Nota del Bloguista de Baracutey Cubano
En este post incluyo dos escritos de Gastón Baquero que pueden explicar las cinco décadas de ostracismo que sufrió Gastón Baquero en la Cuba tiranizada por los Castro y que ahora, en su centenario, tratan en Cuba de resucitar (previo castramiento de parte de su obra) por diferentes objetivos.
Una carta de Gastón Baquero a Lydia Cabrera del año 1982
(fragment)
Tomado de
http://www.penultimosdias.com
Lidia: hiciste muy bien en nacer un 20 de mayo. Eres lista prenatal.
Naciste en el día del nacimiento de la República, y tú y yo sabemos a
cuánta maravilla sabe la palabra República, la República. Lo que eso
quiere decir para los cubanos con un poquitico de raíces criollas
intactas, es difícil contarlo a los extraños. Ahora andan sueltos por
ahí y por aquí, y por todas partes, algunos cubanitos comemierdas que
dicen no sentir la patria, ni importarles nada su destrucción y su pena.
Yo creo que adoptan esa pose, no por la cursilería de hacerse los
europeos o los norteamericanos, sino porque les falta el valor de amar a
Cuba, de querer a la patria, y estar lejos de ella. Para no sufrir,
fingen no amar, no sentir nostalgia, ni echar de menos las raíces. Han
hecho de la expatriación una despatriación, para que no les duela la
diáspora, porque su egoísmo, su frivolidad y su hedonismo de
quincallería les exige quitarse del corazón todo lo que pueda llevarlos
al santo insomnio de Cuba.
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El veinte de mayo nació una nueva manera —diseñada por Martí sobre la
materia prima que venía borboteando entre las venas de la isla a lo
largo de tres siglos— de ser entendida y cumplida la convivencia ideal
de los cubanos. Las dificultades, las desobediencia a lo dictado por
los Fundadores resumidos en el Fundador de la República, los
incumplimientos y deslealtades con la patria, no dañan para nada al ser
auténtico de la patria. Una de las características del bien es la
resignación y la paciencia con que se espera que pasen los días del mal.
La República, la Idea de la República del 20 de mayo, no ha muerto, ni
puede morir.
Quienes, ciegos ante la historia y ante la verdad de esa República,
han creído posible borrar las fechas, anular la manera martiana y pura
de la convivencia, destruir todo el edificio de la República (dicen
ellos que por tener grietas aquí y allá, goteras y defectos en la
cumbrera exterior del tejado), no han podido hacer otra cosa que
encadenar y retrotraer a Cuba a otra manera de colonia, cien veces más
atroz que la anterior. No celebran el 20 de mayo, ni el 10 de octubre,
ni el 24 de febrero, ni el 7 de diciembre, porque se han quedado sin
raíces y sin libertad —¡el bien de los bienes, hasta para las bestias!— y
pretenden que su patria está en Moscú, y que su Céspedes es Lenin, su
Martí Fidel, y su Maceo el Ché. Decían “patria o muerte”, y la gente
aplaudía; aplaudía hasta que descubrió que lo que querían decir estos
cabritos era “patria muerta”. Decían traer la libertad, la paz y el
bienestar para todos, y lo que trajeron fue la M del marxismo-leninismo,
que en el vientre trae únicamente, y siembra en cuanto se apodera de un
país, las cuatro emes terribles: muerte, miseria, maltratos y mierda. Y
si al horror del marxismo-leninismo le agregas a Castrico y su
morralla, ¡quiquiribú mandinga!
Frente a los que intentan borrar de la conciencia de los cubanos,
hállense dentro o fuera de Cuba, y sea cual sea la edad de cada uno, la
noción verdadera de patria, de la cubanía, de la criolledad (noción
excluyente de la esclavitud y de la crueldad, los dos pilares del
comunismo), frente a esos desdichados, ¿no tenemos que sentir
multiplicada por mil la gratitud ante los que como tú aman a Cuba, y
traen cada día un recuerdo, una lucecita más para que no se esfume la
imagen, para que no se haga en nosotros la oscuridad de oscuridades que
es no amar a una patria, no sentir una raíces, no recordar la enorme
dicha de haber nacido en Cuba, la gloria de ser cubano.
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Homenaje de 50 poetas iberoamericanos al cubano Gastón Baquero en Salamanca
EFE
SALAMANCA -- Medio centenar de poetas de 13 países iberoamericanos rendirá un homenaje al escritor cubano Gastón Baquero, considerado uno de los grandes poetas en lengua castellana de todos los tiempos, coincidiendo con el centenario de su nacimiento.
Baquero (Cuba, 1914-España, 1997) recibirá el homenaje los días 15 y 16 de octubre durante la XVII edición del Encuentro de Poetas Iberoamericanos, informó el Ayuntamiento de Salamanca en un comunicado.
