Laura Rodríguez Fuentes desde Cuba: De Dos Ríos a Santa Ifigenia: el recorrido funerario de José Martí. Arnaldo Miguel Fernández Díaz sobre la muerte y los varios entierros del cadáver de José Martí, Apóstol de la Independencia cubana
De Dos Ríos a Santa Ifigenia: el recorrido funerario de José Martí
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Al momento del tiro mortal, Martí era un blanco fácil a la vista enemiga: vestía botines, un saco negro y sombrero oscuro de castor.
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Por Laura Rodríguez Fuentes
19 de mayo, 2024
SANTA CLARA, Cuba. – Habrían pasado unos seis meses desde los sucesos en Dos Ríos cuando el campesino José Rosalía Pacheco le señalara a Enrique Loynaz del Castillo el sitio exacto donde había caído el “presidente de los insurrectos”, marcado por un palo de corazón. “Aquí, aquí mismo recogí la sangre de Martí. Vea todavía la huella del cuchillo por donde arranqué a la tierra todo el charco de sangre coagulada para guardarla en un pomo”.
A tres kilómetros al noroeste de Palma Soriano, donde confluyen los ríos Cauto y el Contramaestre, el ejército español causó una única baja aquel mediodía del 19 de mayo de 1895. En vano, el joven teniente Ángel de la Guardia había intentado rescatar al caído creyéndolo aún herido en la escaramuza. A minutos de la retirada y posterior regreso junto a las tropas cubanas, aparecía el caballo Baconao cubierto de sangre como confirmación inmediata de la desgracia.
(El General Enrique Loynaz y del Castillo al finalizar la Guerra de Independencia de Cuba (1895-1898) con su Estado Mayor; Enrique Loynaz y del Castillo es el autor de El Himno Invasor. Fotos y comentarios añadidos por el Bloguista de Baracutey Cubano)
A pesar de las señas ofrecidas por De la Guardia, quien acompañaba en ese momento a Martí, el general Máximo Gómez aún conservaba la ilusión de que hubiese podido quedarse extraviado en la “confusión de la pelea” o prisionero de la columna enemiga. En carta al coronel en jefe español, solicitó fe de vida o que le comunicaran al menos dónde habían sido depositados sus restos, mas no recibió respuesta de la contraparte. Luego de varios intentos fallidos por recuperarlo y tras el retorno del mensajero que condujo la misiva, asumió la certeza definitiva de la muerte del delegado y futuro presidente de la República en Armas.
Ni siquiera el propio coronel Ximénez de Sandoval, al mando de la columna que ejecutó la avanzada, estuvo completamente confiado de la identidad del abatido hasta que hubo de revisar sus pertenencias personales. En un mensaje posterior enviado a sus superiores, aclaró que el “titulado presidente cayó con cinco balazos” y que la posesión de su cadáver estaba siendo “muy disputada por los suyos”.
Al momento del tiro mortal, Martí era un blanco fácil a la vista enemiga: vestía botines, un saco negro y sombrero oscuro de castor, y en la mano llevaba el revolver Colt con empuñadura de nácar obsequiado por Panchito Gómez Toro, sujeto al cuello por un cordón, del que no fue disparado un solo cartucho.
En su poder tenía un reloj y un pañuelo, ambos con sus iniciales (JM), y varios documentos preciados en los bolsillos: cartas y un retrato de María Mantilla y otras misivas de Carmen Miyares, Bartolomé Masó y Clemencia Gómez dirigidas a él, según reseña el fallecido investigador Rolando Rodríguez en su libro Dos Ríos: A caballo y con el sol en la frente.
También se halló el manuscrito inconcluso de la carta a Manuel Mercado, una cinta azul y el cortaplumas y la escarapela que se afirma pertenecieron a Carlos Manuel de Céspedes. Por múltiples referencias en textos históricos se conoce que el revólver fue entregado luego al general Arsenio Martínez Campos como botín de guerra y que las epístolas se confirieron a los archivos militares españoles.
Tras la debida identificación del cuerpo, que permaneció envuelto en una hamaca, la columna lo trasladó doblado y atado al lomo de un caballo, para depositarlo al pie de un jobo antes de tomar camino a Remanganaguas, donde previamente habían abierto el hoyo de su primera tumba en tierra viva.
