domingo, septiembre 23, 2018

Julio M. Shiling: La guerra contra el Presidente Donald Trump y la democracia estadounidense


La guerra contra Trump y la democracia estadounidense


Por  Julio M. Shiling
22 de septiembre

Donald J. Trump ganó las elecciones presidenciales de los EE UU en 2016, sin ninguna duda o cuestionamiento. El Colegio Electoral, el sistema sui géneris, semi representación proporcional en uso en la nación norteamericana para elegir un presidente, evidenció en su quincuagésima sexta contienda presidencial, que éste al alcanzar los 304 votos electorales, logró superar los 270 requerido y se convirtió, válidamente, en el jefe ejecutivo del gobierno federal en la democracia estadounidense. Aunque ya es historia, vale la pena recalcar con quién contó Trump para su victoria.

El cuadragésimo quinto presidente de la nación de Lincoln, se valió del voto de 88% de los republicanos, 60% de los hombres blancos, 46% de todas las mujeres (53% de mujeres blancas), 52% de los católicos, 81% de los evangélicos, 45% de los jóvenes y 35% de los hispanos. Es cierto que hubo sectores de la población estadounidense donde el cuadragésimo quinto presidente obtuvo porcentajes bajo. Este fue el caso con los afrodescendientes estadounidenses. Sin embargo, no es menos cierto que obtuvo más votos de los norteamericanos de la raza negra, que el candidato republicano en la elección presidencial previa y en un sistema donde el voto no es obligatorio, tanto vale el que vota como el que no vota. La respuesta fría del votante afrodescendiente estadounidense hacia la candidatura de Hillary Clinton puede explicarse como un voto pasivo por el actual mandatario.  

Desde que se concretó la victoria del candidato republicano en las urnas en noviembre de 2016, sus detractores poderosos le declararon la guerra a Trump, abiertamente, catalogando este enfrentamiento como una lucha de "resistencia". Lo cierto es, sin embargo, que desde ya un tiempo antes de la elección, los operativos para impedir que ejerciera su mandato, por si llegara a salir electo, ya se había puesto en marcha. Una serie de acciones bizarras y bien coordinadas bajo el reloj presidencial de Obama y actuando con su aparente anuencia, atestiguaron como la jerarquía del FBI, el Departamento de Justicia, la jefatura del Comité Nacional del Partido Demócrata y algunos actores privados de pésima integridad, confeccionaron trampas y tramas para beneficiar a Clinton y perjudicar a Trump, antes o después de la elección de ser necesario. Al ganar el urbanizador de Nueva York la presidencia, se profundizó el proyecto de desestabilización del gobierno de Trump.   

Algunos de estos guerreros operaron y han estado operando al pleno día, sin disfraces o medio pelos. Otros, bajo el amparo de la autoridad de puestos políticos con capacitaciones grandes en las ramas nacionales jurídicas y policiales, han abusado de su poder crasamente, pero con la sutileza de moverse enmascaradamente y en la sombra del secretismo, burlando los parámetros de la ley y pisoteando las normas establecidas de un Estado de derecho. Algunos otros, amarillando la sacrosanta profesión de la prensa en una sociedad abierta, han elevado el activismo político y el apego ideológico a niveles sin precedentes históricos, proporcionando un desprestigio alarmante que ha llevado a gran parte de la ciudadanía, a dudar de su seriedad. ¿Qué pasó con la noción democrática de aceptar, civilizadamente, el dictamen popular de elecciones competitivas y libres?

Cuando Barack Obama ganó las elecciones presidenciales en 2008, hubo una buena dosis de la población que palpó un descontento enorme con los resultados. La objeción al cuadragésimo cuarto presidente no fue sin fundamento. Después de todo, el contenido expreso e implícito de sus ideas, la calidad de sus mentores, su sistema de creencias, algunas de sus amistades terroristas y radicales con quien intimó, su falta de experiencia política y muchísimas razones más, sobraban para ahuyentar a personas que desprecian políticos/ideólogos con mentalizaciones de lucha de clases como es el caso de Obama.

Sí, surgieron movimientos populares que retaron a Obama, como fue el Tea Party y éstos y los candidatos que salieron electos en el nuevo congreso en las elecciones de medio término de su primer mandato, desempeñaron el papel de una oposición vibrante en un sistema democrático, pero no se comportaron como golpistas. No vimos, ni remotamente, el intento de descarrilar un gobierno elegido legítimamente, como hemos estado viendo oficialmente desde enero de 2017 y furtivamente desde el verano de 2016 (meses antes de la elección). En muchos casos, estos rebeldes inconformes e intolerantes, ni siquiera fueron elegidos, sino son figuras estáticas que en los casos de los burócratas de la “resistencia” confabularon y confabulan en el anonimato desde sus puestos privilegiados. Gran parte de los medios de comunicación, ejerciendo un periodismo tímido, complaciente y respetuoso con el gobernó de Obama, hemos visto su conversión, en algunos casos, de pasar a ser cuasi propagandistas y propulsores de la desinformación y la bruma noticiosa. 

¿Quién gana con este asalto a la presidencia de Trump? Los enemigos de la libertad. Claro debe de quedar que este intento de golpismo light, sólo sirve para transgredir el sistema democrático en la nación norteamericana. Es hora de que la élite que perdió las elecciones de 2016 acepte la derrota, asuma su papel de una oposición digna y juegue bajo las reglas de una democracia funcional. Las aberraciones de Obama, que fueron muchas y lacerantes, tanto en el campo doméstico con la economía mal manejada, como en el entrono de las relaciones extranjeras y su política de apaciguamiento con sus resultados derrotistas, minaron el mundo acomodando como nadie antes, a los saboteadores de los valores que hicieron posible la democracia funcional.

Tal vez por eso odian a Trump tanto. Su defensa, a capa y espada, de la superioridad de los valores judeocristianos que apuntala inherentemente la esencia de la democracia y su rechazo a postulaciones del armazón postmodernista como es la igualación absolutista de valores (maniquí del marxismo cultural), el comercio global desconectado de consecuencias éticas y el dominio elitista del poder político, han convertido a Trump en el enemigo número uno de esta poderosa minoría. ¡Qué razón tenía Martí cuando escribió en sus Versos Sencillos: “Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar”! 

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