jueves, agosto 22, 2013

Esteban Fernández: DE "MALCRIADO" A SOLDADO

 DE "MALCRIADO" A SOLDADO



Por Esteban Fernández
 21 de agosto de 2013

Yo vivo eternamente agradecido al “U.S. ARMY”. Cierto que durante mi estancia en Fort Knox y Fort Jackson no me sentí cómodo ni por un solo minuto pero al recordar aquella época no me queda más remedio que sentir la satisfacción enorme del deber cumplido por haberme alistado y haber servido en el Ejército de esta gran nación. 

Y me siento muy contento con el “Army” porque si ustedes les presentan a los siquiatras actuales mi caso en particular coincidirían en que la palabra “malcriado” es la forma correcta de definir mi actitud ante la vida en ese momento. ¿Por qué? Porque me criaron a base de mucho cariño y cero rectitud. Y expertos en la materia consideran que esa no es la forma ideal de educar a los hijos. Sostienen que debe haber un equilibrio en la crianza: Un balance de mitad amor y mitad regaños y castigos.

Pero como de principio a fin yo siempre adoré a mis padres me importa un bledo lo que sostengan los sicólogos y sicoanalistas y prefiero asumir toda la responsabilidad y cambiar la palabra “malcriado” por “majadero” y por “muy poco dado a la disciplina”... 

La cuestión fue que a menos de 60 días de haber abandonado Cuba y haber dejado atrás el calor familiar y las atenciones esmeradas y excesivas de mi madre se presenta la Crisis de los Cohetes en Cuba y me inscribo en el Army. Y fue un remedio mágico para mí. Pasé de niño mimado a combatiente en un abrir y cerrar de ojos.

Hasta ese instante lo único que yo sabía hacer era ir a un "chifforove" y coger una camisa y un pantalón, abrir una gaveta y agarrar un par de medias y ponérmelas, y en una esquina del cuarto había dos pares de zapatos, unos negros y unos carmelitas. Esas eran todas mis responsabilidades además de estudiar.

Iba al parque central y buscaba a un muchacho de apellido Nieto que por cinco centavos escupía mis zapatos, les echaba un poco de betún, les daba cepillo y paño, y los dejaba brillosos. Regresaba a la casa, entraba al baño, tiraba toda mi ropa en el suelo -incluido mis calzoncillos- me bañaba, me ponía una pijama, y cuando regresaba al baño por las mañanas ya toda la ropa usada había desaparecido como por encanto y siempre la encontraba reluciente y planchada en el pequeño escaparate. 

Los domingos ya mi madre me tenía lista mi mejor gala para presumirla en la Iglesia Presbiteriana del Reverendo David Achón, y después en el parque y en el cine. Invariablemente mi mamá nos servía y nos decía a mi padre, a mi hermano y a mí: “Si no están conformes con lo que cociné me avisan, y les hago unos huevitos fritos con arroz blanco y plátanos maduros”...

¿Ustedes no han visto las gallinas cuidando a sus pollitos y como se engrifan cuando alguien se acerca demasiado? Bueno, así era mi progenitora. Mientras tanto, mi padre se reía y me daba la razón en todo hasta cuando una maestra me regañaba.

Cuando me vi solo en alma en el exilio “el techo se me vino encima”. Y por eso le doy mil veces las gracias al “Army” porque a la cañona no me permitieron ni una sola niñería, me obligaron a ocuparme de tener todo en regla, mis uniformes organizados, mis medias dobladas en la forma correcta, y a ocuparme de darle un millón de veces más brillo a mis botas que el que le daba Nieto a mis tacos en el Parque. Y voy, sin verdaderamente querer, de las ardientes calles de Güines en agosto a las congeladas tierras de Kentucky en octubre.

En menos de seis meses los sargentos habían logrado el milagro de que pasara de “niño impertinente” a ser un disciplinado soldado. Me inculcaron respeto, obediencia, pulcritud y a pasar en cuestión de horas de lavar cazuelas a disparar con una bazuca. Y aquí termina mi escrito en serio.

Pero, como hace el brillante escritor Manolo Campa en la revista "Ideal", paso de lo serio a la broma y quiero agregar que después de 51 años, poco a poco y al irme poniendo viejo, mis amigos me dicen que he vuelto a ser el mismo malcriado que era de muchacho. Ese quizás debe ser el motivo por el cual mi compañero de armas en “Las Unidades Cubanas de Fort Jackson” Hugo Byrne le escribe a Roberto Luque Escalona diciéndole: “No le haga mucho caso a Estebita que lo único que hace mejor que escribir es bromear mucho”...

Y entonces para seguirle la corriente a Hugo y demostrarle que tiene la razón le digo a Luque en forma de jarana: “No le haga caso a Byrne que gracias a mí, a pesar de que estábamos en diferentes Compañías, logré convertirlo en un buen soldado y voy en camino de conseguir que sea un magnífico escritor” L.O.L.