VILLA MARISTA
Nota del Blogguista
Villa Marista o simplemente " La Villa ", como les gusta decir a los viejos oficiales del Departamento de Seguridad del Estado ( DSE), fue una de las instalaciones relacionadas con la educaci'on que fueron convertidas en cuarteles ( el r'egimen cubano solamente habla de los cuarteles convertidos en escuelas) por la reci'en estrenada Revoluci'on. Esa edificaci'on, su campo deportivo, etc., situados en el reparto El Sevillano, eran propiedad de Los Hermanos Maristas, una orden muy relacionada con la Educaci'on. Villa Marista es la sede o Estado Mayor del Departamento de Seguridad del Estado, aunque tambi'en en ella se encuentran las celdas o calabozos de los detenidos que est'an en proceso investigativo, el cual puede durar anos. Su anterior sede fue una amplia edificaci'on ubicada en 5ta y 14 en Miramar que era propiedad de personas de la alta burguesia cubana y que hoy es la sede del Museo del Departamento de Seguridad del Estado; se encuentra muy cerca de la antigua residencia de Ram'on Grau San Mart'in, el 'unico expresidente de la Rep'ublica que se qued'o en Cuba y murio despu'es del 1959. En ambas edificaciones se han cometido asesinatos a detenidos y no son raros los casos de verdaderos suicidios por las t'ecnicas de interrogatorios aplicadas y el trato general a los detenidos; sus interrogadores son famosos por su eficiencia profesional.
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Villa Marista.
Por Iliana Curra
El auto color blanco, marca Lada de fabricación soviética, arrancó bruscamente haciendo chillar sus gomas. Un hombre demasiado musculoso con cara de bruto atendía el timón. A su lado, un oficial de ojos verdes, aparentemente el jefe de la cuadrilla, daba cuentas por la radio a la oficina central que su objetivo estaba cumplido. Detrás, dos oficiales de la Seguridad del Estado me acompañaban. Yo íba en el centro de ellos –tipo sandwhich- como si se tratara de alguien muy peligrosa.
El agua caía a raudales. Una tormenta tropical inundaba las calles habaneras en una noche normal que dejó de serla desde el mismo momento en que penetraron en mi vivienda. Me acababan de sacar de mi casa en Santos Suárez, luego de más de cuatro horas de registro minucioso.
Serían las 6 de la tarde cuando sentí un toque en la puerta. Yo me encontraba en los altos. No es que se tratara de una casa de dos plantas, es que vivia en algo que le llaman “barbacoa”. Los cubanos, que nos ingeniamos para todo, habíamos bautizado el invento con ese nombre, pero se trataba de expandir un poco más el espacio que apenas nos alcanzaba para vivir. En unos segundos sentí la voz de mi madre llamándome, pero eso fue, precisamente, lo que me puso en guardia. Su tono me decía que algo andaba mal, y así fue.
Bajé la escalera de apenas unos pocos peldaños. No había llegado abajo cuando un hombre de alta estatura puso ante mis ojos un carnet, donde pude leer apuradamente “DSE (Departamento de Seguridad del Estado). Me dijo con la arrogancia propia de los oficiales castristas: “Venimos a registrar tu casa porque estás acusada de Propaganda Enemiga” Lo demás sobraba. Lo único que se me ocurrió decirle, fue: “Adelante, cuando quieran”, aunque ya estaban adentro.
Cuatro oficiales de la Seguridad del Estado cubana habían invadido mi territorio. Todos eran altos y fuertes, y me preguntaba si es que los escogían así, o era pura coincidencia. Me ordenaron sentarme en la pequeñísima salita del apartamento, sin poder hablar, ni moverme de allí. Uno de los esbirros se quedó para vigilarme y los otros comenzaron su labor de registrarlo todo.
Era el verano de 1992. Exactamente el 16 de julio. El calor era insoportable, y la “barbacoa”, por tener el techo bastante bajo, era como un horno. Cuando los esbirros comenzaron a registrar, mi madre les apagó el ventilador diciéndoles que si querían estar allí, que pasaran calor. Sudaron tanto como si estuvieran en un baño turco. Era el mismo calor que yo pasaba cuando nos quitaban la corriente por tantas horas.