Los dos primeros entierros de Martí
Son las tres de la tarde del día 20 de mayo cuando finalmente se le da sepultura al cuerpo de Martí en una fosa del pequeño cementerio de Remanganaguas, debajo del cadáver de un soldado español y solamente con el pantalón con el que iba vestido. Tanto la sortija de hierro como el reloj, cinto, polainas y papeles fueron entregados al mando superior y las monedas que portaba habían sido usadas para comprar tabacos y aguardiente para la tropa que celebraba la muerte del “cabecilla”.
A solo tres días de aquel primer enterramiento, el cadáver fue exhumado para que el médico cubano Pablo de Valencia realizara el proceso de autopsia, embalsamamiento y debido dictamen del fallecido en el que se le describe como “delgado, de estatura regular”, “con una pequeña calvicie en la coronilla, entradas muy pronunciadas en las sienes y frente ancha y despejada”.
El acta también especifica que presentaba una herida de bala penetrante en el pecho con orificio de salida en la parte posterior del tórax, otra en el cuello debajo de la barbilla, una tercera en el muslo y algunas contusiones y laceraciones en el resto del cuerpo. Las vísceras y el corazón fueron extraídos y depositados en la misma fosa abierta, y para mejor conservación del cadáver el doctor le aplicó una solución de alumbre y barniz.
No obstante, debido al avanzado estado de descomposición, se encargó de inmediato la fabricación de un ataúd rústico de cedro con ventanilla de cristal para trasladarlo finalmente hasta Santiago de Cuba, primero sobre parihuelas llevadas por mulos y luego mediante las vías férreas en un vagón de carga del tren de pasajeros que cubría la ruta, según reseña el libro Piedras imperecederas: la ruta funeraria de José Martí.
El féretro del adalid de la nueva guerra hacía entrada en Santiago a las 6:00 de la tarde del día 26 y aunque se aglomeró una multitud en la estación de trenes, el ataúd permaneció escondido en el vagón hasta entrada la noche. A la mañana siguiente, patriotas, conocidos y amigos de José Martí asistieron a Santa Ifigenia para corroborar con sus propios ojos que se trataba de su cadáver.
Con el fin de exponerlo ante los incrédulos se le encargó a un soldado español que levantara la tapa y desprendiera las puntillas con su bayoneta. Los testimonios describen una rústica caja de madera precintada por tiras de latas y a un cuerpo “algo descompuesto ya, descansando con la boca abierta y el pelo peinado hacia atrás”. “No había duda alguna, era la misma frente”, escribiría uno de los asistentes.
Poco antes de ser depositado el cuerpo en el nicho 134 de la galería sur del camposanto, el fotoperiodista Higinio Martínez tomaría la única imagen que existe del rostro exangüe de José Martí, instantánea publicada dos semanas más tarde en la primera plana del bisemanario La Caricatura.
Tras una siguiente exhumación, se constataron fragmentos de piezas de ropa, entre estas una corbata de lazo negra, por lo que los historiadores suponen que en Remanganaguas fue vestido nuevamente antes de colocarlo en el sarcófago. Con sumo dramatismo y cierto respeto quizá, Ximénez de Sandoval pronunció él mismo las palabras de despedida alegando: “No vean en el que está a nuestra vista al enemigo y sí al cadáver del hombre que las luchas políticas colocaron ante los soldados españoles”.
Un año después de la tragedia de Dos Ríos y en el mismo lugar marcado por Loynaz del Castillo con una cruz de madera, peregrinarían los generales Máximo Gómez y Calixto García junto a Fermín Valdés Domínguez y un grupo de soldados. Por orden del dominicano, cada uno dejó caer una piedra extraída del Contramaestre sobre el sitio exacto de la caída, hasta formar una pirámide rústica, un acto que se repitió a modo de homenaje durante toda la guerra de independencia.
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“Una revolución es necesaria todavía: la que no haga Presidente a su caudillo, la revolución contra todas las revoluciones: el levantamiento de todos los hombres pacíficos, una vez soldados, para que ni ellos ni nadie vuelvan a serlo jamás!”
(José Martí. Alea jacta est, El Federalista, México, 7 de diciembre de 1876, en Obras Escogidas, Tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, , p. 99)
- El práctico de la vanguardia, al llegar al primer paso del Contramaestre, dijo que por allí no se podía pasar y siguió la marcha a buscar otro paso. Al llegar el general Gómez con su práctico, este último aseguró que por allí podía vadearse el río.
- Gómez dijo: “Pues pasemos” y sería el primero en echarse al Contramaestre junto con el práctico. “¡Aquello fue el delirio! Los jefes y oficiales no quisieron quedarse atrás y cada uno espoleó su caballo y se perdió la formación”.
