Servando González: Fidel Castro: ¿asesino de Allende?
Fidel Castro: ¿asesino de Allende?
Por Servando González
16 noviembre 2013 por Cubaverdad
Quien conoce a su enemigo como a sí mismo,
en cien batallas no correrá el más mínimo riesgo.
– Sun Tzu
Cada día que pasa, la muerte del presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, ocurrida el 11 de Septiembre de 1973, recuerda más y más Rashomon, la famosa novela de Riunosuke Akutagawa, luego inmortalizada en el cine por Akira Kurosawa. Como en Rashomon, los supuestos testigos presenciales dan versiones diferentes y contradictorias de los hechos, las cuales son negadas a su vez por otros que alegan conocer la verdad.
El suicidio de Salvador Allende: ¿ficción o realidad?
La versión más difundida, expresada por Fidel Castro en un discurso el 28 de Septiembre de 1973 y adoptada por los colaboradores cercanos de Allende, es que el Presidente de Chile murió como un héroe luchando contra los golpistas. Pero, como veremos a continuación, poco a poco han ido apareciendo versiones que difieren radicalmente de esa versión inicial de los hechos.
No obstante, aún entre los colaboradores cercanos al Presidente, que se hallaban en La Moneda en los momentos en que ocurrieron los hechos, las versiones son contradictorias.
Por ejemplo, en su libro Las muertes de Allende, Hermes Benítez expone varias hipótesis sobre la forma en que murió Salvador Allende. Por ejemplo, existe la versión del doctor Patricio Guijón, de que Allende se suicidó con el propio fusil AK-47 que le había regalado Fidel Castro. Esta versión fue aceptada y difundida por los militares golpistas.
Sin embargo la única persona que atestiguó que Allende se había suicidado fue el doctor Guijón, quien formaba parte del equipo médico presidencial. El Dr. Guijón declaró que Allende se había suicidado, porque cuando él bajaba del segundo piso de La Moneda, a poco de que los golpistas ocuparan el edificio, escuchó un disparo, volvió a subir las escaleras, y encontró a Allende en un charco de sangre.
Es bueno aclarar que Guijón no fue testigo presencial de la muerte de Allende, por tanto no lo vio suicidarse. Es más, hasta el momento no existe ni un solo testigo presencial de este supuesto suicidio.
Desde el comienzo, la izquierda chilena no aceptó la versión del suicidio. Según éstos, Allende murió heroicamente en el combate de La Moneda, disparando su fusil contra los asaltantes hasta el último momento. Esta fue la versión ofrecida por su hija Beatriz “Tati” Allende y por Fidel Castro.
Sin entrar en detalles, pues la mayor parte de esta información es del dominio público y está al alcance de todos en la Internet, hay varias versiones sobre cuántos disparos se escucharon.
Algunos aseguran que el cadáver de Allende fue colocado en un divan, con el fusil entre las piernas, después de su muerte. También se mencionan varios impactos de bala en el gobelino que tapizaba la pared detrás del diván.
En un artículo titulado “El sacrificio de un ciudadano de América Latina”, publicado en La Fogata el 11 de Septiembre del 2003, Hugo Guzmán ofrece interesantes detalles sobre lo sucedido en los últimos momentos del asalto a La Moneda.
“Nosotros, como escoltas, no podemos dar fe de que Allende se autoeliminó.”
“Al lugar donde estaba el cuerpo de Allende, los primeros que entran son un reportero supuestamente de El Mercurio que, por lo que sabemos, era agente de la CIA. Fue el único que sacó todas las fotos. También entra el oficial Fernández Larios, de Inteligencia del Ejército, que ahora está en Estados Unidos como testigo protegido porque les ayudó para culpar al DINA del asesinato del canciller Orlando Letelier en Washington. Es un hombre de la CIA. Y entró el general Pedro Espinoza, jefe de Inteligencia. En las dos únicas fotos que se han podido ver, aparece Allende con la camisa completamente limpia. El cuello de la camisa también aparece blanco, limpio, sin manchas. Una persona que se dispara en la cabeza, lo que sangra es mucho. El tenía limpio el cuello y la camisa. Esa es una cosa que se contradice con la versión de la autoinmolación con el fusil AK”.
Por cierto, hay informes de que los soldados, además de sacar las fotos, pusieron el cadáver en el piso, lo desnudaron, lo revisaron y luego volvieron a vestirlo con sus ropas.
Manuel Cortés, escolta de Allende, dice que las dos fotos testimonian aún más confusiones:
“En una aparece medio recostado con el fusil AK arriba de las piernas, y en la otra foto está sentado en el sillón, no recostado, y con el AK parado en el suelo, entre las piernas, con la culata apoyada en el suelo. De partida, ahí hubo un montaje”.
“Nosotros contradecimos que Allende estaba absolutamente solo. Por razones de seguridad, y por razones de deformación profesional si se quiere llamar así, el Dispositivo de Seguridad jamás dejaba solo a Allende, jamás. … en las conversaciones más íntimas, siempre había uno o dos de la seguridad con él, gente que era de extrema confianza de él. Prácticamente las 24 horas del día estábamos con él, mínimo uno al lado de él, incluso durante toda la noche cuando él dormía. Por lo tanto es imposible que Allende se haya quedado solo, imposible, imposible”.