No quedó nada por explorar. Parecía que estaban buscando algo invisible. Algunas pocas evidencias del derecho que ejercí para expresarme aparecieron, y tal parecía que habían encontrado un cofre de diamantes.
Afuera, evidentemente, habían parqueado otros carros pertenecientes a los represores. En algún momento entró un oficial de baja estatura. Usaba botines y al verlo, puede identificarlo como alguien que visitara alguna vez la oficina donde yo trabajaba. Luego de su visita “casual”, alguien me había confirmado quién era el personaje. Iba acompañado en aquel momento por un esbirro, también oficial de la Seguridad del Estado. que controlaba el lugar donde yo trabajaba. Justamente ya sabía que me estaban siguiendo los pasos.
El oficial de baja estatura era un Coronel, aparentemente, el jefe del operativo. Dijo algo a sus subalternos, me miró, y luego se fue a continuar sus quehaceres represivos. Al terminar el registro, los esbirros le dijeron a mi madre: “la llevamos con nosotros. Si no regresa hoy, mañana vaya a Villa Marista y pregunte por ella”. El mensaje estaba dado de la forma más simple: no regresaría.
Habían acumulado papeles escritos, libros y todo cuanto se les antojó. En el congelador del refrigerador ocuparon un paquete de carne de res, que jamás volví a ver, así como dos paqueticos de masa de cangrejo que ese mismo día había comprado en la bolsa negra. Evidentemente las carnes pertenecían a animales que no apoyaban al régimen, porque fueron retenidos –y comidos- por oficiales de la Seguridad del Estado. No dejaron de incautar dos pequeños pollos congelados que, gracias a la bondad de la revolución, nos habían vendido por la libreta de racionamiento. Mi madre les exigió los pollos diciéndoles que eran de la cuota mensual, que en aquel momento era todo un manjar.
Al salir al pasillo ya era de noche y llovía fuertemente. Mis vecinos miraban furtivamente por las ventanas, y al salir a la calle, todas estaban ocupadas por detrás. La curiosidad era grande. El miedo mucho mayor.
El carro salió disparado a una velocidad inusual en calles llenas de baches por doquier. El oficial musculoso con cara de bruto apretaba el acelerador como un corredor de carreras de autos. Llegamos rápidamente a la sede de la Seguridad del Estado en la Habana. Un guardia de una garita al costado de la entrada principal nos dejó pasar. Ingresamos en un lugar antiguamente muy conocido, pero no más que ahora. La Villa de los Maristas, una escuela religiosa convertida en cuartel, nada más y nada menos que del aparato represivo mayor en la isla.
El auto parqueó debajo de un techo y el oficial de ojos verdes salió para hablar por un teléfono intercomunicador. Una puerta se abrió, y me bajaron del auto para hacerme entrar por ella. Me sentaron en un banco de madera, y me encontré con un salón grande tapizado con madera barnizada. Frente a mí habían cristales oscuros donde, al parecer, estaba alguien observando.
Al rato llegó una mujer de unos seis pies de estatura. Vestía uniforme de campaña verde olivo y aparentaba unos 50 años. Me llamó y me entró en un lugar que parecía una celda pequeña. Me dijo: “quítate la ropa”. Empecé por quitarme el pantalón y el pulover, pero continuó diciendo: “toda la ropa”. Mi estupor fue tan grande que todavía siento la vergüenza de aquel momento. Toda la ropa significaba absolutamente todo. Ya desnuda, me dijo: “ahora haz cinco cuclillas. Nunca en mi vida había sentido tanta timidez, ni tanta ira a la vez. Me sentí menos que nada. Recordé películas de los judíos cuando eran desnudados frente a los nazis. Entendí, entonces, por qué odiaron y odian tanto al nazismo.
Luego de la requisa, me volví a vestir. Era evidente mi desconcierto. Este tipo de tratamiento está totalmente concebido para desestabilizarte emocionalmente. Me llevaron por un pasillo medio oscuro a un cuarto donde me tiraron una foto y me tomaron las huellas digitales. Luego me subieron por una escalera y continuamos por pasillos tenebrosos y vacíos hasta llevarme a un lugar donde me entregaron una ropa de mezclilla. Se trataba de una saya-short con una blusa que daban un calor espantoso. Me condujeron por un largo pasillo como de tres metros de ancho, que a sus lados tenía muchas puertas cerradas herméticamente. Se trataba de celdas para hombres. Las que estaban vacías tenían sus puertas abiertas y pude observar que, adentro habían dos literas para cuatro personas en un espacio bien reducido. Al terminar el pasillo llegamos delante de un médico que, para ganar su salario, te hace un chequeo rutinario y simple para decir que la atención médica existe.
