Roberto Álvarez Quiñones escribe sobre la afirmación del usurpador Nicolás Maduro que a él no lo tumban con sanciones
Maduro: a mí no me tumban con sanciones
Por Roberto Álvarez Quiñones
Los Ángeles
23 de Abril de 2019
Así como en los años 30 el dictador cubano Gerardo Machado decía "a mí no me tumban con papelitos" (se refería a los proclamas callejeras en su contra), su colega Nicolás Maduro hoy se jacta de su poder y parece decir: a mí no me tumban con sanciones económicas.
No importa si los venezolanos se mueren de hambre o se van por millones del país, si Maduro y su pandilla pueden seguir robando y traficando con drogas. Al contrario, ahora con el respaldo político y militar de Moscú, la débil respuesta que ha tenido la comunidad internacional a esa provocadora injerencia rusa y el reiterado rechazo planetario al uso de la fuerza en Venezuela, Maduro se ha envalentonado.
Ese era, y es, el principal propósito del respaldo ruso, que a decir verdad es solo propagandístico y psicológico, pues Rusia a la hora de la verdad en Venezuela no va a mover un dedo militarmente para defender a Maduro.
Si Moscú percibiese la posibilidad real de una intervención retiraría a los militares rusos. No se va a enfrentar a EEUU a causa de Venezuela ni de ningún otro país fuera de su zona geopolítica de influencia: Europa oriental, parte de Asia y el Medio Oriente. Vladimir Putin tampoco puede reeditar una nueva crisis como la de los misiles nucleares en Cuba en 1962. Muchas cosas han cambiado en estos 57 años. Eso no va a ocurrir.
El interés ruso en Venezuela es más económico que geopolítico. Al final Rusia se entendería con un nuevo gobierno que le garantizase cobrar lo que le debe Caracas y le protegiese sus inversiones. Pero, claro, prefiere a Maduro porque le ha concedido a Moscú activos petroleros cuantiosos del Estado venezolano, y privilegios económicos impensables con un gobierno responsable y democrático.
El Kremlin sabe, por su eficiente servicio de inteligencia (heredado de la KGB soviética) que no hay en el horizonte atisbos de una eventual intervención en Venezuela. Pero hace creer a Maduro (no al mundo, que no se lo traga) que Rusia está dispuesta a protegerlo ante una eventual intervención extranjera.
Otro objetivo de Putin es utilizar a Venezuela para desafiar a EEUU y alimentar así el nacionalismo ruso y las pretensiones de Moscú de restablecer el otrora imperio zarista, o el soviético desideologizado, sobre bases modernas.
Superpotencia militar con pobre economía
Putin se equivoca. La condición de superpotencia mundial no la confiere el poder militar sino el económico. Ser una superpotencia geopolítica cuesta mucho dinero, y Rusia tiene una economía de país emergente, no del Primer Mundo. En 2018 el Producto Interno Bruto (PIB) de Rusia fue de 1,7 billones, o sea, más bajo que el de Brasil y la India, e igual al de Corea del Sur. Y según el Banco Mundial, al comenzar 2018 el PIB per cápita en Rusia fue de 10.742 dólares, comparados con 24.446 en Panamá, 22.562 en Uruguay, 17.669 en Costa Rica, tres países latinoamericanos del Tercer Mundo.
Con sus ínfulas de zar moderno Putin comete el mismo error de la Unión Soviética, gasta en lo militar más de lo que le permite el tamaño de la economía rusa. Dedica al sector militar casi el 6% del PIB, más de 90.000 millones de dólares. EEUU invierte en el sector militar el 3,6% del PIB, pero gasta 660.000 millones. Esa diferencia de 570.000 millones radica en el tamaño de ambas economías. Las fuerzas armadas de EEUU superan a las de Rusia porque la economía estadounidense es diez veces más grande.
Pero de momento lo que cuenta es que el Kremlin está ganando una guerra psicológica y política que envalentona a Maduro y desafía a un mundo democrático incapaz de percatarse de que con su "horror" a una intervención envalentona a Maduro y a Raúl Castro, su jefe.
