jueves, julio 13, 2017

Miguel Sales Figueroa: Cuba en 2035. Artículo sobre algunas tendencias profundas que operan actualmente y que parecen condenadas a empeorar la situación a medio y largo plazo


Tomado de http://www.diariodecuba.com

Cuba en 2035

Por Miguel Sales
Málaga
13 de Julio de 2017
El futuro inmediato se presenta poco halagüeño para el régimen cubano. Cuatro años de gobierno republicano/populista —o tal vez ocho— en Washington, pérdida de aliados en Brasil y Argentina, crisis del chavismo en Venezuela —que bien podría ser terminal—, senectud de la cúpula "revolucionaria" que ha dominado la Isla los últimos 60 años, agotamiento de ese proyecto aburridísimo y empobrecedor que oficialmente se denominó "la construcción del socialismo y el comunismo" y síntomas de una evolución socioeconómica interna que no brinda muchos motivos de regocijo. 

Pero, sin desatender esos factores de corto plazo, me gustaría invitar al lector a mirar un poco más allá y proponerle este ejercicio de imaginación: ¿cómo ve usted a Cuba en 2035?

La fecha parece muy lejana, pero apenas está a 18 años del presente. Es decir, a menos de la tercera parte de lo que ha durado el régimen comunista implantado en 1959. Para los que aún conservan la memoria, es un plazo equivalente al que separó a la Constitución de 1940 del naufragio de la República en 1958. O como el tiempo transcurrido entre la Crisis de los Misiles de 1962 y la estampida del Mariel, en 1980. Un periodo muy corto o muy largo, según se viva.

Los castristas aspiran a que en esa fecha Cuba esté bajo un sistema muy parecido al actual con mínimos retoques, como los que ha aplicado el presidente Raúl Castro los últimos 11 años. Eso significa la continuidad de una apertura económica homeopática que otorgue, por ejemplo, nuevas licencias para el ejercicio particular de determinadas profesiones que ahora están limitadas al ámbito estatal, como la docencia o la medicina. Quizá se decrete una reforma administrativa para aliviar el control asfixiante que el Estado mantiene sobre el sector privado. O incluso podría aprobarse una nueva ley que dote de garantías jurídicas a los autónomos y pequeños empresarios, ahora tolerados. En la misma línea, el Gobierno podría flexibilizar también las normas que rigen la inversión extranjera y autorizar la participación de algunos inversores cubanos residentes en el exterior, en plano de igualdad con los capitalistas foráneos.

Esas medidas no producirían cambios sustanciales en el sistema, que seguiría siendo una dictadura de partido único con una estructura política similar a la de China, aunque sí podrían enmarcar una lenta, lentísima evolución hacia concesiones más bien simbólicas en materia de derechos y libertades. Pero esos cambios parsimoniosos difícilmente lograrían frenar o modificar algunas tendencias profundas que operan actualmente y que parecen condenadas a empeorar la situación a medio y largo plazo.

Crisis demográfica

La primera de esas tendencias es la crisis demográfica. La sociedad cubana envejece hoy a un ritmo rara vez visto en tiempos de paz. Cada año nacen menos niños y se prolonga un poco más la supervivencia de los ancianos. Cada día se marchan (o se marchaban, hasta enero de este año) más jóvenes al extranjero y se incorporan menos adultos a la vida laboral. Y, a diferencia de lo que ocurre en Europa, no hay inmigración a la vista que compense esa pérdida de personal activo. Según las estadísticas poco fiables que el Gobierno emplea para maquillar la situación, desde hace una década la población total de la Isla se encuentra estancada en unos 11.300.000 habitantes. Si se descuenta la manipulación —por ejemplo, la nueva clasificación de miles de emigrantes como "residentes temporales en el extranjero" que no se restan del número total de habitantes censados— la realidad es que la población ha venido disminuyendo, al menos desde 2010.     

Si a lo anterior se agrega el hecho obvio de que la productividad del trabajo en la Isla se reduce paulatinamente por la mala gestión, la escasez de transportes, el envejecimiento de la maquinaria, la falta de incentivos, la corrupción y otros males clásicos del socialismo, el panorama resultante no es muy alentador.

Hacia 2035, una masa laboral decreciente en número y rendimiento tendrá que sufragar los gastos de seguridad social —sobre todo pensiones y atención médica— de una legión de jubilados cada vez más numerosa, que vivirá más —gracias a las nuevas tecnologías y los medicamentos que envían los parientes emigrados— y que por la misma razón acumulará más padecimientos y necesidades de toda índole. De hecho, los jubilados cubanos afrontan ya esa situación con pensiones de unos diez dólares mensuales, y no todos tienen familiares en el extranjero dispuestos a ayudarlos. El deterioro de la infraestructura existente y la probada incapacidad del sistema para solucionar la escasez de vivienda no contribuirán a mejorar las condiciones de vida de ese sector de la población.

