UN PASEO CON EL CHINO FIGUEREDO
Tomado de http://www.penultimosdias.com
Un paseo con el Chino Figueredo
Por Camilo Loret de Mola
March 27th, 2009 ç
El Patio de los Laureles es el pulmón de la Universidad de La Habana. Todos los graduados se permiten alguna vez un viaje de regreso al añorado espacio de sombra entre los viejos edificios de las Facultades de Derecho y Cibernética Matemática, la Biblioteca Central y el Rectorado.
Uno de mis últimos paseos por esa plaza fue en compañía del
, ya jubilado de todos los cargos militares, vestido de poeta y traficante de influencias para firmas comerciales extranjeras.
El Chino tenía muy buena conversación, versátil en temas y anécdotas. De repente nos quedamos parados ante la tanqueta militar que permanece aparcada debajo de uno de los laureles del patio, mole de hierro que no logra esconder la explosión del oxido debajo de las sucesivas capas de pintura verdeolivo. Cuatro neumáticos desvencijados le cuelgan de sus costados, dando la impresión de que flota en el aire; son como falsos soportes del vehículo de combate que, como un rinoceronte disecado, permanece dentro del espacio universitario para recordar los tiempos indisciplinados que siguieron al triunfo revolucionario.
El Chino aceleró el final de su anécdota para preguntarme qué me parecía la tanqueta aquella. Le di mi opinión sobre lo anacrónico de su presencia, lo poco estético de aquel tareco y la falta de relación entre esa esquina bélica y la armonía que transmitía la Plaza Cadenas. Era como una herida inmensa al feng shui de mi espacio preferido.
Critiqué la falta de decisión de todos los rectores que se sucedieron desde aquel lejano 1959, porque ninguno había tenido la suficiente testosterona como para deshacerse de aquella chatarra que sólo servía era para coleccionar cagadas de palomas y acumular regaños y gritos del celador que perseguía con saña a cuanto muchacho trataba de disfrutar del cachivache como aparato de parque infantil.
Entonces el poeta de musa repentina, el benévolo guerrero que minutos antes me había narrado como justificó al guardia que mato a su querido José Antonio (cuando en el juicio de éste, sin importar su condición de testigo acusador, declaró que en un estado de guerra todo disparo era justificado), se convirtió en una fiera. Me dijo que yo no entendía nada, que quizás aquello no tendría valor decorativo o artístico y que pudiera hasta ser cierto que su presencia rompiera los equilibrios de mierda a que yo hacía referencia, pero que ese tareco le había sido arrebatado al ejército de Batista y él personalmente lo había puesto en ese lugar como un trofeo de guerra, un símbolo de la voluntad de los estudiantes de entonces que se diferenciaban en mucho de los comemierdas que ahora se sobaban en los bancos delante de nosotros.
Por respeto no le repliqué, pero quedé asombrado de la rápida transición de una conversación amena a la antesala de un enfrentamiento, de repente el enemigo no era sólo yo sino todos los presentes en la plaza, que ajenos a nuestra conversación, ignoraban la presencia de la mole aquella y del papel del Chino en su permanencia.
Mucho tiempo después, en el exilio, supe que el Chino estaba de visita en Miami. Pedí al amigo común que intercediera por un encuentro y a los pocos días me trajo su negativa, no quería saber de mí. El amigo me contó la metamorfosis que sufrió al escuchar mis pretensiones de verle. Dudaba de su presencia hasta que escuche el cuento de su reacción, no había incertidumbres, era él.
Hoy supe de su trágica muerte en La Habana: no me lo imagino con el arma en la mano, presto a suicidarse, ni siquiera durante un arranque de cólera como aquel de la tanqueta. Lo vi manejar situaciones difíciles e imponerse siempre, me cuesta creerlo vencido por la enfermedad o los nervios y marcando su propio final.
Una vez en mi presencia le reclamaron por los hijos que habían salido definitivamente del país, y su respuesta fue tajante: “Me explicaron sus razones y me convencieron”. ¿Quién lo habrá convencido ahora de esa razón inapelable que es una bala en la sien?
Camilo Loret de Mola
Miami
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Tomado de http://ei.eichikawa.com/
Por Emilio Ichikawa
Aseguran que el cuento fue famoso en La Habana, por lo que no debe tomarse como una novedad. Solo me limito a recordar lo que escuché en el mediodía de hoy en un frecuentado restaurant de Miami.
Resulta que El Chino Figueredo, quien fuera chofer del auto en el que José Antonio Echeverría dejó Radio Reloj, casó con una hermana de Abrantes, el Ministro del Interior que acabó fusilando Fidel Castro; o "la justicia revolucionaria", o como le quieran llamar. Bueno, pues El Chino llegó a ser un alto jefe del cuerpo de bomberos de La Habana; cargo del que fue despedido por rellenar las piscinas de sus amigos con los camiones cisterna del Departamento apagafuegos. Es decir, no fue despedido por regalar el agua a sus cúmbilas, sino por dejar a algunos fuera de la resolvedera; quienes le delataron en venganza.
Resulta que a El Chino le dio también por la poesía; género en el que alcanzó a publicar varios libros y ofrecer algunos recitales. Uno que otro en el extranjero. Pero el hombre, siempre lleno de ímpetu (como todo revolucionario), fue un poco más lejos: introdujo en el entrenamiento de los bomberos de La Habana un curso general de Historia de Arte, por lo que los suyos fueron, con mucho, los bomberos más refinados en la historia de ese Departamento.
Se cuenta que un día se produjo un incendio en la casa del Embajador de Bélgica, famoso por su amor a la pintura y mecenas de algunos artistas del patio. Pues cuando sus primeros pupilos entraron, manguera en mano, a la sala-galería del diplomático, un teniente le gritó a quien apuntaba con el agua contra la pared: "!Ahí no que ese es un Picasso original! Dispara más abajo donde están los Modigliani, donde están los Modigliani, donde están ..." Se comprobó después que en la última subasta de Sotheby´s NY de ese año, la obra del español se había ido muy por encima de la del francés, por lo que todos los bomberos (el jefe el primero) fueron felicitados a nivel de gobierno belga y todo. "Me he realizado; ahora sí me he relizado", dicen que repetía El Chino Figueredo en todas las fiestas.
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