Alberto Roteta Dorado Miguel Díaz-Canel, el paradigma cubano de “hombre-nuevo”. A propósito de su intervención en la ONU.
Por: Dr. Alberto Roteta Dorado.
Santa Cruz de Tenerife. España.- Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el actual presidente no electo de Cuba, constituye un ejemplo clásico de aquella rara concepción guevariana que se conoce con la denominación de hombre-nuevo, categoría sui generis dentro del socialismo cubano que se impuso a partir de 1961 con la declaración del carácter socialista de la revolución cubana, proclamación hecha sin previo sometimiento a consulta alguna por parte del aberrado tirano Fidel Castro – quien por aquellos tiempos aun se hacía llamar doctor y jamás había confesado sus simpatías comunistas–, cuando en medio de un arrebatador discurso pronunciado en la barriada del Vedado fue introduciendo con sutileza, aunque de manera premeditada y con alevosía, mediante términos y consignas la idea socialista importada 100% de los soviets.
Pero dejemos a Castro a un lado, toda vez que solo se le recuerda a la fuerza en la isla que se encargó de destruir, y ocupémonos del prototipo de hombre nuevo personificado en la figura del nuevo mandatario cubano.
Este modelo que el despiadado asesino Ernesto Guevara pretendió imponer en Latinoamérica, aunque solo lo consiguió en Cuba, independientemente de cualquiera de las múltiples características que se pudieran asumir como elementos referenciales, se caracteriza, entre otras cosas, por su alto grado de sumisión, su incapacidad para idear, pensar y generar por sí mismo, así como por su mecanicismo y estatismo mental, esto último en relación directa con la anterior característica, esto es, con la pérdida de la capacidad generativa para pensar como entidad supuestamente libre, independientemente de su libre albedrío y su predeterminismo, si es que se cree en la realidad expresiva concreta de estas categorías.
Estas características – las que no trataré desde la perspectiva de la ironía y de la burla como suele hacerse en estos tiempos de tanto pseudoperiodismo, amarillismo y superficialidad– resultan patentes si analizamos la intervención del actual presidente cubano durante la Cumbre de Paz “Nelson Mandela” en la Organización de Naciones Unidas, en lo que fue su primera participación en este organismo que por estos días celebra su 73º Asamblea General.
No puedo adentrarme en el análisis de su intervención desde el punto de vista del contenido de su mensaje sin antes dejar bien precisado que el presidente cubano carece del don de la palabra, algo de lo que creo es consciente, toda vez que su marcada inseguridad es un reflejo de esa capacidad defensiva de la mente expresada a través de la emoción, y esto lo traiciona, aun en la brevedad de solo unos minutos ante un selecto auditorio que percibió su incapacidad para el arte de la oratoria.
No obstante, un presidente no tiene necesariamente que estar henchido con este don que en el pasado se consideró sobremanera dentro de los tantos dones que el espíritu santo confería a los hombres. Basta un buen equipo de trabajo – que al parecer es lo que no tiene Díaz-Canel, por cuanto son tan hombres-nuevos como el– que se ocupe de la redacción de sus discursos y charlas que luego podrán ser dictadas por el mandatario, recurso al que se ha acudido en mayor o menor medida a través de la historia.
Sus errores de dicción, su inseguridad, los cambios de palabras, amén de la pobreza de su voz que de manera cuasi permanente se nota dañada por una afección laríngea que le traiciona en cada presentación (pudiera ser originado por el estrés de presentarse en público al saber de lo que carece), caracterizan cada una de sus intervenciones, lo que resultó significativo durante su más reciente participación en dicho evento de la ONU.
Su alocución, enmarcada dentro de la brevedad que debe caracterizar las intervenciones de este tipo, y por suerte para los presentes que no tuvieron que escuchar su anticuada retórica – algo de lo que, al parecer, no es consciente–, fue sencillamente desastrosa. No hay otro calificativo que pueda ser utilizado en sustitución del término empleado. Se es o no se es, y por más que pretenda ser medido, y no sobrepasar los límites éticos, no logro encontrar otro adjetivo que pueda atenuar mi aparente agresividad.
