Reverendo Martín Añorga: LA BIBLIA Y LA PENA DE MUERTE
Rev. Martín Añorga
Por años, y hoy con renovada intensidad, se discute el tema de la pena de muerte. El debate tiene contornos políticos, filosóficos, morales, legales y especialmente, religiosos. La religión se usa como argumento por parte de los opositores a la pena capital, y queremos preguntarnos si ciertamente La Biblia se opone a la misma, la ignora o la respalda.
El Antiguo Testamento propone la pena de muerte como castigo final para determinados actos. En el libro de Éxodo (21:12) se dice textualmente que “el que hiera de muerte a otro, morirá”, y en el mismo libro se establece que también el secuestro, la zoofilia, el adulterio, la homosexualidad, la falsa identidad profética, la prostitución y la violación sexual son delitos que merecen la pena capital.
Podría argumentarse que la primera parte de La Biblia es antiquísima y que la cultura de veinte siglos atrás no es compatible con las enseñanzas del Nuevo Testamento, y mucho menos con las ideas contemporáneas, sin embargo no es claro que Jesús haya expresado una oposición concreta a la práctica de la pena de muerte.
Se cita con frecuencia el incidente en el que se menciona a la mujer acusada de adulterio que los “puritanos” y los “fariseos”, los “sepulcros blanqueados” de los que habló el Señor, querían lapidar, es decir, matar a pedradas. Jesús protegió a la pobre víctima diciendo: “el que esté libre de pecados, tire la primera piedra”. Evidentemente este caso es una cancelación de la pena capital; pero no es la norma prevaleciente en el Nuevo Testamento. San Pablo afirma con toda claridad que “la paga del pecado es la muerte”, y posteriormente (Romanos 13:1-7) reconoce que el gobierno tiene la debida autoridad para imponer la pena de muerte cuando lo estime legalmente necesario.
En cuanto a Jesús, hay que tener en cuenta su declaración: “No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir”. En varias ocasiones insistió en que debían respetarse las leyes mosaicas, y entre éstas, la pena de muerte es acatada. La expresión “no matarás” de los Diez Mandamientos es una orden para que no caigamos en el pecado del asesinato; pero en ningún momento constituye una abolición de las leyes establecidas como reacción ante el crimen.
En los dolorosos instantes de la crucifixión, Jesús extendió su perdón al hombre que desde su propio calvario reconoció su autoridad; pero al que convirtió su dolor en cinismo y blasfemia lo dejó a expensas de la muerte. El versículo preferido de los predicadores y de todos los creyentes es Juan 3:16, en el que se afirma que “de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, más tenga vida eterna”. Es claro el mensaje: los que no creen en Cristo están condenados a muerte.
En medio de los debates y discusiones sobre la pena de muerte, ¿qué posición deben adoptar los cristianos? Esta pregunta es fundamental para que los que creen en Dios y aman a Jesús clarifiquen sus conceptos, no basados en un sentimentalismo superficial, sino en los fundamentos de la Palabra de Dios.
En primer lugar, hay que reconocer, sin lugar a dudas, que en La Biblia se acepta la aplicación de la pena capital, no en la forma compleja en que hoy se practica, con procesos legales complicados y minuciosos en los que se consideran los derechos a la defensa de las personas juzgadas. La pena de muerte en los países islámicos y en Cuba en los tiempos iniciales de la revolución ha sido la violencia de crímenes basados en la venganza, el desprecio por la justicia y promovidos por la maldad humana. Esas perversiones no son propias de la pena de muerte en sociedades civilizadas.
¿Es justo que un individuo asesine fríamente a decenas de jóvenes y que el estado se vea obligado a mantenerlo por tiempo indefinido con todos los cuidados que les fueron abruptamente cancelados a las víctimas del crimen?
No proponemos que los cristianos se sientan satisfechos con todas las leyes humanas, pues muchas de ellas merecen que las combatamos; pero el sentido de la justicia debe prevalecer en beneficio de la estabilidad social. El castigo al asesino, al pervertido sexual que deshumaniza a los niños y al pervertido que abusa brutalmente de mujeres, no puede ser ignorado. Si la justicia es la pena de muerte, coincidimos sin que apenas lo consideremos así, con preceptos milenarios instituidos en La Biblia.
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