martes, octubre 21, 2008

EN EL TRIBUNAL

En el tribunal


Por Juan Carlos Linares Balmaseda
21 de octubre de 2008

La Habana – www.PayoLibre.com – Un agente de la Brigada Especializada en la Sección de Intereses de Estados Unidos de Norteamérica, Estanleydi Enrique Burgos Pérez, atestigua haber escuchado proferir: “¡Ojala que se acabe de morir el comandante; estoy cansado de sus mentiras!”. También escuchó el custodio que el acusado expresó al ver pasar un carro de turismo: “¡Mira, estos son los que están alimentando al pueblo cubano!”. El agente llamó a la patrulla de la Brigada Especializada y se llevaron detenido a José Alberto Eira Oviedo, de 43 años.

Con este argumento la Fiscal Municipal, Licenciada Elizabeth López Román, pide una sentencia de un año de Trabajo Correccional Sin Internamiento para el acusado, recurriendo al delito de Desacato a la Figura del Comandante en Jefe y otro año más de Trabajo Correccional Sin Internamiento por Desacato, porque el acusado José Alberto Eira Oviedo le profirió al otro oficial de patrulla de la Brigada Especializada que le puso las esposas: “¡Vivan los derechos humanos!”, y por lo apretadas que se las puso: “Tu eres un asesino, eso es un abuso, un atropello, esos no son los pactos que firmó (el Ministro de Relaciones Exteriores) Pérez Roque, eso es una violación de los Derechos Humanos”.

Por esos dos motivos y porque según el acta de sentencia, mediante investigaciones realizadas en el CDR (Comité de Defensa de la Revolución) a factores donde reside José Alberto Eiras Oviedo, en calle Justicia 624 entre Herrera y Santa Felicia en el municipio Diez de Octubre, que arrojó que el acusado no participa en las actividades de las organizaciones de masas, que participó en los sucesos del 5 de agosto de 1994 en el malecón habanero, que desde entonces se vincula con la oposición al gobierno, poniendo letreros y propaganda de carácter contrarrevolucionario, que en ocasiones realiza en su casa reuniones contrarrevolucionarias y aunque hasta la fecha no le constan antecedentes penales, en 1990 fue detenido por el Departamento de Instrucción de los Delitos contra la Seguridad del Estado por salida ilegal del país.

A pesar de todo se reconoce que el acusado no es una persona problemática. Por esos motivos la fiscalía pide para el acusado dos años de Trabajo Correccional Sin Internamiento.

Su abogado defensor manifiesta que la causa primaria es el Desacato a la Figura del Comandante, y pide al tribunal que se desconozca ésta debido a que cae en el terreno de la interpretación. “Según el testigo, el agente de la Brigada Especializada, no se mencionó el nombre del tal comandante”, explica el defensor mientras agrega que si se elimina este Desacato quedaría el otro por el cuál la sentencia final puede quedar en menos de un año o una multa.

El proceso de apelación estaba previsto para el pasado martes 14 de octubre a las 8:45 antes meridiano. El acusado me pidió que lo acompañase en calidad de reportero. Accedí. Llegamos al Tribunal Provincial, sito en el Municipio Centro Habana, minutos antes de la apertura.

–¡Nos están siguiendo! –advierte el acusado. Lo miro y me digo para adentro: “Este está paranoico”. Caminamos unas cuadras hasta casa de una activista amiga del acusado. Él quería dejar una mochila donde llevaba otra muda de ropa, toalla y aseo personal por si acaso quedaba preso. Otra acción que me pareció exagerada. Nada más hicimos entregar la mochila y detrás nuestro estaba uno de la policía política con mirar intimidatorio. Luego nos enteramos de que había amenazado a la activista por prestarse a ayudar al acusado.