Lo anterior coincide con versiones publicadas en los años 1974 y 1975, que señalaban que Allende había combatido después de despedir a sus colaboradores, junto a integrantes de la escolta, hasta que una ráfaga lo derribó. Dos escoltas lo habrían cargado hasta el sillón presidencial y ahí lo dejaron después de colocar el fusil sobre sus piernas. Esos podrían haber sido algunos de los miembros de la seguridad personal de Allende, heridos y asesinados posteriormente.
Continúa Cortés:
“Todas las personas que estuvieron al lado de él, todos los escoltas, murieron, los mataron posteriormente. Salieron vivos de La Moneda y posteriormente fueron desaparecidos. No tenemos testigos de lo que pasó”.
Por otra parte, la autopsia realizada a Allende dista mucho de ser definitiva. Todo indica que el informe de los médicos forenses se realizó bajo coacción. A Hortensia Bussi, la viuda de Allende, no le permitieron ver el cuerpo. Menos de 24 horas después de haber muerto, Allende ya había sido sepultado en un cementerio en Viña del Mar.
En un artículo publicado el 11 de Septiembre del 2003, “La Moneda, nuestro brutal 11 de Septiembre”, Jorge Timossi narra como en Febrero de 1986 Hortensia Bussi le confesó que,
“Hasta el día de hoy yo no sé si en el féretro que me presentaron los militares estaba o no el cadáver de Allende. … Vi nada más que un lienzo blanco, debajo del cual se suponía que había un cuerpo, y un militar me agarró por la muñeca y me obligó a cerrar. Yo no sé, nunca supe, si ése era Allende.”
Como si todo esto fuera poco, en el 2005, Juan Vivés, pseudónimo de Andrés Alfaya, un ex-oficial de la inteligencia castrista que vive exiliado en Francia, dio al mundo una nueva versión diametralmente distinta de los hechos. Según Vivés, el Presidente chileno no se suicidó ni murió en combate, sino que fue asesinado por el general de las Tropas Especiales cubanas Patricio de la Guardia, quien en la práctica era el verdadero jefe de la seguridad personal de Allende.
Vivés afirma que esto lo oyó de boca de su tío, el ex-presidente cubano Osvaldo Dorticós, quien a su vez lo había oído comentar a los más altos niveles del gobierno cubano. Aunque sorprendente, la afirmación de Vivés simplemente le añadió veracidad a un persistente rumor que ha circulado en Cuba por muchos años.
Según otras fuentes en Chile, la historia de que Allende se suicidó con el fusil Kalashnikov que le había regalado Castro, simplemente no puede ser cierta. En primer lugar, porque el cuerpo de Allende presentaba cuatro heridas de bala: dos en el abdomen, una en el tórax, y otra en la cabeza, que penetró por un ojo y al salir le destruyó gran parte de la parte posterior del cráneo. Esto niega totalmente la posibilidad de un suicidio.
En segundo lugar, porque los proyectiles hallados en el cadáver de Allende eran de 9 mm,, un calibre diferente al que usa el AK-47. Sin embargo, se sabe que Patricio de la Guardia usualmente portaba una sub-ametralladora UZI, que dispara balas 9 mm.
Algunos de los presentes en La Moneda niegan que Patricio de la Guardia estuviese allí cuando murió el Presidente. Pero otros aseguran que ambos hermanos de la Guardia, Tony y Patricio, estaban allí cuando murió Allende. De hecho, ha comenzado a rodar una especie de teoría conspiratoria en la que se alega que el resto de las fotos que tomó el fotógrafo se hicieron desaparecer porque en algunas de ellas aparecía Patricio de la Guardia.
En una entrevista realizada algo después, Vivés abundó sobre el tema. Según Vives, varias semanas después del golpe, se hallaba en el bar Las Cañas, del Hotel Habana Libre (antiguo Havana Hilton), donde se encontró con Patricio de la Guardia y el jefe de la escolta de Fidel, conocido como “el Chino”. Durante la conversación, el Chino le preguntó a Patricio cómo se habían comportado los hombres de la escolta de Allende que él [el Chino] había entrenado. Vivés asegura que la respuesta de Patricio fue tajante: “Le me metí un ramalazo y lo maté por pendejo. Abajo tuve que matar a un periodista que se apodaba “el Perro”.
Por supuesto, que aunque no se debe descartar de antemano, no sería prudente confiar a ciegas en la información suministrada por un ex-agente de un servicio inteligencia que se haya vuelto en contra de sus empleadores. El supuesto ex-agente pudiera ser en realidad un agente de desinformación, todavía al servicio de sus antiguos amos, o simplemente un oportunista que exagera o inventa información para acrecentar su valor como fuente.
