martes, marzo 13, 2007

TESTIGO DE NOBLEZA

Testigo de nobleza


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Lo más extraordinario de la vida de Mario Chanes de Armas no fueron sus aventuras revolucionarias, sino el valor con el que hizo frente a seis lustros de cárcel y maltrato.
lunes 12 de marzo de 2007 6:00:00
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Por Julián B. Sorel, París

El sábado 24 de febrero de 2007 —aniversario 112 del Grito de Baire— se nos murió en Miami Mario Chanes de Armas. Muy pocos cubanos de las últimas generaciones saben quién fue. Quizá yo tampoco lo hubiera sabido nunca, de no haber sido porque en los años sesenta me encarcelaron —cuando todavía era menor— y en el presidio político coincidí con él y con su hermano Paco.

A pesar de la diferencia de edad, llegamos a ser buenos amigos. Andando el tiempo, los avatares de la vida carcelaria nos llevaron a compartir galeras y pabellones de castigo, por la geografía del prolijo gulag de la Isla. Cuando en 1978 nos despedimos por última vez en Cuba, ocupábamos dos literas contiguas en la celda 1402 del edificio número uno del Combinado del Este, un paradigma de arquitectura estalinista que el régimen había construido poco antes.

Por entonces, Mario había pasado ya casi 19 años en la cárcel, sin contar el tiempo que había permanecido encerrado en el Castillo del Príncipe y el penal de Isla de Pinos bajo la dictadura de Batista.

Luego cumpliría 11 más, para alcanzar la triste marca de 30 años de prisión de máxima severidad, récord absoluto en el sistema comunista cubano. Porque Mario no sólo era un plantado que había rechazado todos los planes de "reeducación" y "rehabilitación" que el gobierno había tratado de imponerle, sino que además pertenecía a la exigua y riesgosa categoría de "presos de Fidel": los reos cuyas condiciones de reclusión fueron (son) particularmente severas e inhumanas, porque, por las razones más diversas, el Comandante en Jefe sentía (siente) especial inquina hacia ellos.

Ni cargos ni prebendas

En esa época los "presos de Fidel" formaban un grupo heterogéneo, que incluía, entre otros, al dirigente estudiantil Pedro Luis Boitel, que murió en huelga de hambre en el Castillo del Príncipe en 1973; a Huber Matos, el comandante que se atrevió a denunciar en 1959 el rumbo comunista que tomaba la revolución y tuvo que cumplir 20 años de cárcel por una carta de dimisión; al ingeniero Pepe Pujals, que conspiró para derrocar al régimen y se salvó del paredón de fusilamiento sólo para pasar 28 años entre las rejas; a Andrés Vargas Gómez, nieto del Generalísimo Máximo Gómez, que se infiltró en la Isla poco antes del desembarco de Playa Girón para coordinar las acciones de la resistencia; al comandante César Páez, que murió en prisión en 1977, a los 40 años de edad, víctima de atroces condiciones de reclusión; al poeta Jorge Vals, influyente teórico del Directorio Estudiantil Revolucionario en las luchas revolucionarias; a Rafael del Pino, ex amigo de Castro, testigo de su boda y luego su enemigo íntimo, herido en 1959 cuando intentaba sacar del país a varios opositores y posteriormente "suicidado" en una celda del Combinado del Este; al comandante del ejército constitucional Felipe Mirabal, presunto padre biológico de Raúl Castro, que pasó más de 20 años condenado a muerte, y a ocho o diez personas más.

Entre ellos, Mario ocupaba un sitio prominente.

Porque Mario Chanes había acompañado a Castro en el ataque al cuartel Moncada y luego en la prisión de Isla de Pinos, y más tarde en el exilio de México, y aun después en el naufragio del yate Granma ante la costa de Manzanillo. Cuando todas esas iniciativas fracasaron, se sumó a la lucha clandestina en La Habana, hasta que la policía del antiguo régimen lo arrestó, torturó y mandó a la cárcel.

