jueves, junio 12, 2008

NO IMITES EL LADO MALO QUE REPROCHAS EN LOS OTROS

No imites el lado malo que reprochas en los otros


Por Miguel Saludes


MIAMI, Florida, junio, (www.cubanet.org) -A pocas horas de salir al aire la más reciente serie de ataques contra la disidencia interna cubana, las noticias especulaban sobre el posible despliegue de una nueva ola represiva. Los temores se justificaban ante una supuesta solicitud hecha por Lázaro Barredo Medina. Según las fuentes, el vocero de la Mesa Redonda, desde su posición de diputado al Parlamento nacional, había pedido endurecer la llamada Ley de Reafirmación de la Dignidad y Soberanía Cubanas, conocida popularmente como Ley Mordaza.

Las críticas que provocara la emisión de estos programas, motivó la respuesta de Barredo Medina, aparecida en Granma. El también director del órgano político del Partido Comunista, argumenta en su artículo las razones que obligan a lo que él insiste en llamar legítima defensa de Cuba. Para defender lo indefendible se ampara en la Ley Helms Burton y agita el esperpento del macartismo.

El contenido de la polémica ley, como bien indica Barredo, afecta directamente a intereses extranjeros limitados por la legislatura a disfrutar de las posibilidades que se les brinda en terreno insular. Igualmente se ven afectados los ciudadanos norteamericanos que desean hacer uso de su libertad de viajar al país caribeño. La firma aprobatoria de las sanciones fue el gesto que justificó la creación de otro engendro. El paquete de medidas adoptadas por el gobierno cubano como respuesta a las disposiciones tomadas por la administración norteamericana, atropella las libertades de su propio pueblo. Procurar el ejercicio de derechos reconocidos internacionalmente como esenciales para el ser humano, se considera en Cuba un atentado contra la seguridad nacional. El castigo aplicado consiste en penalidades desmesuradas que al director de Granma todavía le parecen insuficientes.

Pero a Lázaro Barredo le interesa más la situación de los inversionistas norteamericanos o de otros países, que no pueden participar, como se quisiera, de los beneficios ofrecidos en la Isla para los que quieren hacer negocio. En ella existe un poder que intenta mantener el control total de la sociedad y la imposición del mutismo entre la gente. Un ambiente que declara subversiva cualquier entonación de reclamo, resulta una oferta tentadora para los que buscan sacar ganancias sin temer que enfrentar los contratiempos que suponen esas voces.

La dignidad y soberanía que el director de Granma pretende resguardar a golpe de espada y bozal, significan la reafirmación del derecho totalitario, con menoscabo de los que pertenecen al ciudadano común. Mucho antes de que la Ley Helms Burton fuera aprobada, la represión era el escudo protector usado por el sistema castrista.

Insiste el periodista en apelar al calificativo de mercenarios cuando se refiere a los opositores cubanos y miembros de la sociedad civil independiente. Un artículo de Laritza Diversent Cámbara, publicado en Cubanet recientemente, resalta la definición del término mercenario, en una convención sobre esa materia aprobada por la ONU en

1989. Ocurre que los cubanos desconocen el contenido del Acuerdo. En el artículo primero de dicha carta se toma en cuenta la índole violenta de los actos de participación mercenaria. Vale preguntar si la protesta contra presidios injustos o la solicitud de un referendo, con respaldo de la propia constitución vigente, pueden considerarse hechos de violencia.

Recibir dinero no es bochornoso cuando se trata del sostenimiento de una causa en pro de libertades y derechos. Lo reprochable es que los que asuman ese reto sean dejados en la indefensión económica, sin trabajo o posibilidades para buscarse el sustento, solo con la disyuntiva de ir a la cárcel o al exilio. No fueron mercenarios los cubanos que recibieron dinero para realizar una revolución contra la dictadura de turno. El financiamiento llegó desde Estados Unidos, Venezuela y hasta de la misma base Naval de Guantánamo. Tampoco se aplica este calificativo a organizaciones que reciben ayuda, incluida la monetaria, para favorecer su gestión de lucha. ¿Por qué sería aplicable tal ofensa contra los cubanos que piden libertades civiles para su patria?

En cuanto al Macartismo que Barredo señala vigente en Norteamérica, parece que este desarrolló un alma gemela a noventa millas. La misma apareció reflejada en la programación que expuso una serie de materiales obtenidos mediante violación de correspondencia y con la ayuda de cámaras ocultas manipuladas por la policía política. La metodología aplicada por el castrismo ha superado con creces la tenebrosa persecución desarrollada en el período macartista. Vigilancia a todos los niveles, intromisión en la vida privada de las personas, prohibiciones al acceso de libros e información, la sospecha generalizada, estigmatización de las posiciones críticas con el calificativo de contrarrevolucionarias, el sello de enemigo presto a ser estampado sobre todo lo que resulte discrepante. A esto se suma la inexistencia de sindicatos u organizaciones independientes, ausencia de la libre expresión y el establecimiento de leyes contra las que casi es imposible defenderse. Cámbiese el nombre del patrocinador de la idea junto con el color ideológico que se quiere salvaguardar mediante estas prácticas y veremos como macartismo y fidelismo se homologan.

Mirar al pasado es útil, cuando ello no conlleva a la paralización. Fisgonear en el patio ajeno para detenerse en sus imperfecciones, es aceptable si con la observación se logra evitar que proliferen las malas experiencias vividas por el vecino. También es beneficioso cuando se aprende de lo positivo que indudablemente tiene que existir al lado opuesto de la cerca. Pero hacerlo para contabilizar lo negativo y justificar su reproducción en casa propia, es una posición absurda defendida por Barredo Medina y muchos como él. El futuro precisa de una mentalidad sin anquilosamientos, abierta a realizar cambios que generen lo positivo. Un contexto en el que las personas con ideas diferentes puedan sentarse en la misma mesa. Donde el otro no sea tratado bajo el apelativo de enemigo, sino con el nombre de compatriota, o más sencillamente con la dignidad del gentilicio que le dio la tierra donde nació.