miércoles, junio 27, 2007

EL ENORME ATARDECER DEL TIRANO

EL ENORME ATARDECER DEL TIRANO

CUBA: LO QUE ESTA PASANDO DE VERDAD

Ignacio Peyró
La Habana
El Manifiesto
Infosearch:
Máximo Tomás
Dept de Investigaciones
La Nueva Cuba
Junio 26, 2007

En Cuba sólo funcionan la represión, la propaganda y la diplomacia de subsistencia. Por el momento manda Raúl y Fidel escribe columnas de periódico. Según algunos, ése es ya un síntoma terminal. ¿Transición? Los indicios no apuntan a la generación espontánea de un Suárez, pero sí a que haya una gradual apertura económica en un país que está entre la ruina y el hambre. Cuba importa azúcar de Bielorrusia mientras la caña se endulza inútilmente en el campo. Cada semana hay periodistas, católicos, bibliotecarios o internautas que ingresan en prisión: a los que ya estaban en prisión no los sueltan. El tirano atardece.

Entre los últimos pecios del castrismo y el íncipit del poscastrismo media un plazo de incertidumbre para el que de momento tan sólo disponemos de ansiedad acumulada y certezas de género volátil. La aparatosa agonía de Fidel Castro se pulsa por la prensa día a día con el sube y baja de una cotización de bolsa: ésa es una de las certezas que generan ansiedad, pero tanta tardanza en morirse parece haber eliminado un súbito escenario “fin del mundo” para Cuba. Las aguas bajan más tranquilas y un Granma del mes de diciembre ya acuñó “continuidad” como término para lo que haya de ser la transición cubana. Como se sabe, la futurología cubana tiende a equivocarse, de modo que sólo cabe atenerse al empirismo y estudiar las continuidades en el mando y el papel de la oposición. Por el momento manda Raúl y Fidel escribe columnas de periódico. Según algunos, ése es ya un síntoma terminal.


Los renuevos generacionales en el vetusto engranaje del Partido Comunista parecen ser cuestión de ilusionismo cuando Raúl Castro dirige un gobierno de pretorianos fieles, dinosaurios algunos de la primera hora. Raúl ha tenido mano para convocar lealtades y –en términos prácticos– ha sido un ministro de Defensa con eficiencia de décadas. Después de Fidel el personalismo es inviable, pero Raúl ha sido capaz de lo peor y de lo menos peor, de impulsar un reformismo para la economía y después de detenerlo. El generalato cubano anticipa el poscastrismo con la cautela de llenarse los bolsillos: está en sus manos el tráfico mercantil con las empresas extranjeras, fundamentalmente del sector turístico. Los indicios no apuntan a la generación espontánea de un Suárez, pero sí a que haya un gradualismo hacia la apertura económica en un país que está entre la ruina y el hambre pese a las injerencias petroleras de Hugo Chávez. En principio, el recurso propagandístico para la reforma consistiría en invocar el aliento tutelar de Fidel Castro y después hacer lo que haya que hacer. De cualquier manera, confiar en la habilidad macroeconómica del comunismo –con o sin Fidel Castro– siempre es demasiado confiar. Esta orgía de la ineficacia lleva –por ejemplo– a que Cuba importe azúcar hoy de Bielorrusia mientras la caña se endulza inútilmente en el campo.

Propaganda


El enorme atardecer de Fidel Castro coincide con la algidez publicitaria del régimen, y a la muerte del tirano es de temer que medio Occidente va a ejercer de plañidera. Cincuenta años después, el fracaso del castrismo se explica por causas exógenas sin subrayar su tumoración moral intrínseca: en realidad, en la Cuba de hoy sólo funcionan la represión, la propaganda y la diplomacia de subsistencia. Con eso suele bastar para asegurarse una perpetuación monstruosa. La propia pervivencia de Fidel Castro le ha llevado al mismo orden de semiótica inofensiva de Mickey Mouse. En Washington, ya hay soltura en aceptar el constante pied-de-nez de la dictadura. En Miami, la tercera generación en el exilio supura con menos gravedad. En el interior de la isla, la oposición sólo puede optar a disidencia. Al final, estamos en el debate de si el castrismo se va a metamorfosear a la china, a la vietnamita o a la rusa. El gobierno español asume este destino como si en vez de fatal fuera deseable, sin oponer ni una simbólica palabra en su contra.

