EL BATISTA DE LA HABANA
El Batista de La Habana
Por Jorge Ferrer
Pronto hará medio siglo desde que Fulgencio Batista abandonó Cuba aquella madrugada primera de 1959. También pasan treinta y cinco años desde su muerte en España. Y hace ya décadas que nadie --tampoco, naturalmente, la oposición interna en Cuba-- reivindica la figura del último presidente de la Cuba prerrevolucionaria. Pero desde La Habana, sin embargo, el fantasma de Batista se agita una y otra vez, como si fueran incapaces de desprenderse de un pariente próximo. Demasiado próximo.
El orden revolucionario que sucedió al último gobierno de Fulgencio Batista trastocó de tal forma la vida política cubana que la isla no ha conocido, prácticamente desde los albores mismos del gobierno revolucionario, partido político o movimiento social de envergadura capaz de disputarle el poder. Menos aún, uno que pretendiera hacerlo desde una presunta herencia ``batistiana". Batista, pues, se fue de Cuba cadáver. ``El Hombre", que le decían, se desvaneció en un exilio silente, escribiendo cartas y libros que muy pronto nadie leería y que hoy conocen apenas unos pocos.
No obstante, el epíteto ''batistianos'' no ha abandonado nunca los discursos de las elites políticas y culturales de La Habana. Sometido a un permanente aggiornamento, el término abarca a todo aquel que reivindique la vuelta de Cuba a un espacio democrático anterior no sólo a la revolución del 59, sino también al golpe de estado de 1952. En un tour de force propio de la tergiversación más disparatada, ''batistianos'' han sido para La Habana incluso los exiliados que participaban de la oposición política a Batista, y de ''batistiano'' se tilda todavía hoy a cualquiera que se permita nombrar sin etiqueta insultante al último dictador no comunista, un militar que gobernó Cuba en dos períodos distintos y por más de diez años, circunstancia sola, entre otras, que lo convierte en una figura política relevante de la primera mitad del siglo XX cubano.
( Fulgencio Batista en República Dominicana en su exilio )
Así, hace unas semanas se presentó en La Habana una nueva revista de ''historia y pensamiento'', Calibán, en acto al que asistió la alta jerarquía del entramado institucional que rige la cultura en la isla. Buena parte del discurso de presentación, que corrió a cargo de Félix Julio Alfonso, director de la revista, estuvo dedicada a glosar un artículo publicado hace medio año en El Nuevo Herald, y firmado por Ivette Leyva, donde se daba cuenta del interés que Fulgencio Batista concita entre unos pocos escritores y académicos de la diáspora cubana. Interés meramente literario o historiográfico al que no obstante la revista de marras reacciona abriendo un foro en Internet, ''Fulgencio Batista. ¿Una recuperación inocente?'', destinado a enfrentar ``análisis, plagado(s) de tergiversaciones y falsedades''.
El espectro de Fulgencio Batista continúa, pues, paseándose por el castillo vacío de la ideología revolucionaria. Allí estuvo, en espíritu, cuando Raúl Castro fue aupado a la presidencia de Cuba en febrero pasado, verificándose así la primera sucesión después de décadas de gobierno de Fidel Castro, y se rodeó una vez más de quienes participaron en la lucha contra Batista, basando así la legitimidad de su gobierno no en las generaciones que han crecido bajo el nuevo régimen y han sido educadas por él, sino en la llamada ''Generación del Moncada''. No son, pues, los investigadores o escritores que estudian o novelan a Fulgencio Batista quienes lo devuelven a la arena pública. Si Batista no ha abandonado la política cubana jamás es porque la continúan haciendo los mismos que se opusieron a la penúltima dictadura para instaurar la última y vigente y porque, de esa manera, su legitimidad actual reposa sobre el enfrentamiento a un fantasma.
Fulgencio Batista coartó las libertades de los cubanos. Bajo el régimen que instauró tras el golpe del 10 de marzo de 1952, muchos cubanos que luchaban por restaurar los principios de la Constitución de 1940 fueron asesinados. Pero eso no lo convierte en el nadir de la historia de Cuba en el siglo XX. Sobre todo, cuando el régimen instaurado después ha sido también responsable de la conculcación de los derechos de los cubanos, de la muerte y el prolongado y atroz encarcelamiento de opositores pacíficos. También del entronizamiento de un régimen totalitario que Cuba no había conocido jamás, tanto por su duración, como, sobre todo, por su alcance absolutamente masivo.
( Fulgencio Batista cargando en brazos a Raúl Castro )
Identificar una futura Cuba democrática con la imagen del país dividido y asolado por la violencia de estado y la violencia terrorista opuesta a aquella que fue la Cuba de finales de la década de los 50 es una estrategia que ha dado réditos cuantiosos al gobierno de La Habana. Oscurecer el complejo pasado republicano de Cuba dibujando un paisaje de pobreza y corrupción ha generado un vacío historiográfico que apenas comienzan a colmar investigadores cubanos en la isla y el exilio, capaces de abordar, por ejemplo, la figura de Fulgencio Batista desprovistos del furor del anatema.
''(S)ólo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su pasado'', escribió Walter Benjamin. Tal vez también la nación cubana deba redimirse del largo período dictatorial iniciado en 1952 para cobrar conciencia de su historia y anudar su pasado y su porvenir. Porque quién sabe si Clío, sensata y caprichosa, no nos contará mañana la crónica de largos años de libertades públicas restringidas y hasta abolidas en Cuba, y los presente como un paréntesis dominado por el megalómano Fidel Castro y cuyos simétricos corchetes sean dos generales: Fulgencio Batista y Raúl Castro.
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