Vale aclarar que lo anterior no es sólo aplicable a Vivés, sino a cualquier otro ex-agente de un servicio de inteligencia que haya roto con sus antiguos empleadores y desertado. Sin embargo, basándome en información que he leído en otros de sus artículos y en su libro Los amos de Cuba, a mí en particular Vivés me parece una fuente de información digna de crédito. Pero, para ser imparcial, al final de este artículo, después de que haya presentado la evidencia, haré un análisis exhaustivo de esta información. Para ello le voy a aplicar el sistema convencional que, con ligeras variantes, usan los analistas de inteligencia en todo el mundo para determinar el valor de toda información.
Por el momento, tan sólo pido al lector que acepte tentativamente la información suministrada por Vivés, si no como probable o cierta, al menos como posible
Por otra parte, lo único que explica que Castro no haya fusilado a Patricio de la Guardia cuando fusiló a su hermano Tony, es que Patricio posea información que, si se divulgara, sería altamente perjudicial para Castro. De hecho, cuando leí la primera información sobre el libro El Magnífico de Vivés, en el que se mencionaba lo de Patricio, recuerdo que llamé a un amigo y le dije que ahora me explicaba la razón por la cual Castro no había fusilado a Patricio. Poco después, durante una entrevista, Vivés abundó en el tema, y menciono lo de los documentos de Patricio en un banco de Panamá, lo que confirmó mis sospechas.
El hecho de que yo haya sospechado la estrategia de Patricio que le salvó la vida, se debe a que esa es una práctica común entre los oficiales de los servicios de inteligencia — al menos los inteligentes.
Todo oficial de inteligencia descubre, tarde o temprano, que trabaja para una organización corrupta, cuyo único fin es el beneficio material y la supervivencia de sus líderes. Cuando se dan cuenta de esto, los oficiales de inteligencia inteligentes se preparan para sobrevivir a una traición proveniente de su propia organización y ponen a buen recaudo documentos comprometedores que, en caso de emergencia, puedan usar en contra de sus empleadores. Estos son por lo general los oficiales de inteligencia que logran retirarse y mueren en su lecho. Muchos de los que no lo hacen sufren las consecuencias, algunos pagando con sus propias vidas. Si este es el caso, Patricio ha demostrado ser mucho más inteligente que su hermano gemelo Tony.
En todo crimen, lo primero que hace un investigador es comprobar si el supuesto autor del mismo tenía el motivo, la habilidad, los medios, y la oportunidad para cometerlo, así como que era reincidente; es decir, si tiene la tendencia a cometer ese tipo de crimen en particular.
Un somero análisis de los hechos demuestra que Fidel Castro tenía el motivo. Son muchos los que afirman que el triunfo de Allende echaba por tierra la teoría castrista de la lucha armada como única vía para implementar el socialismo en un país de América Latina. Por consiguiente, Castro tenía motivos sobrados para descarrilar el proceso democrático en Chile y deshacerse de Allende. Además, y esto es muy importante, como veremos más adelante, Castro debe haberse sentido muy ofendido cuando, a sus ojos, Allende lo humilló.
Castro también tenía la habilidad, es decir, era diestro en asesinatos políticos. Desde que ingresó a la Universidad de La Habana, se sumó a los grupos gangsteriles que por esa época pululaban. Allí Castro descubrió que existía una vía rápida de deshacerse de sus enemigos.
También Castro poseía los medios. En los meses posteriores a la toma del poder por Allende, Castro logró infiltrar en Chile a miles de sus agentes, muchos de ellos miembros de sus fuerzas especiales. Algunos de estos agente terminaron engrosando las filas del GAP (Grupo de Amigos del Presidente). Por las valijas diplomáticas que enviaba a la embajada de Cuba en Santiago, Castro logró ilegalmente introducir al país miles de armas y municiones de varios tipos.
Castro también tuvo la oportunidad para cometer el asesinato de Allende. Esta oportunidad se la proporcionó el propio golpe militar. El caos imperante en La Moneda en los momentos en que los atacantes se disponían al asalto final creó las condiciones propicias para cometer el asesinato de Allende y encubrirlo tras una falsa muerte en combate o un falso suicidio.
Pero Castro no sólo tenía el motivo, la habilidad, los medios y la oportunidad, sino que también era reincidente, es decir, tenía una fuerte tendencia a cometer ese tipo particular de crimen, el magnicidio. Existe abundante evidencia en el dominio público de que Fidel Castro ha participado activamente en el planeamiento y ejecución del asesinato de más de una docena de jefes de estado — algunos de ellos exitosos. Más aún, tal parece que asesinar jefes de estado es una de las obsesiones que han caracterizado la vida de Fidel Castro desde muy temprana edad.
El Magnicida Caribeño
Desde que ingresó a la Universidad de La Habana para estudiar la carrera de Derecho, Fidel Castro demostró una gran habilidad en la eliminación de sus enemigos políticos.
El primero que asesinó por la espalda en, 1947, fue Leonel Gómez, su rival en las elecciones para presidente de la Facultad de Derecho. En 1948, participó en el asesinato de Manolo Castro. Ese mismo año asesinó a Oscar Fernández Caral, sargento de la policía universitaria. En 1949 asesinó a Justo Fuentes y a Miguel Sáez.