Terminado el show, me llevaron a un área que era exclusiva para mujeres, podía estar ubicado en el segundo o tercer piso, de eso no tienes nunca la confirmación. Vestida con mi nueva ropa de detenida –aunque es la misma que se usa en prisión- me adentraron a mi nueva vivienda obligada: una celda con tres literas donde se encontraban dos detenidas. La celda en cuestión era grande, en comparación con las otras. Herméticamente cerrada, tenía como ventana algo que, al menos, permitía entrar el oxígeno, pero no te permitía ver absolutamente nada hacia fuera.
De las dos detenidas que estaban en la celda, una dijo estar por un presunto delito de “Propaganda Enemiga”, y la otra por algo que nunca aclaró bien. Se trataba de una reclusa común que hacía 100 días se encontraba en Villa Marista. Luego confirmé que las presas comunes que sacaban de la cárcel para esos lugares, era para tratar de sacar información a las que arrestaban por asuntos políticos.
Perdí mi nombre y apellidos. Fui bautizada con el número 230008, y a partir de ese instante, me llamaban así para sacarme a interrogatorios o a las visitas familiares de escasamente 10 minutos. Siendo como las 3 de la mañana me llama la guardia a cargo del lugar. Me avisaron por una pequeña ventanita que tiene la puerta. Me tiré de la litera y salí sin peinarme siquiera para mi primer interrogatorio. En la puerta enrejada del área de mujeres me esperaba un guardia de la raza negra que hablaba a media lengua. Me bajó por unos pasillos semioscuros y al entrar al área de interrogatorios, tocó una puerta recibiéndo el permiso del oficial que estaba adentro. Abrió la puerta hacia fuera y apareció otra que abría hacia dentro. Se paró tan recto como una estaca y casi a gritos dijo: “Permiso, teniente, para entregar la detenida”.
El oficial instructor que me esperaba era un primer teniente de unos 28 años de edad. Tenía baja estatura y unos ojos oscuros y penetrantes. Me recibió con cara de pocos amigos, y su primera amenaza fue decirme que me mandaría a buscar todas las noches a esa hora para interrogarme. Le dije que no me importaba, ya que cuando regresara podía dormir lo que quisiera, mientras él tenía unas ojeras visibles de no dormir. También le dije algo que le molestó mucho: “tendrás que estar por las noches reprimiéndome, mientras tu mujer está sola en tu casa, y terminará por engañarte”. Se puso tan molesto que no lo olvidó. Casi dos meses después me dijo que él confiaba en su esposa. Los interrogatorios fueron casi a diario y a cualquier hora, pero las madrugadas, evidentemente las cogió para estar en su casa.
Villa Marista es como una escuela superior para opositores. Quien no haya pasado por ella no conoce bien la represión. Es el lugar más difícil. Incluso, peor que la cárcel. Está diseñada para acabar física y psicológicamente con la gente. Un aparato represivo estudiado en escuelas de los países ex comunistas de Europa del Este. Los oficiales instructores de la Seguridad del Estado son psicólogos, psiquiátras, abogados o sociólogos. En aquel momento, casi todos habían estudiado en Alemania ex comunista o la antigua Unión Soviética.
Las celdas están preparadas para el desgaste de tu persona. Lámparas de luz fría de 40 walts que se mantienen encendida las 24 horas del día acaban con tu visión. Las paredes pintadas de blanco hacen más potente la claridad del lugar, lo que evita puedas dormir bien. El calor es insoportable, y el ruido de las rejas y los gritos del los guardias sacando detenidos, es constante. Algo que deteriora poco a poco la vida de quien padece ese encierro.
84 días en esas condiciones dieron como resultado una impresionante baja de peso, que parecía salida de un campo de concentración. El color de la piel era entre blanco y ceniza, debido a la total falta de sol. En dos ocasiones solamente me sacaron a tomar sol por un reducido tiempo, y eso aplica para todos los detenidos que allí se encuentran.
