LA CAMARILLA DE CUBA DELIVERA SI CONVIENE SEGUIR EL MODELO CHINO SUCESORES INC.
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Este esquema consiste en terminar con la cháchara del hombre nuevo, basarse más bien en la condición humana y liberar la energía creadora a través de los incentivos naturales en el comercio, que permiten obtener ganancias a todas las partes involucradas y huir de "la tragedia de los comunes"
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Por Alberto Benegas Lynch
Analista
Diario Exterior
España
Infosearch:
José F. Sánchez
Analista
Jefe de Buró
Cuba
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Enero 7, 2007
Se ha venido insistiendo, durante mucho tiempo, en que hay que fabricar "el hombre nuevo", que deje de lado todos sus intereses personales y abandone cualquier incentivo para entregarse alegremente a la colectividad. Estos experimentos costaron la vida de millones de personas y la libertad de otras tantas, condenadas en campos de concentración o "lugares de reeducación". No pocos consideraban que este embate a la naturaleza humana resultaba posible y otros, los más, los de la nomenklatura, aprovechaban y aún aprovechan el esfuerzo ajeno para enriquecerse.
En el primer caso, no se tiene en cuenta que toda acción humana se realiza por el interés personal del sujeto actuante. El acto podrá ser ruin o sublime, pero siempre está en interés de quien lo lleva a cabo. Estaba en interés de la Madre Teresa la curación de los leprosos, así como estaba en interés de Al Capone el obtener réditos de los asaltos a la vida y a la propiedad de otros.
En esta instancia del proceso de evolución cultural, el monopolio de la fuerza que denominamos gobierno debe proteger los derechos de los gobernados, garantizando seguridad y una justicia independiente (que es lo que habitualmente no hacen, inmiscuyéndose en tareas que no sólo no le competen sino que resultan a todas luces inconvenientes).
En una sociedad abierta, en el terreno crematístico, cada uno, al perseguir su interés personal debe beneficiar a su prójimo (sea vendiendo computadoras o zapatos), como condición para mejorar su propia situación. El cuadro de resultados indica si se dio en la tecla con las preferencias de la gente o si se erró el camino, con lo que se reencauza la administración de recursos, siempre y cuando no se toleren operadores que hacen negocios en los despachos oficiales buscando mercados cautivos que finalmente perjudican a todos, especialmente a los más necesitados.
Pero lo que quiero señalar aquí es que ahora, aparentemente, se cayó la máscara. La camarilla enquistada en el poder, en Cuba, está deliberando si conviene seguir "el modelo chino". Este esquema consiste en terminar con la cháchara del hombre nuevo, basarse más bien en la condición humana y liberar la energía creadora a través de los incentivos naturales en el comercio, que permiten obtener ganancias a todas las partes involucradas y huir de "la tragedia de los comunes". Esto es, finalmente, percibir que lo que es de todos no es de nadie.
Pero, y este pero es de gran importancia para los que están ubicados en el poder, la casta gobernante obtiene para sí jugosas comisiones por el permiso y la concesión que otorgan a los comerciantes para instalarse y ofrecer bienes y servicios. En otros términos, estos parásitos se arrogan la facultad de seguir exprimiendo a los que producen y crean para embolsarse sumas fabulosas en su propio beneficio.
Queda entonces ahora al desnudo la hipocresía de los sinvergüenzas que han usurpado el poder en provecho propio. Parecido a la estructura de poder rusa, en la que la economía está, en gran medida, en manos de mafias, ex nomenklaturas. Todo preparado para que, cuando en uno u otro caso se produzca un barquinazo, los tilingos de siempre aludan a "la crisis del capitalismo".
¿Qué será de las afirmaciones del sanguinario Castro I cuando decía que "la empresa privada es básicamente inmoral", que "los incentivos materiales estropean el carácter del hombre nuevo", que "hay que suprimir el dinero", que "los hombres trabajarán por hábito" y que "desde la primera infancia hay que reprimir en el hombre todo sentimiento egoísta en el disfrute de las cosas materiales, por ejemplo, el sentido de la propiedad individual", según las citas de Hugh Thomas en su obra sobre Cuba?
El artículo 11 de la Constitución de la República Popular China reza así: "El Estado permite la existencia y el desarrollo del sector privado...". Salvando las distancias, del mismo modo en que ocurre en muchas sociedades contemporáneas, en las que el fisco trata al contribuyente como un limón que hay que exprimir al máximo sin matar la planta, para que siga dando jugo, los gobernantes chinos usufructúan para uso personal de millonarias "comisiones" que están obligados a entregar los empresariados–concesionarios para subsistir.
Se revierte la relación con el poder: los empleados no son los gobernantes, sino los gobernados. Consecuentemente, se revierten también los principios más elementales de la teoría constitucional, en la que los gobiernos tienen facultades limitadas y enumeradas y los gobernados derechos no enumerados, para, en cambio, entronizar un sistema en el que los gobiernos pueden hacer lo que se les ocurra y los "mandantes" tienen derechos cada vez más escuálidos y raquíticos.