- Al otro lado del río acampaba la avanzada española, que hizo una descarga y se dio a la fuga. El grueso de las fuerzas del coronel Ximénez de Sandolval esperaba en formación cerrada de tres líneas y rompió el fuego. A la orden del general Gómez, los mambises se detuvieron. En ese momento el general Masó estaba al lado del general Gómez. Este le dijo a Martí: “¡Aquí!”, y le señaló detrás de él, como para ampararlo con su cuerpo. “Yo estaba al lado del general Masó y mi hermano Ángel al lado mío y junto a Martí”.
- Al romperse el fuego contra los españoles, Martí convidó a mi hermano Ángel a seguir adelante y así lo hicieron. “Con el humo de los disparos no nos dimos cuenta de su avance y se adelantaron a nosotros como cincuenta metros”. Así presentaron un blanco magnífico a las fuerzas españolas y estas les hicieron una descarga cerrada. Martí cayó y “Angelito trató de cargarlo, pero no pudo”.
- Entonces dio espaldas al enemigo para venir adonde nosotros en su caballo, que casi no podía caminar. Al darnos finalmente la noticia de la muerte de Martí, los españoles llegaban ya adonde estaba el cadáver.
No hay enigma en Dos Ríos
El único testigo mambí de la tragedia fue un ayudante del mayor general Bartolomé Masó: el subteniente Ángel de la Guardia. Según Enrique Gay-Calbó, miembro de número de la Academia de la Historia de Cuba, aquel "compañero de Martí" escribió acerca del suceso, pero su padre quemó la carta por temor a las autoridades coloniales. Las versiones "más autorizadas" se atribuyeron entonces a los jefes adversarios en Dos Ríos: el Generalísimo Gómez y el coronel español José Ximénez de Sandoval.
Extrañeza de estar.
A ellos se sumó Miró con el abrumador impulso de sus Crónicas de la guerra (1909), que se convirtieron en clásico de la literatura de campaña. Para 1970 se tiraban 80 mil ejemplares en tres tomos de formato manuable (Ediciones Huracán) y otros 15 mil de la anterior reedición en un solo volumen (Editorial Lex, 1945).
Desde que Manuel Isidro Méndez dio a imprenta su Estudio biográfico (1925) de Martí y apuntó que Miró había sido "testigo de la etapa final de nuestro héroe", semejante impostura prosigue circulando, a pesar de que el propio Miró admitió haber dado el 14 de mayo de 1895 su "postrer adiós al divino Martí" (El Fígaro, número 8, 1913, página 86). Para el 11 de mayo de 1895, Gómez y Martí habían anotado en sus diarios de campaña (publicados juntos hacia 1941) que "Miró partió hacia Holguín" y "Se va Miró con su gente", respectivamente. No es la misma fecha que dio Miró, pero el consenso estriba en que no fue testigo de la acción de Dos Ríos.
Muecas para escribientes.
Así queda en pie tan sólo el contrapunteo de Ximénez de Sandoval y Máximo Gómez. La historiografía oficial no puede menos que inclinarse hacia la versión del Generalísimo mambí: la otra proviene del enemigo. El pasaje más socorrido de mayo 19 de 1895 en el diario de Gómez reza: "Esta pérdida sensible del amigo, del compañero y del patriota; la flojera y poco brío de la gente, todo eso abrumó mi espíritu a tal término, que dejando algunos tiradores sobre un enemigo que ya de seguro no podía derrotar, me retiré con el alma entristecida. ¡Qué guerra ésta! Pensaba yo por la noche, que al lado de un instante de ligero placer aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento".
En "la flojera y poco brío de la gente" encontró el historiógrafo de Los últimos días de Martí (1937), Gerardo Castellanos, la causa determinante de la única baja mortal de los cubanos en la escaramuza de Dos Ríos: "Es una dura e hiriente verdad, pero porque lo es y la dice el general Gómez, no como justificación en años posteriores, sino el mismo día, me atrevo a estamparla".
Del mismo argumento de inmediatez se vale Rolando Rodríguez (Premio Nacional de Ciencias Sociales 2007) para justificar los términos de otra carta de Gómez (Dos Ríos, mayo 20 de 1985) remitida al jefe enemigo con intención de saber "si el señor Martí está en su poder herido y cuál sea su estado, o si muerto, dónde han quedado depositados sus restos. Eso es todo, porque en el último caso, percances son esos de la guerra y para nosotros, no obstante ser el señor Martí un compañero estimable, nada importa un cadáver más o menos de tantos que tendrá que haber en la guerra".