Las requisas semanales a las celdas eran parte también del sistema represivo que existía en Villa Marista. Nos sacaban al pasillo y nos ponían contra la pared con las manos detrás. Los guardias entraban a la celda y requisaban hasta las paredes, absolutamente todo. Yo, impaciente y aburrida a la vez, miraba a las cámaras de circuito cerrado que estaban instaladas en el pasillo y les sacaba la lengua. Disfrutaba de solo saber que estaban monitoreando mi burla, aunque nunca me lo dijeron. Un día de esos un oficial salió de mi celda asombrado por haber encontrado un libro. Se trataba del “Epílogo de Nuremberg” hecho por los comunistas, sobre el juicio realizado a los nazis después de terminada la segunda guerra mundial. Me preguntaba qué de dónde lo había sacado. Su ignorancia me molestó tanto que le dije: “Ese libro es hecho por ustedes los comunistas”. “¿No lo sabías?”. Era evidente que a ése no lo enviaron a estudiar a ninguna parte.
Día tras día era lo mismo. Un llamado desayuno compuesto por jugo de toronja que casi te perforaba el estómago. Un llamado almuerzo basado en picadillo de soya color verde con un olor tan desagradable –además del sabor- que era persistente e inolvidable. Y, por supuesto, una llamada comida que no se diferenciaba del almuerzo. La hora en que servían estos “manjares” podían casi juntarse o demorarse, según ellos decidieran.
Estar en Villa era como estar en Marte. Siempre me pregunté dónde me encontraba cuando el huracán Andrews arrasó con parte de Miami, ya que no retengo en mi mente nada que me lo haga recordar. Y es que, claro, estaba en un lugar donde no te enteras de que el mundo se acaba porque la información es totalmente cerrada.
En Villa Marista aprendí lo que era ser realmente opositora. Aprendí que el miedo no existe cuando estás dispuesta a lo que venga. Cuando sabes que te espera una prisión, sabe Dios por cuanto tiempo. Cuando aprendes a esperar y a esperar superando la monotonía entre cuatro paredes. Cuando sabes que ya no serás persona jamás en un sistema que te oprime y reprime hasta la saciedad. Cuando ya no hay nada que puedan hacer para tratar de doblegarte.
Y a pesar de las difíciles condiciones y de todo lo que puedes pasar en ese lugar, creo que salí fortalecida ideológicamente. Allí me gradué de algo que, quizás, no se estudie. Empecé a entender cosas que posiblemente nadie hubiera podido explicarme. Comprendí que la causa por la que me había comprometido tanto, no era menos que cualquier lucha en el mundo, y sobre todo, que valía la pena.
A partir de ahí supe entonces lo que quería de verdad. A partir de ahí empezó verdaderamente mi lucha que no terminará hasta tanto Cuba sea libre. Es mi camino aún por recorrer. Es mi suerte echada. Es mi obsesión… Es, simplemente, mi vida.
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Cómo sobrevivir en Villa Marista
Introducci'on de ADOLFO RIVERO CARO
En la revista hay interesante trabajos de Julián B. Sorel, Enrique Ros, Angel Cuadra y otros amigos. También incluye un viejo ensayo mío: Cómo sobrevivir en Villa Marista (que puede leerse en http://www.neoliberalismo.com/villita.htm. Hablo, por supuesto, de una experiencia personal. La primera vez estuve tres meses en Villa y la segunda cinco, aunque allí el tiempo tiene una dimensión especial.
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Tomado de http://www.neoliberalismo.com/villita.htm.
Cómo sobrevivir Villa Marista
ADOLFO RIVERO CARO
El colapso mundial del socialismo ha convertido al gobierno de Fidel Castro en un anacronismo histórico. El régimen aprisiona a nuestro pueblo, política y económicamente, como una vieja y raída camisa de fuerza. Ante el inevitable crecimiento de la resistencia popular y la certidumbre de futuras olas represivas, parecería conveniente desmitificar un tanto ese centro operativo conocido por los disidentes cubanos como "Villa Marista", "Villa" o simplemente "El Colegio". El régimen se mantiene por el terror. Lo que más hay que temer es al miedo mismo.
