Las Primeras Damas de Cuba. Tania Díaz Castro: Hasta 1959 fueron 18 esposas de presidentes cubanos. Luego de 1959, el “puesto” pasó a ser secreto de Estado
¨Cabe decir que aquellos pensamientos de 1913 expresaban una realidad porque esa nación se alcanzó muy pronto en décadas posteriores, aunque en 1959 fue demolida por los que usurparon el poder, y ha sido vilipendeada por una oleada de intelectuales comprometidos o mediocres. El testimonio de ello es que Cuba ocupaba las primeras posiciones en todos los renglones de los anuarios de las Naciones Unidas para la América Latina. Y hay que reconocer que estos logros tan destacados no se hubieran podido conseguir si nuestros gobernantes, y a pesar de sus errores, no hubieran tenido interés y acierto para resolver los problemas de la sociedad cubana, si nuestros legisladores no nos hubieran dado una legislación avanzada y moderna, o si el pueblo cubano no hubiera estudiado y trabajado para superarse. El pueblo cubano era exigente y siempre aspiraba a lo mejor, pero tenemos que acusarnos de un pecado, y es que cuando no lo lográbamos plenamente, en vez de analizar los fallos y aplaudir lo logrado, prodigábamos una crítica irresponsable.¨ (Cao, 2008, p. 87)
Don Tomás Estrada Palma murió en Cuba en 1908 en una ciudad del Oriente cubano que ahora no recuerdo, pero quizás fuera en Bayamo, su ciudad natal; NO MURIÓ EN EE.UU.
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Las Primeras Damas de Cuba
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Hasta 1959 fueron 18 esposas de presidentes cubanos. Luego de 1959, el “puesto” pasó a ser secreto de Estado
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Por Tania Díaz Castro
27 de junio de 2016
LA HABANA, Cuba.- Primera Dama es aquella mujer que pertenece, como esposa, al presidente de una nación. Durante la República, entre 1902 y 1958, Cuba tuvo dieciocho Primeras Damas, contando a Paulina Alsina, la cuñada de Ramón Grau, solterón hasta la muerte.
En medio de una gran alegría popular por el comienzo de la República, fue una joven de 23 años, Genoveva ¨Veva¨ Guardiola Arbizú, quien tuvo el honor de ser la Primera Dama que conociera el pueblo cubano. Fue la esposa del casi cincuentón Don Tomás Estrada Palma, e hija de un presidente liberal de Honduras, asesinado por grupos de matones conservadores.
Aunque en 1902, Veva, como la llamaban, no estuvo presente en la toma de poder de Don Tomás, la vieron siempre junto a él, en la terraza del Palacio de los Capitanes Generales. A partir de 1906, se trasladaron a Estados Unidos, donde pasaron el resto de sus vidas Allí fundaron el Instituto Estrada Palma, una escuela bilingüe y bicultural para estudiantes hispanos.
Así recuerdan los cubanos de ayer a Genoveva, muy sencilla y fiel aleada de su compañero de vida.
Muchas Primeras Damas cubanas fueron como ella: típicas amas de casa, quienes esperaban a los esposos bañadas y perfumadas para el almuerzo y la cena, muy lejos de convertirse en figuras de la palestra pública.
Sólo América Arias, esposa de José Miguel Gómez, se destacó por su participación en la vida política de la reciente democracia cubana. Tanto fue así que según los historiadores, fue ella quien sentó a su esposo en la silla presidencial. Era una mujer de temple. Había obtenido los grados de Capitana por sus nobles tareas en las filas de los mambises y ya en la República, fue una tenaz luchadora por las clases más desfavorecidas de la población.
Otras Primera Damas, como Genoveva, marcharon al exilio junto al esposo. Una de ellas fue María ¨Mary¨ Tarrero-Serrano,taquígrafa de profesión y esposa de Carlos Prío y Marta Fernández, esposa de Fulgencio Batista, la última Primera Dama. Ambas hermosas mujeres muy sencillas, inclinadas también a labores humanas y buenas defensoras de sus esposos.
Una anécdota retrata la personalidad de Mary, cuando en 1956 persiguió al automóvil donde habían secuestrado a Prío, por orden de Batista y luego, en el exilio, cuando rechazó a punta de pistola a un matón que tocó a la puerta de su casa, para amenazar a su esposo e hijos.
Mary murió en 2010, a los 85 años y Marta en 2006, a los 82. Ambas en Estados Unidos.
Durante la dictadura castrista, la isla ha tenido varias Primeras Damas, pero ninguna fue conocida por el pueblo. Como si no merecieran convertirse en la compañera de Fidel Castro, frente a las masas.