Rodríguez explana en Dos Ríos: a caballo y con el sol en la frente (2001) que así el General en Jefe mambí habría impartido al coronel español Ximénez de Sandoval la lección martiana de que "la guerra no dependería de la vida de un hombre, y ese criterio se pone de manifiesto cuando se sabe [lo] que la noche anterior Gómez había escrito en su diario" (página 114). José Massip funge como hermeneuta en Martí ante sus diarios de guerra (2002) para reforzar el argumento de Rodríguez: "Horas después [de la acción de Dos Ríos] Máximo Gómez (...) deja constancia en su diario de sentimientos transidos de tan honda aflicción que nunca antes ni después expresaría" (página 138).
La sabiduría de Rodríguez y la hermenéutica de Massip no alcanzan para percatarse de que la expresión "Pensaba yo por la noche" indica inequívocamente que esa noche ya pertenece al pasado con relación al momento en que Gómez anotó los hechos en su diario. Y como no puede asegurarse cuándo redactó esos apuntes, pierde sentido el argumento de inmediatez que Castellanos esgrimió para explicar la caída de Martí, mientras Rodríguez y Massip lo usan para limpiar la imagen de Gómez.
Al efecto de eludir su responsabilidad por conducir irracionalmente el combate y dejar expuesto a Martí en su bautismo de fuego, el propio Gómez no vaciló en echarle el muerto a Bartolomé Masó: "Ese hombre tuvo en parte la culpa de la muerte de Martí", dijo a Valdés Domínguez, quien así lo anotó el 29 de agosto de 1896, con explicación de Gómez y todo, en su Diario de soldado.
Coda.
Gómez sabía que escribía su diario para la historia. En la reedición (1968) se comprobó que había vuelto sobre muchos pasajes para enmendarlos y hasta redactarlos de nuevo. Lo que no sabía era que, tras su fallecimiento (junio 17, 1905), el presidente Tomás Estrada Palma donaría al Archivo Nacional 18.275 cartas recibidas por la delegación del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York, las cuales acabaron siendo publicadas por León Primelles (1932). Entre ellas descolló una que Gómez había fechado el 22 de agosto de 1895 en Ciego de Najasa (Camagüey) para comentarle a su viejo amigo Estrada Palma que Martí "empezó a torcerse y fracasar desde la Fernandina hasta caer en Boca de Dos Ríos (…) Pudiera decirse que los amigos de Martí, que alocados lo endiosaban, lo empujaron a ocupar un lugar que no era el suyo y donde pereció sin beneficio para la patria y sin gloria para él".
Este juicio de Gómez y no haberse incluido entre los amigos de Martí parecen fatigar la atención de la Oficinal del Programa Martiano.
Desvaríos en torno a los entierros de Martí (I)
Por Arnaldo M. Fernández
Mayo 21, 2010
Antes de ayer mataron a Martí y un día como ayer lo enterraron, hace 115 años, en fosa común del cementerio de Remanganaguas (foto), junto con un sargento español que había fallecido por el camino como consecuencias de las heridas recibidas en el combate de Dos Ríos. El Atlas histórico-biográfico José Martí (1983) considera esta inhumación «gran desprecio hacia el héroe caído» y en su Cronología crítica de José Martí (1992) Ibrahim Hidalgo Paz (Centro de Estudios Martianos) tacha de indigno al coronel español José Ximénez de Sandoval por haber tratado así el cadáver de Martí.
Al parecer quería que lo llevaran en carroza de Dos Ríos a Remanganaguas y enterrarlo aquí con pompa, pero se cae de la mata que Ximénez de Sandoval se vio forzado a comportarse con los restos de Martí, por ironía historiográfica, tal como escribiera Máximo Gómez (Dos Ríos, mayo 20 de 1895): «un cadáver más o menos de tantos que tendrá que haber en la guerra».
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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano
Ximénez de Sandoval mostró hidalguía ante el cadáver de José Martí y si no mostró más fue porque no se estaba totalmente seguro de que fuera el cadáver de Martí y por las condiciones de la guerra, entre las que se destaca los tres ataques que tropas al mando del General Quintín Bandera hicieron a las tropas españolas para rescatar el cadáver. Ximénez de Sandoval y José Martí eran hermanos masones.
