jueves, septiembre 18, 2008

EUROPA Y LOS HURACANES SOBRE EL ABISMO

Tomado de El Tono de la Voz, blog de Jorge Ferrer



Europa y los huracanes sobre el abismo

Por Jorge Ferrer

El paso de los huracanes Gustav e Ike sobre Cuba, y las terribles secuelas de destrucción que ha dejado, pone una vez más de manifiesto la manera en que la política condiciona la situación cubana, aun ante catástrofes de esta dimensión. A nadie ha de sorprenderle tal estado de cosas. Los huracanes han arrasado un país como cualquier otro de la cuenca del Caribe, sí, pero también a un país que es reliquia de la guerra fría y singular, aunque desvaída, pieza en los discursos políticos del continente, y más allá. También en Europa.

Como en todas las ocasiones en que la sociedad cubana se ve confrontada por un suceso de gran envergadura, también ahora el diferendo entre Cuba y los Estados Unidos y la relación entre el régimen autoritario y la comunidad exiliada han cobrado una especial relevancia. Los huracanes han arrastrado tierras, desbordado riberas y herido de muerte el sueño de autoabastecimiento que alimentaban las elites cubanas, pero todavía no han conseguido mover el suelo hendido por el abismo que separa a La Habana y Washington, dos ajedrecistas que juegan una partida sin tiempo límite reglamentado.

Ahora, si bien Cuba y los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos son rehenes de su historia común de enfrentamientos simbólicos, y ese poso de encono mutuo dificulta la posibilidad de que pacten una solución de compromiso ante el saldo de Gustav e Ike, las potencias europeas, libres de ese lastre, podrían haber reaccionado a la situación de Cuba con presteza y munificencia distintas y amplias. Hasta ahora no lo han hecho, con la debida salvedad de España, que ha enviado cargamentos de ayuda humanitaria desde la base que el Centro Logístico Humanitario de la AECID española mantiene en Panamá. En ese sentido, la iniciativa también española de que la Unión Europea se implique tanto en la ayuda de emergencia como en la ayuda a la reconstrucción, y se incluyan las partidas necesarias en los presupuestos europeos del próximo año son noticias muy alentadoras.

La Europa que, a instancias del gobierno precisamente de España, se ha comportado como tercero en discordia en cuanto a la manera en que la comunidad internacional raciona las presiones al gobierno de Cuba para que abra espacios de libertad, no puede permanecer al margen de la gestión de la ayuda a las víctimas de la catástrofe humanitaria que padecen centenares de miles de cubanos.

No puede inhibirse ahora la Unión Europea que levantó las sanciones a La Habana a la espera de gestos que nadie ha visto, tal vez con la sola excepción de José Luis Rodríguez Zapatero, un político que admite muchos apelativos entre los que ninguno es el de ''visionario''. Bien al contrario, razones humanitarias y de mera eficacia la obligan a liderar la gestión humanitaria que las víctimas requieren.

Se trata ni más ni menos de una exigencia moral que afecta a las acciones previas e intereses presentes y futuros de la Unión Europea en Cuba. Y de la misma manera que Eolo habría bufado a favor de las expectativas de quienes sueñan con que el hambre y la desesperanza acabarán con el régimen cubano por hambre o por rebelión, aquellos que han contraído compromisos con los ''cambios'' anunciados --aunque en lo esencial todavía por ver--, y eso es lo que ha hecho la Unión Europea, deben adoptar una postura de colaboración activa en relación con la situación actual de Cuba.

Gustav e Ike, huracanes de aire y lluvia, asolaron un país que es sujeto permanente de una política ''ciclónica'': represión, derechos conculcados, pobreza repartida por el Estado omnisciente. La Unión Europea debe aprovechar la actual coyuntura para trasladar al régimen de La Habana la urgencia de una reforma y alertarlo sobre el peligro que entrañaría un recrudecimiento del control social como valladar ante el creciente malestar de los cubanos. Manifestarle y mostrarle su solidaridad, pero también utilizar los canales de diálogo que ha construido con el régimen de Raúl Castro para convencerlo de que aliviar la situación de los cubanos pasa, sí, por el envío de ayuda humanitaria, pero a corto término depende de la democratización de la sociedad y un impulso a la economía que sólo puede traer una liberalización que atraiga inversiones extranjeras y dé rienda suelta a la iniciativa individual de los cubanos. ¿No se ufana el castrismo de convertir los reveses en victorias?

Ahora a la Unión Europea le toca exigir a Cuba deponer sus resistencias a la ayuda que ofrecen el exilio y EEUU, a la vez que dinamizar sus propios canales de colaboración, diálogo y persuasión. Constituirse en autoridad moral y en eficaz herramienta que ayude a las víctimas de los huracanes Gustav e Ike, pero también a todas las víctimas de esa depresión ciclónica permanente que se llama castrismo. No valen ahora escaqueos en este ajedrez al que Europa también juega.