La última corrida catalana
La última corrida catalana
Por Nicolás Águila
Se acabaron los toros en Cataluña. La última corrida tuvo lugar el pasado domingo 25 de septiembre en La Monumental de Barcelona, una grandiosa plaza de toros con cerca de 20 000 localidades. Inaugurada en 1914, veinte años antes que Las Ventas de Madrid, la emblemática plaza solo servirá de ahora en adelante como sede para conciertos de música pop y espectáculos circenses. Un verdadero desperdicio, y hasta un crimen de lesa tauromaquia, se quejan los aficionados taurinos, que están que trinan, incluyendo a muchos catalanistas que se pronuncian por la separación de España pero sin que les quiten los toros de siempre. Están que fuman en pipa, como dicen por acá para ponderar el grado máximo del cabreo peninsular.
Exterior de la Monumental
Pese a la fama de económicos que siempre se les ha dado a los catalanes, sean nacionalistas o no, esta vez no han dudado en desembolsar hasta 1500 euros por una entrada para no perderse la última corrida barcelonesa. Si la bolsa suena Barcelona es buena, así reza el refrán. Mas estos son tiempos de crisis, con un alarmante desempleo que rebasa el 20% y una amenaza de recesión que nos deja como herencia la funesta gestión de Rodríguez Zapatero, ya a punto de terminar su segundo y último mandato.
(Plaza Monumental)
Así y todo, los revendedores hicieron su agosto, sobre todo con los que llegaban a última hora, o en el último avión, porque hay que señalar que acudieron aficionados de todas partes de la Península, incluyendo no pocos de países vecinos. La Monumental contó, pues, con un lleno a reventar. Y en su amplio perímetro retumbó un grito unánime de ¡libertad! frente a la prohibición de la fiesta nacional en un pedazo tan importante de la España torera de toda la vida. Mientras, a las puertas del edificio, los antitaurinos descorchaban botellas de cava brindando por el final de los toros y agrediendo verbalmente a los asistentes. Como intolerantes al fin, tenían que ir a manifestarse y hacer ruido mediático precisamente en el lugar sagrado del otro. Mas no lograron robarse el show ni reventar la fiesta.
No hubo motivos para decepciones este domingo de cierre definitivo. La última corrida fue una tarde brillante, como no podía ser de otra manera. Histórica, incluso se diría, con dos orejas de premio a cada uno de los toreros José Tomás y Serafín Marín.
(José Tomás, el torero temerario)
Para cerrar casi un siglo de historia taurina en La Monumental, se gastaron un cartel de lujo en el que también figuraba el diestro extremeño Juan Mora. Salieron en hombros por la puerta grande tanto el madrileño Tomás como Marín, este último un catalán que se echó a llorar de la rabia el día que el ‘Parlament’ aprobó la interdicción de los toros. O para ser más exactos, la prohibición de las corridas.
La nueva legislación, en efecto, no prohíbe en Cataluña la práctica de los ‘correbous’, o sea las fiestas populares con encierro del ‘bou embolat’, que no es más que un toro suelto con dos bolas de fuego en las astas. Es verdad que no matan al animal. Le perdonan la vida, pero suele quedar ciego para el resto de sus días. Por lo que cabe preguntarse: ¿Qué espectáculo es más cruel, la muerte digna del toro enfrentado al matador (que a veces, irónicamente, es quien muere de una mala cogida), o el ‘toro embolado’ con una tea prendida en cada cuerno, fuera de sí, desorientado y enceguecido?
Sobre la crueldad taurina hay tela por donde cortar. En una ocasión Francisco Umbral les respondía a los radicales contrarios a los toros diciéndoles que se dejaran de tonterías, que lo único realmente cruel en las corridas era tener que oír esos pasodobles espantosos y tan mal tocados. Pero eso lo decía el irreverente escritor a modo de chanza y en momentos en que los sueños antitaurinos estaban lejos aún de realizarse por la vía legal. Hoy ya es ley en Cataluña, una parte integral de España donde además se ensayan otros experimentos antiespañoles, como la inmersión lingüística exclusiva en catalán como lengua vehicular de la enseñanza, relegando el castellano en las escuelas al nivel de una lengua extranjera, incluso en ocasiones con menos horas lectivas que el inglés o el alemán.
