieron dirigidos a Raúl Castro, no a su hermano. La presidenta Cristina Kirchner procuró ponderar la decisión como un gesto hacia el gobierno argentino, pero omitió en forma deliberada la referencia inoportuna de quien, mientras ejercía la presidencia, no movió un dedo por Hilda Morejón, su hija y su familia.
El último embajador en La Habana, Darío Alessandro, solía visitar a Hilda Molina y su madre, sobre todo después de un accidente doméstico por el cual Hilda Morejón comenzó a tener serias dificultades para desplazarse en su casa. Idéntica actitud adoptó el ministro Pedro von Eyken, encargado de negocios, a cargo de la representación diplomática desde la asunción de Cristina Kirchner, el 10 de diciembre de 2007.
En los últimos años, a pesar del hermetismo con el cual se manejó el caso de Hilda Molina por la falta de progresos, tanto Alessandro como Von Eyken, diplomático de carrera con 25 años de trayectoria, insistieron en planteárselo al régimen cada vez que pudieron. De Fidel Castro siempre obtuvieron un no como respuesta. Vale destacar, más allá de la lectura política, el trabajo silencioso de la diplomacia argentina.
Pero no puede obviarse que la decisión de Raúl Castro de concederle el pasaporte a Hilda Morejón coincidió tanto con la gradual apertura del régimen, encarada por él, como con la elección de los nuevos miembros del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Entre los latinoamericanos, la Argentina, Brasil y Chile ocuparán bancas en los próximos tres años. Si se considera el impacto que siempre ha tenido la virtual condena de Cuba en ese ámbito, ahora remozado, es vital para las actuales autoridades del país caribeño contar con aliados en su seno.
Desde su asunción, en mayo de 2003, Néstor Kirchner prodigó sugestivas atenciones a Fidel Castro, entre otras, haber auspiciado la cesión de la explanada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires para el show que montó en aquella ocasión. La relación bilateral, sin embargo, tuvo y tiene temas espinosos que el régimen cubano procuró evitar. Uno de ellos es la deuda contraída con el gobierno de Héctor J. Cámpora, hoy del orden de los 2000 millones de dólares, que ha convertido a la Argentina en el segundo acreedor de Cuba después de Japón; otro es la negativa a la neurocirujana para que visitara a sus familiares en la Argentina.
Es de esperar ahora que el régimen cubano expida el pasaporte de Hilda Molina. No se trata sólo de un gesto humanitario, sino del derecho de sus nietos a conocerla y, en última instancia, del derecho de toda persona a ser dueña de su destino. Toda la biblioteca y la jurisprudencia de los derechos humanos, sin distinción de ideologías, le dan la razón a ella, así como el sentido común, siempre más sabio que la política.
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/1015902
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