Coordinada por el poeta peruano-español y profesor de la Universidad de Salamanca (USAL), Alfredo Pérez Alencart, y realizado en colaboración con la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura
y Saberes, esta cita cultural prevé reunir a medio centenar de escritores y cantantes de trece países iberoamericanos.
(Gastón Baquero, considerado uno de los grandes poetas en lengua
castellana de todos los tiempos, recibirá el homenaje en octubre durante
la XVII edición del Encuentro de Poetas Iberoamericanos, en España.
library.miami.edu)
La conferencia de clausura correrá a cargo de la catedrática de la USAL y conocedora de la obra de Baquero, Carmen Ruiz Barrionuevo, y como invitada especial participará la israelí Margalit Matitiahu (Tel Aviv, 1935), la más notable poeta en lengua judeo-española.
Además, bajo el título “ Palabras del Inocente”, se editará una antología que incluirá una selección de la obra de Gastón Baquero y de los poetas participantes y se fallará el VI Premio Internacional de Poesía “Gastón Baquero”.
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Texto de Gastón Baquero, Diario de la Marina, 19.4.1959
Al iniciar un viaje que por muchos motivos puede denominarse de vacaciones, consideramos obligado ofrecer a los lectores amigos los otros se lo explican todo a su manera algunas consideraciones sobre la actitud de este columnista antes y después del 1º de Enero.
Veníamos
en silencio, sin escribir, desde la aparición de la censura. Meses y
meses previos al desenlace de una etapa histórica, nos vieron callados, y
posiblemente interpretados por algunos frívolos o por algunos ciegos
apasionados como indiferentes a un dolor patrio o como partícipes de la
mentalidad y ejecutoria que producía esos dolores. A cada cual su
juicio, su interpretación, su creencia, que sólo puede modificarla el
tiempo. Es inútil razonar contra los prejuicios.
Las personas de
nuestra manera de pensar nos veíamos cada día más arrojadas a un
callejón sin salida. Estábamos contra el crimen y la violencia, pero no
podíamos irnos con la revolución. Comprendíamos que ya la tragedia
cubana avanzaba con violencia arrasadora y que no tenía nada que hacer
la voz del periodista, y menos si éste pertenecía a la ideología
conservadora. Se habían gastado las
palabras persuasivas, los llamamientos al cese de la lucha, las
apelaciones a buscar una salida incruenta. La palabra pertenecía a las
armas, que no se han hecho para propiciar el entendimiento. A quienes
no podíamos ni aplaudir lo que ocurría, ni dar por bueno lo que venía,
no nos quedaba otra postura que la del silencio. Y al silencio fuimos.
Los
tiempos cubanos, como los de casi todos los países en esta hora del
mundo, se inclinaban visiblemente hacia las soluciones extremas. Muchos
creían que se gestaba simplemente la caída del gobierno con su
reemplazo por otro mejor, pero adscrito en definitiva a una línea
jurídica, económica, social, política, dentro de una tradición
inaugurada en la Carta Magna de 1940. Quienes veíamos que la nueva
generación iba mucho más allá, y propugnaba una revolución y no un
simple cambio de gobernantes abogábamos, por no tener fe en las
revoluciones, por salidas de otro tipo, que eliminaran el gobierno
malo, pero que no abrieran la terrible incógnita de una revolución
social siempre más radical y profunda de lo que ¨afortunada o
desdichadamente¨ Cuba puede y debe intentar en esta hora.
¿Y
por qué no tenemos fe en las revoluciones? No es porque ellas
produzcan trastornos, lesionen intereses, vuelquen las costumbres. No
tenemos fe en ellas porque siempre se fijan tareas que requerirían la
asistencia de grandes genios, la milagrosa autoridad de ángeles y santos para cambiar de la noche a la mañana la naturaleza humana.
Las revoluciones quieren hacer por decreto que en un instante se
precipite el progreso, y nazca el hombre nuevo y surja por encanto la
ciudad soñada. Su gran paradoja consiste en que no quiere dar al tiempo
lo que es del tiempo, ni al hombre lo que es del hombre, sino que
intenta saltar, a pies juntillas, por encima del tiempo y del hombre
para llegar de una vez a la meta teóricamente fijada. Provocan
sufrimientos y conmociones que alteran a fondo y por mucho tiempo el
desarrollo normal y seguro, el avance lógico y humano hacia el
mejoramiento constante de las formas de vida. Quiere la perfección de
la noche a la mañana y es en definitiva una noble pero trágica
terquedad ideológica, soberbia intelectual, que quiere desconocer la
naturaleza humana y piensa que las grandes ideas, el afán por la
justicia, la sed de verdad, no han aparecido en el mundo porque a éste
le han faltado revolucionarios. La historia muestra que los
revolucionarios han contribuido como nadie a la aparición de nuevas
ideas, de mejoramiento y de justicia, pero que los revolucionarios, cuando triunfan,
ya no saben sino saltar hacia el porvenir, de un golpe, ignorando la
dura materia del tiempo y la fuerte resistencia del hombre. Mientras no llegan al poder son un bien, pues traen el fermento de la inquietud y el aguijón del progreso.