Pero si Castro demostró ser hábil eliminando a sus enemigos, lo ha sido aún más deshaciéndose de sus amigos cuando dejan de serle útiles. Entre los que perdieron sus vidas debido a Fidel Castro están: Frank País, líder principal del Movimiento 26 de Julio; Comandante Camilo Cienfuegos, primera figura en importancia en el Ejército Rebelde; Rafael del Pino Siero, su amigo de juventud; Osvaldo Sánchez, líder del Partido Comunista tradicional; Comandante Manuel Piñeiro “Barbarroja”, Jefe del Departamento América de los servicios de inteligencia; Comandante René Rodríguez, Director del Instituto de Amistad con los Pueblos; Comandante Arnaldo Ochoa, héroe de la guerra en Angola; Coronel Antonio “Tony” de la Guardia, su hombre de confianza y asesino personal; Comandante José Abrahantes, ex-Director de los servicios de inteligencia, y muchos más, incluyendo “Che” Guevara, que harían esta lista interminable.
Sin embargo, en lo que Fidel Castro más se ha destacado en su larga carrera criminal es en asesinar jefes de estado.
Es posible, y su vida ulterior parece confirmarlo, que los preceptores jesuitas familiarizaran a su alumno predilecto con la Teología del padre L’Amy, en la que se expone el principio por el que la Orden concede a sus miembros el derecho de eliminar físicamente a sus adversarios. También es probable que, como alumno de los jesuitas en el Colegio de Belén en La Habana, el joven Fidel haya escuchado de boca de sus preceptores de la Compañía el principio de la legitimidad del asesinato de los tiranos, así como de “cometer, sin pecado, actos considerados criminales por las masas ignorantes.”
Prueba de lo anterior es que, en su apasionada autodefensa durante el juicio por el ataque al cuartel Moncada, Castro mencionó la teoría del jesuita español Juan Mariana, quien, en su libro De Rege et Regis Institutione, comenta que cuando un gobernante usurpa el poder, aún si ha sido electo democráticamente, pero gobierna en forma tiránica, es lícito que un ciudadano ejerza el tiranicidio, ya sea directa o indirectamente, usando un subterfugio.
A pesar de que algunos de los preceptores jesuitas de Castro aún profesan una gran admiración por su ex-alumno, sería injusto culparlos totalmente por la conducta ulterior de éste. No obstante, por alguna razón desconocida, asesinar jefes de estado se convirtió en una de las muchas obsesiones de Fidel Castro, que comenzó a llevar a cabo desde muy joven. El propio Hugh Thomas se percató del aparente deseo de Castro de perpetuar “una tradición estudiantil de tiranicidio.”
Desafortunadamente, como expondré a continuación, el profundo odio de Castro hacia presidentes democráticamente electos se sobrepuso a cualquier impulso tiranicida que hubiese tenido.
Veamos.
En 1947, cuando tenía tan sólo 21 años, Castro se unió a un grupo de estudiantes universitarios que visitaban al Presidente Ramón Grau San Martín en el Palacio Presidencial. Grau era un político que había sido democráticamente electo por el voto popular. Durante la visita, el Presidente y los estudiantes se acercaron a uno de los grandes ventanales del segundo piso del Palacio. En ese momento Castro le sugirió a uno de ellos que asesinaran al Presidente. “Tengo la fórmula,” le susurró, “para tomar el poder ahora mismo y deshacernos para siempre de este hijo de ****. Lo agarramos y lo tiramos por el balcón. Cuando esté muerto, le hablaremos al pueblo por la radio y proclamaremos el triunfo de la revolución estudiantil.”
En el verano de ese mismo año, Castro se unió a un grupo de aventureros que planeaban invadir la República Dominicana, asesinar al presidente Rafael L. Trujillo, y dar un golpe de estado para tomar el poder. Castro participó en el entrenamiento militar, que se llevó a cabo en Cayo Confites, un pequeño islote al norte de la provincia de Oriente. Pero las autoridades descubrieron el complot y arrestaron a la mayoría de los participantes. Castro logró escapar.
En Abril de 1948, durante la celebración de la Novena Conferencia Panamericana, estallaron en Colombia unos violentos disturbios que destruyeron gran parte de la ciudad de Bogotá y causaron más de 5,000 muertos y miles de heridos. Fidel Castro, que se hallaba de visita en la ciudad, se unió a la turba. Testigos presenciales afirman que, poco después de las 4 de la tarde de ese día, vieron a Castro al frente de una turba que gritaba “A palacio”. Según los testigos Castro portaba un rifle y gritaba histéricamente que iban al palacio a matar al presidente colombiano Mariano Ospina Pérez.
En Agosto de 1951, el ataúd que contenía los restos mortales del líder populista cubano Eduardo “Eddy” Chibás fueron conducidos a la Universidad de La Habana para que los estudiantes le rindieran homenaje. José Pardo Llada, a la sazón amigo de Castro, cuenta que Fidel se le acercó y le dijo, “Pepe, llevemos el muerto a Palacio y tomemos el poder. Tú serás el Presidente y yo el Jefe del Ejército.” El Presidente de Cuba en ese momento era Carlos Prío Socarrás, electo por el voto popular.
