BARACUTEY CUBANO

Escuela fantasma


Por Alejandro Ríos

La llamada ofensiva revolucionaria de finales de los años sesenta no solo terminó con los mínimos negocios privados que sobrevivían en Cuba, sino con magníficos profesores educados a la antigua, de esos que daban los buenos días y pedían permiso para continuar sus clases. Fue también el tiempo de las depuraciones en el sistema de educación superior, pues ya se sabe que la universidad era para los revolucionarios.

Además de la Escuela de Letras, donde se concentraban alumnos problemáticos, “intelectuloides” castigados y expulsados por comisiones de profesores estalinistas como la intolerante y justamente preterida Mirta Aguirre, otro de los saneamientos dogmáticos menos conocidos fue el de la Escuela de Arquitectura en la llamada CUJAE.

El oficio de arquitecto parece haber sido incompatible, desde siempre, con la dictadura de los Castro. Fue mangoneado como un rezago del pasado. Legendario resultó el temprano enfrentamiento del “gran burgués” Nicolás Quintana y el atorrante guerrillero Ernesto Guevara. Desde entonces parece haberse establecido una dicotomía insalvable entre la procacidad verde olivo y la sofisticación de la moderna y funcional arquitectura cubana.

Nunca se dio el caso, sin embargo, que los miembros poderosos de la nomenclatura partidista escogieran vivienda en los abominables planes urbanos de moldes deslizantes y prefabricados yugoslavos del barrio obrero de Alamar. Paradójicamente, encontraron siempre acogedores nichos en las mansiones o apartamentos que diseñaran Quintana y otros genios de la arquitectura cubana abandonados por sus dueños e incautados por la nueva clase gobernante.

El documental Unfinished Spaces ( Espacios inacabados) de los realizadores norteamericanos Alysa Nahmias y Benjamin Murray, programado para el Festival Internacional del Cine de Miami, el próximo mes de marzo, refiere lo que fue, tal vez, la última batalla de este insólito frente: el diseño y construcción de las escuelas de arte en los predios del otrora Country Club en La Habana, a pedido de Castro y Guevara, durante un improvisado y fotogénico partido de golf.

La tarea fue encomendada a dos arquitectos italianos, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi y al cubano Ricardo Porro en 1961. Tres talentosos profesionales, llegados de Venezuela, embelesados con un proceso social que, como a tantos otros, terminaría por devorarlos sin piedad.

Ya en ese momento la escasez de recursos, característica consustancial al socialismo, hizo que la imaginación se acrecentara y lo que llegó a terminarse de las construcciones quedó como la obra de su tipo más original y vistosa de la época, sin nada que agradecerle a las ideas sovietizantes que ya se abrían paso en el Ministerio de la Construcción. Tamaño pecado de lesa belleza y la oposición de quien por entonces devino arquitecto oficial, Roberto Segre, y de la prima ballerina assoluta, Alicia Alonso, terminarían por dar al traste con el proyecto.

Con la excepción de Porro, asilado en París, quien se expresa abiertamente contra la ignominia sufrida, aunque nunca se refiere a que estaba trabajando sobre propiedad robada; Gottardi, quien terminó fundando familia en Cuba, relegado a tareas de poca monta durante años, y Garatti, acusado de agente del enemigo, apresado y luego expulsado de la isla, todavía hablan con discreción y somero respeto sobre el abyecto capítulo.

Espacios inacabados es la metáfora de un lamentable lugar común en la historia de la llamada revolución donde ideas plausibles han sido mediatizadas o coartadas en aras de su utilidad política. En el camino, bajo el peso de un sistema con pocos alicientes, han colapsado sueños y esperanzas. La épica estética inicial de una utopía que pareció posible, terminó por estrellarse contra la pared de un anodino edificio construido por las microbrigadas, otro de los planes fallidos de la enajenación castrista.

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Trailer de Unfinished Spaces ( Espacios inacabados)