Raúl Rivero: Ernest Hemingway era un hombre bueno
Ernest era un hombre bueno
Por Raúl Rivero
Miami
19 de Junio de 2017
Martha Gellhorn recogió su ropa, puso a última hora en la maleta las cuartillas tachadas y revisadas de un relato que no acababa de cuajar y salió a toda velocidad de Finca Vigía, una quinta de recreo a 25 kilómetros de La Habana. En el portalón de la entrada se encontró con el médico español José Luis Herrera Sotolongo y le dijo: "No soporto más a este hombre".
El hombre insoportable era su marido durante los últimos cinco años (1940-1945), se llamaba Ernest Hemingway y le había dedicado su novela Por quién doblan las campanas.
La señora Gellhorn, una célebre periodista y escritora estadounidense, que se suicidó en Londres, en 1998, a los 89 años, fue la tercera esposa oficial del autor de El viejo y el mar. Su salida precipitada de la casa cubana que compartía con el novelista era la batalla final de una guerra que empezó en el mismo momento que comenzó el amor, cuando se conocieron por allá por Cayo Hueso en una fiesta de amigos.
Herrera Sotolongo, un cirujano español exiliado en Cuba, uno de los verdaderos amigos íntimos de Hemingway a lo largo de las dos décadas que vivió en la Isla, diría más tarde que al escritor no le asombró la partida de su mujer después de un quinquenio de tánganas con lenguaje de reporteros, pero su abandono lo dejó desolado, confundido y más dependiente de los daiquirís de El Floridita y las botellas de whisky que le ayudaban a soportar los atardeceres y las noches del trópico.
Esta imagen de un Hemingway desconcertado y sin amor con sus escopetas de caza silenciadas en un armario y sin boletos de avión para ningún sitio se acerca bastante a la que propone ahora Mary V. Dearborn, la primera mujer que investiga, estudia y se mete de lleno en la vida del escritor con un libro titulado Ernest Hemingway. A Biography, publicado en mayo en EEUU.
Dearborn, que ha escrito piezas sobre las vidas de Henry Miller y Norman Mailer, entre otros, dice que Hemingway era un romántico, un hombre que en medio de su fanfarria de conquistador llegó a estar en una cama si acaso con unas seis mujeres y que, en realidad, no fue un tipo duro sino "un prisionero de su leyenda". Sus anteriores biógrafos, dice la mujer, "todos hombres, han tenido la tendencia a jugar con la misma historia una y otra vez acerca del macho bebedor, mujeriego y deportista".
(Martha Gellhorn y Ernest Hemingway, 1941. (PINTEREST))
En esta biografía de 700 páginas, la escritora presenta a un Hemingway casi digno de lástima, un hombre vulnerable, "más trágico de lo que se cree", sensible, que se podía sentir herido con facilidad, alcohólico, con un trastorno bipolar, lesiones cerebrales y enganchado a unos cócteles de medicina que le recetaban.
"El último año de su vida estaba demacrado, era un hombre roto. Ya no tenía ninguno de los enormes placeres que había sabido sacar a la vida y sentía que no podía escribir", afirma la señora Dearborn.
El Hemingway que presenta su nueva biografía tiene el propósito de romper los esquemas que marcaron su vida y que han asumido dimensiones a veces delirantes en los 56 años que han pasado desde aquel tiro que se dio en la cabeza con su escopeta mediante un método que ensayaba a menudo en Finca Vigía. El libro de Mary V. Dearborn presenta a tipo mucho más humano, real y cercano que el personaje legendario, casi de ficción, que hemos conocido siempre.
Eso sí, donde quiera que esté, es seguro que Hemingway prefiere el mito de su vida antes que esta visión calamitosa de hombre bueno, enamorado, solitario y enfermo.
Este artículo apareció en El Mundo. Se reproduce con autorización del autor.
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