Las policías políticas de la Europa del Este, una gigantesca máquina de vigilancia
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José María Faraldo investiga en su nuevo libro las policías del comunismo.
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Por Javier Redondo
10 enero de 2019
Europa del Este constituía un gigantesco, pobretón, cruel, patético y lacerante 'Show de Truman'. Los súbditos de los regímenes comunistas -o sea, de los burócratas del partido- se dividían en dos categorías: confidentes -figurantes- y sospechosos. Las policías políticas de estos países desarrollaron una obsesiva y paranoica adicción por la vigilancia y la represión. Veían enemigos -reales, potenciales o imaginarios- en los más insignificantes detalles: la inopinada decisión de un inofensivo matrimonio de mediana edad de visitar un monasterio medieval podía generar recelo en la policía política, dispuesta a interpretar cierta nostalgia por un pasado capitalista en la pareja; una alusión al mal tiempo, según el clima interno en el partido, era susceptible de constituir motivo de seguimiento.
Sostiene el historiador José María Faraldo, que ha publicado recientemente 'Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado' (Galaxia Gutenberg), que se "podían quebrar vidas con esos papeles": cientos de miles de fichas con apuntes fútiles de la vida cotidiana e inocua de alemanes del Este, polacos, soviéticos, rumanos... "Y aun así, la cantidad de información hacía posible que se escaparan muchas cosas entre los dedos. Las policías secretas no fueron nunca infalibles, no eran
capaces de controlar todo lo que querían.
La idea de que lo veían todo o lo vigilaban todo era pura propaganda".
Si bien, muchas de esas vidas fueron de mentira. Todo el tiempo. Bastaba que la policía colocara o incorporara a su nómina un peón para cambiar el destino de tantos infelices que nunca dudaron de sus amigos, vecinos o familiares; algunos de estos desdichados se casaron con confidentes. Su vida expuesta, permanentemente vigilada. La información recopilada sobre tantos era de tal magnitud que se dejaba sin leer, se archivaba sin más. Las cajoneras de los ministerios de Seguridad e Interior eran rudimentarios aunque sistemáticos almacenes de 'big data': nombres, relaciones, vínculos, actividades, aficiones, costumbres, horarios, desplazamientos, llamadas telefónicas, lecturas...
La Stasi -policía política de Alemania del Este, fundada en 1950, también conocida como la Firma o la Compañía- clasificaba los materiales en dos secciones: el dosier personal -Personalakte-, que contenían datos del confidente, de quienes le rodeaban, la forma en que se había reclutado, las facturas que había presentado y el dinero que cobró. Y el dosier de trabajo -Arbeitsakte-, con informes que el oficial de la policía elaboraba con los datos aportados por el confidente. "Generalmente los dosieres se entrecruzaban con los asuntos: objetos de investigación muy diversos, divididos por temas que se vinculaban a dosieres que investigaran a otros sospechosos. Los confidentes -y dosieres- eran identificados por seudónimos o códigos. De este modo, los confidentes, a su vez, también eran objeto indirecto de vigilancia. Los casos cerrados se guardaban, por si acaso...
De entre las policías secretas que investiga Faraldo, la Stasi contaba con mayor número de confidentes, 93.000 "colaboradores no oficiales de seguridad"; además, tenía otros 7.000 especialistas altamente cualificados, 4.000 agentes de enlace con oficiales y 30.000 "colaboradores no oficiales para asegurar la conspiración y los contactos". Los confidentes cobraban por sus servicios aunque no quisieran. A veces recibían otro tipo de prebendas. Algunos eran captados tras cometer un pequeño delito. Si bien, Faraldo subraya que el confidente a la fuerza no era de fiar, "era mejor crear situaciones que propiciaran la colaboración", por idealismo, patriotismo u oportunismo, ganas de medrar. Quien se quería desenganchar revelaba su condición de confidente y se desactivaba. La Stasi comenzó su andadura con 2.200 empleados. Pronto pasó a unos 500 y a finales de la década apenas tenía 32. La Stasi cayó en desgracia en 1953, cuando no intuyó la insurrección de los trabajadores en la reconstrucción de la ciudad, que reivindicaban mejoras salariales; la revuelta fue reprimida por el ejército soviético. La Stasi no recuperó su reputación hasta comienzos de los años 70.
De todos modos, su funcionamiento pivotaba sobre la figura del confidente. No es una contradicción que refleje debilidad operativa, es la base sobre la que se sustenta el régimen de terror: el miedo y la desconfianza. La nomenklatura del partido comunista de la URSS se jactaba de que gracias a los informantes los soviéticos se habían dejado de hablar de política en casa o en el bar. Un informe de la Securitate rumana dice: "La fuente también declara que el actor B. F. -muy simpático, de hecho- le dio seriamente al whisky y finalmente llegó demasiado lejos, dejando en claro a la fuente que por la mañana debía hacer un informe y que no tenía nada que escribir en él, que nada le parecía importante".
Hoy, muchos familiares buscan respuestas en los archivos de la memoria. Las policías políticas -y los confidentes- podían truncar una carrera, evitar una boda, propiciarla, difundir falsos rumores... A veces "se tejían redes oscuras de varios informantes y se creaban situaciones" que obligaban al sospechoso a actuar de una determinada manera. Eran cebos para incorporarlo al cuerpo.
Faraldo narra brevemente el caso de una mujer a la que le cambiaban en casa objetos de sitio. Enfermó. Cuando, tras la caída del Muro, las víctimas acudían a los centros de la memoria a consultar su dosier, "comprendían algunas de las miserias de sus vidas, de sus fracasos, de sus derrotas".
Los archiveros explican a los usuarios cómo leer los papeles. Por ejemplo, en Polonia, cuando un agente realizaba una acción operativa -un seguimiento-, debía registrarla en el Departamento de la Primera Oficina de Evidencia Operativa según la siguiente estructura de archivo: decisión y luego informe de apertura de caso, registro de la persona sometida a vigilancia y, por último, cartas de registro (por asuntos, personas o lugares).
Peter Raina, estudiante hindú, llegó a Varsovia a terminar su tesis. Allí conoció a Barbara. Se enamoraron y casaron a pesar de los problemas de ella con el alcohol. Raina participó de la oposición de izquierda católica al régimen y alcanzó fama como historiador. En los años 90 consultó su expediente. Barbara, ya fallecida, había sido confidente de la policía. "No podía dejar de llorar", escribe Raina.
En Polonia, el carismático ex presidente Lech Walesa, activista sindical, encarna todas las ambigüedades del régimen comunista. Walesa representaba el ala moderada de las protestas. Las manifestaciones y disturbios de diciembre de 1970 le pillaron comprando un carrito para su recién nacido. Pronto se incorporó al equipo negociador. Hasta entonces dispuso de un perfil bajo. Los servicios de seguridad comenzaron a seguirle y le detuvieron el 19 de diciembre. Pasó cuatro días en el calabozo. Tenía 27 años. Entonces comenzó a cooperar con la policía con el seudónimo Bolek. En 1976 su ficha quedó archivada por falta de compromiso y "deseo de colaborar". En 1980 lideró la huelga que abrió definitivamente la brecha en Polonia. Walesa volvió a ser detenido un año después. Hoy nadie discute que colaboró con la policía, tampoco que contribuyó decisivamente a la derrota del comunismo.
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