(Gastón Baquero en su Exilio en Madrid)
El
progreso cubano culminó, como se sabe, en la fuga del dictador, en la
impotencia de la junta militar, y en el ascenso al poder de la juventud
partidaria de la revolución. Los caracteres ideológicos de ésta no
fueron nunca disfrazados por sus dirigentes. En el manifiesto dado por
el Dr. Fidel Castro en diciembre de 1957, al desembarcar en Cuba, están
contenidas todas las ideas que hoy se van convirtiendo en leyes. (Nota
de Mons. Carlos M. de Céspedes: el desembarco del Granma tuvo lugar el 2
de diciembre de 1956, no de 1957; a qué manifiesto se está refiriendo
Gastón, ¿no será acaso a La Historia me absolverá, manifiesto
pronunciado por el Dr. Fidel Castro en el juicio por el asalto al
Cuartel Moncada y al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en 1953?). Si
algún capitalista se engañó, fue porque quiso; si algún propietario
pensó que todo terminaría al caer el régimen, pensó mal, porque
claramente se le dijo por el Dr. Castro que todo comenzaría al caer el
régimen; y si alguna persona alérgica a las grandes conmociones
económicas y sociales siguió y ayudó al Movimiento, creyendo que éste
venía solamente a tumbar a Batista,
pero no a cambiar costumbres muy arraigadas en la organización
económica y social, se equivocaron totalmente o no leyó con atención
aquel manifiesto. El Dr. Castro no ha engañado a nadie, aunque mucha
gente conservadora y enemiga de las convulsiones le siguieron sin
preguntarse detenidamente hacia donde la llevaban.
Y como
este columnista no fue ni es partidario de las revoluciones, ni de las
transformaciones violentas de la estructura social (lo que no quiere
decir que permanezca indiferente ante los males y renuncie a la
superación de estos por medios que le parecen menos dañinos y más
duraderos), no creyó nunca que se debió abandonar los esfuerzos para
poner fin pacífico y no revolucionario a los horrores que Cuba padecía.
Por supuesto que esta idea no sólo fue derrotada por los hechos lo que es mortal para una idea sino que se prestó y se presta a las interpretaciones más agresivas y mortificantes sobre el origen de la actitud.
Al
triunfar la revolución no faltaron los atolondrados que seguían
creyendo que por haber sido más o menos antibatistianos eran ya
suficientemente revolucionarios. No veían que el 1º de enero, volado ya
el posible puente de una junta militar delicia de los que querían dinamitar la casa, pero sin derribar las paredes ni el techo, Cuba
entraba a vivir una etapa histórica absolutamente distinta. Esta etapa
iba a requerir una nueva mentalidad en las clases, en los ciudadanos,
en el Estado, en las costumbres, pero muy pocos lo sospechaban.
Al
principio, todo fue júbilo. La caída de una dictadura que cometió tan
terribles errores y realizó tantos horrores, fue ocasión justificada
para el desbordamiento oceánico de alegría pura y sincera, sin
diferencia de clases ni de individuos. Todos eran felices porque había
caído la tiranía; pero muchos no sospechaban siquiera que recibían
entre palmas una revolución social. Ya de Batista estaban hasta la coronilla los más tenaces batistianos.
El río de sangre, la inseguridad para la vida y la propiedad, la
censura de prensa, el imperio del terror como norma de gobierno, habían
llegado a sensibilizar hasta a los reacios al dolor ajeno. Cuba había
apurado el límite de la resistencia física y de la resistencia moral.
De todos sus sufrimientos parecía librarse, en jubilosa catarsis,
cuando ofrecía enardecida a los revolucionarios victoriosos el laurel
de la gratitud y el aplauso de la admiración. Y como en 1902, como en
1933, como en 1944, el pueblo cubano se dispuso a iniciar de nuevo el
camino hacia la honradez administrativa, la libertad ciudadana, el
respeto a los derechos, la desaparición de los privilegios, y la vida
reglada por la paz, la cultura y el progreso.
¿Cuál era la
actitud correcta de quienes no creímos en la revolución y no hicimos
por ella nada, aunque tampoco hicimos, en conciencia, nada contra ella?