Pardo Llada no menciona si Castro le dijo cómo pensaba deshacerse del Presidente Prío, pero un incidente ocurrido anteriormente tal vez nos dé una idea de lo que Fidel tenía en mente.
En 1949, mientras Castro hacía los preparativos para un viaje que pensaba hacer a los Estados Unidos, visitaba casi diariamente el apartamento de su amigo Max Lesnick, situado en la calle Morro, muy cerca del Palacio Presidencial. Lesnick le contó a Tad Szulck que un día, mientras miraba desde el balcón hacia el Palacio, Fidel tomó una escoba y, apuntándola como si fuese un rifle, le dijo a la abuela de Lesnick: “Mire, si Prío sale a la terraza del Palacio a echar un discurso, lo mato desde aquí con una sola bala de un rifle con mira telescópica . . .”
En Marzo de 1953 Fidel Castro y un grupo de conspiradores se confabularon para asesinar al Presidente Fulgencio Batista. La oportunidad se les presentó cuando Batista decidió asistir a una reunión de veteranos de la Guerra de Independencia, que se celebraría en el mes de Julio en Santiago de Cuba, en la provincia de Oriente. Castro y algunos de los conspiradores obtuvieron documentación falsa, uniformes del ejército, y placas de auto oficiales y viajaron a Santiago para hacerle un atentado a Batista. Pero al parecer Batista sospechó que algo andaba mal, y canceló la visita. La policía tuvo sospechas de que Castro tramaba algo y lo detuvo. Pero poco después lo dejaron en libertad por falta de pruebas.
Existen rumores de que el ataque al Cuartel Moncada, que Castro y su grupo realizaron unos meses después, el 26 de Julio de 1953, iba a coincidir con una visita que Batista iba a hacer al cuartel. Pero de nuevo Batista canceló la visita en el último momento. Puede que los rumores tengan algo de cierto, porque la estratagema que Castro y sus hombres usaron para que los guardas abrieran la puerta de entrada fue gritar: “¡Abran la puerta. Llegó el General [Batista]!”
La obsesión de Castro por asesinar presidentes no terminó cuando tomó el poder en Cuba en 1959. El 26 de Abril de ese mismo año, Castro infiltró en Panamá un grupo de 84 cubanos y panameños residentes en Cuba. El objetivo de este grupo era asesinar al presidente Ernesto de la Guardia y encender la chispa de una revolución en ese país. Pero las fuerzas militares panameñas neutralizaron la fuerza invasora pocas horas después de haber desembarcado.
Poco después de la frustrada aventura panameña, otro grupo militar partió secretamente de Cuba el primero de Junio de 1959 con destino a Costa Rica, desde donde pensaban infiltrarse en Nicaragua para ultimar al presidente/dictador Luis Somoza, enemigo jurado de Castro. La invasión fracasó y, por supuesto, Castro negó su participación en la misma.
Menos de dos semanas más tarde, el 14 de Junio de 1959, Castro envió un grupo similar a la República Dominicana, con la misión de asesinar al Presidente Rafael L. Trujillo. La animadversión de Castro hacia el dictador dominicano se remontaba a sus días en la Universidad de La Habana, cuando, en 1947, se unió a un grupo de cubanos que se entrenaba en Cayo Confites para invadir la República Dominicana y asesinar a Trujillo.
Ambas operaciones, en Nicaragua y la República Dominicana fracasaron, y Castro se apresuró a negar que él personalmente las hubiese ordenado. Pero, dada su afinidad por tal tipo de hechos, todo indica que fue Castro quien las ordenó.
Tan sólo un par de meses más tarde, a mediados de Agosto de 1959, Castro envió una grupo militar a Haití. Su misión consistía en asesinar a François “Papa Doc” Duvalier, el dictador haitiano. El grupo se componía de 30 cubanos, había sido organizado por Che Guevara, y lo comandaba un argelino que había luchado en las fuerzas de Castro en la Sierra Maestra. Pero, tal como había sucedido con las operaciones contra Panamá y República Dominicana, esta también resultó en un desastre, y la mayoría de los atacantes perecieron. Castro nunca respondió a las acusaciones del gobierno de Duvalier de su complicidad en la operación.
En 1962, Castro intentó asesinar al presidente democráticamente electo de Panamá, Roberto Chiari. Según un informe del FBI, fechado el 25 de Octubre de 1962, Humberto Rodríguez Díaz, uno de los asesinos enviado por Castro, en complicidad con un ex-embajador cubano en Panamá, trató de atentar contra la vida del Presidente panameño.
El próximo año, en la primavera de 1963, Castro envió varias toneladas de armas y municiones a un grupo revolucionario, para que asesinaran al presidente de Venezuela Rómulo Betancourt. La obsesión de Castro con asesinar al Presidente Betancourt, quien inicialmente lo apoyaba, ha sido ampliamente documentada.