No concibo los términos medios en materia de hacer uso de la palabra. Se es brillante o pésimo, y Díaz-Canel quedó por debajo de sus compatriotas Nicolás Maduro y Evo Morales, reconocidos por sus desatinados discursos y sus múltiples disparates conceptuales. No hago referencia a intervenciones de estos mandatarios en la actual Asamblea General de la ONU, a la que no asistió el primero de ellos, sino de manera general durante su trayectoria como “oradores”.
Díaz-Canel no logra desprenderse de la nefasta influencia castrista, que cual malévolo paradigma ha quedado impregnado en aquellos que como él fueron adoctrinados para actuar de manera robotizada, esto es, sin la posibilidad de aportar algo de sí, si es que en realidad hubiera algo que aportar.
De esta forma, acudió una y otra vez a la evocación del viejo comandante inexistente y cada vez menos recordado, y por si fuera poco, se le ocurrió citar al viejo general sin batallas que le precedió en el mandato de Cuba, amén de relacionarlos con el político Nelson Mandela – algo demasiado forzado por el simple hecho de que al evento dedicado a la paz dentro del marco de la Asamblea General se le puso el nombre del líder sudafricano–, lo que hizo que su intervención fuera, además de anticuada, ridícula. Ya es tiempo de dejar en un necesario pasado las enmohecidas imágenes de los llamados líderes históricos del fracasado engendro comunista cubano.
Pero su mayor desacierto estuvo en evocar los “lazos” entre Cuba y el continente africano, lo que, sin duda, constituye un punto demasiado álgido de la historia contemporánea toda vez que miles de cubanos perdieron sus vidas en territorios angolanos como resultado de las acciones injerencistas del régimen castrista en dicho país. Un hombre inteligente hubiera omitido estos hechos, por cuanto es preferible que se vayan quedando en el olvido con el transcurso del tiempo; pero como ya expresé antes, el hombre-nuevo perdió esa capacidad intuitiva como resultado de un brutal adoctrinamiento que los hace actuar en total dependencia de los cánones establecidos como prototipos ideales de sus dogmas.
Muy desacertada también fue su idea de hacer mención a los desplazados y hambrientos del mundo como graves flagelos de estos tiempos. Esto dicho por otro mandatario hubiera sido digno de elogiar, pero tratándose del mandatario cubano es una paradoja, por cuanto si hay una nación que cuenta con centenares de hambrientos y de desplazados como consecuencia de la existencia de un régimen dictatorial que por casi seis décadas los ha masacrado, es precisamente Cuba.
Díaz-Canel se refirió además a la amenaza de la paz internacional por la “filosofía de la dominación”. ¿Qué podrá saber de filosofía política moderna un ser al que solo se le permitió conocer y practicar las tendencias materialistas marxistas dentro de la filosofía? Esta es otra de las aberraciones del engendro de hombre-nuevo, esto es, repetir lo que de manera pre-establecida alguien le diseñó previamente para que lo expresara. De cualquier modo, hay que precisarle al nuevo presidente cubano que también las modalidades marxistas-socialistas – a las que, como es lógico, el no se refiere– han intentado dominar al mundo, y aunque no lo han conseguido, la pretensión está latente.
Por último, hemos de recordarle que el pueblo cubano no recuerda a Nelson Mandela, una figura política que jamás tuvo arraigo en este país, ni aun durante los “años mozos” del socialismo castrista, y en el presente teniendo en cuenta el grado de incultura política, de pseudointelectualidad y de decadencia generalizada a que se ha llegado, su gente común ni siquiera sabe quién es el líder que tanto evocó el presidente cubano durante su alocución en la ONU.
En fin, cosas del hombre-nuevo, del que el actual presidente cubano es un paradigma.
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