O yo poseo una vista corta para advertir estos operativos policiales o es que me importa poco si estoy entre uno o entre un ciento de agentes a mi alrededor, lo cierto es que el acusado otra vez me dice mientras nos poníamos en cola para subir en compañía del abogado defensor al segundo piso, en la sala de los Delitos Contra la Seguridad del Estado:

–¡Esto está infestado de agentes! –y yo le contesto con indiferencia:
– Mjj…

En la Sala de Estar se nos fueron tres horas. La sala estaba repleta de condenados y familiares de éstos. Advertí uno solo de la policía política, que por cierto vive cerca del acusado. Al cabo de un tiempo nos llamaron a la corte. Nos sentamos el acusado y yo en un banco de madera, uno al lado del otro. Pasarían cinco minutos cuando siento que me tocan mi hombro derecho. Es un policía uniformado que cuida el orden allí. Me ordena salir y acompañarlo. Me viene de frente uno de civil desconocido hasta el momento y me pide la identificación. “¿Por qué?”, le pregunto. “¡Dame el carné!”, me repite. “¿Por qué?”, le repito. “¡Dame el carné!”. Estoy seguro de que fueron tres “¿Por qué?” míos. Saqué el carné de identidad de mi billetera y se lo entregué.

Entró con mi carné a una oficina en la que se leía en la puerta “Despacho de Jueces”. El policía uniformado quedó a mi lado custodiándome. Recuerdo que dije como para que me oyera bien: “¡Que pena da esto!, ¡Que ignominia!, ¡Esto da vergüenza!”, y otra frase que ya no recuerdo. El uniformado me miraba de soslayo y pude notar intriga en él, hasta que me pregunta:

–¿En que tú trabajas?
–Soy corresponsal de algunos medios en Internet.

Desconozco el motivo por el cuál se relajó y dejó de custodiarme con intriga. Minutos después el agente me devuelve el carné y me manda a sentar afuera, en la Sala de Estar. Minutos después aparece otro agente y ya son tres. Dos de ellos, no el que me pidió mi carné, sacan de la audiencia al acusado y al abogado. Uno de ellos habla bastante rato con el acusado en el pasillo. Me les acerco y oigo casi lo mismo de siempre:

– Estate tranquilo José, porque te va a coger la rueda. No vamos a permitirte que te pongas esos pulóver con el letrero de CAMBIO. Ni más marchitas de tu grupito por las calles desde la Iglesia Jesús del Monte.

Se nos fue otra hora en la Sala de Estar al acusado, al abogado y a mí. Tuvimos tiempo para conversar de varios temas. El acusado rememoró recuerdos infantiles:

–Aquí trabajó mi mamá. Recuerdo que ella me traía aquí cuando era niño.
–Pues ahora estás otra vez aquí y no es tu mamá la que te trae –le respondo.

El abogado averigua que el juicio será suspendido. En el pasillo nos reunimos, en espera de fecha para la próxima vista, dos de los agentes, el acusado y el abogado. Un agente me pone la mano en la espalda y me pregunta:

– Juan Carlos, ¿cómo está tu esposa y tu hijo?
–Bien todos – respondí buenamente y aproveché para expresar lo que sentía en ese instante– ¿Por fin, cuanto le van a echar a José?
–Eso no lo sabemos nosotros.
–Ustedes tienen potestad hasta para romper todos los papeles que lo involucran a él. ¡Rómpalos compadre!, ese es un hombre bueno, de sentimientos sanos, afable. Ustedes lo saben bien –puso su mirada de agente desenfadado encima de mi rostro sin contestar.

La próxima vista es para el 11 de noviembre. Salimos del edificio judicial. Por el camino hacia una cafetería cercana conté casi una decena de agentes y aproximadamente igual número de motocicletas. “¡Que despilfarro de recursos!”, comenté con el abogado y el acusado. Merendamos algo y el acusado y yo regresamos al barrio. El abogado para su bufete.

Por la noche, releyendo el acta fiscal con el propósito de redactar esta crónica mis ojos frenaron en seco y mis espejuelos casi se me caen sobre el nombre del agente de la Brigada Especializada que llamó a la patrulla para que detuvieran al acusado: “¡Que carajo pasa en este mundo!”, gruñí tan alto que llamé la atención de toda mi familia. Creo que por el nombre y la dirección es el marido de una pariente de mi señora. Un hombre del cuál no existía un ápice -ni entre la familia, ni entre los vecinos, ni entre sus amistades- de maldad. ¡Indagaré!

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Producido por Pablo Rodriguez Carvajal
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