Ese mismo año, los periódicos colombianos publicaron reportajes informando que los aviones que habían transportado a un grupo de asesinos desde Cuba a la península de La Guajira, en Colombia, habían sido proporcionados por Fidel Castro. La misión de este grupo era asesinar al presidente León Valencia y derrocar su gobierno. Esta información fue corroborada el 17 de Octubre de 1963 por el propio Presidente Valencia, en una nota que envió a todas las misiones diplomáticas en Bogotá en la que acusaba a Castro de ser responsable por la operación.
Unos pocos meses después, el 26 de Febrero de 1964, un nuevo complot fue descubierto con motivo de la visita que Valencia pensaba hacer a Cali. El próximo año, Valencia señaló a Castro como el instigador de ambos intentos de asesinato.
En Julio de 1979, el dictador nicaragüense Luis Somoza fue derrocado por efectivos del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que contaba con el apoyo de Castro, y escapó del país para convertirse en un exiliado político en el Paraguay. Unos pocos meses después Somoza y sus guardaespaldas fueron asesinados en una calle de Asunción por un grupo Sandinista que usó ametralladoras y bazucas. Algunos miembros de la inteligencia castrista se jactaron públicamente de que el equipo de asesinos había sido entrenado en Cuba.
En el documental “Fidel”, dirigido por Estela Bravo, Castro cuenta una anécdota sobre lo que sucedió cuando en 1963 hizo una visita a la Unión Soviética invitado por Nikita Jrushchov. El Premier soviético deseaba limar asperezas con Castro después de los sucesos de la crisis de los cohetes de 1962, en los que había llegado a un acuerdo con el Presidente Kennedy a espaldas de Castro.
Según Castro, Jrushchov lo invitó a ir de cacería y, durante ésta, un animal saltó a pocos metros enfrente del Premier Soviético y Castro le disparó con su escopeta. Los proyectiles cruzaron peligrosamente cerca de la cara de Jrushchov. “¿Y sabe lo que me pasó por la mente en ese momento?”, le pregunta Castro en el documental a su interlocutora, “¿Qué pasa si en una cacería, en un accidente de estos, yo le doy un tiro a Jrushchov?”
El sólo hecho de que Castro haya recordado tan vívidamente el hecho, y que lo haya contado con lujo de detalles, incluyendo lo que pensó, indica que tiene una mente patológicamente enrevesada. Pero, conociendo a Castro y su afinidad por tal tipo de crimen, lo más probable es que en realidad lo que le haya pasado por la mente fue asesinar a Nikita Jrushchov quien, según Castro, lo había traicionado y humillado durante la crisis de los cohetes.
Todo indica que Jrushchov nunca se percató de lo cerca que estuvo de ser una víctima más en la larga lista de jefes de estado asesinados por el magnicida caribeño.
Aunque la mayoría de los iniciales intentos magnicidas de Castro fracasaron, sería erróneo pensar que tan sólo fueron elucubraciones producto de una afiebrada mente juvenil. Por el contrario, Fidel Castro ha tenido una larga experiencia en la profesión de asesino, tanto directa como indirectamente, y la evidencia indica que algunas veces ha tenido éxito en su empeño — no sólo en cometer el asesinato, sino en hacerlo impunemente. La mayor prueba de su habilidad en ese campo probablemente sea el asesinato del presidente norteamericano John F. Kennedy.
Ahora seguiremos con el tema de las traiciones castristas aunque diré que la mayor de esas traiciones fue contra esa parte del pueblo cubano que creyó en él y sus promesas antes y después de 1959 y que lo ayudó a tomar, entronizarse y perpetuarse vitaliciamente en el poder.
( ¨Juan Vives ¨ )
En estos días que se cumplió el 40 aniversario del asesinato de Ernesto Che Guevara hemos publicado diferentes artículos y videos sobre la traición castrista al Che Guevara cuya evidencia mayor fue el retirar de los países vecinos de Bolivia los dispositivos que aseguraban las ¨ventanas¨ por las que el Che y su guerrilla debían de¨ saltar ¨, en caso de un desastre guerrillero; retirada que se podía haber columbrado ante la falta de intentos de ¨Manila ¨, Cuba, por restablecer comunicación fluida, directa y en ambos sentidos con el grupo guerrillero conformado mayoritariamente por extranjeros, que había invadido Bolivia. El Che ante esas evidencias que desataron fuertes conversaciones entre sus combatientes , solamente contestó: ¿ Ustedes no creen que están revolviendo demasiado la mierda ? .
( Iliana de la Guardia )
Ahora publicaré un ¨refrito¨ sobre otra supuesta traición castrista cuya publicación en el año 2005 produjo un gran debate y ataques mutuos entre Iliana de La Guardia, hija de Tony de La Guardia y sobrina de Paticio de La Guardia, Jorge Masseti, su esposo, y Juan Vives ( realmente Andrés Alfaya Torrado ), sin excluir a Dariel Alarcón Ramirez , el ¨Benigno ¨, de la guerrila del Che : El supuesto asesinato de Salvador Allende a manos de Patricio de La Guardia.