(Serafín Marín, el matador catalán)
Mas ¿cómo llegó a aprobarse en Cataluña esa ley que echa abajo una arraigada tradición que data de hace 600 años? Por increíble que parezca, el promotor de la iniciativa fue un argentino radicado en esa región autonómica. Un boludo llegado de la tierra del bife que resultó ser un fanático vegetariano y un defensor a ultranza de los animales. Al punto de que, si no exageran los comentaristas, el impulsor de la “corriente animalista” se opone también a la caza y la pesca como actividades lesivas a la vida animal. El infatigable activista se llama Leonardo Anselmi Raffaeli, pero ya nadie ni se acuerda de su nombre a pesar de haber creado la PROU (Plataforma Reivindicativa de Obrer@s Unid@s) y Stop Our Shame, entre otras plataformas animalistas y atorrantes.
Tras la recogida de las firmas necesarias se cumplió con el requisito legal de la ILP (Iniciativa Legislativa Popular) para someterse a votación en la sede parlamentaria regional. El resto corrió por cuenta de los partidos nacionalistas catalanes, con el apoyo decisivo del voto socialista. En su afán de aislar a la derecha y sin importarles que España se fracture irremediablemente, los sociatas no han vacilado en aliarse con el nacionalismo periférico más antiespañol en esa y otras agendas similares. Los resultados están a la vista y no pueden ser más desesperanzadores.
Sin embargo, lo de menos son los toros. Cierto que la situación es crítica y que con esa medida importuna se perderán cientos o quizás miles de empleos relacionados con la actividad taurina, ya sean directos o indirectos, incluyendo la venta de suvenires con motivos toreros, de la que viven muchos humildes artesanos y vendedores. Pero no es tampoco la primera vez que se prohíben las corridas en España. Varios reyes y hasta un papa se empeñaron en ir en contra de la ancestral tradición, si bien después, al cabo de unos años, se restauraba la fiesta nacional y volvían al ruedo con más bríos los bravos ejemplares de la selecta ganadería ibérica. Esta vez puede que también, dentro de un tiempo, se reanuden las corridas en Barcelona. Pero ya el daño está hecho.
Los toros son lo de menos, apuntaba antes. No son más que el dato anecdótico, porque en realidad de lo que se trata es de la integridad y el destino de España. Lo malo no es que de momento triunfen los antitaurinos y se prohíban los toros en Cataluña, como antes, hace 20 años, se suspendieron las corridas en Canarias sin mayores consecuencias. Lo grave es que allí se quiera prohibir todo lo que sea español, incluyendo la propia lengua de Cervantes. Y lo peor de todo es que hasta cierto punto ya lo están logrando. En buena medida, gracias al Gobierno socialista que termina su ciclo en menos de dos meses, dejándonos como legado un país al borde de la quiebra y dividido por razones ideológicas.
La mentalidad guerracivilista de las dos Españas, irresponsablemente azuzada por un presidente inepto y resentido, ¿se cargará del todo la letra y el espíritu de la Transición española? Ojalá que no, pero la obra destructiva ya va bastante avanzada. La ley antitaurina catalana forma parte del plan para desarticular la nación española, apenas “un concepto discutido y discutible”, según el ideólogo de las frases vacías que abandonará el sillón de la Moncloa el próximo 20-N. La prohibición de las corridas no se aprobó por razones nobles o sentimentales. So pretexto de defender la vida del animal, esa legislación es un ataque directo a España. Solo persigue acosar y derribar el símbolo nacional que representa el toro ibérico.
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