¡EDEL MONTIEL!
Por Esteban Fernández
17 de agosto de 2017
Muy difícil, una de las preguntas de los 64 pesos cubanos es: ¿De los líderes de las guerrillas en el Escambray cual era más guapo Vicente Méndez o Edel Montiel? Ya les he hablado invariablemente de Vicente, de Edel comenzaré por decirles que fue- posiblemente- el único hombre por el cual Fidel Castro ofreció una recompensa por su captura.
Para discrepar con a Carlos Zárraga -quien quería entrañablemente a Vicente- cuando él nos dividía en las dos guerrillas que desembarcarían en Cuba ponía una a las órdenes de Vicente y la otra a Edel. Yo levantaba mi mano y Carlos entre molesto o burlón me decía: “Sí, ya sé que tú te quieres ir con Edel”.
Y no era porque considerara a Edel mejor sino porque Vicente siempre sostenía categóricamente (y lo cumplió) que “él se fajaría contra las tropas castristas inmediatamente de poner un pie en Cuba, directo y de frente”. Como un toro miura.
Edel era mucho más precavido y discreto y me prometía: “Vamos a pelear pero te prometo que vamos a salir vivos de esta contienda”. Esa opción me era más agradable que chocar de frente 20 hombres contra MILES DE MILICIANOS.
Pero no crean que todo fue color de rosa con Edel: Al yo llegar a las lomas puertorriqueñas como a las 10 de la noche -por órdenes del segundo del JURE, el señor Rogelio Cisneros- me topé con un montón de guajiros alrededor de una hoguera.
Ya eran como las dos de la madrugada, yo estaba muy cansado y completamente soñoliento, y ellos
seguían hablando de “hazañas, de muertos y de heridos” Yo no tenía ni idea de quienes eran ellos y me parecieron un grupo de cubanos hablando basura.
(Foto de Edel Montiel en los primeros díaz de la caida de Batista)
El que más hablaba, vociferaba y gesticulaba era un guajiro que era la viva estampa de Pancho Villa. En el colmo de las faltas de respeto le dije: “¡Oye, mi socio, déjame dormir y no metas más paquetes, yo creo que tú nunca has matado a nadie!” Pa’ qué fue aquello.
Se hizo un silencio sepulcral, Edel le dijo a Vicente: “Guajiro, por favor, consigue un lápiz y un cacho de papel, yo creo que este es un nuevo Conrado Benitez”. Me dijo: “Oye, ¿cómo tú te llamas? escribe ahí: Yo Esteban, estoy aburrido de la vida y en este mismo instante me doy un balazo en la cabeza, pon eso y firma esa nota”.
Vicente intervino -haciendo un gesto que no pude saber si se estaba burlando o no le gustaba el tono que había tomado la cosa- y me dijo: “Muchacho tú estás loco, no firmes nada, caballero ya es tarde, vamos a dormir, cada uno agarre una hamaca”. Nunca supe si fue una broma de Edel o Vicente me salvó la vida.
De ahí, poco a poco, fui ganándome la amistad de ambos, nos suplíamos las deficiencias, ellos me ayudaron mucho a entender las “cosas del campo” y yo les escribía sus cartas. Créanme que hasta palabras diferentes tenemos, por ejemplo lo que para mí era una soga para ellos era una cabuya.
No sé si a ustedes les ha pasado esto, pero actualmente considero que estar bajo las órdenes de DOS BRAVOS LEONES me imprimía tranquilidad, seguridad y hasta valentía. Con ellos “apendejarse” casi era una sentencia de muerte.
Para ponerles un ejemplo entre miles, después que la motonave Venus fue interceptada en el medio de mar por la Marina dominicana nos llevaron detenidos a la Base Naval Las Calderas, en Bani cuna del generalísimo Máximo Gómez.
Cuando nos llevaron allí -no les voy a engañar- YO ESTABA AMEDRENTADO. Nos soltaron en medio de una explanada, que estaba llena de militares cumpliendo condenas por diferentes razones.
En el medio de aquello había un tubo vertical echando agua. Era una especie de ducha. Edel me preguntó: “¿Estás asustado?” y le dije: “No, no creo”. Se rió y me dijo” “Tú verás que ahora esta banda de delincuentes se van a impresionar con nosotros”.
Al unísono él y Vicente se quitaron toda la ropa, me pidieron que yo hiciera lo mismo. Los tres comenzamos a reírnos y a bañarnos encueros delante de los presidiarios dominicanos que estaban pasmados de la sorpresa. Edel me gritaba: “Oye, restriégate los huevos, para que esta gente se dé cuenta de que eso es los que nos sobra a nosotros” No sé si nos respetaron pero por lo menos pensaron: “Oye, vale, estos tigres cubanos están locos”.
Muchos años después a Edel le dieron varios “strokes’, andaba por Miami en una silla de ruedas, casi no reconocía a nadie, pero un íntimo amigo mío llamado Carlos Hurtado cuando se lo encontró en la entrada de las oficinas de Alpha 66, le dio 20 dólares y le dijo: “Oye, aquí te manda Esteban desde Los Ángeles ¿Te acuerdas de él?” Y él se sonrió y le respondió: “Sí, me acuerdo de “Serapio”-ese era yo en esa etapa- dile que le envío un abrazo”.
Los que lo veían pensaban que era un indigente cuando en realidad fue uno de los mayores héroes que ha dado nuestra causa.
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