¿Qué debemos celebrar las cubanas?
Por Miriam Celaya
La Habana
27 Ago 2013
El pasado 23 de agosto la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), la mayor organización femenina corporativa de la historia de la Isla —creada por Fidel Castro en 1960 tras la desarticulación de todas las organizaciones femeninas autónomas que habían surgido desde la República—, y la única con reconocimiento legal, celebró el aniversario 53 de su fundación.
La fecha resulta propicia para el recuento y el balance sobre el devenir de una organización gubernamental con más de medio siglo de historia. Qué ha sido y es la FMC y qué papel ha jugado para la vida nacional y para el sector femenino en particular son cuestiones a considerar de cara a las transformaciones que eventualmente deberán producirse en Cuba.
Significado histórico y político de la creación de la FMC
El nacimiento de la FMC marcó el final de la autonomía del movimiento cívico femenino cubano. Con ella se anuló la independencia de la capacidad movilizadora de las mujeres —que habían tenido un destacado papel en la historia desde las guerras decimonónicas y a lo largo de la República—, y se subordinó esa fuerza a los intereses políticos de la elite gobernante.
Los objetivos y función de la FMC se definieron desde sus inicios, más que por la garantía de los espacios de libertad y equidad de género, por la voluntad de impedir la influencia de tendencias independientes que implicaran un desafío al poder revolucionario, eminentemente masculino. La participación social de la mujer quedó condicionada así por la fidelidad a la revolución y a la ideología oficial, rasgo que se reforzó en 1961 cuando, al ser declarado por aclamación el "carácter socialista" del proceso, la FMC lo acató automáticamente, aunque tal maridaje ideológico no estaba refrendado en los principios fundacionales de la organización.
Con la FMC nació el mito de la emancipación de la mujer, aspiración largamente aplazada en la agenda de los movimientos femeninos cubanos, y milagrosamente "parida" por la revolución. Nadie parecía recordar que los intereses femeninos nunca estuvieron contenidos en el programa del Moncada ni en ninguna de las plataformas de la etapa insurreccional revolucionaria, como tampoco el célebre alegato La Historia me absolverá incluía la discriminación de género entre sus críticas a los males sociales de la República.
Más aún, ninguna mujer había participado en la elaboración del programa revolucionario ni propuesto los objetivos o aspiraciones del sector femenino, a pesar de que para los estándares de la época éste tenía una considerable representación laboral y estudiantil, y muchas intelectuales cubanas habían alcanzado un lugar relativamente destacado en la región.
Por otra parte, las acciones femeninas —con la recogida de 20 mil firmas entregadas al Senado— que habían logrado en 1955 la amnistía gubernamental para los presos del Moncada, fueron una alerta temprana a Fidel Castro sobre el poder movilizador de ese sector y la importancia estratégica de dominarlo y utilizarlo para sus fines.
La República había sido escenario de un relativo —aunque desequilibrado— liderazgo social femenino, fundamentalmente vinculado a políticas de tendencia liberal. Sin embargo, en la etapa revolucionaria esto sufrió un dramático retroceso. Solo algunas mujeres cercanas al proceso revolucionario y cuyo denominador común fue su vínculo personal con representantes del poder tuvieron, por ello y no por un auténtico liderazgo de género, cierta notoriedad.
Entre ellas estuvo Pastorita Núñez, quien participó brevemente en los programas de viviendas a inicios del proceso revolucionario y pronto desapareció de la vida pública para finalmente morir en total anonimato. Otras figuras se convirtieron en las más socorridas representantes femeninas de alguna relevancia pública y resultaron asignadas por Castro a ciertas funciones administrativas gubernamentales (en el caso de Celia Sánchez), a instituciones de control de la esfera cultural e intelectual (Haydee Santamaría), o a la mera función iconográfica de la falsa igualdad de género (misión permanente de Vilma Espín al frente de la FMC).
Ellas no surgieron desde el reconocimiento de las luchas de género ni representan en lo absoluto la heredad o continuidad del movimiento femenino histórico desarrollado desde el siglo XIX y fortalecido durante la primera mitad del siglo XX, sino —por el contrario— marcaron el punto de ruptura con esa tradición, y su desempeño, sin excepción, contribuyó a la anulación del movimiento femenino cubano al responder incondicionalmente a las iniciativas del líder totalitario y no a una verdadera conciencia emancipadora femenina.
De hecho, la FMC se autodefinió desde un principio como "una organización femenina, pero no feminista, dado que el feminismo era considerado como un movimiento social que desviaba esfuerzos y atención de la lucha revolucionaria, además de una ideología propia de las ‘burguesas ociosas"[1]. Adoptando el catecismo de las ideologías de izquierda que más adelante alcanzarían un significativo arraigo en Latinoamérica, todo "lo burgués" era decadente por naturaleza y debía ser exterminado. Paradójicamente, la ideología que pretendía ser la avanzada de las clases explotadas y el paradigma del pensamiento más progresista, se convirtió en un freno para las luchas por la emancipación del sector más despojado dentro de esas propias clases: las mujeres.