Sobre el mencionado debate puede leerse
http://www.cubanet.org/CNews/y05/nov05/07o13.htm )
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por Eduardo Mackenzie
París, 12 de septiembre de 2005
Salvador Allende no se suicidó, ni murió bajo las balas de los militares golpistas el 11 de septiembre de 1973. Durante el asalto contra el palacio de la Moneda, el presidente de Chile fue cobardemente asesinado por uno de los agentes cubanos que estaban encargados de su protección. En medio de los bombardeos de la aviación militar, el pánico se había apoderado de los colaboradores del jefe de Estado socialista y éste, en vista de la desesperada situación, había pedido y obtenido breves ceses de fuego y estaba, al final, decidido a cesar toda resistencia. Según un testigo de los hechos, Allende, muerto de miedo, corría por los pasillos del segundo piso del palacio gritando: “¡Hay que rendirse!”. Antes de que pudiera hacerlo, Patricio de la Guardia, el agente de Fidel Castro encargado directo de la seguridad del mandatario chileno, esperó que éste regresara a su escritorio y le disparó sin más una ráfaga de ametralladora en la cabeza. Enseguida, puso sobre el cuerpo de Allende un fusil para hacer creer que éste había sido ultimado por los atacantes y regresó corriendo al primer piso del edificio en llamas donde lo esperaban los otros cubanos. El grupo abandonó sin mayor tropiezo el palacio de la Moneda y se refugió minutos después en la embajada de Cuba, situada a poca distancia de allí.
Esta versión del fin dramático de Salvador Allende, que contradice las dos anteriores casi oficiales, dadas ya sea por Fidel Castro (la tesis de la heroica muerte en combate), ya sea por la Junta militar chilena (la del suicidio), emana nada menos que de dos antiguos miembros de organismos secretos cubanos, muy bien informados acerca de ese sangriento episodio y hoy exiliados en Europa.
En un libro que acaba de publicar en París las Ediciones Plon, intitulado Cuba Nostra, les secrets d’Etat de Fidel Castro, Alain Ammar, un periodista especialista en Cuba y América Latina, analiza y confronta las declaraciones que le dieran Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez, dos ex funcionarios de inteligencia cubanos.
Exilado desde 1979, Juan Vives es un ex agente secreto de la dictadura y sobrino de Osvaldo Dorticós Torrado, el presidente cubano de opereta que reinó de 1959 a 1976, y que fue “suicidado” en obscuras circunstancias en 1983. Vives cuenta que en noviembre de 1973, en un bar del hotel Habana Libre, donde algunos miembros de los órganos de seguridad del Estado solían reunirse los sábados para beber cerveza e intercambiar de manera informal chismes e informaciones de todo tipo, escuchó del mismo Patricio de la Guardia, jefe de las tropas especiales cubanas presente en la Moneda en el fatídico 11 de septiembre de 1973, esa escalofriante confesión.
Durante años, Vives no quiso dar a conocer esa información pues, como dice, “era peligroso hacerlo” y porque no había hasta ese momento ningún otro responsable cubano en el exilio que pudiera confirmar el carácter fidedigno de esos hechos. Cuando supo que Daniel Alarcón Ramírez, alias “Benigno”, uno de los tres sobrevivientes de la guerrilla de Ernesto Guevara en Bolivia, se hallaba también exilado en Europa, la idea de dar a conocer esos graves hechos volvió a cobrar fuerza.
En el libro de Alain Ammar, “Benigno” confirma plenamente la narración de Vives. Ambos conocieron a Salvador Allende y a su familia. Ambos vivieron en Chile durante el gobierno de Allende. Ambos escucharon, en momentos diferentes, la confesión de Patricio de la Guardia a su regreso a La Habana.
El libro de Ammar describe con precisión los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular y, sobre todo, muestra el avanzado grado de control directo que Fidel Castro había logrado instalar --mediante sus centenas de espías de la DGI (un servicio cubano de inteligencia), mediante sus operadores y agentes de influencia implantados en Santiago--, sobre el presidente Salvador Allende, sobre sus ministros y hasta sobre sus amigos y colaboradores más íntimos. De hecho, la llamada “vía chilena al socialismo” había sido desviada por el castrismo hasta el punto de que dentro del gobierno de Allende hubo voces que criticaban esa brutal ingerencia. Meses antes de su muerte, Salvador Allende había sido ya “instrumentalizado por Castro”, explica Juan Vives. “Pero Allende no era el hombre que la Habana quería tener en el poder en Santiago. Los que Castro y Piñeiro [brazo derecho de Castro en operaciones de espionaje en Latinoamérica, muerto recientemente en Cuba de un infarto] preparaban para el relevo, a espaldas del mismo presidente Allende, eran Miguel Henríquez, principal dirigente del MIR y Pascal Allende, número dos del MIR, lo mismo que Beatriz Allende, la hija mayor del presidente, quien pertenecía también al MIR”. Beatriz morirá en Cuba en 1974.
