miércoles, enero 14, 2015

Esteban Fernández: LA CUARTA EDAD

LA CUARTA EDAD

Por Esteban Fernández
12 de enero de 2

“Viejo” es, según mi teoría, una persona 10 años mayor que uno. Cuando yo tenía 17 años pensaba que un vecino de 27 años era un viejo, ahora Antonio Rotella que ya pasa de los 90 considera que un anciano es quién llega a los 100.

Nunca olvidaré que en una de las últimas conversaciones que tuve con uno de los mejores amigos de mi padre llamado Juanito Domínguez Jurado me dijo: “Estebita, tu todavía no debes preocuparte por la edad mientras puedas ponerte los pantalones estando de pie, cuando tengas que sentarte para ponértelos, o recostarte contra una pared, entonces es que la cosa comienza a ponerse mala”. Por eso yo, recordando eternamente las sabias palabras del gran Juanito, hasta el último suspiro trataré de ponerme el pantalón parado.

Durante la juventud todo es color de rosa. Física y mentalmente estamos enteros, mientras los ancianitos viven felices porque ni cuenta se dan de sus fallos. El problema grave está cuando la época de oro caduca y comienzan los primeros síntomas de cancaneo. Es decir, cuando no somos ni viejos ni jóvenes y notamos nuestras deficiencias.

Signo malísimo es considerarse en el derecho de criticar la vestimenta demasiado colorida de otros, peor es hablar por teléfono sobre heces fecales, les juro que un viejo me llamó hace poco para decirme: “¡Estebita, muchacho, estoy de lo más contento porque estoy corrigiendo de lo más bien y de un colorcito ‘golden brown’ precioso!”

El otro día desde el  Mall   llamé a mi hija por teléfono. A los cinco minutos me sentí sobresaltado y le dije: “Espérate, chica, voy a chequear el bolsillo de mi camisa”. Hago un largo silencio y Sandra me pregunta: “¿Qué pasa, papi?” Y  nervioso le respondo: “Aguanta, muchacha, aguanta, déjame buscar en los bolsillos de mi pantalón”. Cada instante sonando más preocupado le digo: “Me parece que perdí mi celular, creo que lo dejé en Sears”. Y ella muerta de la risa me dice: “Oye daddy, ¿y qué estás utilizando para hablar conmigo, un zapato?

Hay varios detalles que denotan claramente el principio del fin: A cada rato alguien tiene que recordarles a los “medios tiempo”: “¡Oye, chico, ciérrate la portañuela!” Lo malo es que  10 años más tarde comienzan a orinar y notan que no se han abierto la bragueta. En la punta de la nariz  les sale un impertinente pelo al que las esposas se los quitan con las pinzas de cejas y tres días más tarde reaparecen como por arte de magia y al ponerse el cinturón siempre se olvidan de ensartarse un par de trabillas. Anunciarle a todo el mundo, como si fuera una fiesta, que el martes le van a hacer una colonoscopía es indicio de chochez galopante.

Lo más terrible es cuando se escucha un enorme ruido en la cocina, toda la familia corre para allá y con lástima todos notan que el abuelo puso a hacer café, se olvidó completamente de eso, y la cafetera explotó. En el asiento del carro los miembros distinguidos de la cuarta edad ponen un cojincito, y a la hora de bajarse para ir al cine o a un restaurante se llevan el cojín con ellos, entonces eso sí  que es un símbolo inequívoco de que van barranca abajo y sin frenos camino veloz hacia la “cagalitrosis aguda”.   Buscar por toda la casa las llaves y encontrarlas en el refrigerador es un indicio de ir velozmente hacia otra galaxia mental.

De pronto comienzan una conversación diciendo: “Si, chico, si tú supieras lo que le pasó a un íntimo amigo mío el otro día”. Y si los interrumpimos preguntándoles: “¿Quién?”, “¿Qué amigo?” se sienten como que les hemos tendido una trampa porque al lanzarles esa precisa no se acuerdan en ese momento del nombre de ese “íntimo amigo”. Ponerse un abrigo en agosto es un síntoma terrible y preguntarle a todo el mundo por los espejuelos y tenerlos puestos  es señal fatal de senilidad.  Ir de vacaciones a Miami con la familia y encapricharse en que todos lo acompañen a la tumba de Carlos Prío para llevarle flores es dos pasos antes de ir de cabeza para el “Nursing Home”.

Ahí está mi socio Carlos Fandiño -un buen ejemplo de lo que les digo- quien me habla por diez minutos y abruptamente interrumpe la conversación y me pregunta: “Oye, Esteban ¿y por qué te estoy diciendo esto?” La mayoría de las veces no recuerda qué fue lo que motivó inicialmente que me dijera lo que me está hablando. Y mientras más viejos es peor: comenzamos a hablarles de la película “Unbroken” que acabamos de ver y ellos terminan hablando del año 33 y de la caída de Gerardo Machado.

La cosa se pone peor  cuando comienzan a evitar tomar café cubano después de las seis de la tarde para no desvelarse. Ya a las siete dejan de tomar líquidos para evitar pasarse la noche orinando, y a la hora de hacer el sexo corren el riesgo de que les dé un calambre en una pierna en pleno ajetreo.

Hace poco hablaba con Al Rose de la necesidad de invadir militarmente a Cuba y en lugar de averiguar dónde se encuentra un cuartel para atacar estaba muy interesado en saber donde queda el Hospital Hermanos Ameijeiras para ir primero allí, tomarlo, y conseguir pastillas para la presión alta. Y yo le respondí que prefería ir al CIMEQ. Me dijo con orgullo: “Yo participo en un ataque masivo a la Isla, pero quiero que me den una ametralladora y un sofá reclinable, porque al llegar  a Cuba voy a sentarme, echarme para atrás y comenzar a tirarle tiros a cuanto enemigo vea”.

A mí me pasó -ahora voy a incluirme en un par de párrafos de solidaridad con ellos-  que llegué al Sizzler Restaurant y pedí un bisté  que cuesta 12 dólares y la muchacha compasiva me cobró nueve. No queriendo todavía aceptar la realidad le pregunté: “Chica, ¿por qué me cobras de menos?” Y ella con una sonrisita penosa me dijo: “Este es el precio para ustedes los Seniors Citizens” Le dije a mi hija  Ana Julia: “Estoy decidido, voy a tratar de pagar menos en el cine ahora que tengo un carné de medicare“. Y me dijo: “Eso debiste hacerlo desde hace 10 años”

Los viejos, viejos de verdad como decía Fausto Miranda, están retirados del trabajo y no tienen un motivo verdadero para levantarse temprano, pero ya a la seis de la mañana  están, como Manolo Campa en Miami, en pie dando vueltas por la casa y molestando a todo el que quiere dormir hasta las once. Es como si tuvieran un reloj despertador incrustado en el cerebro.

Me decía alguien que en la cola para entrar a una obra de teatro un moreno que estaba más fuerte  y peligroso que Mike Tyson se coló delante de él. Dice que se puso bravo y en una forma descompuesta casi le gritó: “¡Sir, yo llegué aquí primero que usted!”. El “afro-americano” lo miró molesto pero al observarlo detenidamente  le dijo: “Pase usted, que mi madre me enseñó a respetar a las personas mayores”.  Eso, según él, fue peor que si le hubieran dado una patada en el fondillo.

Quiero decirles que mi amigo Charles Robado me acusa vehementemente de que yo le hurto todas sus ideas y las utilizo para mis columnas.  Bueno, en este caso voy a darle la razón porque todas estas cosas de viejos las he aprendido de él.