sábado, marzo 23, 2019

Esteban Fernández: LA PECERA: LA ANTESALA PARA SALIR DEL INFIERNO

LA PECERA: LA ANTESALA PARA SALIR DEL INFIERNO

Por Esteban Fernández
23 de marzo de 2019

He mencionado muchas veces “la pecera” del aeropuerto Rancho Boyeros de La Habana y de pronto caigo en la incertidumbre de que quizás haya lectores que no tienen ni la menor idea de lo que les escribo. Otros perfectamente saben a lo que me refiero porque lo sufrieron en carne propia. Y voy a dedicar unos minutos a explicar de lo que se trataba.

Para cualquier ciudadano común y corriente que vaya a un aeropuerto (inclusive hasta al José Martí de La Habana) se trataba simplemente de UN SALÓN DE ESPERA. A mí me pareció una especie de urna de cristal.

Comienzo por aclarar que no sé -o no creo- que en realidad se llamaba “la pescera”, supongo que los cubanos que somos tan ingeniosos e imaginativos -y tan dados a darle sobrenombres a todo- le pusimos así porque al entrar ahí todos suponíamos que era la forma en que se debían sentir esos pececitos tropicales dentro de las peceras. Jamás yo he podido tener una de esas en mi casa porque me recuerdan a “la pecera” de Rancho Boyeros.

Ahora sé que era un muchacho de 17 años sin embargo en ese momento me sentía ser un hombre en toda la extensión de la palabra sobre todo porque allí había niñitos de hasta cinco años solos. Creo -no estoy seguro-que eran parte del programa Pedro Pan.

Nadie conocía a nadie, gente totalmente desconocida a nuestro alrededor, no sabíamos quién era anticastrista y quien era agente del G2. Los milicianos entraban como si fueran los dueños del recinto, como decíamos en Cuba “como Pedro por su casa”.

Un grupo de tres esbirros -en mangas de camisa y uno la traía arremangada- entró y le gritaron a un hombre: “¡Tú no te vas para ningún lugar!” El compatriota con tristeza infinita reflejada en el rostro se defendía diciendo: “Ustedes no me pueden hacer esto, yo solamente voy visitar a mis hijos que están en New Jersey viviendo en casa de unos desconocidos”.

Yo -con mis ojos aguados- hice la cosa más absurda del mundo: Me acerqué al señor y traté de darle tres pesos cubanos que tenía en el bolsillo. Le dije: “Oiga amigo, a mí este dinero no me va a servir para nada en los Estados Unidos, lléveselos usted”. No cogió el dinero, simplemente me estrechó la mano.

Todos teníamos allá adentro emociones encontradas: La tristeza de abandonar nuestro país y la alegría de salir de aquel infierno. La emoción de haber podido al fin entrar en esa “pecera” y la dicha infinita de salir de allí rumbo al avión salvador.

El recuerdo de aquella “pecera” logró que yo dejara -hace 15 años- de ser un fumador empedernido cuando en el aeropuerto de Los Ángeles, desesperado por fumar tuve que entrar en una “pecera” llena de humo que me recordó aquella otra. En Los Ángeles la pecera fue la antesala para salir del vicio, en Cuba escapar de la esclavitud. Ese pez en la foto fuimos muchos.

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Son de las Cuatro Décadas (que ya son Seis décadas)