miércoles, diciembre 12, 2007

LA MOMIA Y EL ELEFANTE

La momia y el elefante

Un Comandante en Jefe disecado y expuesto en la Plaza de la Revolución no tendría un destino diferente del Lenin de la Plaza Roja de Moscú.
miércoles 12 de diciembre de 2007 6:00:00

Por Julián B. Sorel ( seudónimo )
París

El cuento es viejo y suele variar según las obsesiones del narrador. La versión cubanoexiliada reza así:

Naciones Unidas convoca a un concurso de estudios sobre el elefante. Los trabajos deben ser redactados por equipos de investigadores de la misma nacionalidad, en representación de su país de origen. Al vencerse el plazo de entrega, el equipo alemán presenta una enciclopedia de 39 volúmenes titulada Introducción al estudio del elefante; el equipo francés presenta una obra en dos volúmenes titulada La vida amorosa del elefante; el equipo norteamericano presenta un manual de 150 páginas titulado Aplicaciones económicas del elefante; el equipo de cubanos exiliados presenta un panfleto de 10 páginas titulado El elefante y el canalla de Fidel Castro.

Pues bien, en los últimos días se supo que a Tutankámon lo sacaron del sarcófago para exponerlo al público por primera vez. Se exhibirá en el Valle de los Reyes, en una urna especial que evitará los daños que podrían causarle el (mal) aliento y la transpiración de los turistas. Al parecer, las momias son seres delicados, que requieren cuidados excepcionales para mantenerse en forma.

El asunto de los restos humanos fósiles o momificados que se exponen en los museos tiene tela marinera. En Francia cunde ahora una polémica por la cabeza tatuada de un guerrero maorí que se conserva desde hace 132 años en el museo de Ruán. El gobierno de Nueva Zelanda la había reclamado en varias ocasiones y la directora del centro accedió finalmente a devolverla. Pero el ministro de Cultura la desautorizó y prohibió la repatriación del fiambre. Una medida de ese tipo, arguyó, podría desatar una ola de reclamaciones que afectaría a casi todos los museos de Europa.

Las momias incas o egipcias, las tsantsas o cabezas reducidas elaboradas por los jíbaros de la Amazonia, y hasta los fósiles descubiertos en los pantanos de turba o en las nieves alpinas —como el prodigioso Ötzi, que apareció en 1991 en perfecto estado de conservación, con ropa, armas y bagajes, y hoy se exhibe en el museo de arqueología de Bolsano—, podrían ser objeto de demandas, recursos judiciales y litigios interminables.

( Momias de Stalin y Lenin antes del XX Congreso del PCUS en 1956; deués de ese Congreso sacaron la momia de Stalin para otro lugar )

El cuento del bosquimano

En esas querellas los museos son casi siempre de Occidente y los cadáveres o restos amojamados suelen proceder de países del antiguo Tercer Mundo. De ahí el ineludible sesgo de corrección política que toma el asunto. Si una tribu de jíbaros cambió una tsantsa por una gorra de un equipo de béisbol o una botella de Chivas Regal, el gobierno equis (Ecuador, Brasil, Perú o quien se atribuya la soberanía sobre el trozo de selva en cuestión) puede sentirse obligado a reclamar la cabeza, pues, aunque reducida y maquillada, tuvo alguna vez talla normal y se bamboleó sobre los hombros de un ser humano.

Al respecto, existe un precedente curioso con el que tuve algo que ver por razones profesionales. Durante casi un siglo, un modestísimo museo del pueblo catalán de Bañoles conservó el cadáver disecado de un bosquimano. Los franceses le llamaban "le nègre empaillé" y para los catalanes era simplemente "el Negro".

El cuerpo, procedente de la región del Kalahari, en lo que hoy es Botswana, había sido robado de la tumba al día siguiente del funeral, allá por el año 1830, por dos taxidermistas franceses que lo disecaron y lo trajeron a París. Luego viajó a Bañoles como parte del legado testamentario de un rico coleccionista local.

En 1992, un catalán-haitiano (o haitiano-catalán, ignoro el orden de precedencia) escandalizado por el espectáculo de un africano disecado y expuesto en un museo como si fuera una bestia, inició una campaña para obtener la repatriación de los restos.

En honor de Bañoles, hay que decir que el bosquimano se exhibía con todo el decoro antropológico posible. Iba ataviado con una diadema de plumas, llevaba lanza y escudo, y un taparrabo color naranja. Estaba de pie en la urna, ligeramente inclinado hacia delante y blandía la lanza con fiero gesto de guerrero o cazador al acecho. Sus ojos de vidrio brillaban en la penumbra de la sala.