De no haber sido así, habríamos conocido a una joven de la alta burguesía, o una casada con un destacado médico habanero, o una linda espía de la CIA, o una actriz de cine famosa, o una despampanante cantante de cabaret, de piel casi de color púrpura, o una recién casada secuestrada por guardaespaldas una noche junto al mar, o una de las tantas rubias de ojos azules que al primer disparo a quemarropa, caían redonditas en las sábanas del dictador.
Ninguna de ellas una humilde lavandera, o empleada de un timbiriche, por muy rubia y de ojos azules que fuera.
Pero a decir verdad, Cuba tuvo a dos mujeres que parecían Primeras Damas, aunque en realidad no lo eran: Celia Sánchez y Vilma Espín. Si Vilma hoy viviera todavía, pudiera serlo en realidad, como esposa de Raúl Castro
Celia y Vilma, aunque formaron parte hasta el final de aquella corta guerra de escaramuzas para liberar a Cuba del dictador Batista, no obtuvieron grados militares, como sí ocurrió con América Arias, que hizo lo mismo que ellas: colaborar con los guerrilleros como mensajera y en labores de enfermería.
Luego, como cualquier Primera Dama del mundo desarrollado, Celia y Vilma tuvieron una vida de privilegios, altos cargos políticos, las mejores viviendas y viajaron de lo lindo.
Como nada es normal en la isla de Fidel, y aunque públicamente no se nombre así, hoy tenemos una Primera Dama: Dalia Soto del Valle. Por cierto, también rubia, de ojos azules, de sonrisa dulce y añejada y dedicada a su casa y al cultivo de las rosas.
Su nombre, claro que ni se menciona en las fotos de grupo, publicadas en la prensa castrista, cuando personas importantes visitan el reparto Siboney, más conocido como Punto O, donde vive con el Comandante Invicto.
Así de absurdo e inverosímil es nuestro país.
[Este artículo fue publicado originalmente en Cubanet]
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EL PAÍS - Opinión - 30-03-2006
Los presidentes malogrados.
Por Rafael Rojas, escritor cubano y codirector de la revista Encuentro de la Cultura Cubana.
Fidel Castro cumplirá pronto 80 años, de los cuales, más de la mitad -48 para ser exactos- los habrá pasado en el ejercicio de un poder ilimitado sobre la vida de cinco generaciones de cubanos. Casi medio siglo como jefe de Estado lo convierten en una rareza, ya no dentro de la tradición republicana occidental, sino dentro de la propia tradición autoritaria latinoamericana: en los dos últimos siglos, no hay un caudillo de cualquier país de América Latina que haya perdurado tanto tiempo en el poder. En esta región, y por ahora, sólo lo supera Pedro II, emperador del Brasil, quien comenzó a reinar en 1840, cuando alcanzó la mayoría de edad, y abdicó en 1889 con la proclamación de la república.
Son muchas las razones que explican semejante fenómeno político: la popularidad de la Revolución que lo llevó a la jefatura del Gobierno en 1959, el favorable contexto internacional de la Guerra Fría en que maduró su régimen, la eficaz explotación de símbolos antiamericanos, el perfecto andamiaje ideológico, corporativo y represivo del castrismo, la incomunicación de la sociedad cubana, el cada vez más mermado, aunque indiscutible, carisma del líder, la despiadada y exitosa estigmatización de opositores y exiliados, el rentable mito de David contra Goliat... En esta nota, sin embargo, quisiera apartarme de las múltiples interpretaciones y explorar las raíces de un liderazgo tan prolongado en la breve historia de Cuba.
Lo primero que llama la atención, en somero repaso histórico, es la desgracia, el infortunio, por no decir la maldición de los presidentes cubanos. Carlos Manuel de Céspedes, "padre de la patria", quien, en 1868, liberó a sus esclavos en el pequeño ingenio La Demajagua e inició la primera guerra contra España, fue destituido por la Cámara de Representantes y obligado a abandonar la presidencia en octubre de 1873. Cuatro meses después, Céspedes murió en una escaramuza, pensando, como Bolívar, que sus sustitutos en el mando eran "pueriles", "cínicos", "leguleyos" e "ignorantes" y que bajo sus órdenes la "suerte de Cuba independiente era demasiado dudosa". Cierta tradición historiográfica refiere que Céspedes se inmoló ante el pequeño Batallón de Cazadores de San Quintín, que, por una traición, lo sorprendió en San Lorenzo el 27 de febrero de 1874.
El líder de la segunda guerra contra España, José Martí, tuvo un final parecido al de Céspedes. Aunque no llegaron a destituirlo, porque nunca fue elegido presidente, Martí debió enfrentarse, en los primeros meses de la contienda, a la desconfianza de los dos grandes jefes militares: Antonio Maceo y Máximo Gómez. Ambos pensaban que Martí no debía participar en la guerra y que era preferible que regresara a Nueva York, para que los respaldara financiera y diplomáticamente desde el exilio. Gómez pensaba así, tal vez, porque quería protegerlo, dada la inexperiencia militar del joven poeta habanero, pero Maceo, por lo visto, recela-
ba del liderazgo político que Martí podía acumular en la guerra y, sobre todo, rechazaba el sentido republicano que le imprimiría a la lucha anticolonial.