Crisis económica estructural

La segunda tendencia de fondo es la crisis económica, que en el sistema comunista cubano es un problema estructural, no coyuntural. Tras haber cambiado de rumbo en diversas ocasiones —industrialización acelerada/ descarte de la industria; menosprecio del turismo/ rehabilitación del turismo; concentración en la producción de azúcar/ abandono del sector azucarero; penalización de la tenencia de dólares/ dolarización; demonización del exilio/ explotación de las remesas, etc.—, el Gobierno ha terminado por gestionar un aparato económico muchísimo menos productivo que el de la República que confiscó hace casi 60 años.

A la dependencia de los subsidios soviéticos siguió la dependencia de los subsidios venezolanos, ahora en peligro; la supuesta erradicación del desempleo se alcanzó mediante la multiplicación de puestos improductivos en el sector estatal; el abandono del sector azucarero representó la pérdida pura y dura de las tres cuartas partes de la base agroindustrial del país; la explotación de la mano de obra calificada que se exporta se realiza violando el derecho internacional y las normas éticas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). A fin de cuentas, quedan el níquel, el tabaco, los productos de biotecnología, el turismo y las remesas de los emigrados. Y todo eso acontece en un contexto donde el níquel y el petróleo se cotizan a la baja y el consumo de azúcar y tabaco marcha a contrapelo de las tendencias sanitarias mundiales.

La ineficiencia crónica de la economía nacional está ligada a múltiples factores, pero todos proceden de la misma causa: el monopolio estatal de los medios de producción. Mientras la prioridad fundamental del régimen consista en mantener la hegemonía del PCC y no en mejorar las condiciones de vida de la población, cualquier medida de liberalización o apertura económica se aplicará con cuentagotas y tendrá efectos muy modestos sobre la realidad cotidiana de los cubanos. 

Giro en el impulso migratorio

El tercer factor, estrechamente vinculado a los anteriores, es el giro que va tomar el impulso migratorio. En los últimos 22 años, desde los acuerdos sobre el tema suscritos con EEUU en 1995, ha salido de la Isla poco más de un millón de emigrantes. Eso arroja un promedio de unos 50.000 prófugos anuales.

Pero, tras la abrogación de la política estadounidense de pies secos/ pies mojados a principios de este año, la situación ha cambiado drásticamente. Por primera vez en una generación, la esperanza de salida se reduce a los 20.000 visados del "bombo", e incluso estos podrían peligrar si el nuevo Gobierno de Washington decidiera usarlos como palanca para influir en la conducta de los jerarcas de La Habana.

La imposibilidad de entrar masivamente en EEUU no anulará la tendencia cada vez más acentuada a la emigración que prevalece entre la juventud cubana, pero sí dificultará considerablemente su realización. Nadie es capaz de prever qué repercusión podría tener ese embotellamiento a la vuelta de cinco o diez años. Remember El Maleconazo.

Esos tres factores componen un círculo vicioso: la crisis demográfica empeora la situación económica y este deterioro genera nuevos emigrantes, lo que a su vez agrava el déficit de población. Esa combinación es nociva para el país, por más que el emigrante se convierta pronto en fuente de remesas y en candidato a regresar periódicamente a la isla en calidad de turista.

Es difícil entrever en la política actual del Gobierno cubano una solución para esos tres problemas conexos. Aunque algo sí parece evidente: con el transcurso de los meses, los mayimbes cubanos irán comprendiendo que fue un error reclamar a EEUU el fin de la política de pies secos/ pies mojados. Con los deseos hay que tener mucho cuidado, incluso en Cuba, porque a veces se cumplen.

En esta situación, las nuevas generaciones de cubanos crecerán cada vez más alejadas de la retórica hueca de la revolución redentora y "los altos fines de la construcción del socialismo". Aunque el Gobierno no lo reconozca, ahora el objetivo nacional es el perfeccionamiento del capitalismo y la obtención de beneficio personal. Para que esas tareas den buenos resultados, es preciso ampliar el ámbito de derechos y libertades. Si el régimen actual frena esa transformación, la sociedad y la economía seguirán deteriorándose gradualmente, hasta convertir a la Isla en un sultanato donde 200 familias opulentas (las de los miembros del Comité Central del PCC y los generales del ejército) reinarán sobre varios millones de ancianos miserables y jóvenes candidatos al exilio. Esta perspectiva no es una pesadilla de ciencia ficción, sino una configuración muy plausible que ya empieza a perfilarse.

La reorganización de la estructura social y política impuesta por la revolución de 1959 dejó al individuo aislado e inerme ante el inmenso poder del Estado, al suprimir o vaciar de contenido a todas las instancias intermedias. En eso consiste el totalitarismo. Se implantó entonces un sistema que durante seis décadas ha permitido reunir en un solo equipo —y casi siempre en un solo hombre— los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. A partir de 2018, cuando Raúl Castro pase a retiro o a mejor vida, esas 200 familias tratarán de ponerse de acuerdo para repartirse armónicamente las competencias que hasta ahora han sido monopolio del máximo líder. Tras la muerte de Stalin en 1953, un pacto así funcionó en la URSS durante 38 años. Por supuesto, eran otros tiempos.