El 1 de enero de 1959, Mario era uno de los pocos supervivientes del grupo que siete años antes había emprendido la lucha armada a las órdenes de Castro. Tenía más antigüedad en el movimiento insurreccional que Ernesto Che Guevara o Camilo Cienfuegos, los comandantes que luego el régimen mitificaría. Había sido jefe de los jefes que bajaban de la Sierra Maestra, a veces sin haber disparado un tiro, y ocupaban regimientos y ministerios. Su ejecutoria revolucionaria era intachable y, si hubiera decidido servir al nuevo caudillo, sin duda habría ocupado puestos importantes a su vera.

Pero Mario Chanes no había escogido el camino de la lucha insurreccional para cosechar cargos ni prebendas. La dictadura de Batista se había desplomado y se abría una era de concordia y libertad para todos los cubanos. Habría elecciones libres, de las que saldría un gobierno honrado y progresista, que encaminaría al país por la senda del desarrollo y la justicia social. O al menos así lo creyeron muchos de los que, como él, arriesgaron la vida con generosidad y saludaron el triunfo de 1959.

Por eso Mario rechazó los cargos que Castro le ofreció y recuperó su modesto empleo en la cervecería La Polar y sus funciones de dirigente sindical. No sospechó que al hacerlo estaba firmando su propia sentencia de prisión. El Comandante en Jefe, que urdía ya el entramado de su dictadura personal, no le perdonó nunca la renuncia a participar en el nuevo régimen al hombre que lo había ayudado, con lealtad y valentía, a triunfar en el empeño guerrillero. Unos meses después, la policía política arrestó a Paco y a Mario, y un tribunal militar los condenó —sin pruebas y con el concurso de testigos amaestrados— a 20 y 30 años de cárcel, respectivamente.

Plantado hasta la libertad

Paco cumplió su condena y marchó al exilio, donde falleció en 1991. Mario cumplió, día por día, los 30 años a los que fue sentenciado. En la cárcel aguantó con entereza todas las penalidades, desde el plan de trabajos forzados y las huelgas de hambre hasta la muerte de su único hijo, en los años ochenta. El ensañamiento personal de Castro era de tal ahínco, que ni siquiera en esa ocasión el director de la prisión le permitió asistir al funeral bajo escolta.

Lo más extraordinario de la vida de Mario Chanes de Armas no fueron sus aventuras revolucionarias de la época de Batista, a pesar del papel estelar que le tocó desempeñar en esa etapa, sino el valor y la dignidad con los que hizo frente a seis lustros de cárcel y maltrato. En ciertas ocasiones, los generales y jerarcas del Partido Comunista que pasaban por La Cabaña o el Combinado del Este se acercaban a la reja de la galera y pedían hablar con Mario.

Yo fui testigo casual de alguna de esas entrevistas y del respeto y la mal disimulada admiración que sus propios enemigos le manifestaban. Mario tomaba todo aquello con la misma calma con la que había vivido sus momentos de gloria insurreccional. Era un hombre ecuánime, sonriente y modesto, que había aceptado el sacrificio, a sabiendas de que sólo recibiría en pago el resentimiento de los trepadores y la indiferencia de la masa obsecuente.

Después de pasar 30 años en las cárceles de Castro y haber salido de Cuba gracias a la solidaridad del exilio, Mario dedicó el resto de sus días a dar testimonio de su experiencia y a suscitar la condena del régimen de La Habana en los foros internacionales. Como director de la agrupación Plantados hasta la libertad y la democracia en Cuba, llevó su mensaje de dignidad y justicia a cuantos quisieron escucharle. Sin odio, con la misma serenidad y firmeza con las que se enfrentó a sus verdugos.

Finalmente, la enfermedad y la muerte lograron acallar la voz que los muros, el hambre y las bayonetas no habían podido sofocar.

Desde hace mucho tiempo, siempre que pienso en Mario Chanes me vienen a la mente los conocidísimos versos de Luis Cernuda: "Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, / Cuando asqueados de la bajeza humana, / Cuando iracundos de la dureza humana: / Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola".

A nosotros los cubanos, que estos años andamos tan escasos de grandeza y generosidad, se nos murió el 24 de febrero un gran hombre, un héroe modesto y sonriente, que fue capaz de luchar toda su vida, hasta las últimas consecuencias, por la libertad de su pueblo: "un testigo irrefutable de toda la nobleza humana".