LA VEJEZ, LOS CIGARROS Y EL REGUETÓN
LA VEJEZ, LOS CIGARROS Y EL REGUETÓN
Por Luis Cino
Periodista independiente.
luicino2004@yahoo.com
2/09/2010
Imagino la escena. El Fuehrer en la Tribuna Antiimperialista, envuelto en la bandera (deshecha en menudos pedazos, puede que con svástica) y con tatuaje de Fidel en el brazo izquierdo, como Baby Lores, proclamaría su fidelidad al Comandante y luego de conminar a la rendición incondicional a los sudorosos, alcohólicos y hambrientos aseres y chusmisos, con un ¡manos pa arriba, mi gente! gritaría lo que ya sabemos: ¡Soy un animal! Como el mulato de Gente de Zona…de los CDR.
A veces me temo que el reguetón, la banda sonora idónea para la interminable fase terminal del castrismo, durará como Música Única hasta el fin de los tiempos, un momento que con tantas armas atómicas y de creer al Comandante, no está muy lejano.
Dicen que todo lo que sucede conviene. Tal y como van las cosas, si pasado mañana se acaba el mundo, Mañengo, los cubanos no es mucho lo que nos vamos a perder. Particularmente en el caso de los viejos (que pronto serán mayoría por la manía de las parejas jóvenes de no tener hijos hasta que lleguen los tiempos mejores que no llegan), “la vida no vale nada” (ay, querido Pablo). Y menos ahora, que ni siquiera podrán buscarse tres o cuatro pesos por cada caja de cigarros Titanes que revendan para reforzar la ridiculez que les pagan, luego de trabajar la vida entera, por sus casi simbólicas chequeras de jubilados.
La supervivencia de la revolución y el socialismo peligraban porque los retirados ¡qué horror! lucraban con la reventa de la cuota de cigarros que les vendían, mensualmente y subsidiada por Papá-Estado, por la libreta de abastecimientos. El Consejo de Ministros ya anunció su decisión de “suprimir la venta de cigarros de la Canasta Familiar Normada” (así con mayúscula, pomposos que son los mandamases hasta para quitar lo poco que todavía dan).
No puedo menos que solidarizarme con los literalmente pobres viejos de mi país. Después de todo, dentro de unos 20 años, seré uno de ellos, de los tantos que conozco y que veo por mi ciudad. Hambreado, con los zapatos rotos, harapiento, apestoso y apestado, arrinconado por la familia, con los parientes en espera de su muerte para heredar uno de los cuartos de la ruinosa casa con goteras y barbacoa. Eso, si llego, si no reviento como un siquitraque (de rabia o tristeza) o me tiro abajo de un P-6 que baje impulsado la loma de El Calvario.
Dicen mis hijos que la fobia enfermiza que siento contra el reguetón es porque ya me empezó a agarrar la vejez. Oigan, de ser cierto, es para preocuparse porque llego en la peor forma posible. Son muchos años de mal comer, de fumar como una chimenea, beber brebajes infernales para matar penas y para colmo, soñar con la libertad en tiempos de dictadura.
Busco consuelo en el espejo. Nada de grasa o barriga. El hambre y los años de trabajar en la construcción y en el campo, hicieron lo suyo. No todo el ejercicio fue negativo. Pero tengo las manos tan callosas que supongo mis caricias se sientan como las de un cocodrilo en celo. Mi piel, antes dorada Hawai, ahora parece curtida en una tenería de Aushwitz. Acerca de las canas, qué decir, no sé si Amaury Pérez me pudiera sugerir algún tintecito que devuelva a mi melena el castaño claro de antaño.
Confieso que le tengo terror a la vejez. Pero aún me siento fuerte y saludable. Lo de menos es mi cascarón exterior, efímero, mortal, pura ilusión. Milagrosamente no fue cascado en la tortilla revolucionaria. Y eso es bastante. Pero hay cosas más serias en qué preocuparse.
Me puedo olvidar de cobrar una chequera cuando tenga 65 años (la edad para el retiro de los hombres en Cuba, uno más que los Beatles en When I am 64). ¿Qué van a pagar jubilación a un escritor disidente? Es más, es posible que para entonces no queden disidentes en la calle. El heredero Castro de turno (¿Mariela, Alejandro?) puede que a los que no haya desterrado a España o a Burundi, los tenga a buen recaudo en gulags con alambradas eléctricas (si es que PDVESA aún envía petróleo de ganga).
Todo tiene su lado positivo. Como el Estado me garantizará la comida, por muy mala que sea, no me veré obligado a mendigar o escarbar en la basura, como muchos ancianos que veo por La Habana, para conseguir algo que comer. Tampoco tendré que evadir a la PNR para revender maní, caramelos o mi cuota de cigarros (que de todas formas nunca me dieron, porque sólo le correspondía a los nacidos antes de 1954).
Lo que más me preocupa es la posibilidad de que por los altavoces del campo de prisioneros salga a toda hora, acompañado por el ritmo de las botas claveteadas y las tonfas de los guardias, el sonido atronador del reguetón
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