A nuestro juicio, lo decoroso, lo justo, era el silencio. Fácil
nos hubiera sido, de quererlo, y pese al riesgo de esa burla,
presentarnos en pose demagógica, arrojando flores al paso de los
vencedores. ¿No es esto lo usual?¿ No hemos presenciado el desfile ignominioso de los incorporados, de los revolucionarios del 2 de Enero, de los radicales que no tienen mucho que perder y de los conservadores y hasta reaccionarios disfrazados de dantones?
Quienes comprendimos que el 1º de Enero se iniciaba en Cuba una etapa
de gran conmoción social, de renovación que iba mucho más allá de lo
imaginado por tantos y tantos que confunden revolución con antibatistismo
y sentíamos que esas nuevas ideas triunfantes no eran las nuestras, no
podíamos hacer otra cosa que callarnos y dejar que la revolución misma
se abriese paso entre las clases sociales, perfilando su real
fisonomía y declarando paladinamente a quienes aún vivían engañados
cuáles eran sus verdaderas proyecciones.
Ahora nos encontramos en el ápice del despertar. Aquella señora que compró sus bonitos del 26, no
soñó que la revolución le iba a rebajar el 50% de sus rentas por
alquileres; aquel industrial que por ideología o por miedo abrió sus
arcas, creyó que tenía adquiridos títulos revolucionarios y subsiguiente
influencia; aquel sacerdote que hizo de su sotana un manto de piedad
para salvar vidas de jóvenes acosados y de su Iglesia un centro de
conspiración, creyó que se tendría en cuenta su filosofía de la sociedad
y de la vida. Cuantas ilusiones, esperanzas, elucubraciones y cálculos
han fallado. Pues llegó la revolución de veras, radical,
inflexible, sin compromiso ante sus ojos y anhelosa de llevar a cabo un
enorme cambio, un programa descomunal de contenido económico y social,
que ha venido gestándose en la mente de los cubanos revolucionarios
desde los mismos años inaugurales de la República. Llegó
la revolución en la que no tienen cabida el perdón de los errores, el
pensamiento conservador, la doctrina tradicionalista ni el conformismo
acomodaticio que, es cierto, ha frustrado tantas esperanzas del cubano.
Al
chocar frente a frente con la realidad, muchos se han asustado. No
sabían que una revolución era así. Pues así, y más, son las
revoluciones. Por eso ante ellas, quienes no tenemos vocación política y
no nos inclinamos a participar en movimientos contrarrevolucionarios por mucho que la revolución nos persiga,
no sabemos hacer otra cosa que ponernos al margen, dejar pasar el
poderoso torrente y desear, sin el menor resentimiento, que triunfe y se
consolide cuanto sea bueno para Cuba, y que se disuelva rápidamente en
el vacío cuanto pueda ser un mal para esta tierra de la cual pueden
incluso hasta arrojarnos, pero no pueden impedir que la amemos con la
misma pasión que pueda amarla el más revolucionario de sus hijos.
Al
iniciar este viaje, lector, dejamos en manos de nuestro querido
Director y amigo, José Ignacio Rivero, hombre cristiano, hombre de
carácter, nuestro cargo en el DIARIO DE LA MARINA, de Jefe de Redacción,
que tanta honra nos deja para siempre. Comprendemos que hay momentos
en los cuales pueden ser confundidas, con daño para lo que más importa que es el DIARIO,
las actitudes personales, las ideas propias, con las actitudes del
periódico. En medio de la pasión, del asombro de las clases, del choque
ideológico inesperado, tiene por ahora poco que hacer un periodista
verticalmente conservador, un derechista en tiempos de derrota para las
derechas. Cabe la adaptación sinuosa, o cabe el combate. Aquella es lo
innoble y éste es lo absurdo. Desde lejos hablaremos, en tanto Dios
provea otra cosa si nos da venia para ello el Director y si no se oponen
ciertos defensores de la libertad de pensamiento¨, de otras tierras,
de otros cielos, de otros personajes. Posiblemente, con toda
posibilidad, volveremos de un modo o de otro a defender aquellas ideas
en las cuales creemos sobre la sociedad, la economía, las relaciones
humanas, la libertad frente al comunismo esclavizador, ideas de las que
nos sentimos orgullosos, por maltratadas, incomprendidas y
vilipendiadas que hoy se hallen. El mundo las necesita, aunque no
quiera verlo. El miedo a defender las ideas que van contra la corriente o que son estigmatizadas como nocivas, es la mayor de las cobardías. Vale
más morir junto a una idea vencida, en la cual se cree todavía, que
uncirse al primer carro victorioso que pasa, renunciando a tener ideas,
a defender una ideología, a proclamar la visión propia y sincera que
se tiene de los hombres y del mundo.
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