Tras la denuncia inicial, el gobierno de Botswana tomó cartas en el asunto y el destino del Negro se convirtió en un pugilato diplomático. Las autoridades de Madrid presionaron al ayuntamiento de Bañoles, que se negaba a soltar prenda. Intervino la Generalitat de Cataluña (gobierno regional), intervino la Organización de la Unidad Africana, intervino Naciones Unidas (no exagero: la UNESCO fue decisiva en el asunto) y sospecho que hasta el Papa hizo gestiones bajo cíngulo. Al cabo de ocho años de tira y afloja, los bañolenses capitularon y se resignaron a entregar la momia a cambio de un subsidio para reformar el local del museo.

( Castro Tutankamón ) )

El 4 de octubre de 2000, el avión que llevaba al ya célebre africano aterrizó en el aeropuerto internacional Sir Seretse Khama, próximo a Gaborone, la capital del país. Lo esperaba el gobierno en pleno, una guardia de honor de las Fuerzas Nacionales de Defensa y miles de botswaneses que se habían desplazado para recibir al compatriota del que tanto habían oído hablar en esos años. Conocían las fotos y esperaban ver desembarcar a un altivo cazador, con todos los atributos que lo adornaban en el museo.

Amarga fue la decepción cuando del avión bajaron un objeto un poco más grande que una caja de zapatos, que contenía un cráneo con las órbitas vacías, unos pocos huesos y algunos jirones de piel acartonada. El museo había devuelto estrictamente lo que el gobierno exigía: los restos humanos. Lo demás —lanza, escudo, diadema, taparrabo, huesos de metal, algodón de relleno y ojos de vidrio— eran elementos artificiales que habían servido para armar el muñeco y darle un aspecto más interesante. Eran propiedad del museo y nadie tenía el más mínimo argumento jurídico para reclamarlos.

El insólito periplo del bosquimano disecado de Bañoles terminó con un entierro solemne en Gaborone. Los políticos declararon que el sepelio del célebre guerrero era el símbolo de la victoria y la unidad de África.

Difícil saber si la moraleja es apropiada.

(Por lo pronto, Frank Westerman, un periodista holandés, autor de un libro sobre el caso, escribió recientemente: "Estuve en Botswana, en la tumba del Negro, en abril de 2004. El lugar parecía totalmente abandonado. La cadena que une los 12 postes que rodean la tumba había desaparecido y en la hierba que crecía alrededor unos niños jugaban al fútbol").

Reliquias políticas

Pero, como han recordado tímidamente algunos expertos, en Occidente no sólo se conservan momias egipcias, cabezas maoríes o tsantsas amazónicas. También hay cuerpos momificados de antepasados de los europeos actuales (como los fósiles calcinados de Pompeya o el ya citado Ötzi, que se calcula vivió en la región alpina hace unos 5.000 años), reliquias de santos en muchísimas iglesias católicas y ortodoxas, y hasta reliquias políticas, como la momia de Lenin que descansa en la Plaza Roja de Moscú. Y aquí es donde viene a cuento el elefante.

¿Que harán los cubanos del futuro poscomunista si a los herederos de Castro I se les ocurre embalsamarlo y plantarlo en una urna refrigerada, al pie de ese adefesio arquitectónico que la población, con poética justicia, ha llamado siempre "la raspadura de Martí"?

Ya sé que las autoridades habaneras han negado rotundamente que esa posibilidad exista. Pero Lenin tampoco quiso su destino de momia. Es más, en su testamento dejó instrucciones clarísimas sobre dónde y cómo habrían de enterrarlo. Y ahí está, guardado tras un cristal como los zapaticos de rosa y convertido en la más rentable atracción turística de la nueva Rusia del Padrecito Putin.

Un Comandante en Jefe disecado y expuesto, con uniforme verdeolivo y fusil de mira telescópica, a la curiosidad de los turistas norteamericanos en la Plaza de la Revolución (antigua Plaza Cívica y tal vez futura Plaza Fidel Castro), no tendría un destino demasiado diferente del que ha experimentado el máximo líder de la Revolución de Octubre. Ni siquiera el cadáver incorrupto de la vaca Ubre Blanca sería un símbolo más apropiado de esta etapa de la historia que ya toca a su fin.

No es ocioso plantearse el problema desde ahora mismo. Hace 16 años que los rusos se pelean por el fiambre del hombrecito calvo que yace junto a la muralla del Kremlin y todavía no logran ponerse de acuerdo sobre qué hacer con él. Las momias son delicadas pero tenaces y, por definición, longevas.