Villa Marista es parte del Departamento de Operaciones de la Dirección de Contrainteligencia del Ministerio del Interior. Fue creada en 1963 y es el equivalente cubano de la Lubianka de Moscú. Instructores de la KGB, veteranos estalinistas, trasmitieron a los cubanos su vasta experiencia represiva. Esos instructores vinieron a Cuba en la época de Khruschev y de Breznev, después del XX Congreso del PCUS, cuando los crímenes de Stalin habian sido denunciados por los mismos comunistas y las tenazas estaban guardadas en la gaveta. La metodología represiva de la KGB tenia puesto el énfasis en la tortura psicológica, no la física, se trataba de destrozar el espíritu, no el cuerpo. Por otra parte, las torturas contra los revolucionarios durante la dictadura de Batista habian provocado una profunda repugnancia en nuestro pueblo y no hubiera sido fácil recurrir sistemáticamente a los mismos métodos. De aquí que en Villa Marista la tortura física no haya sido un procedimiento habitual.
En Villa Marista, el objetivo fundamental de la Seguridad es conseguir la rendición moral del detenido, derrotarlo moralmente. No se pretende convencerlo ideológicamente, el objetivo es más modesto. Se trata de convencerlo de la omnipotencia del aparato represivo y de que los detenidos están absolutamente inermes. Si lo consigue, éste termina arrepentido de haber emprendido una lucha obviamente imposible y resentido contra quienes lo instigaron a la misma. Resentimiento que, a su vez, puede conducir a la delación de otros opositores. No solo eso. Convencido del poderío abrumador del aparato represivo, eventualmente el opositor moralmente derrotado llega a la conclusión de que la Seguridad es inclusive generosa al no aplastarlo como a un insecto. Como anticipara Orwell en "1984", el supremo triunfo de la Seguridad es cuando el disidente termina amándola.
Y, sin embargo, las apariencias engañan. Villa es mucho menos poderosa de lo que quiere aparentar y sus opositores están mucho menos desvalidos de lo que parecen. En primer lugar, la revolución cubana se encuentra en una crisis terminal e irreversible. El colapso de la URSS y del campo socialista ha significado el fracaso del modelo político, económico, social e ideológico escogido por Fidel Castro. Su consiguiente perdida de autoridad moral es irreparable. Castro y su sistema represivo representan el pasado y su desaparición, más tarde o más temprano, es inevitable. Por otra parte, la disidencia cubana es una de las más tenaces y valientes del mundo. El gobierno no solo ha sido incapaz de aniquilarla sino que se ha multiplicado y extendido a todo lo largo y ancho del país. El movimiento de derechos humanos, surgido como una reacción de autodefensa popular, ha puesto a Fidel Castro en el banquillo de los acusados y, aunque sin proponérselo directamente, ha mermado sustancialmente su poder. Los disidentes cubanos no son vistos como un grupúsculo insignificante sino como un interlocutor esencial a la hora de discutir la problemática cubana. Cada vez es más claro para todo el mundo que la oposición representa el futuro.
LA EXPERIENCIA DE VILLA: LA DETENCION
Aunque la Seguridad del Estado no esté sometida al imperio de la ley, siempre trata de guardar ciertos formalismos legales para protegerse contra críticas internacionales que puedan afectar el prestigio y por tanto la autoridad del gobierno revolucionario. Eso es algo que ningún opositor debe olvidar nunca: todas las fechorías y arbitrariedades de la Seguridad deben ser recordadas, anotadas y difundidas. Los disidentes no solo son víctimas, sino también testigos y notarios.
Salvo pocas excepciones, el método de detención de la Seguridad consiste en asaltar las casas entre las dos y las cuatro de la mañana. Aprovechar cuando el objetivo y su familia son mas vulnerables a un ataque. En general, se procede al registro de la casa en presencia de un representante de los CDR que, supuestamente, da testimonio de que los agentes no han sustraído nada que no sea pertinente al caso. (Los robos, por supuesto, son frecuentes). Luego, el detenido es llevado a una máquina y conducido a toda velocidad hacia Villa Marista.
