REGRESAR AL EXILIO
Regresar al exilio
Por Emilio Ichikawa
El profesor Alexis Jardines, a quien me unió una gran amistad en la Universidad de La Habana, es un radical moderno. Un ilustrado lineal. Para él, el pensamiento cubano no habría aportado un sistema filosófico ''formalmente sistémico'' por falta de voluntad. Es decir, Jardines no cree, como otros, que detrás de esa falta de voluntad habría un clima, o un tipo de alimentación, un paradigma colonial o una brujería de la cual aquella fuera consecuencia. Se trata, llana y simplemente, de no haber trabajado lo suficiente, de carencia de ''audacia'', como decía Kant en su conocido artículo Qué es ilustración.
Pero además de esto, como pascaliano y bohemio que también es, Jardines puede ser lapidario, sentencioso, y ahorrar en términos veloces algunos años de estudio. Un día le presenté a un cautivador estudiante, recién llegado a la Facultad de Filosofía, que podía hablar atractivamente sobre cualquier cosa. Le escuchó un rato y después, en un aparte, dijo como decepcionado: ''Tiene un vistoso pensamiento analógico''. Exacto. En otra ocasión, cuestionó la forma en que Granma idealizaba las acciones de las fuerzas navales de Argentina en la guerra de las Malvinas: ``Vamos a ver cómo explican que quien perdió cada uno de los días ganó el último''.
Y fue así que, como quien no quiere las cosas, Jardines se apareció con una inusual observación sobre Marx: ''El marxismo es un elogio socioeconómico y político a la clase obrera por alguien que no pertenece a ella. Hay que sospechar de todo aquel que elogia al otro sin quererse a sí mismo''. Después, Isaiah Berlin aplicaría la misma objeción a Disraeli.
( Profesor Alexis Jardines )
Intuiciones como esta siempre me han hecho sospechar acerca de la decisión del exilio cubano de otorgar una ventaja moral a quien se ha quedado en la isla. Los pretextos al uso son falsos. En primer lugar porque, igual que riesgos, quedarse en la isla tiene sus compensaciones; y el exilio, igual que sus ventajas, sus costos. No es cuestión de tener o no tener, sino del carácter distinto, a veces incomparable, de las cosas que se poseen y se carecen. Quedarse o irse son sólo opciones; operaciones con sentido en sí mismas cuyos resultados son un grupo de singularidades absolutas imposibles de fijar en una escala.
No considero normal que el exilio cubano, en un ejercicio de modestia falsa, diga con paradójica arrogancia que los que tienen la razón son quienes viven ''dentro''. Sobre todo porque, si se toma en cuenta la experiencia real, y si descontamos a intelectuales y políticos ambiciosos, quienes están ''dentro'' consideran que el exilio ha actuado correctamente. Todo el mundo sabe que en esa semana o quincena que se viaja a Cuba, el exiliado consigue en el barrio y ámbito familiar una autoridad que no tenía cuando vivía allá. Son los dólares, es cierto, pero como decía el amigo Luis Soler refiriéndose a una experiencia pasada, el que viene ''de fuera'' tiene sobre el cubano otra ventaja: el conocimiento del mundo y la diferencia. El exiliado que visita a Cuba ''tiene tema'', puede conversar, enseñar, proteger, puede captar la atención; y ese hecho contrasta con la culpa moral en que se debate el exilio.
Lo peor de todo esto es que esa cesión moral hace daño y es fuente de malentendidos. El exilio debe tener en cuenta que si no elabora su propia apología, si no retoma el orgullo exiliar, seguirá desmereciendo respeto. Incluso una admiración tan valiosa como la de los compatriotas de la isla, con los que debemos entrar en un entendimiento de igual a igual.
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