BARACUTEY CUBANO

Cuba a dos voces


Por Vicente Echerri


Cuando el pasado 30 de marzo el cantautor cubano Silvio Rodríguez preguntaba --en un texto que transitaba entre el poema y la canción protesta-- ``si los miles de cubanos que perdimos un familiar en atentados de la CIA hiciéramos una carta de denuncia, ¿la firmaría Carlos Alberto Montaner?'' no imaginaba que el escritor cubano exiliado en Madrid lo iba a tomar como un cuestionamiento personal que merecía respuesta. Se trataba de una mera pregunta retórica dirigida no a la persona de Montaner, sino a la bte noire que Montaner encarna para el régimen cubano y sus portavoces.

Del mismo modo, no creo yo que Carlos Alberto, una de las inteligencias más lúcidas de nuestro exilio, se creyera ni por un momento que la pregunta retórica de Silvio era una invitación a dialogar como dos personas civilizadas por encima de este conflicto que ha violentado a la sociedad cubana por el último medio siglo. Montaner fingió creerlo --e hizo bien, me parece a mí-- a fin de tener un motivo para exponer una vez más sus puntos de vista sobre la naturaleza perversa y la gestión ineficaz del régimen que asuela a nuestro país, pero contando esta vez con una difusión mayor, gracias a la curiosidad que despertaba la presunta polémica. Si al mesurado y cordial tono de Montaner, Silvio se sentía obligado a responder, como era previsible, con los lemas acartonados de una tiranía decrépita y la crispación oficial que le es habitual, el objetivo de la respuesta habría alcanzado un éxito inesperado.

Silvio contestó con la firme posición doctrinaria que el castrismo exige de sus leales y prebendados, y esto le permitió a Montaner publicar otra carta que el trovador respondió con mayor firmeza ideológica y más distante de cualquier intención de auténtico intercambio. En el subtexto podía adivinarse el ruego de que Montaner no le escribiera más; pero éste, ya con la divertida intención de poner en aprietos y en ridículo al trovador, le contestó con un verdadero ensayo de más de 4,000 palabras que era a un tiempo prontuario histórico y programa político. Al día siguiente Silvio tiraría la toalla aduciendo falta de tiempo, a lo que Montaner le agregaría un condescendiente colofón.

( Silvio Rodríguez y Carlos Alberto Montaner )

Este intercambio de opiniones dirigido a una vasta audiencia, que no un diálogo, ha sido útil para poner de manifiesto el profundo foso que media entre la Cuba oficial, anclada en el inmovilismo de una ideología desacreditada, y la sensatez renovadora del mejor pensamiento de nuestro exilio. Si alguien, algún extraño, o algún cubano ignorante que desgraciadamente muchos hay, quisiera tener una visión concisa de la tragedia de nuestro país, de los presupuestos de esa antinomia entre lo que defiende el castrismo y lo que aspiramos aquellos que nos le oponemos, le bastaría leer los textos de este ``debate'' para captar la dimensión del desacuerdo: de un lado el abierto desenfado que es siempre el lenguaje de la libertad; del otro, el envaramiento que identifica a la expresión absolutista.

¿Cree realmente Silvio Rodríguez en esas ideas de pacotilla con que intenta defender ese engendro llamado revolución cubana, o es un oportunista a quien traban sus privilegios? Sin ánimo de exonerarlo de ninguna responsabilidad, me inclino a creer que prima en él el hombre de convicción, cuyas dudas, de las que no está exento ciertamente, ha sabido supeditar a los ``magnos fines'' del proyecto del que ha sido portavoz por la mayor parte de su vida. Su conciencia de artista, pienso yo, lo ha llevado a conciliar una y otra vez las lógicas rebeliones de su razón con los dictados de la fe. A diferencia de muchos generales y funcionarios que son unos cínicos enriquecidos y dispuestos a convertirse en los capos de las mafias que sobrevendrán al colapso inevitable del régimen, un hombre como Silvio debe creer que, a pesar de los corruptos hijos de la revolución, ésta en sí misma sigue siendo un bien intocable, una utopía que merece justificarse y defenderse. Admitir lo contrario le impediría seguir mirándose al espejo.

En algún momento del futuro, el diálogo y la sensatez terminarán por sobreponerse --para frustración de los fanáticos y de los revolucionarios ``puros''-- al discurso oficial de barricada con que hasta ahora responden desde el otro lado del foso a las propuestas de civilidad del segmento más libre del pueblo cubano y de las grandes instituciones democráticas. Cuando ese momento llegue, los interlocutores no han de ser, me parece a mí, los tipos de firmes convicciones que se duelen de los errores de la revolución, pero siguen justificando su existencia, sino, por el contrario, los oportunistas desencantados que ya saben que la Revolución, con su simbólica R mayúscula, no es más que un fraude que es necesario desmontar desde la raíz. Para entonces puede que un hombre como Silvio Rodríguez lamente no haber tenido la suficiente dosis de incredulidad y de coraje para haber aceptado de veras la propuesta a dialogar que retóricamente le ofreciera en estos días Carlos Alberto Montaner.

(C) Echerri 2010