En Villa, el tratamiento no es uniforme sino individual y diferenciado. En general, el detenido es fotografiado, pesado, medido y se le toman las huellas digitales. Cada vez que ingrese le harán lo mismo. Pero uno puede permanecer detenido en una habitación relativamente confortable, esto depende fundamentalmente del rango que el detenido haya tenido dentro del régimen. Esas "consideraciones" tienen el objetivo de trasmitir un mensaje silencioso: todavía es considerado básicamente como uno de los suyos. Se ha descarriado pero no se olvida lo mucho que los une todavía. (El general Ochoa ni siquiera estuvo nunca en Villa.) En este sentido, es bueno recordar que ningún "tronado" ha recuperado nunca el favor oficial. Lo mejor para un "tronado" es tomar consciencia de que ha sido colocado en la oposición, y actuar en consecuencia. Hacerse ilusiones en este sentido lo debilita como opositor sin mejorar su posición ante el gobierno. Es difícil concebir peor situación política que la de ser despreciado tanto por el gobierno como por la oposición.
Más tarde o más temprano, el detenido pierde su ropa habitual y tiene que vestir un uniforme amarillo, generalmente mayor de su talla, para que se sienta incomodo y ridículo. Es el momento de ser trasladado a una celda corriente, momento en que también pierde su nombre. En lo adelante será llamado por un número. El uniforme y el numero pretenden humillarlo, despersonalizarlo y hacerlo tomar consciencia de su absoluta impotencia.
EL HOSPEDAJE
La celda habitual en Villa mide 3 x 2 metros. Ciertamente no es aconsejable para los que padezcan de claustrofobia. Las literas son planchas de hierro o madera encadenadas a la pared. Hay una o dos literas en cada pared. Las celdas tienen unas especies de persianas de concreto que no permiten ver hacia afuera, aunque dejan entrar el aire y alguna claridad. Es posible darse cuenta del amanecer y del crepúsculo. La letrina es un simple agujero en el piso. Un pequeño chorro de agua cae sobre el hueco. Generalmente, los detenidos toman el agua de beber de ese chorro. Un pedazo de tubo que sobresale de la pared, sobre la letrina, sirve de ducha. A los detenidos no se les permite afeitarse ni peinarse ni cortarse las uñas. Las horas del baño están reguladas, aunque esa regulación, como otras, son casi imposibles de imponer en la práctica.
Sobre la puerta de hierro hay un bombillo perpetuamente encendido cubierto por una malla metálica. Pero, con un poco de práctica, gracias a los cambios de luz y los sonidos de la calle, es posible calcular la hora del día con relativa facilidad. La puerta tiene una ventanilla que los guardias pueden abrir para vigilar (siempre preocupados por los suicidios) y trasmitir órdenes. Para llamar al guardia (al que hay que tratar de "combatiente"), el detenido tiene que golpear la puerta de hierro. En general, la puerta solo se abre para el desayuno (6.30 a.m.), el almuerzo (11 a.m.) y la comida (4 p.m.). Los mismos guardias le darán el cepillo de dientes cuando pasan a recoger las bandejas vacías. También hay que abrir la celda para una limpieza semanal. Un guardia le da a los detenidos una frazada para limpiar el piso y un jarro con creolina para echar en la letrina.
Dado lo escaso de la ventilación, las celdas son extremadamente calurosas en verano. Por física elemental, cuando hay calor asfixiante el lugar más fresco no es la litera superior sino el suelo. Algunas celdas tienen un fuerte aire acondicionado con el objetivo de torturar a los detenidos. Son las llamadas celdas "frías".
Con un poco de práctica, también es relativamente fácil ubicar donde están los guardias. A ellos, por su parte, les resulta muy difícil ubicar exactamente de que celda ha salido algún grito. Esto permite comunicarse y averiguar, por ejemplo, si hay algún amigo detenido en el mismo piso. Por otra parte, como las ventanas dan al exterior, no es difícil hablar con algún detenido del piso de arriba o de abajo. Este, a su vez, puede gritar preguntando por cualquier preso. El resultado es la posibilidad de una sorprendente comunicación entre los distintos pisos en una prisión de máximo aislamiento. Villa es demasiado grande como para que pueda haber vigilancia sobre cada celda.