Después viene, al galope tendido, otra zoncera mayúscula, cual es el sostener que, si avanzara el espíritu del liberalismo en China, nos toparíamos con "el peligro amarillo", debido a las invasiones de productos que Occidente recibe de aquella procedencia.
Dejando de lado el hediondo tufo racista de la referida afirmación, se recurre a expresiones militares tales como la de las susodichas "invasiones", como si el vender bienes más baratos y de mayor calidad fuera el resultado de tropas de ocupación y de la coacción, en lugar de comprender el enorme beneficio de los países receptores, quienes liberan recursos humanos y materiales para otros fines, que no podían considerar antes de las nuevas adquisiciones.
Se dice también, en esta misma línea argumental, que los salarios en esas zonas son "de esclavos" (paradójicamente, dicho por muchos de los adulones de regímenes totalitarios esclavistas) sin vislumbrar siquiera las ventajas descomunales que proporcionan las inversiones extranjeras para los salarios locales.
Ríos de tinta se han escrito en favor de ese círculo cuadrado denominado "socialismo de mercado" que tanta alabanza recibe hoy de las autoridades chinas.
Mi tesis doctoral en Economía versó sobre una crítica a esa tradición de pensamiento y, además, publiqué un libro con ese título. No es mi intención repetir las refutaciones en esta oportunidad, pero señalo que ese "matrimonio de conveniencia" entre el socialismo y el mercado es autodestructivo para este último elemento del binomio.
Si bien es cierto que no hay tal cosa como "purezas" y ortodoxias en el campo científico y, para el caso –salvo en la religión– en ningún otro, el intercalar aquellas propuestas mutuamente excluyentes resulta en detrimento de la sociedad contractual y a favor de la hegemónica.
A la pregunta de cuál de los dos elementos tiñe al otro, debe responderse que es el socialismo lo que impregna al mercado, puesto que, en este contexto, necesariamente a este último proceso se lo toma de manera sustancialmente distinta del mecanismo que se basa en la propiedad y en marcos institucionales que garantizan derechos. En el "socialismo de mercado" hay una pantomima o simulacro de mercado que no permite desarrollar su rol primordial.
Resultan controvertidas las opiniones sobre cómo terminará la historia en China, en vista de las tensiones desatadas y del cercenamiento de libertades vitales como la de expresión; pero es de interés destacar la tradición iniciada por Lao-tsé, seiscientos años antes de la era cristiana.
Tal como nos recuerda Edward Crane, en un ensayo sobre la importancia de las libertades civiles en China, el fundador del taoísmo señalaba al político que "cuando los impuestos son altos, la población padece hambre. Cuando el gobierno se inmiscuye mucho, la población pierde su espíritu [...] Debe confiarse en la gente, hay que dejarla en paz".
Estos sabios consejos, y otros que provienen de la misma persona y de otras que compartían los mismos principios en aquella región del planeta, no sólo infunden cierta dosis de esperanza, en cuanto a la posibilidad de retomar una larga secuencia abandonada en esa parte del mundo, sino que pone el dedo en el tema crucial de la presunción del conocimiento de ingenieros sociales megalómanos de otros lares, que pretenden dirigir aquello que no está a su alcance coordinar.
Es que toda la concepción socialista y estatista avanza sobre las autonomías individuales por medio de la manía regulatoria de actividades lícitas.
En verdad resulta tragicómica la soberbia de politicastros y candidatos al poder cuando apuntan a políticas como la llamada redistribución del ingresos, en abierta contradicción con la asignación de recursos que realiza la gente en los supermercados y demás canales de expresión de deseos y preferencias.
El explotar la aberración de que mayorías esquilmen a minorías en abierta contradicción con los postulados de la democracia no modifica el hecho de que las consecuentes disminuciones en las tasas de capitalización reducen salarios e ingresos en términos reales de la población.
Las carcajadas homéricas llegan a su máxima sonoridad, cuando estos mandones tienen la inaudita pretensión de coordinar millones de arreglos contractuales vía "acuerdos de precios" y demás dislates, como si alguien pudiera contar con la información necesaria para tales propósitos, y sin percatarse de que, precisamente, el conocimiento es, por su naturaleza, disperso, y que, en cada contrato libre y voluntario, se está formando un proceso que no es susceptible de manejarse individualmente en su totalidad, puesto que excede las capacidades consideradas.
Se dice con razón que es mejor para los cubanos que se adopte el modelo chino en lugar de seguir en la miseria en que se encuentran, pero, como también se ha dicho, entre tener una espada clavada hasta la mitad de la hoja o tenerla hasta el mango, la opción final debería consistir en no tenerla clavada de ningún modo.
Es una lástima que, por el momento, Cuba no tome como modelo a países como Irlanda, en lugar de mirar como ejemplo a China, pero, claro, Castro II y sus acólitos y secuaces quedarían sin empleo, junto con la pléyade de chupasangres y seudointelectuales rastreros y beneficiarios del poder ilimitado.
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