IKE PENA
Ike pena
Por Manuel Vázquez Portal
Amanece. Llueve fiero. / Es septiembre. Hay un ciclón. / Soy un niño. En el horcón / del portal un hormiguero / hace fila. El aguacero / arrecia. Quiero jugar. /¡Prohibido! Debo estar /donde no moleste. Sueño. / Abordo un barco pequeño / y me voy hasta la mar.
Entonces era otra época y otro huracán. Podía desafiar con la imaginación cualquier tempestad. Quizás no fuera septiembre, sino octubre. Quizás se llamaba Flora y yo tenía once años. El limonero del patio de mi casa danzaba frenético. En los aleros el viento ululaba furioso. La lluvia ponía música de susto sobre el techo. Mi madre nos vigilaba para no perdernos de vista mientras trajinaba en la cocina. Mi padre atisbaba por una ventana con rostro hosco. Nosotros, contentos porque no había clases. ¡Y papá estaba ahí! Podía yo seguir soñando:
No he visto el mar todavía / ¡Soy tan niño! Lo supongo / sabana inmensa en que pongo / a nadar mi fantasía. / Soy capitán, soy vigía. / Grito mi grito de ¡tierra! / Una racha viene y cierra / la ventana de un tirón. / Es septiembre. Hay un ciclón. / Mejor sueño con la guerra.
Pero no. Era octubre de 1963. Todavía no se había acumulado tanta pobreza en el país. Descalabro tras descalabro. Ciclón tras ciclón. Se podía comprar salchichas y galletas antes del turbión. Había sodas, chocolate y mermeladas. El queso aún se endurecía en la fiambrera sin que le hiciéramos honor. Un huracán era para los niños una fiesta y para los adultos un ceño fruncido. Ya empezaban a escasear las velas y las sábanas. Ya empezaban a sobrar los discursos, las promesas y los gestos heroicos desde un carro anfibio después de la ventolera y los aguaceros. Había una guerra que no era de nosotros pero nos la vendían. Yo miraba a los insectos refugiándose en las oquedades de las paredes.
¿Qué es la guerra? No lo sé. / ¡Soy tan niño! Las hormigas / son soldados, las espigas / bayonetas. --¡Y el café! / Se acerca mi madre y me / estropea la batalla. / Mi padre lo bebe. Calla. / Mira al cielo. Yo lo miro: / Quiero ser ese guajiro / pero no alcanzo su talla.
Yo estaba orgulloso de mi padre. Era el amparo. La seguridad. La certeza de que una vez pasada la tormenta, él convertiría otra vez el patio en el jardín de mi infancia. No había dudas. Los padres todavía eran los responsables de la familia. No habían pasado cincuenta años convirtiendo la mansedumbre en reflejo condicionado. No habían pasado cincuenta años haciendo creer que el gobierno era el nuevo padre todopoderoso. La ferretería Urbieta todavía vendía puntillas y bisagras. La gente aún sabía rebelarse cuando faltaban el cemento y los garbanzos. El Escambray. Hace tanto tiempo.
Hoy Samuelito no tiene a Omar Ruiz en casa para aliviarle el miedo del ciclón. Omar está en la cárcel por no aceptar la mansedumbre. El hijo de Próspero Gainza ve las estrellas por el techo desarbolado de su rancho. Próspero está en la cárcel por defender el derecho de hacer su propia casa y no puede fabricarles otra cobija a su bohío en Las Tunas. Víctor Rolando Arroyo no pudo apaciguar los ojos asustados de su hija cuando las ráfagas azotaban Pinar del Río. También está en la cárcel por pensar a su manera.
El huracán Ike se alejó de Cuba, pero tras sí dejó una estela aterradora de daños calculados entre 3 y 4 mil millones de dólares, cinco muertos, 200 mil viviendas destruidas y los servicios colapsados. Provocó 2 millones 600 mil evacuados y ruina en vastas áreas de cultivos de plátano, tubérculos, frutas y cosechas de café y tabaco.
Pero el mismo gobierno de mi niñez, aquel de los discursos, las promesas, los gestos heroicos, es incapaz de afrontar tanta desgracia, no tiene puntillas, bisagras, cemento ni garbanzos, pero sí tiene la torpeza de rechazar la ayuda humanitaria que otros le brindan.
Yo sé que la filantropía ha de ejercerse sin segundas intenciones, pero sé también que la solidaridad ha de aceptarse sin soberbia. Con las calamidades de un pueblo no se juega a la política ni al enmascaramiento de un fracaso político y económico prolongado.
Se fue el ciclón. Se fue el niño. / ¡Soy tan viejo! Nada sueño./ ¿Quién retorció aquel empeño, / quién asesinó a mi niño? / Me busco, me pinto, tiño / de otros colores mi esencia / y en mi segunda inocencia / cuando en casi nada creo / cierro los ojos y veo / que la ilusión fue mi ciencia.
1 Comments:
Un hombre con sobradas heridas en el alma como hazaña, se asoma al Baracutey Cubano, a darnos una lección poética de amor y de esperanza, cuya biografía y cabello blanco, demasiado prematuro, se las impuso el cerrojo carcelario del Presidio Político en Cuba, ese que Martí pudiera reeditar, hombre de físico lacerado, cual lazarillo atormentado por el que dice ser un defensor de los Derechos Humnanos, el verdugo de nuestro pueblo, nos deja un mensaje de amor, lean en sus líneas cuanta nobleza, la entereza del Máximo Gómez, periodista cubano, diganlo con orgullo, aunque sé que no acepta elogios es: Manuel Vazquez Portal.
Felix Gomez
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