La indignante actitud fue la de aquellos cubanos que conocían a José Martí y se quedaron callados. Ese silencio cobarde y vergonzoso producido por el miedo ante un poder terrenal superior hoy todavía se extiende sobre millones de cubanos de dentro y de FUERA de la Isla.Hasta oficiales al servicio de España fueron los que mediante sus gestiones se obtuvo la tumba y costearon la lápida del lugar donde descansarían los restos de nuestro Apóstol de la Independencia.¿ Con el Castrismo se ha visto algo similar con sus adversarios muertos ? . Al fondo del Cementerio de Colón hay tanques de 55 galones llenos con los huesos de muchos de los fusilados en los primeros años de Castrismo; la inmensa mayoría de sus cuerpos no se los entregaron a la familia para que los enterraran en su panteones familiares por miedo a marchas y protestas públicas en sus entierros y las peregrinaciones en los aniversarios de sus fusilamientos. Hasta 10 años después no le decían a los familiares donde habían sido enterrados; había que creerles a las autoridades de la tiranía que decían la verdad.
La foto del cadáver de José Martí corresponde a la exhumación del cadáver de Martí en Remanganaguas el 27 de mayo de 1895 y la ví por primera vez en la revista Bohemia a finales de los años 50s o en los primeros años de los 60s del pasado siglo XX. Antonio Oliva un guerrillero cubano fue el que dicen que lo remató con un disparo en el pecho. El pintor pinareño Pedro Pablo Oliva es biznieto de Antonio Oliva y por eso en muchos de sus cuadros, el Martí aparece muerto o dormido. Por cierto, fue otro guerrillero cubano nombrado Brígido Verdecia el que cobró la recompensa por la muerte de Carlos Manuel de Cépedes y López del Castillo, el padre de la Patria, en San Lorenzo, aunque he leido que el que lo mató con un disparo fue un sargento u oficial español. En la Guerra de 1895 los miembros del Ejército Libertador no pasaron de 55 000 combatientes, mientras que fuerzas guerrilleras cubanas habían más de 30 000 sin contra que entre los Voluntarios del Orden ( Mal llamados Voluntarios Españoles ) habían muchos cubanos que gritaban Viva Cuba española !!
Tomado de http://www.damisela.com
El Comandante Enrique Ubieta y Mauri, que había sido amigo de Martí obtuvo, invocando el nombre del General Don Juan Salcedo y el suyo, que por el Sr. Bartolomé Vidal, Alcalde Municipal de Santiago de Cuba, cediese, sin costo alguno, el nicho No. 134 de la galería Sur del Cementerio, para enterrar a Martí, y los oficiales españoles costearon una lápida que fue fijada en el nicho.
(Jaime Sánchez, una de las personas que ayudó a exhumar el cadáver de Martí y a construir el ataud para el cadáver, enseña el lugar donde fue enterrado por primera vez nuestro Apóstol de la Independencia; nota y foto agregadas por el bloguista )
El cadáver fue identificado por el Sr. Joaquín Castillo Duany, y por el Licenciado Bravo Correoso. Se levantó acta de la identificación.
En el momento de ser colocado el féretro en el nicho, el Coronel Sandoval hizo la pregunta siguiente: "¿No hay aquí ningún pariente o allegado, o amigo del finado?" Viendo que nadie respondía, dijo:
"Vaya, señores, puesto que el difunto no tiene aquí parientes ni allegados que lo hagan, despediré yo el duelo."
El Coronel José Ximénez de Sandoval, descubierto, pronunció estas palabras:
"Señores: Ante el cadáver del que fue en vida José Martí, y en la carencia absoluta de quien ante su cadáver pronuncie las frases que la costumbre ha hecho de rúbrica, suplico a ustedes no vean en el que a nuestra vista está, al enemigo, y sí al cadáver del hombre que las luchas de la política colocaron ante los soldados españoles. Desde el momento que los espíritus abandonan las materias, el Todopoderoso, apoderándose de aquéllos, los acoge con generoso perdón allá en su seno; y nosotros al hacernos cargo de la materia abandonada cesa todo rencor como enemigo dando a su cadáver la cristiana sepultura que los muertos se merecen. He dicho."
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Tomado de http://www.juventudrebelde.cu/
Numerosas cruces y condecoraciones repartió el Gobierno español entre los soldados y oficiales que participaron en la acción de Dos Ríos. Al coronel Sandoval solo le tocó la cruz de María Cristina de tercera clase. Ascendería con el tiempo a General de División y justo es decir que declinó el marquesado de Dos Ríos porque, dijo, «lo de Dos Ríos no fue una victoria; allí murió el genio más grande que ha nacido en América». Falleció en 1924.
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