sábado, abril 01, 2006

DE LA INFAME COMPLICIDAD

De la infame complicidad.

Por Vicente Echerri.
El Nuevo Herald.

El Obispo Primado de la Iglesia Episcopal de Estados Unidos, Frank T. Griswold, casi al final de su período al frente de la más antigua y prestigiosa denominación protestante de Estados Unidos, estuvo en Cuba durante una semana. La visita pastoral fue aprovechada por la dictadura y por sus cómplices dentro del clero episcopal cubano, para orquestar toda una secuencia de actividades que sirvieran de respaldo al régimen que oprime a los cubanos desde hace casi medio siglo.

En un sermón televisado desde la misma iglesia catedral donde alguna vez los fieles tuvieron que enfrentar la hostilidad de los escolares que movilizaban los comunistas para perturbar el culto, el primado de los episcopales predicó un sermón en que condenaba el embargo económico impuesto por Estados Unidos a Cuba y lo culpaba de los sufrimientos del pueblo cubano. Nada más grato a los oídos de la dictadura cubana que ha convencido a medio mundo de este sofisma, cuando en verdad la exclusiva responsabilidad de esos sufrimientos recae sobre la gestión totalitaria y el fracaso económico que se deriva naturalmente de la misma.

Por supuesto, el señor Griswold --que casi seguramente tendría escrúpulos de reunirse con el recién reelecto presidente de Bielorrusia o con los militares que mandan en la antigua Birmania-- departió amablemente con Fidel Castro y otras autoridades, y visitó escuelas y hospitales como parte de una agenda oficial de casi una semana que sirvió para robustecer la opresión y su aparato propagandístico.

Fuera de la agenda del prelado quedaban sin embargo las agrupaciones disidentes, los presos de conciencias y sus familiares, los periodistas y bibliotecarios independientes y, desde luego, antes o después de su visita, el contacto y la información con las víctimas del castrismo, que en cuantioso número residimos en Estados Unidos y entre las cuales se cuentan obispos, sacerdotes y laicos de la Iglesia que este señor preside.

Una vez más una personalidad del mundo norteamericano incurre en el reiterado error de congraciarse con una dictadura brutal como resultado de una mezcla de ignorancia y prejuicios. Ignorancia de la verdadera situación de Cuba antes de la revolución castrista, ignorancia de las causas políticas reales que produjeron esa revolución, ignorancia de los crímenes del castrismo en su empeño por conservar un sistema que --con embargo o sin él-- ha fracasado dondequiera que ha querido imponerse. Prejuicios a favor de una imagen de 'campeón de los oprimidos' que aún adorna a Castro en los círculos izquierdistas de este país y que los cubanos sabemos que es un fraude; prejuicios a favor por oposición si no por odio a los órganos de poder de Estados Unidos que denuncian los crímenes del castrismo; prejuicios en contra del testimonio de millares y millares de víctimas de la dictadura más larga y una de las más brutales de este continente.

La izquierda norteamericana --a la que tristemente pertenece el liderazgo de la Iglesia Episcopal que alguna vez fuera uno de los baluartes del establishment--, sigue creyendo en la supuesta dignidad, logros y vigencia de un movimiento revolucionario que alguna vez pretendió encarnar las mejores aspiraciones de un pueblo, pero que siempre fue un régimen tiránico, a cuya asquerosa decrepitud estamos asistiendo.

La visita del obispo Frank T. Griswold a Cuba, lejos de significar un gesto de solidaridad con el pueblo cubano, ha sido un acto de complicidad con sus opresores, explotadores y embaucadores; es decir, una acción criminal, por la cual debería rendir cuentas a la justicia o, en su defecto, añadir para siempre a su nombre, para mejor identificación, algún epíteto infamante.