LOS INTERROGATORIOS
Lo habitual es que los detenidos lleguen a Villa y tengan que esperar varios días antes de ser llamados para su primer interrogatorio. Esa tensión ha bastado para quebrar psicológicamente a más de un detenido impreparado. Tampoco es extraño que en ese primer interrogatorio, ansiosamente esperado, el oficial se limite a pedirle al detenido su nombre y otros datos generales. El objetivo siempre es el mismo: convencerlo de su insignificancia (¡ni siquiera saben su nombre!) y dejar que el aislamiento lo deteriore psicológicamente. Es común que los interrogatorios se hagan de madrugada. El objetivo es el mismo de la hora de la detención: aprovechar el ritmo biológico para sorprender al objetivo "con la guardia baja", cuando esta psicológicamente menos preparado y es más vulnerable.
Para el interrogatorio, un guardia abre la ventanilla, llama el número e inmediatamente comienza a abrir la puerta. El detenido sale de la celda y se tiene que poner de frente a la pared, hasta que el guardia cierre nuevamente. Allí podrá ver una cajuela donde se guardan su cepillo de dientes y algunas medicinas que pueda estar tomando. Luego el guardia le ordena que camine en cierta dirección mientras marcha detrás chiflando para advertir a cualquier otro guardia que pudiera venir en sentido contrario con otro detenido. En caso de ir a cruzarse, le gritan que se detenga y se quede mirando a la pared. Se trata de que nadie pueda ver a los demás detenidos ni comunicarse con ellos.
Las oficinas de los interrogadores están ubicadas a lo largo de los pasillos de cierta área, y son mas bien pequeñas. El guardia manda a detener al detenido, siempre de frente a la pared, junto a la puerta y le grita al oficial interrogador: "¡Permiso para presentar al detenido!". Cuando el oficial asiente, el guardia se hace a un lado y le hace un gesto al detenido para que entre en la oficina. El interrogador, que esta sentado detrás de una mesa, le invita a sentarse, y el interrogatorio comienza. Se supone que el detenido este sentado en posición de firme. Si se inclina, recuesta, cruza las piernas o hace cualquier otro gesto le llamarán secamente la atención. Si el detenido es fumador, probablemente le ofrezcan cigarros. A los oficiales les gustan los fumadores porque eso les da un pequeño poder suplementario sobre ellos. En general, hablan poco, prefieren que sea el detenido el que lleve el peso de la conversación.
Los detenidos nunca deben perder de vista que ahora se encuentran en universo particular que se rige por sus propias leyes. Los usos y costumbres de la vida normal han perdido su validez. Carece de sentido, por ejemplo, que un detenido trate de convencer de su inocencia a un oficial interrogador. Eso es olvidar que los éxitos profesionales de ese oficial son directamente proporcionales a la cantidad y gravedad de los "delitos" que logre descubrir. Para la Seguridad, todo el mundo es culpable, y no poder demostrar satisfactoriamente esa culpabilidad no es mas que un fracaso profesional. Al olvidarlo y tratar de convencer de algo a un oficial, el detenido solo consigue trasmitir una información que inevitablemente va a ser usada en su contra. Por consiguiente, es aconsejable limitar al mínimo lo que se intercambia con los oficiales.
El interrogador siempre trata de dar la impresión de que lo sabe todo y de que el único objetivo del interrogatorio es darle la oportunidad al detenido de manifestar su arrepentimiento "por su propio bien". Si hay varias personas en un caso, se le dice al detenido que los demás han confesado y, para corroborar esa impresión, se utilizan los retazos de información que se van obteniendo de los demás. La realidad es que es en los mismos interrogatorios donde los oficiales obtienen la mayor parte de su información. En este sentido, a veces, se alternan interrogadores "amistosos" y "hostiles" para suscitar un deseo de ayudar al oficial "amistoso" dándole información. El detenido siempre debe recordar que no está solo y que tiene amigos que están luchando por él. Pero ninguno de ellos trabaja en Villa.
La Seguridad no vacila en recordarle a los detenidos sus anteriores vínculos con el régimen, el romanticismo de su juventud, la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue. Pero el único objetivo es que abandone la lucha y se rinda para aplastarlo mas fácilmente. Frecuentemente, se trata de endilgarle a los opositores la confesión de algún delito común, al que los mismos interrogadores suelen restarle importancia. Pero los detenidos deben recordar que una confesión de ese tipo puede representar años de cárcel. Hay que evitar caer en esa trampa. La estancia en Villa puede ser muy difícil pero no es sensato cambiar días por años.