La democracia no es una carambola de billar y el castrismo ha mermado toda energía espontánea de la sociedad civil. No sólo los jóvenes quieren salir de un país donde no es posible prosperar, donde las instituciones son fingidas, donde la dependencia sustituye a la confianza y la universidad es la caverna esencial de la ortodoxia. Como panorama, está muy lejos de la España que logró armonizar su transición, aparte de que se da el añadido de peligros reales de cainismo: por lo general, la oposición interna asume el realismo y la concordia de dialogar con todos, mientras que la oposición exiliada busca algo tan razonable como volver a su país y recuperar la casa de sus padres. Salvo por descomposición interna, cualquier derivada del castrismo lo tiene fácil.

En el orden internacional, Cuba es asimilable a una cena escasa para demasiados invitados. De Hugo Chávez a Evo Morales, la izquierda carnívora querrá hacerse valer. Del eje “ABC” (Argentina, Brasil, Chile), sólo cabe esperar sinuosidades. En Estados Unidos cambiará la Administración y de cualquier manera seguirán presentes como fatalismo todos los precedentes desdichados de su política hacia Cuba. La Unión Europea pinta poco y –con Rodríguez Zapatero– cualquier movimiento de España será pintar demasiado: es muy poco lo bueno que podemos hacer y en cambio nuestros malos movimientos generan una zozobra extraordinaria.

La disidencia


En un país de tantas complicidades silenciosas, la disidencia interna significa muy fuertemente –en palabras de Havel– “el poder de los sin poder” y una instancia moral de urdimbre heroica. Cada semana hay periodistas, católicos, bibliotecarios o internautas que ingresan en prisión: a los que ya estaban en prisión no los sueltan. Ahí figuran notablemente los 75 prisioneros de la Primavera Negra del año 2003. El contraataque de la represión tras la enfermedad de Fidel Castro ha tenido semejanzas con una época de puro terror revolucionario, de modo que el activismo de los grupos opositores como el Movimiento Cristiano Liberación está prácticamente congelado. Sólo la visibilidad internacional garantiza una cierta inmunidad para Oswaldo Payá, para las Damas de Blanco, para Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque o Elizardo Sánchez Santacruz. Con la excepción de Payá, el arraigo verdadero de las figuras de la oposición es harto dudoso, pero de algún modo hay una coralidad que va de la socialdemocracia de Roca a la reivindicación pura de las Damas de Blanco.

Las capilaridades que Oswaldo Payá y su Movimiento Cristiano Liberación han establecido con la sociedad cubana –de Pinar del Río hasta Santiago– hacen pensar en una edad de los milagros: el liderazgo de Payá ha sido tan convincente como para que miles de cubanos apoyaran con sus nombres el Proyecto Varela, para esbozar una constitución que va más allá de un estado naïf de la política o para reunir a toda la oposición bajo el reciente programa Unidad por la Libertad, de trascendencia a la vez simbólica y real. Tan diezmado, el MCL funciona a modo de maravilla reticular, de laicos católicos como células de pueblo en pueblo y de parroquia en parroquia, en tanto la Jerarquía cubana procura espacios y libertades en el régimen sin ofrecer una asistencia explícita a los grupos de oposición, en parte para no propiciar una decapitación general. En Cuba, la Iglesia no tiene las cualidades homogeneizantes que tuvo en Polonia, pero ha sido el único amparo que ha propiciado una realidad de sociedad civil, basada en los principios de un moderantismo pragmático y plausible. Aun así, también la oposición cubana participa de tics y reincidencias del pasado, con alguna tonalidad levemente antiliberal y ese tradicional nacionalismo cubano característico de los países con síndrome de país pequeño. Como contrapartida de negatividad a la iniciativa del documento Unidad por la Libertad está el cierre de la revista diocesana Vitral y el Centro Cívico de Pinar del Río, a cargo del prohombre Dagoberto Valdés. Lo que queda del castrismo ahoga aún la libertad o quizá la ahoga más que nunca. Payá dice que “no estamos en la perestroika, sino en el estalinismo”.

Es posible que algún día la Plaza de la Revolución sea la Plaza de la Libertad y haya una floración de mariposas por entre las barbas veneradas de Martí. Oswaldo Payá estará o no estará, pero es quien más verosímilmente puede estar para refundar Cuba en concordia y ejercer de enlace necesario de cara a una noción de paz civil. En todo caso, el reciclaje del castrismo tiene en su contra que las revoluciones saltan de modo imprevisible, como los corchos del champaña. De Cuba puede decirse lo que se ha dicho de España: un país que lo aguanta todo también es capaz de todo.