Ese control sobre el jefe de Estado chileno se había agudizado notablemente tras el primer intento de golpe militar, el 29 de junio de 1973, más conocido como el tancazo. Cuando la Habana supo que los chilenos que rodeaban al presidente estaban asustados, Fidel Castro hizo saber que Allende no podía en ningún caso rendirse ni pedir asilo en una embajada. “Si el debía morir, debía morir como un héroe. Cualquier otra actitud, cobarde y poco valiente, tendría repercusiones graves para la lucha en América latina”, recuerda Juan Vives. Por eso Fidel Castro dio la orden a Patricio de la Guardia de “eliminar a Allende si a último momento éste cedía ante el miedo”.
Poco después de los primeros ataques a la Moneda, Allende mismo había dicho a Patricio de la Guardia que había que pedir el asilo político ante la embajada de Suecia. El mandatario había incluso designado a Augusto Olivares, su consejero de prensa, para hacerlo. Probablemente por eso Olivares, alias el perro, fue también ultimado por los cubanos antes de que éstos enfilaran baterías contra el presidente de Chile. “Reclutado por la DGI cubana, Olivares transmitía hasta los pensamientos más mínimos de Allende a Piñeiro, quien, a su vez, informaba a Fidel”, declara Juan Vives.
Otro guardaespaldas chileno de Allende, un tal Agustín, fue también “fusilado” por los cubanos en esos momentos dramáticos, según la declaración hecha por “Benigno” al autor del libro. Semanas después del golpe de Estado, Patricio de la Guardia había revelado, en efecto, a “Benigno” el fin de Agustín, hermano de un amigo suyo que vive aún en Cuba, y le había dado otro detalle importante sobre lo ocurrido durante esa trágica mañana en el palacio de la Moneda: antes de ametrallarlo, el agente cubano había atrapado con fuerza a Salvador Allende, quien quería salir del palacio, y lo había sentado en el sillón presidencial gritándole: “¡Un presidente muere en su sitio!”.
La versión del asesinato a quemarropa de Allende no era del todo desconocida. El 12 de septiembre de 1973 varias agencias, entre ellas la AFP, resumieron en cuatro líneas ese hecho. Publicado al día siguiente por Le Monde el cable decía: “Según fuentes de la derecha chilena, el presidente Allende fue matado por su guardia personal en momentos en que pedía cinco minutos de cese al fuego para rendirse a los militares quienes estaban a punto de entrar al palacio de la Moneda”. Ammar indica que esa hipótesis “fue enterrada inmediatamente” pues ella no le convenía a nadie: “ni a los colaboradores de Allende, ni a la izquierda chilena, ni a sus amigos en el extranjero, ni a los militares ni, sobre todo, a Fidel Castro…”.
( Salvador Allende, con casco, durante el asalto a La Moneda por las fuerzas golpistas )
La confirmación que esa, hasta hace poco, “hipótesis” acaba de recibir de parte de Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez podría ser reforzada en el futuro por los testimonios de otros funcionarios cubanos silenciados hasta ahora y por documentos que se encuentran fuera de Cuba. En efecto, en un banco de Panamá reposaría la pieza maestra de este magnicidio. Según los autores del libro, Patricio de la Guardia, condenado a treinta años de cárcel durante el proceso-farsa contra el general de división Arnaldo Ochoa Sánchez, y hoy en residencia vigilada, habría depositado en el cofre de un banco panameño un documento comprometedor en el que describe, entre otras cosas, el asesinado de Allende por orden de Castro, texto que debería ser revelado en caso de muerte de Patricio de la Guardia. Fidel Castro, según los autores del libro, habría tomado muy en serio esa amenaza y habría hecho que éste escapara al fusilamiento, a diferencia de Tony, hermano de Patricio, quien junto con el general Ochoa y dos otros funcionarios del ministerio del Interior, fué pasado por las armas el 13 de julio de 1989.
La revelación de lo ocurrido a Salvador Allende no es interesante únicamente para los historiadores de la calamitosa aventura de la Unidad Popular en Chile. Lo es igualmente, y de qué manera, para los nuevos amigos latinoamericanos de Fidel Castro, especialmente para el presidente Hugo Chávez de Venezuela. Hugo Chávez y los otros, por más jefes de Estado confiables que puedan ser para La Habana, como lo pudo haber sido en su momento, al menos en los papeles, el presidente Allende, podrían estar siendo ahora objeto de idénticos entramados siniestros de control y de dominación física y política directa por parte de los mismos servicios que obraron tan bestialmente contra el presidente de Chile. El libro de Alain Ammar aborda, en sus 425 páginas, muchos otros temas y episodios relacionados con las complicadas y no siempre exitosas operaciones secretas de La Habana en Cuba y en varios países. Es de esperar que una traducción al español de ese útil libro sea puesta rápidamente en librerías.
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Periodista colombiano, autor junto a Alain Delpirou del libro: "Les Cartels criminels. Cocaíne et héroïne, une industrie lourde en Amérique Latine", PUF, noviembre 200.
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