Las amenazas de los interrogadores no deben ser tomadas a la ligera pero tampoco exageradas. Havel y Walesa también fueron amenazados cuando estuvieron presos pero llegaron a la presidencia de la República Checa y de Polonia respectivamente. Y, sin embargo, el último ministro del Interior de la Unión Soviética, Boris Pugo, terminó suicidándose mientras que otro ministro del Interior, éste cubano, el general José Abrantes, "murió" en la cárcel.
LAS VISITAS
Los detenidos tienen una visita de cinco minutos a la semana en presencia de un oficial. Antes de la visita son llevados a una barbería donde son afeitados por un silencioso barbero. Allí también reciben un pequeño espejo manual para que puedan peinarse. El objetivo, por supuesto, es que tengan el aspecto más normal posible ante sus familiares para tranquilizar a éstos y desmovilizarlos psicológicamente. El salón de visitas esta alfombrado y tiene aire acondicionado. A los familiares les resulta difícil comprender que una simple puerta separa la normalidad del infierno. Los intercambios están limitados a asuntos familiares pero, con un mínimo de habilidad, no es difícil trasmitir información importante, sobre todo si previamente se han acordado ciertas claves. Los familiares también pueden aprovechar para llevar tijeritas que le permitan a los detenidos cortarse las uñas.
La solidaridad familiar es muy importante. Lo que más hace sufrir a los detenidos no es tanto su propia suerte como la forma en que esta se refleja sobre sus seres queridos. La Seguridad lo sabe y no tienen escrúpulos en presionar a los familiares para que, a su vez, estos lo presionen para "colaborar" con las autoridades. Mientras más firmes y combativos sean los miembros de su núcleo familiar, mas ayuda moral le darán al detenido. Esta es, sin duda, la prueba suprema del amor. En realidad, la única medida disciplinaria posible para un detenido en Villa Marista es la suspensión de la visita. Pero, cuando esto suceda, los familiares deben luchar por todos los medios para que estas se restablezcan a la mayor brevedad posible. Un detenido sin visitas debe ser considerado automáticamente como un desaparecido y esto requiere una inmediata denuncia ante la opinión publica internacional.
Es importante recordar que la Seguridad quiere la rendición moral de los opositores y que se le deje manipular todas las situaciones a su antojo porque aspira al máximo de represión con el mínimo de costo político. Los opositores, a su vez, no pueden evitar la represión pero si puede hacerla lo más políticamente costosa posible. Es su única arma en esa lucha desigual, renunciar a ella es fortalecer al mismo enemigo que esta empeñando en destruirlos.
CONCLUSIONES
Todo opositor al régimen tiene que prepararse psicológicamente para Villa. En lo fundamental, esto significa prepararse para un confinamiento solitario indefinido. Una vez en Villa, es recomendable hacer mucho ejercicio físico (caminar haciendo ochos, para no marearse), garantizar el máximo de orden e higiene en la celda, y dividir el día para todas las actividades intelectuales posibles como, por ejemplo, ejercicios de memoria, meditación, y oración para los creyentes. Frente a un individuo amante de la soledad y del silencio, Villa sería prácticamente impotente. Por otra parte, en Villa nadie esta abandonado. La solidaridad con los detenidos en Villa y con los demás presos es la principal tarea de los activistas en el exterior. Hay que hacerle pagar el mayor precio político posible al régimen por sus violaciones de los derechos humanos. En ultima instancia, los que están realmente aislados son los carceleros. El futuro pertenece por entero a la democracia.
1 Comments:
el principal represon re villa marista es el ahora general rabeiro,actualmente jefe de instruccion que agrupa las dos carceles mas terribles de cuba,villa marista y 100 y aldabo que son las prisiones provicionales de instruccion donde se llevan acabo los interrogatorios con el objetivo de definir porque cargo te van a juzgar.
este personaje rabeiro,desde hace alguntiempo padece de impotencia ante las mujeres y eso es voz populi entre los altos oficiales del minit,por esa razon se ha divorciado varias veces,actualmente esta casado con una oficial de inteligencia del edificio de linia y a en el vedado,pero es de conocimiento publico entre los oficiales que la esposa le pega los tarros abiertamente.
hace algun tiempo le dieron una casa en el nuevo vedado,tremenda casa por cierto y alli vive con su actual esposa.
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