CARTA A MI MADRE EN EL CIELO
Por Esteban Fernandez
28 junio, 2020
Nmadre: Perdóname, sé que moriste con inmensos deseos de verme, y yo -muchísimos años después- todavía al escribir estas líneas derramo lágrimas recordándote.
Sé que puse a la Patria y mis gestiones por liberarla por encima de tí. Esto no es una defensa ni justificación de mi parte, simplemente es una pequeña reseña y quizás un “mea culpa”.
Al llegar a los Estados Unidos lo más lógico era (y lo que hacía el 95 por ciento de los refugiados) que yo me pusiera a trabajar, ayudar a mi padre, hermano y a ti, y sacarlos de allí. Los cubanos repetían -y repiten- que “lo principal es la familia y lo seres queridos”. Yo no hice ni creí eso...
Decidí otra cosa llevado por 1) Los consejos de mi padre. 2) La creencia firme de que aquello no duraría mucho. Y 3) Pensar que la mejor solución era luchar por la liberación de TODOS LOS CUBANOS, y ahí incluidos estarían ustedes.
Inmediatamente me uní a los más recalcitrantes e intransigentes de los exiliados. Derrocar al castrismo por la fuerza era la única solución y, al mismo tiempo, llegué a la conclusión de que “enviar un solo peso o visitar a la Isla era una traición”.
No solamente una traición a Cuba sino a mis “hermanos de lucha”. Y, desde luego, eso era lo mismo que me había inculcado mi padre al yo salir.
Las cartas desesperadas tuyas queriendo saber “dónde yo estaba” me conmovían y arribaban tres o cuatro meses después de haber sido enviadas.
(Ana María, madre de Estebita, Fotos y comentarios añadidos por el Bloguista de Baracutey Cubano)
Las misivas me llegaban -a través de intermediarios- a Fort Knox y Fort Jackson donde yo entrenaba para desembarcar en Cuba, a la casa de Carlos Zarraga, me llegaban a la Casa de Seguridad del JURE donde aprendía telegrafía, a las montañas de Puerto Rico, o al Barco Madre Venus, a la Base Naval Las Calderas en Santo Domingo donde estaba detenido...
Mis respuestas eran confusas y tardías -porque muy tarde las recibía- y a veces ni papel ni sobre ni sellos tenía. Al mismo tiempo tenía que mentirles, o esconderles donde estaba y cuales eras mis verdaderas intenciones libertarias.
Mientras a mi pueblo llegaban fotos de jóvenes en Universidades, vestidos de peloteros, retratados junto a carros deportivos, y visitantes, yo no podía ni debía enviarles fotos junto a los guajiros del Escambray los capitanes Vicente Méndez y Edel Montiel...
Las cartas de mi padre eran de apoyo total y decía cosas como: “Dondequiera que estés yo sé que estás cumpliendo con tu deber de buen cubano” … Mientras tanto, las tuyas, mi sufrida y adorada madre, si bien no eran de quejas me decías invariablemente: “¡Por aquí estuvo fulanito, les trajo a sus padres ropas, alimentos, medicinas, ese sí es un buen hijo!”
Es decir, que él que no le había tirado ni un hollejo de naranja al régimen “era un gran hijo” y yo que estaba dispuesto a jugarme la vida por salvar a Cuba no lo era. Y quizás eso era cierto.
Durante Camarioca mi amigo Jorge Riopedre trató de sacarlos de Cuba, y a través del Mariel Milton Sori hizo lo mismo, pero ustedes no salieron. Quede muy claro para tí que el régimen asesino JAMÁS me hubiera permitido visitar a la Isla.
Después de abandonar la lucha beligerante, vine a California y desde aquí seguí en contacto con los más aguerridos de los combatientes. Aquí se reunieron en mi entorno los valientes y violentos muchachos de La Juventud Cubana de Los Ángeles para fajarnos constantemente con los castro-comunistas locales.
Para mis amigos y para mí siguió siempre siendo un pecado capital visitar Cuba y hasta enviar un simple centavo a la Isla. Esa actitud ha sido eterna de mi parte y tu sabes fue un pedido de mi padre.
Yo pensaba que cuando Cuba fuera libre -habiendo recibido la causa mi humilde cooperación- me podría sentar contigo por horas para brindarte una convincente explicación. Pero falleciste antes.
No escribo estos difíciles párrafos buscando felicitaciones ni ataques, ni inclusive la comprensión de nadie. Sólo quisiera que esta carta -empapada en lágrimas- pudiera llegar hasta el cielo, hasta donde tú estés, la leyeras y en tu inmensa bondad aceptaras las razones patrioticas que motivaron mi actitud que tanto te hizo sufrir.
Pero, que conste, mami, que NO ME ARREPIENTO DE NADA, mi lucha por derrocar a la tiranía es mi mayor orgullo en la vida y sigo firmemente creyendo que la única solución es a través de las armas...
Tuyo Esteban de Jesús.
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