UN GOLPE AL CORAZÓN DE LA REPÚBLICA
Un golpe al corazón de la república
Por Alejandro Gómez
En el invierno austral de 1977, el entonces diputado español Felipe González llegó a un Chile que hacía tres años había comenzado a padecer la brutalidad de Pinochet. González no se vio con el tirano. En un gesto que lo honra, el objetivo de su viaje era sacar de la cárcel al senador Erik Snacke, preso desde el golpe de septiembre de 1973.
Años despues otro español, el juez Baltazar Garzón, pondría a Pinochet en el lugar que le correspondía: la cárcel, aunque fuera en una lujosa clínica británica.
Fue un capítulo más de la larga lucha que la república española dio desde el exilio por presos y perseguidos. La diáspora que siguió a la victoria de Franco hizo un aporte enorme a todos los países que le abrieron sus puertas. Desde México a la Argentina, llevaron arte, cultura, trabajo y la vocación libertaria. La República de Machado y Unanumo. De Lorca y Miguel Hernández. De Picasso, Juan Ramón Jiménez y Pablo Casals. De tantos que perdieron su lugar en el mundo y no bajaron los brazos.
A ellos debería rendir cuentas el gobierno de Rodríguez Zapatero por el bochornoso viaje del canciller Miguel Angel Moratinos a Cuba. Donde se reunió con el tirano. Donde escuchó en silencio cómo Felipe Pérez Roque calificaba de mercenarios a los hombres y mujeres que el régimen encarceló porque no renuncian al derecho de ser libres en un país libre.
Compartió abrazos y sonrisas con hombres que, como Franco ante Julián Grimau, no vacilaron en fusilar alevosamente a los tres jóvenes que tomaron el remolcador 13 de Marzo. Firmó acuerdos con una dictadura que gozó del apoyo de la España franquista hasta el final del régimen.
Cada quien elige su interlocutor y la España libertaria y democrática que se integró a Europa después de la larga noche de oscurantismo que duró 39 años seguramente hubiera preferido llevar su solidaridad y su apoyo a quienes padecen la prisión castrista. O a los millones que fueron privados de su patria y su historia, a los miles que prefieren arriesgar su vida en el estrecho de la Florida que padecer la dictadura castrista.
A todos aquellos que el canciller Moratinos ignoró para no enojar a sus anfitriones, sabiendo que todos tienen las manos manchadas de sangre inocente.
Durante décadas hemos visto cómo el pueblo cubano es abandonado a su suerte por hipócritas democracias latinoamericanas que se deleitan halagando al tirano y miran para otro lado para no ver a las víctimas. Ahora, es España la que ignora su mejor tradición libertaria por la que se dieron tantas vidas, al acercarse a un régimen que hace casi cincuenta años ignora pedidos y reclamos. Esos cincuenta años desmienten el argumento de que el diálogo con el régimen puede mejorar las condiciones de vida del pueblo cubano, que no han dejado de empeorar desde 1959.
Se dice que hay inversiones millonarias en la isla, que los empresarios necesitan la presencia del Estado español en Cuba. Se repite el esquema que marcó a América Latina durante casi todo el siglo pasado: negocios libres y gente presa.
Un principio del derecho dice que a confesión de partes, relevo de pruebas. Mientras el canciller cubano insultaba a la disidencia, Moratinos no dejaba de repetir la palabra cooperación. Y quien coopera con un criminal se convierte, al menos, en un cómplice.
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