La fase de apogeo
No obstante, el período inicial del proceso revolucionario, con sus medidas democrático-populares, encendió un entusiasmo sin precedentes en la mayoría de la población cubana y contribuyó a que las mujeres se incorporaran a la FMC. El nuevo orden social establecido trajo consigo también algunos cambios sustanciales en la estructura y orden familiar, lo que repercutió fuertemente en las funciones de género.
No todo resultaba negativo: la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado se multiplicó extraordinariamente, mientras los programas gubernamentales de apoyo a éstas estimulaban el crecimiento constante y acelerado del sector laboral femenino. Se crearon los Círculos Infantiles que, a la vez, propiciaron el surgimiento de nuevas plazas femeninas de trabajo.
También hay que reconocer la implementación de otras medidas que amparaban los derechos de las mujeres, como por ejemplo la maternidad planificada, los programas materno-infantiles de la salud, la maternidad remunerada, la legalización del aborto y la igualdad de pago con relación a los hombres. Con esto no solo se promovía a la mujer a la vida laboral, sino que nuevamente —como ocurriera durante la República— la maternidad volvía a la palestra como moneda de cambio de los políticos para captar la simpatía y fidelidad femeninas.
Pero estos logros sociales se generaban desde el poder, no desde un movimiento cívico autónomo e independiente, por lo que no constituyen netamente "conquistas femeninas". En consecuencia, la "igualdad" refrendada en las leyes revolucionarias, al no derivarse del valor sustantivo y autónomo de las mujeres como sujetos sociales activos, no contribuyó a la formación de una conciencia crítica.
De este modo, la seguridad y la aceptación social de las nuevas funciones de la mujer dentro de la revolución nacieron comprometidas con el Gobierno-Partido-Estado totalitario, que se erigió a la vez en patrón, administrador del poder y de la justicia y destinatario final (beneficiario) del potencial político femenino. Por decreto, quedaron abolidas de jure las diferencias de género en Cuba, y a la vez se anuló la posibilidad del debate público femenino y la capacidad de acción de las mujeres, cuestiones que quedaron sujetas a las disposiciones y manejos del poder.
Paulatinamente, el ingreso a la FMC se convirtió en un trámite automático: cada cubana que arriba a los 14 años es considerada como miembro de la organización, salvo los casos excepcionales en que la propia mujer declare expresamente su decisión de no pertenecer a la misma, por lo que al paso del tiempo la FMC comenzó a mostrar una ecuación inversa: crecía numéricamente a la vez que perdía representatividad real en la sociedad y en el imaginario femenino.
Ya hacia 1995 el 82% de la población femenina estaba formalmente integrada en la organización que actualmente "agrupa" a más de cuatro millones de cubanas. Sin embargo, las mujeres son menos libres.
53 años de conjura
Más allá de las usuales odas a ese incorpóreo fauno verde olivo apodado "revolución", y de la prolongada duración de una organización apóstata, ¿qué celebran las federadas?
En la actualidad más del 60% de los profesionales y técnicos cubanos son mujeres, sin embargo casi la totalidad de los cargos de dirección política o relacionados con empresas de la administración de divisas son ocupados por hombres, lo que demuestra la tradicional preeminencia de los patrones masculinos, ahora acunados a la sombra del sistema, que mantienen la discriminación de la mujer a contrapelo de las "conquistas" otorgadas desde el poder.
En la esfera política la presencia femenina, como la de afrodescendientes, no pasa de la representación escenográfica que pretende ofrecer una imagen de equilibrio racial y de género en los cargos del Gobierno, e incluso bajo esa condición, sigue siendo muy baja.
En cuanto a lo social, las cifras de prostitución, desempleo, subempleo y deserción escolar por maternidad precoz y otras causas, afectan con particular fuerza a las mujeres.
Mientras, la inexistencia de demandas femeninas en Cuba ha determinado que cada vez las mujeres sean menos ciudadanas y más rebaño, pasando de la esclavitud privada (doméstica-patriarcal) —sin llegar a superarla— a la esclavitud pública (estatal-totalitaria). La pretendida equidad de género proclamada por la revolución, es otra farsa del sistema que enmascara la ausencia de autonomía de todos los sectores civiles del país y la ausencia de derechos humanos tan elementales como el de asociación y el de expresión.
Tal es el escenario después de más de medio siglo de la que, al menos por el número de membresía, quizás sea la mayor organización femenina de este hemisferio. Poco tienen que celebrar las cubanas, salvo que la vergüenza de la servidumbre se reconozca como una conquista de género.
[1] HOLGADO FERNÁNDEZ, ISABEL. ¡No es fácil! Mujeres cubanas y la crisis revolucionaria. Editorial Icaria Antrazyt, Barcelona, España, 2000. p. 269
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