sábado, marzo 24, 2007

SIN ETIQUETA - TRISTE DESTINO

Sin etiqueta – triste destino


Por Luis A. Baralt

Nunca he sido amigo de las etiquetas en materia de política o ideologías. (En todo caso, no queda más remedio que, a veces al menos, guiarse por ellas en lo que va de productos sanitarios o incluso de cotidiano consumo.) Y los tiempos me demuestran que sería vana la esperanza de que los etiquetados fueran capaces de demostrar otra cosa que la fatuidad, la hipocresía y la gran falacia de su “garantía de origen”.

Pero en distintos momentos de mi vida, me he sentido que debía etiquetarme, o unirme a unos u a otros, según fuera el marco anímico que imperara en mí a raíz de los acontecimientos. Y no hay duda que todos somos presa de cierta volubilidad. Desgraciadamente, por eso se instituyó en España lo que ha dado en llamarse disciplina de partido. Me he sentido socialista -- sí, a veces, frente a la insensibilidad de una clase pudiente entronizada, miope y egoísta; otras, conservador -- también, como cuando me enfrento a los ridículos esfuerzos de los populistas, entre los primeros, de cambiarlo y reordenarlo todo (a fin de que todo cambie para que nada cambie, como se observa a diestra y siniestra); y otras más, liberal -- casi siempre, cuando se usa el término correctamente (pero no cuando como en los EE.UU. se usa en referencia al izquierdismo más vocinglero, o como cuando en Hispanoamérica se usa, o más bien usaba, como sinónimo de oportunismo corrupto y demagógico). Cabe apuntar que, en la América hispana, el liberalismo produjo a personajes como Machado, Trujillo y los Somoza, y que al cabo se convirtió en un conservadurismo disfrazado, mientras que el clásico tendía desaparecer.

Pero he aquí que, viviendo en España, me encuentro con la vergüenza de ver que un partido socialista gobernante se dedica, en bloque, a reanimar rencillas del pasado, a desmembrar una nación, a arrodillarse ante unos terroristas y asesinos, a desmadejar el tejido social y familiar, a destruir el sentido del idioma (“varón”, literalmente, igual a “hembra”, “matrimonio” igual a “pareja”, “bloqueo” igual a “embargo”, “mentira” igual a “crítica” o “diferencia”, “oposición” igual a “franquismo puro y duro”, etc…). El gobierno hace un gobierno de oposición, oposición al la Oposición (¡¡!!) ¿Cómo arrimar mis simpatías por el civismo y la responsabilidad social a estos descerebrados?

Y oigo a un líder democristiano como el señor Durán Lleida en Cataluña afirmar, flagelando a su aliado natural, el Partido Popular, diciendo que éstos no pueden “criticar a las instituciones de jueces y fiscales unas veces sí y otras no, como les convenga”, es decir, cometiendo la insidia (no se le puede decir burrada, pues el señor Durán no es tonto) de agrupar jueces (institución) con fiscales (peones del poder ejecutivo, siempre criticables como todo gobierno). Es en casos como éstos que me pregunto: ¿cómo podría etiquetarme de demócrata-cristiano ante falsedades acomodaticias de este tipo, de las que mucho abundan entre los correligionarios de la DC, a pesar de mi inicial simpatía por ese movimiento?

Después surge un gran y poderoso empresario, el señor Polanco, y les aseguro a los lectores que, en principio, siento gran admiración y simpatía por la profesión de empresario, ya que implica denuedo, imaginación, esfuerzo, auto-confianza y muchas otras buenas cosas, cuando uno de sus representantes más pudientes, dueño de un periódico supuestamente imparcial, viene y dice: “La manifestación (anti excarcelación de Dejuana) fue un evidente y medroso acto de franquismo puro y duro, y la posibilidad de un gobierno del PP me produce miedo por el revanchismo que supone”. O sea, que refiriéndose así un empresario insigne a una manifestación que descolló por su orden, mansedumbre y sensatez, ¿cómo podría uno creer en los “imparciales”?

Un socialista, ya viejo zorro y pragmático, como Felipe González se manifiesta, emergiendo de su escondrijo post-estival, y defiende la política evidentemente irracional de su partido en el poder, en lugar de adoptar la lógica posición del hermano mayor, más experimentado y más sabio, aconsejando prudencia, criticando incluso constructivamente a sus correligionarios más inexpertos. Entonces, ¿qué esperar de una clase política que da prioridad a la disciplina de partido por encima de las necesidades de la nación? Siempre he defendido a la clase política frente a sus detractores sistemáticos, pues considero que una gran mayoría de los políticos comienzan, al menos, movidos por cuestión de principios. Pero ¿qué ejemplo nos dan estos políticos como González y Durán que anteponen el oportunismo a la razón de estado?

En fin, es un triste dilema el mío, pues la conciencia me impide militar disciplinadamente en bando alguno. Las únicas etiquetas que me podría aplicar serían las de: civilista, demócrata, independiente-pensador (no “librepensador” por lo de la connotación ateísta que desgraciadamente implica, pues no lo soy), amante de la Libertad con mayúscula y la sensatez, patriota (con respecto a las tres naciones a las que debo nacimiento, acogida y refugio – Cuba, EE.UU. y España) y, simplemente, hombre de buena voluntad.

Desgraciadamente, ninguna de estas etiquetas está amparada por siglas de tipo alguno, como no sean las del PUP cuando vivía en México (otro refugio entrañable), que significaban Partido Unido de los Pendejos. Este partido, uno de los más populares en el país azteca, donde “pendejo” significa algo así como “boberas” o cándida víctima de las circunstancias -- como el entrañable Cantinflas --, debería internacionalizarse para poder muchos de nosotros unirnos al mismo.
Desde Madrid, a 22 de marzo de 2007-03-23