En el ingenio La Mejorana, el 5 de mayo de 1895, Martí se reunió con Gómez y Maceo para preparar la instalación de una Asamblea Constituyente, en Camagüey, en la que renunciaría a la jefatura del Partido Revolucionario Cubano. Ese día, en la noche, Martí anotó en su Diario: "Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de generales con mando, por sus representantes, y una Secretaría General: la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima, como Secretaría de Guerra". Más adelante escribe que Maceo lo "hiere y le repugna" y anuncia su deseo de "sacudirse el cargo, con que se le intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar". Dos semanas después, Martí, en su primer combate, se aleja del protector Gómez y se inmola ante los fusiles de Ximénez de Sandoval, en Dos Ríos.
Durante la República (1902- 1959), casi todos los presidentes cubanos tuvieron un final trágico o infortunado. Tomás Estrada Palma, primer mandatario de la historia moderna de Cuba, que llegó al poder en 1902, tras la ocupación norteamericana, intentó reelegirse en 1906, desatando una rebelión en su contra, que no pudo controlar y que lo llevó a solicitar una segunda intervención de Estados Unidos. José Miguel Gómez, lo mismo que su antecesor, trató de reelegirse, pero no logró el respaldo de sus seguidores en el Partido Liberal. El próximo presidente, Mario García Menocal, fue el primero en alcanzar el sueño dorado de la reelección, en 1916, pero a costa de una nueva revuelta militar, encabezada por Gómez al año siguiente. Estrada Palma murió en 1908, bajo el gobierno interventor de Charles E. Magoon, Gómez en 1921, exiliado en Nueva York, y García Menocal, en 1941, luego de haber fracasado, anciano ya, en un tercer intento de reelegirse.
A excepción del jurista, historiador y crítico literario Alfredo Zayas Alfonso, primer civil y ex autonomista en alcanzar la presidencia, en 1921, quien no ambicionó la reelección y se retiró a la vida intelectual en 1925, los siguientes estadistas cubanos fueron líderes malogrados. El general Gerardo Machado y Morales trató de perpetuarse en el poder y al cabo de ocho años fue derrocado por la Revolución de 1933: murió exiliado en Miami. El médico Ramón Grau San Martín, luego de un breve primer mandato a mediados de los treinta, gobernó entre 1944 y 1948, pero intentó reelegirse infructuosamente en 1954 y 1958, y falleció en 1969, en la Habana comunista, como un fantasma del ancien régime. Su sucesor en 1948, el abogado Carlos Prío Socarrás, fue derrocado por el golpe militar de Fulgencio Batista, en 1952, y, luego de respaldar financiera y políticamente a Fidel Castro, tuvo que exiliarse en Miami, donde se suicidó en 1977. No sería el último presidente en hacerlo: en 1983 se mataba en La Habana otro abogado, Osvaldo Dorticós Torrado, presidente títere de Castro entre 1959 y 1976.
En la política enconada de la primera mitad del siglo XX, en Cuba, el líder más exitoso fue Fulgencio Batista. Sin el aval de las guerras de independencia que ostentaban sus predecesores, ni la educación de la mayoría de sus contemporáneos, Batista logró gravitar 25 años sobre la vida pública cubana. Luego de una primera presidencia bastante eficaz y tranquila, entre 1940 y 1944, regresó al poder en 1952 por medio de un golpe de Estado contra Prío, del que emergería un régimen autoritario, menos dictatorial que como lo describe la historiografía revolucionaria. Batista, aunque fue el líder con mayor presencia en aquella época, sólo gobernó 10 años y murió, como Gómez, Machado y Prío, en el exilio, en 1973.
El tiempo en el poder, acumulado por los ocho gobernantes de la primera mitad del siglo XX (Estrada Palma, Gómez, García Menocal, Zayas, Machado, Grau, Prío y Batista), suma, tan sólo, 46 años. En la segunda mitad de la historia moderna de Cuba, la que se inicia en 1959, un solo líder, Fidel Castro, ha rebasado ese tiempo en la jefatura continua, y sin balances representativos o judiciales, del Estado cubano. Para lograrlo debió desarrollar, a un grado de máxima depuración, las técnicas de subsistencia en una política autoritaria. Fidel Castro consiguió acabar con el infortunio y la maldición de la figura presidencial en la historia de Cuba. Bajo su poder, la tradición del presidente malogrado fue reemplazada por la gloria del dictador perpetuo.
Rafael Rojas es escritor cubano, codirector de la revista Encuentro. Acaba de ganar el premio Anagrama de ensayo con Tumbas sin sosiego
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