Ambos criminales trazaron la actual estrategia, apoyada por Putin, de ir cercando a Guaidó, tanteando para ver la reacción de Washington y la comunidad internacional. Avanzaron y llegaron al punto clave, encarcelarlo, o no. Como se trata de un paso que podría colmar la copa, quieren estar seguros de que si ponen tras las rejas a Guaidó no corren el riesgo de perder el poder.
En esa fase están. Ahora todo depende de la comunidad internacional. En el caso de Washington, como dijo Donald Trump, salvo en el aspecto militar ya prácticamente no hay cómo presionar mucho más. Pero sí pueden los demás países de Occidente, que muy poco han hecho al respecto.
Las sanciones no tumban dictadores
Pero si de presiones se trata volvamos a los "papelitos" del dictador Machado. La historia reciente muestra que las sanciones económicas por sí solas no han logrado echar abajo regímenes tiránicos, salvo que sean adoptadas masivamente a nivel mundial, como ocurrió para forzar el fin del régimen racista del apartheid en Sudáfrica.
EEUU ha impuesto sanciones a Irán, Iraq, Siria, Libia, Corea del Norte, Cuba, y todas esas dictaduras han seguido en pie. En el caso de Libia solo después que Ronald Reagan lanzó un ataque aéreo contra la residencia-cuartel de Muammar Gadafi, quien salvó la vida porque estaba a 70 metros de las explosiones, fue que ese déspota aliado de los Castro dejó de fomentar el terrorismo internacional.
Resulta asombroso que funcionarios estadounidenses y de otros países se sorprendan ahora de la capacidad de Maduro para mantenerse en el poder. No acaban de asumir que están lidiando en realidad con Raúl Castro y su Junta Militar, poseedores del know-how de más alta calificación que hay en el planeta para mantenerse en el poder.
El reciente llamado de Maduro a México y Uruguay para organizar un nuevo "diálogo" con la oposición, si bien muestra que las sanciones golpean su régimen, no pasa de ser otra tomadura de pelo que nadie toma en serio.
¿Se atreverá el dueto Maduro-Castro II a meter en la cárcel a Guaidó? ¿Sería ese realmente el último error que cometería Caracas como dijo John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca?
¿Puede un secuestrado liberarse a sí mismo?
A estas interrogantes solo se pueden responder con especulaciones, pero vale la pena saber lo que opina el secretario general de la OEA, Luis Almagro. En Cartagena, Colombia, al ser preguntado recientemente en un panel sobre la opción militar para Venezuela, respondió: "Ningún mecanismo del Derecho Internacional debe ser descartado, es contrario al derecho, sería inmoral con el sufrimiento de un pueblo, con las graves violaciones a los derechos humanos (…) la comunidad internacional no debe descartar ningún mecanismo para resolver la crisis de Venezuela".
Una intervención en Venezuela sería perfectamente legal. Lo establece el Artículo 187 de la Constitución. Pero a los venezolanos se les pide que se liberen ellos mismos, a mano limpia o a pedradas, contra el Ejército y las bandas chavistas paramilitares que asesinan a mansalva en las calles.
Cuando el Grupo de Lima, la Unión Europea, la ONU y casi el mundo entero declaran que se oponen al uso de la fuerza paradójicamente están apoyando al chavismo, al castrismo y al propio Putin. El canciller ruso, Serguéi Lavrov, se sirve de esa paradoja. Dijo en una entrevista que si hay un intento de intervención militar en Venezuela "la inmensa mayoría de los países latinoamericanos se expresará inmediatamente y de modo categórico en contra y rechazará esa variante".
O sea, Cuba tiene en Venezuela miles de tropas y oficiales, y Rusia envía tropas y al general Vasili Tonkoshkurov, jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, va a inaugurar un centro de entrenamiento de pilotos de helicópteros militares, y se despliegan baterías de cohetes antiaéreos rusos S-300 en los alrededores de Caracas.
Todo para apuntalar al secuestrador Maduro. Y al secuestrado, el pueblo venezolano, se le pide que se libere a sí mismo. ¿Es eso posible? ¿Va a permitir la comunidad internacional que Maduro y los invasores cubanos, apoyados por el Kremlin, acaben con lo que queda de Venezuela?
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